En el ámbito cristiano, comprendemos que la adoración se puede guiar por dos principios fundamentales: el principio normativo y el principio regulativo. Estos principios nos ayudan a pensar cómo debemos estructurar nuestras prácticas de adoración, y aunque ambos buscan honrar a Dios, tienen diferencias significativas.
Categoría: Reflexión Teológica
Un Dios celoso, un Padre que nos anhela
Dios los hizo recordar que la santidad no era opción. La referencia a la liberación que Dios realizó cuando sacó a los hijos de Jacob de Egipto es para hacerles recordar que el propósito de la Pascua no era político, sino adoptivo para que Jehová fuera el Dios del pueblo. Ya que Dios es santo, el mandamiento es que sean santos. Que se parezcan a su Papá.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia
En la vida cristiana, se encuentran paradojas sorprendentes. Por un lado, aquellos que creen en Cristo han sido conectados con una fuente de satisfacción vital que puede colmar todos sus deseos y anhelos. Sin embargo, también anhelan ardientemente como un corazón sediento (Salmos 42:1). Cantan y alaban al Señor en sus corazones, pero al mismo tiempo suspiran profundamente cada día, ya que su experiencia a menudo es dolorosa y confusa; pero a pesar de todo eso nunca renunciarían a ella ni por todo el oro del mundo.
Bienaventurados los pacificadores
Solo Jesús tiene el poder de poner fin a este conflicto constante y restaurar la paz. Como se menciona en Efesios 2:14, "Él es nuestra paz". Jesús se sumergió en el conflicto al aceptar ser golpeado por la vara de la justicia divina que nos perseguía (Ef. 2:13–17; Col. 1:20). En Cristo, Dios mismo reconcilió el mundo consigo mismo, estableciendo la paz y proclamando la amnistía; transformando al rebelde arrepentido en una criatura de paz (2 Co. 5:17–21). Por esta razón, todo creyente justificado experimenta paz con Dios (Ro. 5:1). La paz de Dios, que supera todo entendimiento, puede custodiar el corazón y la mente del creyente en Cristo Jesús (Fil. 4:7). Experimenta alegría y bienestar, descansando y durmiendo en paz (Sal. 4:8).
Fieles al Señor y a la verdad bíblica en un mundo de verdades relativas
¡Ojalá nuestra generación actual tuviera la misma enteresa que tuvo Lutero para defender sus convicciones hasta las últimas consecuencias! Lamentablemente, vivimos en la época del relativismo, donde no hay valores absolutos, verdades absolutas, ni nada por lo que valga la pena dar la vida: tu verdad, mi verdad, por absurda que esta sea, es tan válida como cualquier otra y, por lo tanto, nada merece nuestro compromiso absoluto. ¿Por qué no claudicar’ ¿Por qué no llegar a acuerdos y transigir un poco? Todo es negociable, ¿o no? todo tiene un precio. ¡Hasta nuestra conciencia, parece tenerlo! Los principios, los valores, la fe, todo parece ser negociable. ¿Qué hubiera ocurrido si Lutero hubiese sacrificado sus principios y sometido su conciencia a cambio de aceptación y favores mundanos? ¿Dónde estaríamos hoy?
El privilegio de llamarlo Padre (Hebreos 2:11)
¿Qué significa para ti llamar a Dios: “Padre”? ¿Es meramente un formalismo o costumbre religiosa llamarlo de tal manera? ¿O puedes decir que gozas con Él una relación padre-hijo real y auténtica? Si te fijas bien, la oración del Padre Nuestro registrada en Mateo 6:9-13 y Lucas 11.2-4 empieza con una invocación que es todo un tesoro: “Padre nuestro.” No estamos ante una casualidad, sino ante la original expresión de una actitud buscada, querida y sentida por el mismo Jesucristo, y que palpita en lo íntimo de su experiencia con Dios. No se trata de un vocativo sin más –una simple llamada a alguien no identificado–, sino de una auténtica apelación cariñosa a una persona concreta, con quien Jesús se mantiene entrañablemente unido y quiere establecer un diálogo de amor y gozo, irrumpiendo en él, con gran intensidad, el sentimiento de intimidad filial.
Una respuesta al cesacionisno | ¿Estuvieron los milagros limitados a ciertos períodos de la historia?
El argumento cesacionista que apela a que los fenómenos milagrosos se daban por grupos, en momentos concretos y aislados en la historia de la redención, no es ni bíblicamente defendible, ni lógicamente posible.
Prestigio humano, grados académicos y verdadera autoridad espiritual
Muchos hoy fundamentan su autoridad en sus títulos y grados académicos: licenciaturas en teología, maestrías y doctorados. Estudiar está bien ¡Ojalá todo cristiano fuese un erudito! ¡Pero los demonios no salen cuando les recitas tu tesis de grado, ni te obedecen por tener 2 licenciaturas, 3 maestrías o 4 doctorados! ¡Les importa poco si citas a Juan Calvino, Jonathan Edwards, Spurgeon, a Wesley, Arminio, a Molina o a los puritanos! ¡Para ellos eso es irrelevante! Sólo hay algo que ellos respetan, y es la autoridad de Dios, impartida por el Espíritu Santo en el creyente.
Atrapados entre el fundamentalismo y la teología liberal
La clave para un cristianismo equilibrado es "saquear los tesoros" del fundamentalismo y de la teología liberal. El fundamentalismo nos afirma en la fe histórica de la iglesia, en un amor genuino por la Palabra de Dios, nos cuida de los excesos del liberalismo. La teología liberal, por otro lado, nos invita a tener una visión más realista, pura y útil del cristianismo frente al fundamentalismo cristiano que avanza en varios países, principalmente de África y América Latina.
El Dios que es capaz de sufrir
La misericordia de Cristo no es una gracia barata, no supone la banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructora. El día de la venganza y el año de la misericordia coinciden en el misterio pascual, en Cristo, muerto y resucitado. Esta es la venganza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo, sufre por nosotros. Cuanto más quedamos tocados por la misericordia del Señor, más solidarios somos con su sufrimiento, más disponibles estamos para completar en nuestra carne “lo que falta a las tribulaciones de Cristo.