Muchos hoy fundamentan su autoridad en sus títulos y grados académicos: licenciaturas en teología, maestrías y doctorados. Estudiar está bien ¡Ojalá todo cristiano fuese un erudito! ¡Pero los demonios no salen cuando les recitas tu tesis de grado, ni te obedecen por tener 2 licenciaturas, 3 maestrías o 4 doctorados! ¡Les importa poco si citas a Juan Calvino, Jonathan Edwards, Spurgeon, a Wesley, Arminio, a Molina o a los puritanos! ¡Para ellos eso es irrelevante! Sólo hay algo que ellos respetan, y es la autoridad de Dios, impartida por el Espíritu Santo en el creyente.
Etiqueta: Arrogancia
¿A qué tengo que renunciar si le entrego mi vida a Cristo?
"¿A qué tengo que renunciar?" Esta es una pregunta común que uno puede hacer al entregar su vida a Cristo. Para muchos tan sólo hacerse esta pregunta genera temor. Las personas están muy apegadas a lo que han adquirido o logrado, ¿y por qué no deberían estarlo? Se invierte mucho tiempo, energía y recursos en todo lo que obtenemos en la vida. ¿Tenemos que renunciar a todo para seguir a Cristo?
¿Santos, o santurrones?
Una santidad falsa se ha vuelto popular en algunas iglesias. Muchos cristianos han asociado la santidad con una larga lista de cosas que no se deben hacer, y otra lista de cosas que son nuestro deber. Pero entender la santidad sólo en términos de obediencia a una serie de reglas produce problemas. Primero, limita lo que es la verdadera santidad bíblica. Segundo, es muy posible obedecer reglas en lugar de obedecer a Dios. Tercero, cuando ponemos nuestro énfasis en obedecer reglas nos engañamos, ya que pensamos haber logrado la santidad por tal esfuerzo. Jamás podremos lograr la santidad sin una obra interna y profunda del Espíritu Santo. Finalmente, está el peligro de que, por nuestro esfuerzo de obedecer reglas, lleguemos a volvernos orgullosos, a exhibir nuestra santidad como si estuviésemos en una competencia de belleza. Todo esto es contrario a la verdadera santidad.
Somos polvo, frágiles vasijas de barro
Cuando nos rendimos a Jesús como Señor, no le ofrecimos los servicios de una criatura divina o semidivina para fortalecer su reino: le ofrecimos la vida frágil, temporal, mortal y delicada que él nos dio primero a nosotros. Eso es todo lo que tenemos para ofrecer. Dios lo sabe. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro (Salmos 103:14), él recuerda que somos polvo. Conocer esto es vital al rendir nuestras vidas a Él en el ministerio. Solo teniendo esto en mente podremos escapar del orgullo, la soberbia y la arrogancia. Ahora pues: "Basado en el privilegio y la autoridad que Dios me ha dado, le advierto a cada uno de ustedes lo siguiente: ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado" (Romanos 12:3, NTV).
¡Libérate de la envidia!
La envidia no tiene cabida en el plan de Dios para nuestra vida. Sin embargo, todos luchamos con eso en un momento u otro de la vida, o quizás en más momentos de los que quisiéramos admitir. ¿Y sabes por dónde empiezan la envidia y los celos? Por la comparación. Cuando comparas tu realidad con la de otro, cuando comparas tu familia con la de tu amigos, cuando comparamos nuestros ministerios o trabajos, poco a poco nuestro corazón comienza a contaminarse y, sin darnos cuenta, llegamos al punto en que nos encontramos cuestionando incluso a Dios. Ante tales peligros, la Palabra está llena de exhortaciones a cuidar nuestro corazón y limpiarlo de cosas tan contaminantes como los celos, la envidia y la codicia de lo que otro tiene o ha logrado. Podemos justificarlo de mil maneras, pero déjame decirte sin tapujos una vez más: ¡La envidia no tiene cabida en el plan de Dios para nuestra vida! Desde un principio, Él lo dejó bien claro. El Creador, que nos conoce muy bien por eso mismo, porque es nuestro Creador, sabía que el codiciar produce envidia, y la envidia, muerte. Por eso mandó: "No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca" (Éxodo 20:17; NVI).