Al vivir en un mundo caído todos nos sentiremos tristes de vez en cuando, pero la depresión va más allá. La depresión es un trastorno debilitante y continuo que interfiere con nuestras actividades cotidianas. Es como ser bombardeado con emociones extremadamente negativas, las cuales a menudo vienen acompañadas de sentimientos de inutilidad y de culpa desmedida. Sobra decir que todos, en algún momento de la vida, nos hemos sentido así.
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¿Es Dios indiferente a mi dolor?
¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que continúe el sufrimiento en el mundo que Él creó? ¿Es Dios indiferente a mi dolor? ¿Es Dios un ser malvado que se deleita en ver sufrir a sus indefensas y vulnerables criaturas? Para aquellos que en el pasado o actualmente hemos soportado un gran sufrimiento, estas no son preguntas filosóficas, sino preguntas profundamente personales y emocionales. Incluso los creyentes sufrimos, pues, aunque los que hemos puesto nuestra fe en Jesús ya no estamos bajo la maldición del pecado, todavía vivimos en un mundo manchado por el pecado y sufrimos los efectos del pecado.
Sufrimiento que obra para bien.
A nadie le gusta el sufrimiento ¿O sí? Vivimos en un mundo que ama las fiestas, la comodidad, el placer, la felicidad, el lujo y la prosperidad ¡Pero que jamás quisiera probar ni una sola gota de sufrimiento! Muchos "cristianos" incluso han creado su propio Evangelio para que les prediquen prosperidad, salud, bienestar y riqueza; pero ese es un falso Evangelio acorde con los intereses y cosmovisión del mundo. Detrás de él se esconde una falta de comprensión total sobre los propósitos y el modo de proceder de nuestro Dios. La verdad es está: Dios usa el sufrimiento para nuestro bien. Quizá nos cueste verlo así, pero es una convicción que calma nuestras mentes y anima nuestros corazones: de alguna manera Dios tiene su mano en nuestro sufrimiento. Cualquier circunstancia que experimentamos no viene sin la mano de Dios, así como una sierra no puede cortar sin la mano del carpintero. Job en su sufrimiento no dijo: “El Señor dio y el diablo quitó”, sino, “El Señor dio, y el Señor quitó”. El sufrimiento nunca viene a nuestro camino sin el propósito y providencia de Dios, y por eso, el sufrimiento es siempre significativo, nunca sin sentido.