Por Fernando E. Alvarado
El fundamentalismo cristiano es el movimiento ultraconservador surgido entre los cristianos protestantes en Estados Unidos, a finales del siglo XIX como consecuencia de las teorías de la alta crítica alemana y el liberalismo teológico. El fundamentalismo cristiano se caracteriza por lo general en estipular una visión particular de la inerrancia de la Biblia y su historicidad plena, el literalismo bíblico, la adhesión a la literalidad de la creación del mundo por Dios en una semana (rechazo de la Teoría de la Evolución), un rechazo de la separación iglesia-estado y la negativa ante el diálogo y/o debate con otros puntos de vista, entre otras cosas. Y aunque muchos ven el fundamentalismo como la «única esperanza» de supervivencia para el cristianismo en un mundo cada vez más secular, el fundamentalismo lleva implícitos ciertos peligros y amenazas para el mensaje del Evangelio.
El peligro del fundamentalismo radica en el temor irracional al cambio, al pluralismo y a la diferencia, porque produce en el que se cree poseedor absoluto de la verdad la sensación de inseguridad, y le lleva a luchar por todos los medios a su alcance contra ello. Es este fenómeno fundamentalista expresión de una falta de madurez y va acompañado de la intransigencia. Intransigencia que proviene de la barbarie, la falta de educación, o de la soberbia, no de firmeza de fe.

El fundamentalismo nos lleva al fanatismo. Ese que nos hace pensar que «todos son herejes menos yo y quienes piensan como yo». La tentación del fanatismo (hijo bastardo de la fe) está presente en todas las ideologías que se creen absolutas, porque olvidan que los seres humanos somos limitados, y no super-hombres por encima del bien y del mal. Y la religión es una de las peores tentaciones fanáticas, porque deja el ánimo tranquilo en su intransigente error, ya que se siente uno el enviado del cielo para arreglar el mundo.
Otro camino igual de peligroso que el anterior (si no es que más) es el liberalismo teológico o teología liberal, un movimiento de investigación surgido en el seno de la teología protestante que se desarrolló principalmente en Alemania durante el siglo XIX. La teología liberal convierte al cristianismo, una religión bíblica redentora revelada, en un mero moralismo deísta. Niega la literalidad de la caída del hombre, los milagros registrados en la Biblia (los cuales califica de mitos) e incluso la resurrección de Jesús. La teología liberal predica un evangelio puramente social y la salvación es reducida a una mera liberación sociopolítica, el progreso de las naciones y el avance humano.
Las consignas básicas de la teología liberal son asimismo el insertar a la iglesia en la cultura y sobre todo el secularizar lo que ellos consideran «contenidos mitológicos del cristianismo» y «desmitologizarlos» (por ejemplo, los relatos de eventos milagrosos que a todas luces disputan contra las leyes férreas de las ciencias naturales) que resultan inaceptables para un hombre moderno con cierto grado de educación y cultura. A tal fin, la crítica bíblica y la crítica del dogma se vuelven la ley. La Biblia deja de ser vista como Palabra Inspirada e Infalible de Dios, convirtiéndose en una colección de mitos piadosos que, como tales, pueden ser cuestionados.

En su intento por desprestigiar y desautorizar la fe histórica de la iglesia, la teología liberal ha creado además un doble estándar de verdad con la distinción moderna entre el pastor y el erudito. Para la teología liberal la palabra del clero, sean pastores o sacerdotes, no merece respeto académico, ya que, en su calidad de ministros, están moralmente obligados a defender las confesiones históricas de sus respectivas iglesias (lo cual, según los liberales les resta credibilidad). Los eruditos en cambio, son vistos por los teólogos liberales como los únicos verdaderamente libres de criticar y publicar sus hallazgos basados en criterios modernos. Esto crea un doble estándar de verdad entre lo que la iglesia enseña basado en la revelación bíblica y la teología emergente basada en criterios racionales.
A este punto debería ser más que evidente que ni el fundamentalismo ni la teología liberal son de bendición para la iglesia por sí solas. El fundamentalismo nos estanca, nos embrutece en la insistencia por defender viejos errores y prejuicios. La teología liberal, por su parte, con su insistencia en la idea de que el cristianismo debe actualizarse para no desaparecer, aunque eso implique negar verdades centrales de la fe, es por demás peligrosa y destructiva.
La clave para un cristianismo equilibrado es «saquear los tesoros» del fundamentalismo y de la teología liberal. El fundamentalismo nos afirma en la fe histórica de la iglesia, en un amor genuino por la Palabra de Dios, nos cuida de los excesos del liberalismo. La teología liberal, por otro lado, nos invita a tener una visión más realista, pura y útil del cristianismo frente al fundamentalismo cristiano que avanza en varios países, principalmente de África y América Latina.
