Muchos de aquellos que reconocen que es imposible que un verdadero creyente sea poseído por demonios, insisten en distinguir entre la posesión del espíritu humano y la ocupación demoníaca en “áreas” del alma o cuerpo del creyente regenerado. Aunque reconocen la morada permanente del Espíritu Santo en el creyente, argumentan que zonas de rebelión, heridas emocionales no sanadas o prácticas ocultas previas permiten la operación de espíritus inmundos, requiriendo su expulsión como componente esencial del discipulado cristiano. Sin embargo, y tal como ocurre con la afirmación de que un creyente puede ser poseído, esta nueva perspectiva, aunque motivada quizá por observaciones pastorales, también genera contradicciones teológicas fundamentales y refleja una confusión diagnóstica que es bastante frecuente en contextos pentecostales/carismáticos.
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Israel en el corazón cristiano: Entre la idolatría, el amor y la esperanza de redención mesiánica
Israel, como nación, ocupa un lugar singular en la narrativa bíblica y en el corazón de la fe cristiana. Su derecho a existir como pueblo elegido por Dios es innegable, fundamentado en las promesas divinas establecidas en el pacto con Abraham (Génesis 12:1-3) y reafirmadas a lo largo de las Escrituras. Sin embargo, el amor cristiano por Israel debe ser bíblicamente equilibrado, apasionado por su salvación, comprometido con la justicia y consciente de la universalidad del amor de Dios hacia todas las naciones. Los cristianos están llamados a amar a Israel con el anhelo de Pablo por su redención (Romanos 10:1), a esperar su restauración en el reino mesiánico (Zacarías 12:10). De la misma forma, también estamos llamados a denunciar su pecado con el espíritu profético de Elías y Amós, sin caer en la idolatría ni ignorar el valor de toda la humanidad creada a imagen de Dios (Génesis 1:27).
El espectáculo del púlpito: cuando la teatralidad reemplaza la unción
Como predicadores, estamos llamados a confiar en el poder de la Palabra y del Espíritu Santo, evitando la tentación de sustituir ese poder con ruido emocional o técnicas humanas. Al hacerlo, reflejamos al Dios de paz y aseguramos que la predicación sea un medio efectivo para la transformación espiritual de los oyentes.
Los Nefilim y los «Hijos de Dios» en los textos apócrifos y el Nuevo Testamento: ¿Negó Jesús, o algún otro autor inspirado, el origen sobrenatural de los Nefilim?
La narrativa de los ángeles rebeldes que cohabitaron con mujeres humanas y dieron lugar a los nefilim, una descendencia híbrida, se menciona de manera escueta en Génesis 6:1-4, pasaje que, aunque breve, es de gran relevancia teológica y narrativa.
De Babel a Pentecostés: Una lectura pentecostal
La Torre de Babel y el evento de Pentecostés son considerados momentos clave en la narrativa bíblica, en los cuales Dios interviene directamente en la historia de la humanidad. Aunque en apariencia estos eventos parecen ser opuestos, están profundamente conectados en su propósito de cumplir los designios divinos de dispersar y unir a las personas. En el relato de Babel, Dios desciende para confundir las lenguas y dispersar a la humanidad (Génesis 11:1-9). Por otro lado, en Pentecostés, Él desciende a través del Espíritu Santo para unificar a los creyentes y esparcir su mensaje a todas las naciones (Hechos 2:1-12). Ambos eventos revelan el poder de Dios sobre la comunicación humana y su intención de que la humanidad llene la tierra y conozca su salvación.
La apostasía del creyente y el sello del Espíritu Santo
El concepto del sello del Espíritu Santo es fundamental en la teología cristiana, especialmente en la comprensión de la identidad y la seguridad del creyente. Este sello se menciona en varias ocasiones en las Escrituras, y su significado va más allá de un simple marcado físico, reflejando una identificación espiritual y una garantía divina. De acuerdo con la Biblia, el sello del Espíritu Santo implica una marca distintiva que identifica a los creyentes como propiedad de Dios y como parte de su familia espiritual.
Jesucristo, Dios en igualdad con el Padre
El Hijo es de la esencia del Padre, eterno, perfecto, Dios de Dios, engendrado, no creado, consubstancial con el Padre. Por quien todo fue hecho, tanto lo que está en los cielos como lo que está en la tierra.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia
En la vida cristiana, se encuentran paradojas sorprendentes. Por un lado, aquellos que creen en Cristo han sido conectados con una fuente de satisfacción vital que puede colmar todos sus deseos y anhelos. Sin embargo, también anhelan ardientemente como un corazón sediento (Salmos 42:1). Cantan y alaban al Señor en sus corazones, pero al mismo tiempo suspiran profundamente cada día, ya que su experiencia a menudo es dolorosa y confusa; pero a pesar de todo eso nunca renunciarían a ella ni por todo el oro del mundo.
¿Volver a las sendas antiguas? Sí, pero ¿cuáles?
Los tiempos cambian, la Palabra de Dios, el Evangelio, permanece para siempre. El problema es que algunos llaman Evangelio a lo que no es Evangelio, sino tradición, cultura y costumbre. Cuando las nuevas generaciones abandonan tales tradiciones, cambien sus costumbres y los cambios sociales modifican la cultura, la vieja guardia evangélica tiende a alarmarse, creyendo que lo que ha ocurrido es un acto de infidelidad o apostasía por parte de las nuevas generaciones.
El lado oscuro del complementarismo neopuritano y la supuesta «masculinidad bíblica»
En un mundo donde la ideología de género amenaza con deconstruir la masculinidad y la feminidad, reinventándolas a su imagen y semejanza, la subcultura evangélica se ha lanzado en una carrera demente por decirnos qué significa ser hombre o mujer. El problema no es que lo hagan apelando a la Biblia (la Biblia tiene mucho que decirnos sobre lo que significa ser un hombre o una mujer de verdad). El problema es que lo hacen a partir de una visión distorsionada de la masculinidad y amparado en una interpretación puritana (y errada) de los roles de género.