Cuando celebramos nuestro cumpleaños, no estamos festejando el día preciso en que comenzamos a existir como seres humanos. La vida humana empieza en la concepción, que ocurrió aproximadamente nueve meses antes del nacimiento. Nadie celebra el “aniversario de su concepción” (ni siquiera sabemos la fecha exacta en la mayoría de los casos). Lo que celebramos es el natalicio: el día en que vinimos al mundo, el evento de nuestro nacimiento.
Categoría: Expiación de Cristo
El árbol de Navidad: una tradición nacida en el corazón del cristianismo protestante
Cada diciembre, mientras numerosas familias cristianas colocan el árbol en la sala de sus hogares, encienden sus luces y cuelgan las bolas de colores, suele aparecer la misma pregunta incómoda por parte de alguno que otro de sus consiervos también cristianos: "¿No saben que el árbol de Navidad es una tradición pagana? ¿No es esto un resto del paganismo germánico o romano?”. Esta pregunta, a menudo formulada con una mezcla de preocupación sincera y afán correctivo, abre un viejo debate dentro del cristianismo.
La Unicidad y las oraciones de Cristo: ¿Trastorno de identidad disociativo en la Deidad?
La teología unicitarista, aunque creativa en su intento de explicar las oraciones de Cristo desde una perspectiva unipersonal, falla en proporcionar una explicación bíblicamente fiel, lógicamente coherente y psicológicamente plausible. Los textos bíblicos, como Juan 17 y Mateo 26, presentan al Padre y al Hijo como personas distintas en una relación interpersonal genuina, incompatible con la noción de una sola persona con dos modos de conciencia. Lógicamente, la comunicación intramodal propuesta por la unicidad se reduce a un monólogo que no puede dar cuenta de la alteridad y reciprocidad evidentes en las oraciones de Cristo. Psicológicamente, la dinámica relacional de amor y sumisión entre el Padre y el Hijo requiere sujetos personales distintos, no meros modos de una misma persona.
El pecado original en el pensamiento de Agustín, los Padres Pre-Agustinos y el judaísmo (Parte I)
La doctrina del pecado original, desarrollada por Agustín de Hipona (354-430 d.C.), constituye un pilar esencial de la teología cristiana occidental, con un impacto profundo en las tradiciones católica y protestante. Formulada en el contexto de las controversias pelagianas del siglo V, esta enseñanza aborda cuestiones fundamentales sobre la condición humana, su inclinación al pecado y su dependencia absoluta de la gracia divina para la redención. Para Agustín, el pecado de Adán y Eva en el Edén no fue un evento aislado, sino un acto cósmico que transformó la naturaleza humana, transmitiendo una corrupción inherente a todas las generaciones. Esta doctrina no solo explica la fragilidad moral de la humanidad, sino que también destaca la necesidad de la intervención divina para restaurar la comunión perdida con Dios.
El descenso de Cristo a los infiernos (Descensus ad Inferos): Conquista, liberación y proclamación universal
El descenso de Cristo a los "infiernos" (o Hades, el lugar de los muertos en la tradición judía) es un evento teológico central en la fe cristiana, afirmado en el Credo de los Apóstoles. Este acto, que ocurrió entre la crucifixión y la resurrección, no fue una derrota, sino una conquista gloriosa que combina la proclamación de salvación y juicio, la liberación de los justos antiguos, la derrota del diablo y la universalidad de la redención. Basado en pasajes bíblicos como 1 Pedro 3:18-20, 1 Pedro 4:6, Judas 6, Génesis 6:1-4, Efesios 4:8-10, Hebreos 2:14-15 y Apocalipsis 1:18, este evento demuestra la autoridad de Cristo sobre la muerte, el diablo y toda la creación. Estos pasajes se entrelazan para formar una narrativa coherente, que bien podemos denominar “el Saqueo del Infierno”.
La Expiación Ilimitada en el arminianismo: Un Dios de amor para todos
La doctrina de la expiación ilimitada, central en el pensamiento arminiano, sostiene que la muerte de Cristo en la cruz fue suficiente y eficaz para todos los seres humanos, no solo para un grupo selecto. Esta postura subraya el amor de Dios y su deseo de salvación para toda la humanidad. La Remonstrancia de 1610, un documento clave para la tradición arminiana, sostiene firmemente la doctrina de la expiación ilimitada, en clara oposición a la enseñanza calvinista de la expiación limitada. El segundo artículo de la Remonstrancia establece que Cristo murió por todos los seres humanos, lo que implica que la oferta de salvación es universal, aunque condicionada a la fe. Esta enseñanza refleja la creencia de que el sacrificio de Cristo fue hecho por toda la humanidad, pero solo aquellos que creen y perseveran en la fe recibirán los beneficios de esa redención.
Bienaventurados los limpios de corazón
¿Un corazón limpio? ¿Qué significa tal cosa? El salmista escribió: “¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro, el que no ha alzado su alma a la falsedad ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del Señor, y justicia del Dios de su salvación.” (Salmo 24:3-5, NBLA).
Verus Deus, Verus Homo: El Misterio de la Encarnación
La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana genuina y ortodoxa: "En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios." (1 Juan 4:2). Esa ha sido la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos, incluso a través de su himnología, cuando cantaba, ya en el primer siglo, acerca del gran “Misterio de la piedad”, es decir, de la Encarnación del Dios-Hijo.
La salvación no se pierde ¡Es imposible perderla!
“¿La salvación se pierde o no? En un sentido sí y en otro sentido no. El problema de la pregunta es que se habla como si la salvación se tuviera, se poseyera, como si fuera propia o como si se tuviera algún derecho sobre ella. La salvación no se gana, no se obtiene, no se posee. No es de uno, es de otro [“La salvación es del Señor.” – Salmo 3:8, LBLA]. Uno es solo un invitado, participa de ella y la goza. Simplemente sé parte de la fiesta.”
Simul Iustus Et Peccator | Al mismo tiempo justo y pecador (I)
La declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 toma una postura muy seria sobre el pecado. No rehuye la realidad bíblica de que el pecado ha corrompido totalmente a la humanidad y al mundo (1 Juan 1:9; Romanos 3:23; Romanos 8:22). Es una confesión de que la criatura humana no puede por su propio poder vencer el pecado o que dejará, en esta vida, de ser pecadora. El daño causado por el pecado al alma humana es tan indescriptible que no puede ser reconocido por nuestra razón, sino solo por la Palabra de Dios. El daño es tal que sólo Dios, a través de su bendita gracia y el poder de su Santo Espíritu, puede separar la naturaleza humana y la corrupción entre sí.