Devocional, REFLEXIÓN BÍBLICA, Vida Espiritual

¡Libérate de la envidia!

Por: Fernando E. Alvarado.

La envidia no tiene cabida en el plan de Dios para nuestra vida. Sin embargo, todos luchamos con eso en un momento u otro de la vida, o quizás en más momentos de los que quisiéramos admitir. ¿Y sabes por dónde empiezan la envidia y los celos? Por la comparación. Cuando comparas tu realidad con la de otro, cuando comparas tu familia con la de tu amigos, cuando comparamos nuestros ministerios o trabajos, poco a poco nuestro corazón comienza a contaminarse y, sin darnos cuenta, llegamos al punto en que nos encontramos cuestionando incluso a Dios. Ante tales peligros, la Palabra está llena de exhortaciones a cuidar nuestro corazón y limpiarlo de cosas tan contaminantes como los celos, la envidia y la codicia de lo que otro tiene o ha logrado. Podemos justificarlo de mil maneras, pero déjame decirte sin tapujos una vez más: ¡La envidia no tiene cabida en el plan de Dios para nuestra vida! Desde un principio, Él lo dejó bien claro. El Creador, que nos conoce muy bien por eso mismo, porque es nuestro Creador, sabía que el codiciar produce envidia, y la envidia, muerte. Por eso mandó: «No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca» (Éxodo 20:17; NVI).

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Quizá te parezca increíble pero ¡Muchos incluso envidian la relación con Dios, la unción, el ministerio, los puestos en directivas y el liderazgo de otros! Esto los lleva a ni siquiera poder soportar la sola presencia de la persona que envidian. Hablan mal de ellos, los critican en público, en privado, o incluso en las redes sociales y la iglesia ¡Hasta usan sus sermones para atacarles! Si otro organiza un evento «no sirve», si cobran «es porque son mercaderes de la fe», si no cobran «son tontos, no valoran su trabajo». ¡Siempre hallarán un pelo en la sopa! Cuál Caín, si pudieran eliminarían el objeto de su envidia, pues les causa profundo enojo ver cómo Dios respalda a otros y no a ellos. Tan solo piensa en lo que nos dice la Palabra: «Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño», sin embargo, «el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo.» La respuesta del Señor a Caín fue contundente: «¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo? Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero, si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo». Lamentablemente, lejos de arrepentirse, Caín habló con engaños a su hermano Abel y «Mientras estaban en el campo, Caín atacó a su hermano y lo mató.» (Génesis 3:3-9, NVI). ¿Qué hay de nosotros? ¿Seremos en el fondo más parecidos a Caín de lo que pensamos?

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Sí, quizás ni tú ni yo hemos matado a nadie por envidia literalmente, pero en nuestro corazón… ¡Ah, la historia es muy diferente! Ese llamado “monstruo” de la envidia nos devora. Por eso la Palabra nos exhorta: «No seamos como Caín que, por ser del maligno, asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo hizo? Porque sus propias obras eran malas, y las de su hermano justas» (1 Juan 3:12; NVI). En muchas ocasiones, la marcha de nuestra vida también se detiene porque hemos decidido actuar de la misma manera y dejar que la envidia tome el control de nuestras decisiones. Con toda honestidad, ¿se está enfermando tu corazón por causa de este mortífero veneno? ¿Has entendido que eres una persona que constantemente se siente insatisfecha? La única manera de liberarnos es dejar que Dios nos cure. Y para ello necesitamos implementar primero estos pasos: (1) Reconocer los celos y la envidia como lo que son, un pecado; (2) Confesarlos a Dios y arrepentirnos y (3) rendirnos a la obra transformadora del Espíritu Santo para que esta actitud cambie. Y tú ¿Qué harás? ¿Dejarás que la envidia te controle? O por el contrario, ¿Le permitirás al Señor que te ayude a erradicarla de tu vida? ¿Qué tal si hacemos nuestros los siguiente versículos?

«Por lo tanto, abandonando toda maldad y todo engaño, hipocresía, envidias y toda calumnia, deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación, ahora que han probado lo bueno que es el Señor.» (1 Pedro 2:1-3, NVI).

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