"¿A qué tengo que renunciar?" Esta es una pregunta común que uno puede hacer al entregar su vida a Cristo. Para muchos tan sólo hacerse esta pregunta genera temor. Las personas están muy apegadas a lo que han adquirido o logrado, ¿y por qué no deberían estarlo? Se invierte mucho tiempo, energía y recursos en todo lo que obtenemos en la vida. ¿Tenemos que renunciar a todo para seguir a Cristo?
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Reflexión pastoral sobre la disciplina eclesiástica
Hoy día, muchos cuestionan el derecho de la iglesia a “intervenir” en la vida de sus miembros. Algunos alegan que la disciplina resulta en una intromisión a la privacidad que es contraria a la libertad cristiana. Otros conciben la aplicación de la disciplina como un acto legalista porque al final, dicen, “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y otro grupo entiende que la disciplina contradice la gracia y que por tanto no debería ser practicada por la iglesia. La idea de que la iglesia local ejerza cualquier tipo de autoridad sobre nuestras vidas hace que muchos de nosotros nos volvamos aprensivos. Nos incomoda la idea de un pastorado opresivo o la de un control de comportamiento sectario.
Cuando el pecado nos impide orar.
Reconocer la naturaleza corrosiva del pecado y la forma en que se come nuestra vida espiritual nos obliga a mantener cuentas cortas con Dios, y luchar contra las temporadas de culpa que vienen por la falta de oración. Bien se ha dicho, el pecado te alejará de la oración, y la oración te alejará de pecar. Pero también es cierto que la oración te sacará del pecado. A veces es un trabajo duro. Pero es un buen trabajo. Recuerda, nunca eres demasiado pecador como para orar, si tu oración es una de arrepentimiento. Cristo es poderoso para salvar, y su gracia es más grande que todos nuestros pecados.