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¿Dónde está tu hermano? (Génesis 4:9) — Cuestionando la indiferencia ante el dolor y el sufrimiento ajeno

¿Qué haría Jesús con los migrantes? Esta es quizá la pregunta que avergüenza a aquellos que, llamándose cristianos, se vuelven cómplices del abuso, la deshumanización de los inmigrantes, la violación de los derechos humanos, o que, cuando sus falsos mesías así lo piden, ignoran el principio bíblico del amor al prójimo.

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Cuando la fe se convierte en ideología: Una reflexión sobre el cristianismo, la inmigración y la manipulación de la Biblia

¡Que la iglesia despierte antes de que el candelero sea removido (Apocalipsis 2:5)! El tiempo de justificar lo injustificable ha terminado. ¡Ay de nosotros si callamos! Hoy más que nunca, el cristianismo necesita volver a su esencia: una revolución de amor incómodo, que no tema denunciar el mal —propio y ajeno— y que nunca, jamás, celebre el sufrimiento como victoria.

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Pentecostés, o la democratización de los dones del Espíritu

En Números 11:29, Moisés nos comparte un deseo profundo: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta, que el Señor pusiera su Espíritu sobre ellos!" En ese contexto, dos hombres, Eldad y Medad, habían recibido el Espíritu de Dios y profetizaban en el campamento, lo que preocupó a Josué. Sin embargo, Moisés, lejos de verlo como algo negativo, expresó su anhelo de que todos los israelitas pudieran experimentar la presencia y el poder del Espíritu de Dios. Para nosotros, ese ideal de Moisés refleja el anhelo de una comunidad carismática, donde todos podamos ser partícipes del Espíritu divino (Números 11:29). Este deseo de Moisés es la anticipación del sueño de Dios para su pueblo: una comunidad donde todos estén capacitados por el Espíritu, y no unos pocos privilegiados.

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Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia

En la vida cristiana, se encuentran paradojas sorprendentes. Por un lado, aquellos que creen en Cristo han sido conectados con una fuente de satisfacción vital que puede colmar todos sus deseos y anhelos. Sin embargo, también anhelan ardientemente como un corazón sediento (Salmos 42:1). Cantan y alaban al Señor en sus corazones, pero al mismo tiempo suspiran profundamente cada día, ya que su experiencia a menudo es dolorosa y confusa; pero a pesar de todo eso nunca renunciarían a ella ni por todo el oro del mundo.

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La Guerra Espiritual en el Antiguo Testamento

Dios, como el Creador supremo, ejerce control sobre su creación, incluyendo a los seres espirituales y a los humanos que se rebelaron contra Él. La presencia de maldad en la creación se debe a las acciones de estos seres rebeldes, tanto espirituales como humanos. Sin embargo, Dios supervisa y guía esta maldad de acuerdo con sus propósitos y dentro de los límites de los tiempos que ha establecido. En el Antiguo Testamento, no hay indicios de que Dios haya empleado guerreros humanos en batallas espirituales; en cambio, parece que un ángel mensajero, posiblemente Gabriel, y el arcángel Miguel fueron los únicos seres que enfrentaron las fuerzas espirituales de maldad

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Perspectivas cristianas sobre la guerra espiritual

La guerra espiritual es un tema que ha generado mucho debate durante los últimos años. Algunos sectores del evangelicalismo la consideran una herejía peligrosa, mientras que para otros (principalmente en círculos carismáticos, pentecostales y neopentecostales) la guerra espiritual es considerada la mejor estrategia para evangelizar al mundo. Numerosos libros y artículos han sido escritos tanto para defender como para oponerse a la práctica de la guerra espiritual. El desacuerdo es amplio, pero también los puntos en común: Todos los cristianos estamos de acuerdo en que todo seguidor del Señor Jesucristo está involucrado en una guerra espiritual y que tiene la responsabilidad de participar en ella bajo la autoridad de Cristo.

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El Reino de Dios en Lucas y Hechos

La idea del reino con Jesús se vuelve más que evidente, específicamente a través de un verso que es de exclusividad lucana: “Habiendo preguntado los fariseos a Jesús cuándo vendría el reino de Dios, Él les respondió: «El reino de Dios no viene con señales visibles, ni dirán: “¡Miren, aquí está!” o: “¡Allí está!”. Porque, el reino de Dios está entre ustedes»” (Lc 17:20–21).[4]