Cuando la pandemia de SIDA inició algunos religiosos, tanto católicos como protestantes, militantes del más extremado fundamentalismo, manifestaron sin rubor que el SIDA era un castigo de Dios al pecado del mundo. ¿Suena lógico o no? Después de todo, si te enfermaste de esto muy seguramente fue por algo malo que hiciste. Pero la verdad no es así de simple.
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La Iglesia y el cuidado de los necesitados en medio de la pandemia
Hoy nuevamente el mundo está angustiado, desfallece y se desmorona. Los sistemas de salud colapsan, los gobiernos (incluso los mejores y más poderosos) se ven impotentes ante el avance del COVID-19. El imparable avance de la pandemia, la muerte de un ser querido víctima del COVID-19, el temor a una crisis financiera sin precedentes luego de la pandemia, todo se conjuga para apagar la última llama de esperanza. Pero los cristianos tenemos algo en nosotros que nos permite encarar esta situación con esperanza, amor al prójimo y firmeza.
La iglesia nunca cerró
Como todos, deseo volver a la normalidad de nuestras congregaciones pero ¿a qué precio? ¿Estamos preparados para atender a las ovejas sin exponerlas? Abrir solo por abrir no tiene sentido. Necesitamos prepararnos adecuadamente. Al corto de vista y de recuerdo, con escasa capacidad de aprendizaje y nula sabiduría, la Biblia le llama necio. En algunas traducciones más actuales, directamente se le llama tonto. ¿Estaremos siendo nosotros necios y tontos? Y es que el necio no solo es aquel que dice en su corazón “No hay Dios” (Salmo 53:1), sino también aquel que, aún estando plenamente consciente de la existencia de un Ser Superior cree que lo que hace está bien y no escucha el consejo de nadie (Proverbios 12:15). Defiende su postura desde la agresividad, porque la razón y la legitimidad le han abandonado (Proverbios 12:16) y su diversión está en hacer necedades (Proverbios 10:23). Sin embargo no suele querer ver que su final viene asociado a su mucha necedad y que él mismo prepara el camino de su destrucción (Proverbios 5:23). Hoy cierro esta reflexión con palabras más directas aún de parte del propio Salomón, que son más relevantes que nunca para nosotros en estos días que vivimos: “¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores se deleitarán en hacer burla, y los necios aborrecerán el conocimiento?” (Proverbios 1:22). Ciertamente, es como para hacernos pensar.
El Evangelio de la Conspiración
El término «teoría conspirativa» es usado en círculos académicos y en la cultura popular para identificar un tipo de folclore similar al de una leyenda urbana. El término también se usa para referirse a aseveraciones que se consideran mal concebidas, paranoicas, sin fundamento, extravagantes, irracionales o no merecedoras de consideración seria. La mentalidad conspirativa se identifica por ciertos patrones de pensamiento: (1) las apariencias engañan; (2) las conspiraciones conducen la Historia; (3) nada es al azar; (4)el enemigo siempre gana; y (5) poder, fama, dinero y sexo dan cuenta de todo. Dios y la escatología bíblica son sustituidos por estas teorías en auge, ahora en boca de los profetas de la especulación y el espanto. Es impensable que las teorías de la conspiración, una mercancía de uso siniestro y engañoso, desacreditadas por retorcer la información veraz y por la promoción de los falseamientos y engaños que vienen con las fake news, encuentre entre los evangélicos tantos ávidos y entusiastas compradores. Y sin embargo, ¡lo hace!
¿Súper fe, imprudencia o fanatismo?
En estos días de crisis sanitaria hemos podido ver la influencia que está teniendo la religión y la fe en lo que está pasando y lo que podría pasar con el coronavirus. Aunque no sabemos cuánto tiempo más estarán cerradas las iglesias o las personas sufrirán durante la pandemia de coronavirus. Sin embargo, sabemos que las personas de fe han perseverado y vencido en el pasado y lo harán otra vez hoy y en el futuro. Nuestras comunidades pueden experimentar pérdidas trágicas, pero también podremos escuchar testimonios dramáticos de sanidad. Necesitamos orar los unos por los otros. Necesitamos animarnos unos a otros. Necesitamos cuidarnos unos a otros, especialmente a los más vulnerables (niños, ancianos y enfermos crónicos). Pero, sobre todo, nuestras iglesias deben seguir el ejemplo de quienes nos precedieron para mantenerse a salvo personalmente y obedecer las pautas que mantienen a otros a salvo. Si podemos hacer esto, lo lograremos. Nuestras convicciones religiosas no deben ser motivo de imprudencia; el fanatismo religioso jamás debe tomar el lugar de la fe.
No es el fin, es apenas el principio
En tiempos de crisis, la gente necesita esperanza. ¡Y la mayor fuente de esperanza debe provenir de los creyentes y de una iglesia valiente, decidida, sabia y firme! Las epidemias son oportunidades clave para que la iglesia crezca. ¡El mayor testimonio es seguir el ejemplo de Cristo como hizo con los leprosos! Es hora de difundir amor, generosidad, esperanza y paz sin tenerle miedo a la “lepra” (o al COVID-19). La iglesia primitiva duplicó sus números ante este tipo de epidemias, incluso peores y ¿porque nosotros no?
Una iglesia en cuarentena
La iglesia, otrora encerrada en las cuatro paredes del templo, ahora se encuentra diseminada en los hogares, barrios y colonias. Las redes sociales, en otro tiempo condenadas por los predicadores por considerarlas instrumentos de Satanás, son hoy el nuevo vehículo para llevar el mensaje de salvación a las naciones.
¿Tiene Dios la culpa de esto?
En algunos círculos religiosos protestantes, sobre todo dentro de la teología reformada, se cree a menudo que todo lo que ocurre, bueno o malo, ha sido predeterminado por Dios. Dios es quien, en su soberanía, decreta cada acto que ocurrirá en la historia y más allá de ella. Todo, incluso el mal y el pecado, las pestes, terremotos, o cualquier otro tipo de desastre y desgracia que acontezca, ocurre porque Dios así lo quiso. Son "actos de Dios" se dicen a sí mismos. Pero, ¿es realmentea así?
El autocuidado pastoral
Pastor, no te descuides de ti mismo. No bajes la guardia, ¡Sé fuerte! Tus ovejas te necesitan. La forma de ejercer nuestro ministerio ha cambiado, de eso no hay duda. ¡Y quizá nunca vuelva a ser igual que antes! Lo que no ha cambiado, ni cambiará, es nuestra responsabilidad de compartir la Palabra de Dios.
Misma tormenta, pero distinto barco…
Estamos en el mismo mar y enfrentando la misma tormenta, sí. Pero unos la enfrentan en yate, otros en lancha, otros en salvavidas y otros a duras penas continúan nadando con todas sus fuerzas. Cada cual que navegue su ruta con respeto y dignidad.