Por Fernando E. Alvarado
««No digáis: «Es conspiración», a todo lo que este pueblo llama conspiración, ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis.»
Isaías 8:12, LBLA

INTRODUCCIÓN
El COVID-19 no es la primera plaga que la humanidad enfrenta, y estoy seguro que tampoco será la última. Tampoco es la primera crisis que enfrenta la iglesia. La iglesia de Cristo en cada generación ha enfrentado sus propios desafíos. En el año 165, durante el reino de Marco Aurelio, el Imperio Romano sufrió el azote de una gran epidemia: la viruela hizo su aparición en occidente. ¡Aniquiló entre un cuarto y un tercio de la población del imperio Romano en 15 años! En muchos sentidos fue peor que el actual COVID-19 y muchos, incluso cristianos, perdieron la vida.
Más tarde, en el 251 d.C. una nueva epidemia causó otra gran devastación y los creyentes tampoco pudieron escapar. Muchos creyentes perdieron la vida a manos de la pandemia pero, curiosamente, la iglesia duplicó sus números. ¿Cómo pudo ser esto? Dionisio de Alejandría, quien escribió durante la segunda epidemia, relató lo siguiente:
“En todo caso, los mejores de nuestros hermanos partieron de este mundo (debido a su ayuda a los afectados por la pandemia): presbíteros— algunos—, diáconos y laicos, todos muy apreciados. (Y pienso) que este género de muerte, por la mucha piedad y robusta fe que entraña, en nada debe considerarse inferior incluso al martirio. Y así tomaban en sus manos y en sus regazos los cuerpos de los santos, les limpiaban los ojos, cerraban sus bocas y, aferrándose a ellos y abrazándolos, después de lavarlos y envolverlos en sudarios, se los llevaban a hombros y los enterraban. Poco después recibían ellos estos mismos cuidados, pues los que quedaban seguían los pasos de quienes les precedieron. (…) En cambio, entre los paganos era al contrario: se apartaban de los que empezaban a enfermar, rehuyendo incluso a los seres queridos, y arrojaban a los moribundos a la calle, y sus cadáveres a la basura sin darles sepultura, intentando evitar el contagio y el contacto con la muerte, empeño nada fácil hasta para los que ponían más ingenio en esquivarla”. (Eusebio, Historia Eclesiástica, 7.22:7-10)
Por muy increíble que parezca, las epidemias contribuyeron en gran medida al crecimiento del cristianismo y creo que, si somos sabios y actuamos de la misma forma en que lo hicieron nuestros antecesores en la fe, lo mismo ocurrirá con el COVID-19. Este no es el fin del mundo, sino el principio de una tremenda oportunidad para la iglesia: la oportunidad de dar a conocer el Nombre de Jesús entre aquellos que aún no le confiesan como su Señor y Salvador.

EL TIEMPO DE SER LUZ HA LLEGADO
Hoy nuevamente el mundo está angustiado, desfallece y se desmorona. Los sistemas de salud colapsan, los gobiernos (incluso los mejores y más poderosos) se ven impotentes ante el avance del COVID-19. El imparable avance de la pandemia, la muerte de un ser querido víctima del COVID-19, el temor a una crisis financiera sin precedentes luego de la pandemia, todo su conjuga para apagar la última llama de esperanza. Pero los cristianos tenemos algo en nosotros que nos permite encarar esta situación con esperanza, amor al prójimo y firmeza.
Las filosofías humanas, las religiones inventadas por los hombres, ninguna es capaz de traer alivio a este mundo. Solo el Evangelio de Jesucristo es capaz de hacerlo. Tal como ocurrió en los primeros siglos de nuestra era, cuando las filosofías paganas y helenísticas de la época no podían dar sentido y consuelo a las personas frente a las desgracias que las azotaban, tampoco hoy pueden hacerlo el materialismo, el humanismo, el relativismo y las demás filosofías de nuestra época.

En los primeros siglos de nuestra era, durante la segunda pandemia ocurrida en el año 251 d.C., los paganos vieron como su sistema de creencias, aquello en lo que habían depositado su confianza, se derrumbaba: Los profetas paganos adoptaron un enfoque fatalista. La pandemia fue interpretada como castigo de los dioses, o simplemente no tenían respuesta, haciendo patente su ignorancia ante los hechos. Además, muchos profetas paganos intentaban escapar de la pandemia huyendo de las ciudades y abandonando a su suerte a aquellos que confiaban en ellos. La situación no era muy diferente entre los filósofos. Su comprensión de las leyes de la naturaleza no daba respuesta a la cuestión del “¿por qué?” Incluso filósofos como Cicerón enfatizaban que sobrevivir o no, era una cuestión de mera suerte. En contraste, el cristianismo ofrecía una repuesta satisfactoria, al poder dar razones para los tiempos difíciles, y al mirar al futuro con esperanza, incluso con entusiasmo.
¿Cuál era la ventaja de los cristianos? ¿Por qué los cristianos podían encarar una situación tan caótica como la pandemia con tanta esperanza? La ventaja de los cristianos en este caso residía no en que fueran superhombres, sino en sus creencias y su fe sobrenatural en Jesús el Cristo. Sus creencias daban sentido incluso a la muerte. Una iglesia llena del poder del Espíritu Santo podía impartir consuelo e incluso sanidad y curación a un mundo enfermo. Pero aún si la sanidad milagrosa no ocurría, la fe en Jesús le ofrecía a sus poseedores la oportunidad de reencontrarse con sus seres queridos en el más allá, así como la esperanza de una resurrección gloriosa. Por lo tanto, el cristianismo de los primeros siglos tenía respuestas para estos tiempos terribles. Pero ¿Qué hay de nosotros hoy? ¿Tenemos la misma fe y esperanza que ellos? ¿Poseemos el mismo Espíritu que nos imparte poder de lo alto? ¡Claro que sí! ¿o ha cambiado acaso el Evangelio?

EL MUNDO NECESITA LO QUE LA IGLESIA DEL SEÑOR TIENE PARA OFRECERLE
Hoy más que nunca (lo sepan o no) el mundo necesita lo que la iglesia tiene. El mundo necesita a Jesús. El mundo necesita una iglesia dispuesta a ser sal y luz. Una iglesia valiente que brille y refleje con acciones la validez de su mensaje. Hoy más que nunca los cristianos tenemos que ser ejemplos de esperanza. Los primeros cristianos compartían su amor, su alegría y su esperanza ante la posibilidad de la enfermedad y la muerte porque sus vidas y creencias no dependían de las condiciones cambiantes del mundo. Como Pablo le dice a Timoteo:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Como cristianos, reaccionar a las crisis con pánico y miedo significa reaccionar como el mundo pagano. ¿Cómo va el mundo a preguntarnos por “la razón de la esperanza que hay en nosotros” si actuamos de tal manera? (1 Pedro 3:15). Antes bien, la Palabra nos exhorta:
«No digáis: «Es conspiración», a todo lo que este pueblo llama conspiración, ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis.» (Isaías 8:12, LBLA)

Pero no basta con mostrar esperanza. Hoy más que nunca los cristianos tenemos que mostrar amor al prójimo. Aparte de adoptar las medidas sanitarias recomendadas por las autoridades o de contribuir con nuestra profesión o a través de diferentes servicios si se nos requiere, los creyentes podemos ayudar materialmente a aquellas personas menos afortunadas que nosotros, incluso compartiendo lo poco que tengamos. En medio de la pandemia, nuestra motivación no debe ser “¿Cómo puedo protegerme?” o “¿Cómo escapo de esta situación?” sino “¿Qué puedo hacer para ejercer mi amor al prójimo?” o “¿Qué puedo o debo hacer para honrar al Señor en esta situación?” Si no sabemos cómo, orando el Señor, Él puede mostrarnos formas de reaccionar acordes a Su voluntad. El mandato de cuidar de nuestro prójimo sigue vigente, sobre todo en tiempos de calamidad como estos:
«Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?» (1 Juan 3:17, LBLA)
«La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es esta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo.» (Santiago 1:27, NVI)

Como lo mencioné al principio, el COVID-19 no es el fin. Es apenas el principio de grandes oportunidades que se abren para los creyentes en Cristo. Todo depende de si interpretamos correctamente, a la luz de gracia y la soberanía de Dios, lo que ocurre a nuestro alrededor. Hoy más que nunca los cristianos tenemos que pensar con la mentalidad del Reino de los Cielos. En vez de quejarnos hay que dar gracias por las oportunidades. Quedar confinados en casa durante mucho tiempo puede ser una oportunidad para reestructurar nuestra vida familiar y nuestros vínculos, y así estrechar los lazos de nuestro amor familiar. También hay que tener en cuenta que el Señor nos ha dado dones con los que aprovechar mejor estas situaciones. El rey David probablemente escribió el Salmo 91 durante una epidemia. Así que David no perdió el tiempo. Lo uso de forma sabia. Se dedicó a escribir y componer salmos usando sus dones. De esta manera, podemos usar nuestros dones naturales y aquellos otorgados por el Espíritu Santo. Dones de evangelismo, de enseñanza, de servicio, de oración intercesora, de literatura, de música, de gestión, etc. para llegar a las multitudes, incluso si es por el ciberespacio. Si tenemos un don, hay que llevárselo al Señor, y preguntarle: «¿Cómo puedo usar mi don para tu gloria en esta situación?»

PARA ESTA HORA NACIMOS
En tiempos de crisis, la gente necesita esperanza. ¡Y la mayor fuente de esperanza debe provenir de los creyentes y de una iglesia valiente, decidida, sabia y firme! Las epidemias son oportunidades clave para que la iglesia crezca. ¡El mayor testimonio es seguir el ejemplo de Cristo como hizo con los leprosos! Es hora de difundir amor, generosidad, esperanza y paz sin tenerle miedo a la “lepra” (o al COVID-19). La iglesia primitiva duplicó sus números ante este tipo de epidemias, incluso peores y ¿porque nosotros no?
