Por Fernando E. Alvarado
A mis hermanos pastores:
Pastor, no te descuides de ti mismo. No bajes la guardia, ¡Sé fuerte! Tus ovejas te necesitan. La forma de ejercer nuestro ministerio ha cambiado, de eso no hay duda. ¡Y quizá nunca vuelva a ser igual que antes! Lo que no ha cambiado, ni cambiará, es nuestra responsabilidad de compartir la Palabra de Dios:
«Pero tú debes mantener la mente clara en toda situación. No tengas miedo de sufrir por el Señor. Ocúpate en decirles a otros la Buena Noticia y lleva a cabo todo el ministerio que Dios te dio.” (2 Timoteo 4:5, NTV).
Los pastores somos tan distintos los unos de los otros como distintas son nuestras ovejas. Algunos trabajamos ejerciendo el ministerio bivocacional, otros son sostenidos enteramente por sus congregaciones y no tienen necesidad de trabajar en el área secular. Algunos somos profesionales y graduados universitarios y otros apenas cuentan con educación básica o media.

Algunos tienen un cuerpo de apoyo pastoral sólido y experimentado, mientras que otros llevamos la carga en solitario pues el recurso humano escasea. Pensamos diferente, actuamos diferente, nuestra comprensión de la vida y conducta cristiana no siempre es la misma ¡Incluso nuestra teología a veces difiere, en aspectos secundarios (y esto a pesar de ser ministros de una misma denominación)! Sin embargo, más allá de nuestras diferencias, todos tenemos algo en común: Todos hemos sido llamados por el Señor, todos somos siervos de Cristo y todos trabajamos por amor en la misma causa. No siempre hacemos las cosas a la perfección (quizá nunca), pero hacemos lo mejor que podemos en las circunstancias que nos tocó servir y con las muchas o pocas habilidades que poseamos. Y es que hemos llegado a comprender que la medida del amor de un pastor por Dios está directamente relacionada con su cuidado deliberado por las ovejas de Cristo. Eso es lo que el Señor le dijo a Pedro después de que Pedro afirmó su amor por Cristo. El Señor dijo: “pastorea mis ovejas” (Juan 21:16). Entonces, ¿cómo puede un pastor amar a Cristo? Amando la iglesia de Cristo. Pastoreándola… aún en tiempos de pandemia.

En medio de la pandemia, quienes amamos y extrañamos nuestras oveeja nos preguntamos: ¿Cómo podemos pastorear eficazmente durante este tiempo? ¿Cómo cumplir con nuestros deberes hacia la iglesia en esta extraña temporada de cuarentena, distanciamiento social, y de suspensión de los servicios religiosos? En el fondo de nuestro corazón sabemos que la abrumadora perspectiva del ministerio en esta temporada del COVID-19 implica más que simplemente llevar a cabo la transmisión en vivo de un servicio. Anhelamos estar con ellos, extrañamos su compañía. Y nos preguntamos: ¿Tendrán qué comer? ¿Estarán todos bien? Todo esto vuela en la mente y duele en el corazón de un pastor. ¡Quisiéramos poder hacer más! Y eso está bien, es tener corazón de pastor… pero, ¿y a ti quién te pastorea? ¿qué haces para mantenerte fuerte espiritualmente en medio de la crisis? El auto cuidado es importante, y no solo para evitar contagiarte de algún virus, sino para evitar enfermar espiritualmente. Lamentablemente, muchos pastores no sabemos cuidar de nosotros mismos.

¿Y QUÉ HAY DE TI?
El ministerio pastoral está lleno de retos. En su peregrinaje hacia el cielo, cada pastor debe velar por su corazón y por el de todos aquellos que el Señor ha puesto bajo su cuidado: su esposa, sus hijos, su iglesia. La labor del pastor puede llegar a ser compleja y demandante… y la pandemia global que hoy vivimos ha llegado a complicar la vida de muchos siervos de Dios de formas nuevas y complejas. Muchos pastores ven cómo sus fuerzas se desgastan. Su tiempo de oración se ve mermado. Su esfuerzo en el estudio se debilita. Se apaga la ilusión, y aún las más pequeñas cosas terminan convirtiéndose en algo difícil de realizar. Me mueve a escribir este artículo mi profunda preocupación por muchos pastores que están solos y abatidos, sin saber qué hacer, sufriendo carencias y angustiados por el bienestar de su grey, al punto que se han descuidado a sí mismos y su vida espiritual.

Mi amado hermano pastor: No olvides que el diablo está muy interesado en derribar a los que están en lugares de liderazgo. Sabe que si ellos caen, puede hacer caer a muchos otros que tenían sus ojos puestos sobre ellos. Por eso, quiero sugerirte, humildemente, lo siguiete:
(1) Descansa en el Señor, no te angusties por tus necesidades materiales.
Los cultos han sido cancelados, los templos están cerrados. Las ofrendas y diezmos han cesado también en la mayoría de los casos. Esto ha significado para muchas iglesias y sus ministros una época de crisis económica. Pero recuerda: El Dios del llamado es también el Dios de la provisión. Hay pastores que prefieren ganar su sustento por otros medios (1 Tesalonicenses 2:9), y hay quienes no pueden ser sostenidos por la iglesia local. Sin embargo, vemos claramente en la Palabra que el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17-18). Es cierto –tristemente– que hay líderes religiosos que oprimen al rebaño para vivir con opulencia, y también es cierto que hay iglesias que pretenden que el pastor viva de las migajas que caen de la mesa. Ni una cosa ni la otra.

La iglesia tiene la responsabilidad de sostener de una forma digna a su pastor y su familia, según sus necesidades y según la capacidad de la iglesia. Y en estos tiempos difíciles, en los que quizá la iglesia no pueda ayudarte, ¡Descansa en el Señor! El te proveerá:
«Una vez fui joven, ahora soy anciano, sin embargo, nunca he visto abandonado al justo ni a sus hijos mendigando pan.» (Salmo 37:25, NTV)
(2) No te descuides, ni relajes tus normas de conducta. Mantente vigilante y cuida tu integridad personal.
El diablo aún busca devorarte. Protégete. No eres un superhombre. Eres humano. De carne y hueso. Estás sujeto a las mismas tentaciones y amenazas que cualquiera. Puede que hoy ejerzas el pastorado, pero no olvides que tú también eres una oveja y el diablo desea devorarte. Él buscará tus momentos de descuido. Mantente alerta.

El diablo no está en cuarentena:
«Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar.» (1 Pedro 58; LBLA)
(3) Reconoce tus limitaciones. No puedes hacerlo todo. No te sobrecargues de preocupaciones.
Ciertamente hay hombres a los que Dios realmente ha capacitado de una forma prodigiosa para el ministerio pastoral, pero aún así, ¡no tienen el don de la omnisciencia! ¡tampoco son todopoderosos! Ellos simplemente no pueden hacerlo todo. Y te aseguro que tú tampoco. En el ministerio pastoral es fácil caer en dos extremos: la dejadez, o el activismo. Recuerda que eres humano y que tus fuerzas son pocas. Huye del síndrome de “pequeño mesías” recordándote a ti mismo que Dios no depende de ti para llevar a cabo sus planes. Dios es soberano y perfectamente capaz de cumplir sus planes con nosotros o sin nosotros. Podemos descansar en eso y evitar sobrecargarnos de ansiedad. Hagamos lo que esté a nuestro alcance y bajo nuestras posibilidades, lo demás dejémoslo a Dios.
«Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes.» (Job 42:2, CST)
(4) Dedica tiempo a tu propia edificación espiritual, tal como lo harías al ayudar a una de tus ovejas.
Si no inviertes tiempo en tu propia edificación y crecimiento espiritual, terminarás perdiendo la pasión por ejercer tu ministerio y no tendrás nada valioso ni espiritualmente significativo que compartir con otros.

En sus palabras al joven pastor Timoteo, Pablo aconseja:
“Ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” (1 Timoteo 4:13-16, RVR1960)
El encierro y la cuarentena no son pretextos válidos para el descuido espiritual. Pablo sufrió períodos de encierro mucho peores, más incómodos y más largos que nosotros. La Cárcel Mamertina, conocida en latín como Carcer Tullianum y que probablemente es la cárcel más antigua de Roma, fue testiga del confinamiento final de Pablo. El historiador romano Salustio describió el Carcer Tullianum como un lugar “repugnante y espantoso por su estado de abandono, oscuridad y pestilencia”. Y es que la Cárcel Mamertina no era una prisión tal y como las entendemos hoy en día, sino más bien una antigua mazmorra. Al estar ubicada cerca de un sistema de alcantarillado, los textos antiguos hablan de ella como una cárcel húmeda y estremecedora compuesta por dos espacios ubicados en planos diferentes: La celda superior tiene forma trapezoidal y sus muros están compuestos de bloques de toba. La celda inferior es de forma circular y es la que toma el nombre de Tullianum en honor a su constructor, el rey Servio Tulio.

Fue en este incómodo y sucio lugar que el apóstol Pablo enfrentó el confinamiento (y no para guardar su vida como nosotros, sino esperando perderla a manos del verdugo). Ahí, sin servicio de cable, smartphones, cámaras de vídeo, WIFI, un refrigerador lleno de comida o una dulce esposa a su lado, el apóstol a los gentiles vivió sus últimos días. Lejos de descuidar su vida devocional, a Pablo también le preocupaba su propio crecimiento en el evangelio (2 Timoteo 4:13). En otras palabras, él sigue haciendo lo que le urgía hacer a Timoteo: crecer en la Palabra de Dios que nos hace sabios para salvación (2 Timoteo 3:14-17). Pablo todavía busca ser un hombre de Dios que sea un obrero aprobado en el ministerio del evangelio (2 Timoteo 2:15-18). Es por eso que le pide a Timoteo que le traiga los libros y los pergaminos (2 Timoteo 4:13). Pablo entiende que la necesidad de crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo nunca termina.
Hermanos pastores, si hemos de cumplir con nuestro ministerio, debemos darnos cuenta de que nunca llegaremos a no necesitar leer y estudiar las Escrituras. Necesitamos continuar aprendiendo, ser corregidos, ser entrenados en justicia. Por lo tanto, ¿Qué podemos hacer en medio de la cuarentena para lograrlo? Para empezar, establecer un plan de lectura bíblica regular y estudiar las Escrituras. Priorizar nuestros devocionales personales.

(5) No confíes en tu propio conocimiento, talentos naturales o años de experiencia. Tampoco desfallezcas ante la falta de los mismos ¡Confía en Cristo solamente! Su gracia te basta.
No importa cuan hábil, talentoso o experimentado seas en el ministerio, la confianza para cumplir tu ministerio no descansa en ti, y esta pandemia (la cual ha limitado nuestra movilidad, confinándonos al encierro en nuestro hogar) lo ha dejado en claro. Nuestra confianza mayor debe descansar en el Señor Jesucristo. Pablo tenía un llamado particular a dar a conocer el plan de Dios para salvación; es decir, su llamado era llevar el evangelio a los gentiles. Él era un erudito en la Palabra, su formación teológica era impresionante; sus talentos, muchos sin duda; sus años de servicio y experiencia, abundantes. Pero su confianza no estaba en sí mismo, sino en Jesucristo.
A través de peligros, amenazas y riesgos (quizá mucho mayores que el COVID-19), Pablo aprendió a confiar en el Señor, no en sí mismo. El Señor había rescatado a Pablo de la “boca” de las autoridades gubernamentales, de “la boca del león” (2 Timoteo 4:17), y de todo mal en su contra (2 Timoteo 3:18; 3:11). Si hemos de cumplir nuestro ministerio, necesitamos entender que, en la cultura de hoy (y esto va más allá del COVID-19), cada vez será más difícil ser pastor. Pero también necesitamos entender que las puertas del Hades no prevalecerán en contra de la Iglesia de Jesús. Jesús construirá su Iglesia, y el evangelio avanzará. Es Jesús quien restaurará todas las cosas; es Jesús quien regresará y reinará en el reino eterno en la nueva tierra; es Jesús quien hará todas las cosas nuevas. Nuestros “fracasos” y “éxitos” no cambiarán el plan eterno de Dios en Jesucristo. Somos participantes privilegiados en ese plan eterno al proclamar a Jesús como el Rey resucitado y exaltado sobre todas las cosas. Él es nuestra esperanza, y nuestra confianza debe descansar en él.

Necesitamos al Señor Jesucristo al principio, en medio, y al final de nuestro ministerio (2 Timoteo 4:22). ¿Dónde está tu confianza? No permitas que esté en tus propios dones, habilidades, creatividad, o inteligencia. No permitas que esté en tu propio éxito, fama u oportunidades de liderazgo. Deja que tu confianza descanse en el Señor Jesucristo. Solo Él debe recibir toda la gloria (2 Timoteo 4:18). Hoy, en medio de la crisis que nos asedia, debemos más que nunca confiar en Cristo, y solamente en Él.
NO TE RINDAS PASTOR. RECUERDA QUE…
No te sirves a ti mismo, le sirves a Dios. Nuestra labor es grande y difícil, pero llena de satisfacciones. Un día recibirás la recompensa de manos del príncipe de los pastores. Mientras tanto, ¡Haz tu trabajo fielmente! ¡Cumple tu ministerio! Recuerda que un pastor dirige los corazones y afectos del pueblo de Dios a la grandeza y gloria de Dios. Su ambición es decir con el salmista: “Engrandeced al Señor conmigo, y exaltemos a una su nombre” (Salmo 34:3, LBLA). Él conduce a la congregación de los adoradores a decir: “¡Engrandecido sea Dios!” (Salmo 70:4, LBLA). Él sabe que aquí está el camino de la verdadera alegría y gozo cuando el pueblo redimido por la sangre de Cristo tiene un objetivo de magnificar al Señor Jesucristo. ¡Ánimo pastores! ¡Sigamos adelante, cumpliendo fielmente con nuestro deber!
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.” (1 Pedro 5:2-4, RVR1960)
¡Un fuerte abrazo!
