Por Fernando E. Alvarado
«Pero nadie puede encadenar la palabra de Dios.»
2 Timoteo 2:8, BLP

INTRODUCCIÓN
Muchos creyentes están desesperados por no poder reunirse, por no poder salir, por no poder hacer lo que siempre hacían: campamentos, retiros, seminarios, viajes misioneros a corto plazo, conciertos… ¡Los pastores incluso hemos recibido insultos y críticas de uno que otro hermano «espirituflaútico» que se opone a la cuarentena y piensa que obedecerla equivale a doblegarse «ante los poderes de este mundo». Pareciera que algunos viven su vida desconectados de la realidad, «bajando ángeles y recibiendo visiones del cielo», caminando con los pies en las nubes y ajenos a toda preocupación terrenal (o por lo menos eso quisieran creer). Parecen olvidar que todos estos días de confinamiento en casa con la familia son infinitamente mejores que incontables días en el hospital y en una habitación sin poder salir ni ver a nadie. Siempre es mucho mejor disfrutar con lo que tenemos que lamentar lo que nos falta.

LA LECCIÓN MÁS IMPORTANTE
A mi modo de ver las cosas, la lección más importante que nos ha dejado este proceso es que Dios nos permite pasar por situaciones difíciles para que podamos aprender algo y para que salga lo mejor de nosotros… pero también ¡para que no tengamos otro remedio que hacer lo que deberíamos haber hecho! Hemos tenido un problema grave en el cristianismo de los últimos años, y es que nos hemos dejado arrastrar por la grandeza del espectáculo. Queriendo competir con el mundo, tomamos sus formas para demostrar, consciente o inconscientemente que la iglesia está preparada para ser mejor que nadie… y en ese proceso abandonamos lo que única y exclusivamente la iglesia puede ofrecer.
Muchas iglesias habían dejado de ser misioneras y de preocuparse por las personas. La participación de todos y el sacerdocio universal de todos los creyentes había desaparecido. Antes de la pandemia muchos nos habíamos conformado con asistir, a modo de espectadores, a las reuniones de la Iglesia. Como meros consumidores de entretenimiento cristiano, nos sentábamos en la iglesia esperando ser atendidos y sentirnos cómodos, dejando en manos de tres o cuatro personas la dirección del servicio de adoración: la persona que dirige la alabanza, la que predica, y la que vuelve a predicar para que la gente dé más dinero en las ofrendas o pague sus diezmos.
Antes invertíamos el dinero en amplificación más potente en el local, para dejar sordos a fieles e infieles, porque a las personas de la iglesia, que están adorando al Señor, mejor no escucharlas. Anhelábamos tener iglesias grandes, lo más grandes posible, de esa manera los asistentes pueden vivir bajo la sombra del anonimato: nadie sabrá que estás allí. Puede que ni en el cielo se enteren. Además, una iglesia grande (y si es mega iglesia mucho mejor) era tomada como la credencial perfecta para certificar el llamado pastoral. ¡Sin una mega Iglesia no eres nadie! ¡No tienes el respaldo de Dios!
Antes defendíamos que quién quisiera escuchar el evangelio tenía que venir a nuestro local: todos saben que allí hablamos del Señor, y nuestro espectáculo es el mejor. Lo teníamos tan grabado en la mente que prácticamente nadie hablaba de Dios fuera del local. Teníamos programas para adolescentes, para jóvenes, para matrimonios jóvenes, para mujeres, para hombres, para matrimonios con y sin hijos, para la tercera edad, para los solteros, para los que tienen gafas, para los que le gusta el aire libre, para los que le encanta el color azul, ¡para todos! ¡Teníamos más programas que una plataforma digital!
Pero no estábamos transformando el mundo, ni mucho menos a los que nos rodeaban, ni tampoco ayudando a las familias… Incluso a veces dudo si estábamos dejando que Dios nos transformara a nosotros. Pido perdón por mi ironía, porque no quiero herir a nadie, pero ¿nos hemos parado a meditar y orar sobre dónde estábamos y hacia dónde íbamos?
ALGO HA CAMBIADO
Ahora, gracias a la pandemia volvemos a confiar, de una manera casi desesperada, en Dios en todo lo que hacemos. La iglesia, otrora encerrada en las cuatro paredes del templo, ahora se encuentra diseminada en los hogares, barrios y colonias. Las redes sociales, en otro tiempo condenadas por los predicadores por considerarlas instrumentos de Satanás, son hoy el nuevo vehículo para llevar el mensaje de salvación a las naciones. Gracias a la pandemia la iglesia volvió a las casas. Muchos creyentes que ya no lo hacían volvieron a orar y a leer la palabra de Dios juntos como familia. Muchos volvieron a hablarle del Señor a sus amigos y conocidos. Volvimos a participar todos: todas las personas de la iglesia, mujeres, hombres y niños. Volvimos a confiar, de una manera casi desesperada, en Dios en todo lo que hacemos.Volvimos a reconocer que la iglesia de Dios está formada por personas, y que lo importante no son los edificios, ni las actividades ni los programas, sino la vida de cada persona.Volvimos a ver y a hablar con todos nuestros hermanos de todas las denominaciones, no solo con los que vienen a nuestra iglesia. Volvimos a orar por el futuro, porque lo tenemos menos controlado que nunca.
Volvimos a tener una confianza absoluta de que los planes de Dios son mejores que los nuestros… y debemos seguirlos. Volvimos a orar por los enfermos, por los que necesitan consuelo, tanto creyentes como no creyentes.Volvimos a ayudar a todos, sean quienes sean, porque nos hemos dado cuenta de que este es el momento en que nos necesitan ¡Y nos parecemos a nuestro Padre Celestial cuando lo hacemos!Volvimos a orar y preocuparnos por los problemas de los demás, y no solo por los nuestros.Volvimos a darnos cuenta de que el sufrimiento no es un enemigo, sino un medio que Dios usa, en muchas ocasiones, para restaurar nuestra vida. Volvimos a entusiasmarnos con el Señor y a sentir casi desesperación por escucharle y seguirle en todos los momentos de nuestra vida. Podría añadir muchas ventajas más, en cuanto a la situación que estamos atravesando ahora, pero voy a dejarlo aquí. ¡Espero que los cambios que nos hemos visto obligados a hacer permanezcan! Sería genial que, ocurra lo que curra en el futuro, y ya con los “templos” abiertos, nunca volviéramos a ser los mismos que hace solo unos meses.
AÚN ASÍ, NO TODO ESTÁ BIEN
Pero no todo en la nueva forma de «hacer iglesia» es color de rosa. A algunos toda esta emoción de la Iglesia en línea los está llevando por un camino igual de extraviado que el anterior. En nombre del COVID-19, de la cuarentena impuesta por el Gobierno y de la inminente crisis que se avecina, dejamos de ayudar a misioneros y evangelistas, para gastarlo casi todo para transmitir y escuchar las predicaciones de una manera confortable. Gastamos lo que no tenemos en comprar cámaras, accesorios, decoración, etc. para retransmitir los cultos por internet para los que no pueden salir de casa, ¡la gente tiene que seguir a nuestra iglesia, la que tiene la sana doctrina, la verdadera, la que es bíblica! ¡Que no se les ocurra ver otra cosa, el reino del Señor depende de nosotros!
¿Es esto correcto? Pienso que no. Solo una nueva desviación de nuestro propósito. Muchos solo pueden ver en esta, la Nueva Iglesia Online, una oportunidad para darse a conocer y ganar fama. Esta tampoco es correcto. Es Cristo, y no nosotros, quien debe brillar en las redes. En medio de la nueva realidad que se nos vino encima ¡no perdamos de vista lo más importante! ¡no olvidemos el por qué de todo lo que hacemos!