En una iglesia verdaderamente bíblica, ni la incredulidad cesacionista (con su negación del don de profecía, lenguas, interpretación de lenguas, etc.) ni los excesos, falsa profecía y abuso de autoridad (bajo pretexto de ser “profetas del Señor” o “hablar en nombre de Dios”) tienen lugar. Los profetas y la profecía estarán presentes, tal como lo estuvieron en la iglesia neotestamentaria, pues somos un cuerpo en Cristo con aquellos que conformaron la iglesia primitiva. Creemos en la sucesión eclesiástica. Somos la continuidad orgánica del Cuerpo de Cristo que nació en Pentecostés. El mismo Espíritu Santo que vino para morar en aquellos creyentes (la Iglesia) y darles poder permanece para morar en nosotros (la misma Iglesia) y darnos poder ahora. La ausencia de profecía, lenguas, interpretación de lenguas, o cualquier otro don carismático en nuestras congregaciones, no es señal o evidencia de una iglesia sana, bíblica u ordenada, sino todo lo contrario. El mismo Espíritu de orden es el mismo Espíritu del fervor y del poder carismático. Si esto falta, quizá sea necesario reevaluar la salud doctrinal y espiritual de nuestra congregación.