Ningún Padre interpreta Mateo 3:11 como dos bautismos separados (uno de Espíritu para los salvos y otro de fuego-juicio para los impíos). Esa lectura aparece mucho después, en la controversia calvinista-arminiana del siglo XVII, y luego en el siglo XX debido a los intentos cesacionistas por negar la obra del Espíritu Santo. Por tanto, afirmar que el “bautismo con fuego” de Mateo 3:11 es solo juicio para los impíos no solo contradice la exégesis más cuidadosa y el testimonio patrístico, sino que, sobre todo, contradice la experiencia neotestamentaria de Pentecostés, donde el fuego del Espíritu descendió precisamente sobre los arrepentidos, no sobre los réprobos. ¡Que el Señor nos bautice de nuevo con Espíritu Santo y fuego! (Hechos 2:3-4; Mateo 3:11).
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Guardianes del fuego, sacerdotes del Nuevo Pacto
El fuego en el altar era un símbolo de la presencia constante de Dios entre su pueblo. Mantener el fuego encendido continuamente representaba la perpetuidad de la relación y comunión entre Dios y los israelitas. La llama perpetua era un recordatorio visible de que Dios estaba siempre presente y disponible para su pueblo, tal como lo hizo en el desierto a través de la columna de fuego.
Bautizados «en Cristo» y bautizados «en el Espíritu Santo» ¿Son la misma cosa?
El ser “bautizados en Cristo” (regeneración) y el ser “bautizados en Espíritu Santo y fuego” (la experiencia pentecostal) no son la misma cosa. Ambas son reales pero distintas. Todos los salvos hemos sido bautizados en Cristo, pero no todos los salvos han sido bautizados con el Espíritu Santo. ¿Por qué no admitir, entonces, lo evidente? Porque hacerlo es darle la razón a los pentecostales y eso es algo que muchos no están dispuestos a hacer. Les es preferible elaborar todo tipo de explicaciones y malabares exegéticos antes que admitir lo que el texto bíblico dice clara y llanamente.
Es fuego lo que queremos, ¡Por fuego suplicamos!
Necesitamos definir Pentecostés claramente si vamos a usarlo como estándar y modelo para el cristianismo de hoy. Después de todo, muchos escuchan la palabra Pentecostés y piensan en una denominación o en un cierto “sabor” del cristianismo. Pero Pentecostés no es una preferencia o estilo de iglesia. Pentecostés no es una denominación. Pentecostés no fue una dispensación o era. Pentecostés no es algo que debamos esconder avergonzados en el cuarto trasero; sino algo que debe estar al frente y al centro de nuestra espiritualidad cristiana. Pentecostés fue el estilo de vida de la Iglesia primitiva. Y Pentecostés nos presenta ese “más de Dios” que está disponible ahora.
Manifestaciones externas de carácter físico y emocional que ocurren durante la ministración del Espíritu Santo
Quienes en nombre de un biblicismo muerto, frío y meramente teórico se cierran a tales manifestaciones no son sin culpa. Nadie debería decir que ama el libro mientras repudia al Autor, nadie debería decir que ama el Sagrado Libro mientras repudia el mover de Aquel que lo inspiró. Pedir esto no tiene nada de malo ni es extraño a las Escrituras. Al igual que Habacuc, nosotros también clamamos: “Oh Señor, he oído lo que se dice de ti y temí. Aviva, oh Señor, tu obra en medio de los años, en medio de los años dala a conocer; en la ira, acuérdate de tener compasión.” (Habacuc 3:2, LBLA)
¿En qué consiste el «Bautismo de fuego» del cual habló Juan el Bautista?
Juan el Bautista proclamó que Jesucristo vendría y bautizaría “en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11). Pero ¿A qué se refería con eso? ¿Es el bautismo de fuego algo que deberíamos desear o evitar? Existen dos formas opuestas de interpretar este texto, una sustentada por los pentecostales y otra por el sector evangélico cesacionista.
¿Qué creen los pentecostales? | Las Asambleas de Dios (VII) – El Bautismo en el Espíritu Santo
Todos los creyentes tienen el derecho de recibir y deben buscar fervientemente la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandato del Señor Jesucristo. Esta era la experiencia normal y común de toda la primera iglesia cristiana. Con el bautismo viene una investidura de poder para la vida y el servicio y la concesión de los dones espirituales y su uso en el ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4; Hechos 1:8; 1 Corintios 12:1-31). Esta experiencia es distinta a la del nuevo nacimiento y subsecuente a ella (Hechos 8:12-17; Hechos 10:44-46; Hechos 11:14-16; Hechos 15:7-9). Con el bautismo en el Espíritu Santo el creyente recibe experiencias como: la de ser lleno del Espíritu, Juan 7:37–39, Hechos 4:8); una reverencia más profunda para Dios, Hechos 2:43, Hebreos 12:28); una consagración más intensa a Dios y dedicación a su obra (Hechos 2:42); y un amor más activo para Cristo, para su Palabra y para los perdidos (Marcos 16:20).
Emociones, desmayos, éxtasis y temblores ¿De Dios o del diablo?
Muy a menudo, se nos critica a los pentecostales por nuestro “emocionalismo” y “falta de control”. Y aunque es a nosotros a quienes a menudo se nos acusa de “ignorantes emocionalistas”, afirmar que el “emocionalismo” es inherentemente malo es también una muestra de ignorancia. En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación. Así pues, una emoción no tiene nada de malo, es más bien una respuesta natural creada por Dios en el hombre, es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato, influidos por la experiencia. Si Dios puso las emociones en cada uno de nosotros ¿Por qué ha de ser malo expresarlas? ¡Y más aún cuando es Dios y su presencia el objeto de nuestras más preciosas emociones!
9 preguntas sobre el hablar en lenguas y el bautismo en el Espíritu Santo
Una de los distintivos del pentecostalismo clásico es la creencia de que la experiencia de hablar en nuevas lenguas es la señal o evidencia inicial física que siempre acompaña el bautismo en el Espíritu Santo. Para nosotros, los pentecostales clásicos, esto no significa que la persona que jamás haya hablado en lenguas no ha recibido el Espíritu Santo y que, por ende, no tiene la salvación, debido a que para nosotros la fe misma es una obra del Espíritu (1 Corintios 12:3) y la fe en Jesucristo es lo que salva. El bautismo en el Espíritu mencionado en el libro de los Hechos tiene el propósito de dar poder al creyente para servir (Hechos 1:8). De manera que, aunque no es un requisito para la salvación, cada creyente en Jesucristo debe buscarlo ansiosa y ardientemente, esperándolo con fe hasta que reciba la prometida bendición de Dios. El bautismo en el Espíritu Santo es una segunda bendición, una segunda obra de la gracia posterior a la salvación.
¿Es el bautismo en el Espíritu Santo lo mismo que la conversión?
El término “bautismo en el Espíritu Santo” no aparece en las Escrituras. Es una conveniente designación para la experiencia que anuncia Juan el bautista, que Jesús “[bautizaría] en Espíritu Santo” (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33), que Jesús mismo repetiría (Hechos 1:5), y también Pedro (Hechos 11:16). Dicha expresión aparece en los Evangelios y también el Libro de los Hechos. Los grupos no pentecostales sugieren a menudo que el bautismo en el Espíritu Santo equivale a ser sellado con el mismo al momento de la regeneración y que, por ende, no existe manifestación visible del mismo. De modo que, para ellos, el bautismo en el Espíritu Santo implica solamente la obra mediante la cual el Espíritu de Dios coloca al creyente, al momento de la salvación, en unión con Cristo y en unión con otros creyentes en el Cuerpo de Cristo. Basan tal afirmación en 1 Corintios 12:12-13, el cual nos dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). Con ello pretenden negar la experiencia pentecostal y la validez del movimiento; pero ¿Es realmente así?