Por Fernando E. Alvarado
En su trato con pentecostales y carismáticos, muchos creyentes de otras tradiciones suelen mofarse por las manifestaciones externas de carácter físico y emocional que ocurren durante la ministración del Espíritu Santo. Bajo el eslogan de «Dios es un Dios de orden», pretenden silenciar la voz manifiesta del Espíritu expresada a través de fenómenos inusulaes físicos y emocionales. Pero aunque Dios sí es un Dios de orden, su concepto de orden no necesariamente encaja con el nuestro, pues hasta «lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Corintios 1:25). El Espíritu Santo tiene su propia agenda. Quienes se burlan, ridiculizan o incluso satanizan tales manifestaciones lo hacen generalmente desde la ignorancia. ignorancia bíblica e ignorancia histórica sobre el mover del Espíritu Santo en las épocas de Avivamiento de la iglesia.

Cuando Dios «se acerca» (Santiago 4:8) a la gente tanto para revelar su gloria y poder como para inundarles el alma con un conocimiento experimental de su amor (Ro. 5:5), pueden ocurrir fenómenos inusuales físicos y emocionales. Lo que puede llamarse la presencia manifiesta de Dios a menudo provoca reacciones como temblores (Hab. 3:16; Is. 66:2), reverencia temerosa (Is. 6:1-5; Mt. 17:2-8), incapacidad para permanecer de pie (1R. 8:10-11; 2 Cr. 7:1-3; Dan. 8:17;10:7-19; Juan 18:6; Ap.1.17), alegría incontrolable (Salmo 16:11) y otras manifestaciones relacionadas. Esto es especialmente cierto en aquellas épocas de un derramamiento extraordinario del Espíritu de Dios, que solemos llamar avivamiento y renovación carismática, pero más que eso, debería ser el diario vivir de la iglesia. Los pentecostales no hacemos eso por ignorancia, lo hacemos porque el Espíritu así lo establece, porque Él es soberano y nos ha dado suficientes evidencias bñiblicas de que tales manifestaciones son legítimas.
Quienes en nombre de un biblicismo muerto, frío y meramente teórico se cierran a tales manifestaciones no son sin culpa. Nadie debería decir que ama el libro mientras repudia al Autor, nadie debería decir que ama el Sagrado Libro mientras repudia el mover de Aquel que lo inspiró. Pedir esto no tiene nada de malo ni es extraño a las Escrituras. Al igual que Habacuc, nosotros también clamamos:
“Oh Señor, he oído lo que se dice de ti y temí. Aviva, oh Señor, tu obra en medio de los años, en medio de los años dala a conocer; en la ira, acuérdate de tener compasión.” (Habacuc 3:2, LBLA)

Así que, antes de burlarte de tu hermano a quien llamas «peste-costal», «rabasaya» o cualquier otro apelativo denigrante, recuerda que «Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte» (1 Corintios 1:27). Si te parece raro que caigan y tiemblen bajo el poder del Espíritu recuerda que algo raro, más allá de las lenguas de fuego, presenciaron los escépticos judíos de Jerusalén. Sea lo que fuera la reacción física que ellos vieron en los creyentes en Pentecostés, eso los llevó a decir: «Están borrachos» (Hechos 2:13, NVI). ¿Has visto un borracho caerse? ¿Tambalearse y no poder estar de pie? ¿Quizá temblar? Pues quizá no esté muy lejos de lo tales judíos vieron en Jerusalén además de oír las lenguas extrañas. Pero Pedro les recordó (y quiero que lo recuerdes tú también la próxima vez que te encuentres en medio de una manifestación del Espíritu Santo en alguna congregación pentecostal o carismática):
«Estos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel: “Sucederá que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán.» (Hechos 2:15-18, NVI)
