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PPA Biblia & Teología responde | ¿Robots programados o seres libres? El dilema detrás de la doctrina de la elección incondicional

La Biblia muestra que las personas pueden endurecer sus corazones (Hebreos 3:12-15) o resistir la verdad (Romanos 1:18-20). La gracia de Dios es suficiente para todos, pero no todos responden a ella, no porque Dios lo haya decretado, sino porque la fe implica una decisión personal.

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PPA Biblia & Teología responde | ¿Nos obliga Dios a salvarnos? (Juan 8:36)

Creer que la gracia es irresistible contradice frontalmente la Biblia, ya que la idea de una "elección forzada" por parte de Dios implica que la salvación o la libertad espiritual se impone al ser humano sin posibilidad de rechazo, como si el libre albedrío fuera anulado por una gracia que, lejos de ser gracia, se vuelve manipulación. Las Escrituras, sin embargo, presentan un panorama diferente: Dios ofrece libertad a través de su Hijo, pero esta libertad requiere una aceptación voluntaria. Si bien Juan 8:36 afirma que “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:36), es más que evidente que esta libertad no es automática ni impuesta; proviene de Dios, pero solo se realiza en aquellos que aceptan la intervención del Libertador, es decir, Jesucristo. La libertad divina no es un decreto unilateral que anula la voluntad humana, sino una propuesta que invita a una respuesta activa. Sin esta aceptación, el individuo permanece en su estado anterior de esclavitud al pecado, lo que contradice cualquier noción de una elección forzada.

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PPA Biblia & Teología responde | 2 Pedro 1:19-21 y la revelación particular

La Biblia, la tradición pentecostal, la razón y la experiencia de millones de cristianos de todas las épocas alrededor del mundo, invalidan la afirmación cesacionista que niega que Dios continúa comunicándose con sus hijos a través del Espíritu Santo, especialmente en formas particulares que no alteran el canon bíblico. Como continuistas, nos negamos a confundir la suficiencia de las Escrituras con exclusividad, así como a ignorar la naturaleza relacional de Dios o los testimonios históricos y contemporáneos de revelaciones particulares. Por lo tanto, aunque las Escrituras son la autoridad suprema y suficiente para la fe y la práctica, concluimos que no hay base bíblica ni lógica para afirmar que Dios no puede o no desea dar más revelación en formas que no contradigan su Palabra escrita.

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La Iglesia Wesleyana: Un legado de santidad y justicia social

¿Debe la Iglesia permanecer silente ante las injusticias que afligen al mundo? La respuesta, desde una perspectiva bíblica y teológica, es un rotundo no. Los profetas del Antiguo Testamento, como Amós, quien clamó por la justicia que fluye como ríos (Amós 5:24), y Juan el Bautista, quien denunció el pecado sin temor (Mateo 3:7-10), nos muestran un modelo de compromiso activo con la transformación social. Jesucristo mismo, al proclamar libertad a los cautivos y alivio a los oprimidos (Lucas 4:18-19), nos insta no solo a anhelar la gloria venidera, sino a ser sal y luz en la tierra (Mateo 5:13-16). ¿Ha cumplido la iglesia evangélica su misión de ser sal y luz en un mundo marcado por la injusticia? No siempre. En ocasiones, ha sucumbido a la tentación de aliarse con los poderes seculares, comprometiéndose con estructuras que perpetúan la opresión, o ha optado por un silencio cómplice frente a las injusticias sociales. Sin embargo, a pesar de estas fallas, han surgido excepciones admirables: comunidades y líderes que, fieles al mandato profético y al ejemplo de Cristo (Lucas 4:18-19), han alzado su voz y actuado con valentía para promover la justicia y la transformación social. Un ejemplo paradigmático de este compromiso con el bienestar integral del prójimo y la glorificación de Dios mediante el servicio y la evangelización lo encarna la Iglesia Wesleyana.

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La Iglesia y los discapacitados: Un llamado a la inclusión desde la Imago Dei y el ejemplo de Cristo

En un mundo donde las personas más vulnerables a menudo enfrentan exclusión, discriminación y olvido, la Iglesia tiene la misión profética de erigirse como un faro de esperanza, inclusión y amor incondicional, particularmente hacia aquellos con discapacidad. Este llamado trasciende las barreras físicas, sociales y culturales, invitando a las comunidades eclesiales a ser espacios de acogida donde cada persona, independientemente de sus capacidades, sea reconocida como un reflejo de la dignidad divina. La Iglesia, inspirada por el ejemplo de Jesús, quien siempre se acercó a los marginados con compasión y respeto, está invitada a promover una pastoral inclusiva que no solo adapte sus espacios físicos, sino que también transforme actitudes y corazones. Esto implica escuchar activamente las necesidades de las personas con discapacidad, garantizar su participación plena en la vida comunitaria y litúrgica, y abogar por una sociedad que valore la diversidad como un don. Así, la Iglesia no solo responde a su vocación de ser signo del Reino de Dios, sino que se convierte en un testimonio vivo de que el amor y la dignidad no conocen límites, construyendo puentes que unen a todos en una misma familia humana.

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La santidad social en la tradición wesleyana: Un rescate de la visión bíblica integral

En muchas iglesias actuales, se ha dado un proceso de espiritualización excesiva del cristianismo, donde la fe se reduce a una experiencia individual centrada en la oración, el culto y la esperanza escatológica. Este enfoque ha llevado a descuidar la dimensión social del evangelio, olvidando que el Reino de Dios no solo implica redención personal, sino también justicia, misericordia y transformación terrenal (Lc 4:18-19; Is 61:1-2). Dietrich Bonhoeffer advirtió que el cristianismo no debe ser una mera "religión de salvación", sino un llamado a vivir "para los demás" (Bonhoeffer 1959, 342). Sin embargo, al enfatizar únicamente lo espiritual, muchas congregaciones han adoptado una mentalidad escapista, anhelando la Segunda Venida como una forma de huir de las responsabilidades en el mundo presente, en lugar de trabajar activamente por él (1 Jn 4:20).

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La continuidad de los dones en la historia y la teología wesleyana

Resulta una premisa ampliamente extendida, casi un axioma dentro de ciertos círculos teológicos contemporáneos, sostener que el movimiento pentecostal constituye el único, o al menos el primer, baluarte moderno en la defensa y práctica de la continuidad de los dones carismáticos del Espíritu Santo. No obstante, un examen más profundo de la historia eclesiástica y la teología pietista revela que esta afirmación, aunque comprensible en su contexto, requiere de una significativa matización.

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La doctrina de la perfección cristiana en la tradición wesleyana

La doctrina de la perfección cristiana, tal como la articuló John Wesley, irrumpe en la teología del siglo XVIII como un llamado audaz a la santidad plena, no como un estado estático de infalibilidad, sino como un amor perfecto que transforma el corazón humano por la gracia divina, liberándolo del pecado voluntario y orientándolo hacia Dios y el prójimo con intensidad total. Wesley, el fundador del metodismo, la presentó no como una abstracción estéril, sino como el clímax de la vida cristiana: un amor perfecto que expulsa el pecado y alinea el corazón humano con el de Dios.

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El pecado original en la teología wesleyana

La perspectiva wesleyana del pecado original armoniza la sombría realidad de la depravación humana con el resplandor esperanzador de la gracia divina. Lejos de ser un destino inescapable, la corrupción heredada de Adán se presenta como el umbral de una transformación radical, donde la fe activa y la acción divina convergen para renovar la imagen de Dios en la humanidad.

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“Wesley está en llamas ahora” y los evangélicos están siendo extrañamente calentados

Mientras Calvino enseñaba la predestinación, Wesley creía que, a través de la gracia preveniente, Dios liberaba la voluntad humana lo suficiente como para aceptar o rechazar la oferta de salvación. Dios predestinó un plan de salvación, pero no a personas individuales.