Por Fernando E. Alvarado
El pentecostalismo enfrenta muchas amenazas, tanto internas como externas. Por fuera, el liberalismo teológico, la posmodernismo y su influencia sobre las nuevas generaciones, el ataque del sector neo-puritano con su distorsión de la teología reformada y su desprecio por el movimiento pentecostal, etc. Desde adentro, la amenaza neopentecostal que devora nuestras iglesias, la apatía hacia el conocimiento y la anti-intelectualidad de muchos grupos, y, claro, el viejo legalismo que, como un parásito, se enquistó en el movimiento pentecostal desde sus inicios, legalismo que, en muchos sentidos, lanza por la ventana las almas hambrientas de Dios que con entusiasmo entraron por las puertas de nuestras iglesias.
Resulta lamentable saber que muchas de nuestras iglesias son más conocidas por sus normas sobre el largo de la falda, sus leyes internas contra el maquillaje, su prohibición de jugar videojuegos, ver animé, novelas y otras cosas, que por la llenura del Espíritu y el amor de sus miembros entre ellos y hacia los perdidos. ¡Incluso criticar el legalismo es mal visto! A menos que quieras ganarte el título de liberal (muchos no tienen ni idea de lo que en teología significa ese término). “No critiques a los legalistas. Ellos así han sido formados.”, “No hay que discutir con los débiles en la fe, ellos creen de esa manera y hay que respetarla.” Sí, eso me han dicho muchas veces ¡Pero no es cierto! Los legalistas no son débiles en la fe sino corruptores del Evangelio y deben ser tratados como tales. Tal como trataríamos a cualquiera que enseñe falsas doctrinas ¡Pues el legalismo es una falsa doctrina! (o cuando menos puede llevarnos a interpretar mal las preciosas doctrinas del Evangelio como la gracia, la justificación, la santificación y la forma entera de ser salvos).
¿Cómo deberíamos tratar a los legalistas? Simple. Como Jesús mismo lo hizo. Jesús fue siempre tierno y misericordioso con los pecadores. No juzga al que cae, lo acoge, lo abraza, lo sana, lo perdona y lo transforma. Levanta a la adúltera y al ladrón, al recaudador de impuestos. Pero no soporta a los fariseos. Con unos fue dulce, tierno y benevolente. Con los otros fue duro, crítico y hasta grosero y violento (Mateo 23:13-28; Juan 2:13-17). ¿Por qué? Por la hipocresía de los fariseos sin duda, pero también por su necio legalismo al imponer sobre otros cargas que Dios mismo jamás impuso sobre su pueblo (Lucas 11:45-47). Las cargas a las que Jesús se refería eran las tradiciones orales y la interpretación que los fariseos hacían de la Ley. Los fariseos no le estaban haciendo la vida más fácil a la gente, sino que insistían en que todo el mundo obedeciera reglas que se habían convertido en una carga pesada. ¡Reglas que ellos mismos habían inventado!

Jesús jamás consintió con el legalismo de los fariseos, ni los trató con deferencia considerándolos como a débiles en la fe, a los cuales debía cuidar como a niños evitando herir sus débiles conciencias (Romanos 14:1-23, 15:1-2). Para Jesús ser legalista y ser débil en la fe no eran la misma cosa (y creo que para Pablo tampoco, según leo en Gálatas 5:1-15). Por eso siempre fue duro, crítico y agresivo hacia el legalismo de los fariseos. El Evangelio de Mateo registra las duras críticas y maldiciones de Jesús hacia ellos. Las críticas en sí son todas contra la hipocresía y el legalismo de los tales:
- Su práctica de la fe tendía a degenerar en moralismos, tradicionalismos y legalismos superficiales, mecánicos y sin fundamento real en la Biblia que no involucraban una relación estrecha con Dios sino, a lo sumo, una relación distante y desligada en gran medida de la comunión íntima que Él nos ofrece en el interior de nuestro ser (Mateo 15:7-9).
- El legalismo farisaico era culpable también de hipocresía, pues enseñaban reglas que, aunque las imponían sobre los demás, no estaban dispuestos ellos mismos a cumplir (Mateo 23:4). El legalista es, por definición de Jesús, un hipócrita con Dios, consigo mismo y con los demás, pues finge ser lo que no es (perfecto) y, en su simulación, infringe sufrimiento y crueldad sobre otros a causa de sus faltas y debilidades.
- Buscaban la aprobación de los hombres, más que la de Dios. Su religión de apariencias, de buscar impresionar por como lucían; una religión de falsa piedad y puras apariencias (Mateo 23:5-7).
- Su permanente actitud crítica y enjuiciadora más dispuesta a condenar, obstaculizar y hacer difícil la práctica de la espiritualidad que Dios requiere y aprueba, los convertía en un estorbo, un tropiezo u obstáculo para que los que verdaderamente querían entrar al Reino de Dios. Por su legalismo y necedad ellos no entraban al Reino, pero hacían algo peor: No dejan que otros entren tampoco (Mateo 23:13-14).
- Los fariseos también eran sectarios. Aunque aparentaban predicar la Palabra de Dios y ser sus representantes oficiales (seguramente se proclamaban a sí mismos y a quienes pensaban como ellos de ser los únicos que predicaban la “sana doctrina”), solo convertían a las personas a una religión muerta, haciendo así de los prosélitos dos veces hijos de la gehena (el infierno) más que ellos mismos (Mateo 23:15).
- Pasaban por alto lo verdaderamente sagrado e importante, fijando en cambio su mirada en trivialidades. Los doctores y fariseos adoraban en el templo y ofrecían sacrificios en el altar porque sabían que el templo y el altar eran sagrados. ¿Cómo podían negar entonces el efecto de los juramentos de lo que era verdaderamente sagrado y reconocer ese mismo efecto en objetos triviales, cuya santidad se derivada de ellos? (Mateo 23:16-22).
- Adolecían de cierta miopía por la que estaban muy atentos a los detalles cotidianos e inmediatos de la práctica de la fe, pero perdían de vista los principios fundamentales que estos detalles deberían honrar y que se encontraban siempre en el trasfondo. Enseñaban la Ley, pero no practicaban algunas de las más importantes partes de ella – justicia, misericordia, fe en Dios. Ellos obedecían las minucias de la Ley – como la forma de tratar los diezmos – pero no el significado principal de la Ley (Mateo 23:23-24). Eso explica bien por qué el Señor se refirió a ellos diciendo enseguida con incisivo humor: “¡Guías ciegos! Cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mateo 23:24).
- Se presentaban como puros (auto reprimidos, no involucrados en asuntos carnales), pero estaban impuros por dentro: abundaba en ellos los deseos terrenales y la carnalidad. Ellos estaban llenos de rapiña y de intemperancia (Mateo 23:25-26).
- Se mostraban como justos por ser escrupulosos seguidores de la Ley, pero en verdad no eran justos: la máscara de justicia escondía un mundo secreto de pensamientos y actos indignos. Eran semejantes a los sepulcros encalados [blanqueados con cal], que por fuera parecen realmente vistosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda la inmundicia (Mateo 23:27-28).
- Profesaban un gran respeto por los profetas del pasado (eran los que añoran volver a lo que consideran las “sendas antiguas”, cuando los mandamientos “si se respetaban”), pero en su corazón eran perseguidores y asesinos (Mateo 23:29-36).
Jesús retrata a los fariseos como atentos con lo que es visible, la observancia ritual de minucias, y que los hace parecer justos y virtuosos por fuera, sin preocuparse con lo interior. Y este comportamiento hizo que ellos descuidasen lo verdaderamente importante: “No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia.” (Ezequiel 34:4).
Tratemos el problema del legalismo como lo haría Jesús mismo. Hagamos todo lo posible por expulsar este veneno de nuestras iglesias y dirijamos a nuestras congregaciones hacia la verdadera libertad en Cristo. Son en medio de la libertad cristiana florece la verdadera relación de intimidad con el maestro y su Espíritu, pues “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” (2 Corintios 3:17-18).
