Pneumatología, Teología, Trinidad, Vida Cristiana, Vida Espiritual

¿Es incorrecto orarle al Espíritu Santo?

Por Fernando E. Alvarado

A menudo escuchamos a predicadores afirmar que nuestras oraciones solo deben ser dirigidas a Dios el Padre en el nombre de Jesús. Afirman además que es incorrecto e inapropiado orarle a Jesús y, mucho menos, al Espíritu Santo. Aunque se oye inocente, y para algunos quizá suene hasta bíblico, lo cierto es que esconde una herejía peligrosa: la negación de la coigualdad de cada uno de los miembros de la Trinidad. Como si de 3 dioses de diferente rango se tratase. La pregunta importante aquí es: ¿Qué dice la Biblia al respecto?

La Biblia afirma que toda oración debe ser dirigida hacia la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La sagrada escritura establece que es válido dirigir nuestras peticiones tanto a uno como a los tres, puesto que estos constituyen una unidad indivisible. En nuestro diálogo con el Padre, seguimos el ejemplo del salmista, quien proclama:

«Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré.» (Salmos 5:2).

Del mismo modo, dirigimos nuestras súplicas al Señor Jesucristo, reconociendo su igualdad con el Padre. En este sentido, orar a una de las personas de la Trinidad equivale a dirigirse a la totalidad divina. Un ejemplo destacado es el de Esteban, quien, mientras sufría el martirio, invocó: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hechos 7:59).

Además, reconocemos la validez de orar en el nombre de Cristo, tal como exhorta el apóstol Pablo a los creyentes: “dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20), Jesús mismo aseguró a sus discípulos que cualquier petición formulada en su nombre, es decir, conforme a su voluntad, sería escuchada y atendida (Juan 15:16; 16:23).

Asimismo, nos anima a dirigir nuestras súplicas al Espíritu Santo, invocando su poder en nuestra oración. Él nos asiste cuando nos encontramos sin palabras o inciertos sobre qué pedir (Romanos 8:26; Judas 1:20). Una manera de comprender el papel de la Trinidad en la oración es considerar que nos dirigimos al Padre, a través del Hijo, por la acción del Espíritu Santo. Todos ellos participan activamente en la experiencia de oración del creyente.

A quienes dudan sobre si es correcto orar o no al Espíritu Santo les preguntamos ¿Es el Espíritu Santo una persona con la cual podamos interactuar y conversar? La respuesta es sí. El Espíritu Santo no se reduce a un poder impersonal o una entidad etérea y abstracta, sino que se caracteriza por su personalidad plena. Este concepto implica que posee atributos propios de la persona, tales como una mente discernible y la capacidad de reflexión, como se refleja en pasajes como Isaías 11:2 y Romanos 8:27. Además, el Espíritu Santo exhibe la capacidad de experimentar emociones y afectos profundos, como se evidencia en Romanos 8:26 y 15:30. Asimismo, se reconoce su voluntad activa y su capacidad para tomar decisiones que beneficien al pueblo de Dios y glorifiquen al Hijo, según se menciona en Hechos 16:7 y 1 Corintios 2:11.

La personalidad del Espíritu se manifiesta de manera más clara en su reacción ante el pecado humano, como se indica en Efesios 4:30, donde se describe cómo se aflige por nuestras transgresiones. Además, aunque no es inferior al Padre ni al Hijo, el Espíritu Santo establece una relación íntima con aquellos en quienes reside, como se señala en 2 Corintios 13:14. También se atribuyen acciones específicas a su persona, como el habla, el testimonio, la consolación y el fortalecimiento, tal como se registra en Marcos 13:11, Apocalipsis 2:7, Juan 15:26, 16:13, Hechos 9:31 y Efesios 3:16. En momentos de necesidad espiritual, el Espíritu Santo ejerce su función de enseñanza, según se menciona en Lucas 12:12.

Además, la personalidad del Espíritu Santo se demuestra en la posibilidad de insultarlo e incluso blasfemarlo, como se ilustra en pasajes como Hechos 5:3, Hebreos 10:29 y Mateo 12:31-32. En última instancia, el Espíritu Santo se identifica como «el Espíritu de Cristo» (Romanos 8:9). Su principal función en la vida del creyente, concebido como el templo de Dios (Efesios 2:21-22), consiste en orientar nuestra atención hacia la persona de Cristo y fomentar en nosotros un afecto y devoción hacia nuestro Salvador, como se destaca en Juan 14:26 y 16:12-15. ¿Queda claro, entonces, que el Espíritu Santo es una persona?

Ahora bien, si es una persona ¿Qué clase de persona es? La respuesta es simple: Una persona divina. Dios mismo. La deidad del Espíritu Santo se evidencia en varios pasajes bíblicos que muestran sus atributos divinos y su identidad como parte de la Trinidad. Por ejemplo:

  1. OMNIPRESENCIA: El Espíritu Santo está presente en todas partes al mismo tiempo, lo cual es una característica divina. Salmo 139:7-8 declara: «¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.» Esta omnipresencia refleja la naturaleza divina del Espíritu Santo.
  2. OMNISCIENCIA: El Espíritu Santo posee un conocimiento completo y perfecto. 1 Corintios 2:10-11 dice: «Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.» Este pasaje muestra que el Espíritu Santo conoce los pensamientos más profundos de Dios, lo cual es una cualidad divina.
  3. SANTIDAD Y ETERNIDAD: El Espíritu Santo es santo y eterno, lo cual es una característica de la divinidad. Hebreos 9:14 dice: «¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?»
  4. CAPACIDAD DE OTORGAR VIDA: El Espíritu Santo es el dador de vida, como lo es solo Dios. Romanos 8:11 afirma: «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.» Esta capacidad de dar vida refleja la deidad del Espíritu Santo.

Estos pasajes bíblicos, entre otros, proporcionan evidencia clara de la deidad del Espíritu Santo, demostrando que posee atributos divinos y que es parte integral de la Trinidad junto con el Padre y el Hijo. Ahora bien, puesto que el Espíritu Santo es una persona, y esa persona es Dios, resta preguntarnos ¿Es correcto orar a Dios? La respuesta nuevamente es sí. Y por lo tanto es correcto orarle al Espíritu Santo tanto como a Jesús o al Padre.

La Biblia es clara al afirmar tanto la existencia de la Santísima Trinidad así como la igualdad de sus integrantes. Haríamos bien en recordar nuestra fe bíblica e histórica tal como se haya plasmada en el Credo de Atanasio:

Todo el que quiera ser salvo debe, ante todo, guardar la fe universal.

Quien no la observe en su totalidad y sin violarla, sin duda perecerá eternamente.

Ahora bien, esta es la fe universal:

Adoramos a un solo Dios en Trinidad y la Trinidad en unidad,
sin confundir sus personas

ni dividir su sustancia.
Porque es una la persona del Padre,
otra la del Hijo,
y otra la del Espíritu.
Pero la divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo es una,
igual en gloria, coeterna en majestad.

El atributo que tiene el Padre, lo tiene el Hijo y también lo tiene el Espíritu Santo.
El Padre es increado,
el Hijo es increado,
el Espíritu es increado.

El Padre es infinito,
el Hijo es infinito,
el Espíritu Santo es infinito.

El Padre es eterno,
el Hijo es eterno,
el Espíritu es eterno.

Y sin embargo, no hay tres seres eternos,
hay solo un ser eterno;
como también no hay tres seres increados ni infinitos,
sino solo un ser que es increado e infinito.

Asimismo, el Padre es todopoderoso,
el Hijo es todopoderoso,
el Espíritu es todopoderoso.
Y sin embargo, no hay tres seres todopoderosos,
sino un ser que es todopoderoso.

Así también, el Padre es Dios,
el Hijo es Dios,
el Espíritu Santo es Dios.
Y sin embargo no hay tres dioses
sino un solo Dios.

Así también el Padre es Señor,
el Hijo es Señor,
el Espíritu Santo es Señor.
Y sin embargo no hay tres señores,
sino un solo Señor.

Porque así como la verdad Cristiana nos obliga
a reconocer que cada una de las Personas de por sí
es Dios y Señor,
así la religión católica nos prohíbe decir
que hay tres dioses o señores.

El Padre no fue hecho, ni creado, ni engendrado por nadie.
El Hijo tampoco fue hecho o creado,
pero sí fue engendrado solo por el Padre.
El Espíritu tampoco fue hecho o creado,
pero procede del Padre y del Hijo.

Hay, por lo tanto, un Padre, no tres padres;
hay un Hijo, no tres hijos;
hay un Espíritu Santo, no tres espíritus santos.

Y en esta Trinidad, nada es antes o después,
nada es mayor o menor;
en su totalidad las tres personas
son coeternas y coiguales entre sí.

De manera que en todo, como quedó dicho antes,
debemos adorar su trinidad en su unidad
y su unidad en su trinidad.

Por tanto, el que quiera ser salvo
debe pensar así de la Trinidad.

Además, es necesario para la salvación eterna
que la persona también crea fielmente en la encarnación
de nuestro Señor Jesucristo.

Ahora esta es la fe verdadera:

Que creemos y confesamos
que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios,
es tanto Dios como humano, igualmente.

Él es Dios, de la sustancia del Padre,
engendrado antes de todos los siglos;
y él es humano, de la sustancia de su madre,
nacido dentro del tiempo;
plenamente Dios y plenamente hombre,
con un alma racional y un cuerpo humano;
igual al Padre según su divinidad,
inferior al Padre según su humanidad.

Quien, aunque  sea Dios y hombre,
sin embargo, no es dos, sino un solo Cristo.
Él es uno
no por la conversión de su divinidad en carne,
sino por la asunción de la humanidad en Dios.
Él es uno,
ciertamente no por confusión de su sustancia,
sino por la unidad de su persona.
Pues así como el alma racional y el cuerpo es un solo humano,
así Dios y hombre es un solo Cristo.

Él sufrió por nuestra salvación;
él descendió al infierno;
él resucitó de entre los muertos;.
él ascendió al cielo;
él está sentado a la diestra del Padre;
de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
A su venida, todos los humanos resucitarán corporalmente
y darán cuentas de sus propias obras.
Los que han hecho el bien, entrarán a la vida eterna,
los que han hecho el mal, entrarán al fuego eterno.

Esta es la fe universal:
Uno no puede ser salvo sin creer en esto con firmeza y fidelidad.
[1]

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:

[1] Credo atanasiano, Reformed Church in America, disponible en: https://www.rca.org/about/theology/creeds-and-confessions/the-athanasian-creed/el-credo-de-atanasio/#:~:text=El%20credo%2C%20que%20tiene%20or%C3%ADgenes,todo%2C%20guardar%20la%20fe%20cat%C3%B3lica.

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