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Bienaventurados los misericordiosos

Por Fernando E. Alvarado.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mateo 5:7)

La Biblia contiene muchas referencias a la misericordia de Dios. Más de 290 versículos en el Antiguo Testamento y 70 en el Nuevo Testamento contienen declaraciones directas de la misericordia de Dios hacia Su pueblo. Pero la misericordia no solo se trata de Dios. Nosotros también somos llamados a darla a otros; de hecho, la vida cristiana es un llamado a ser misericordiosos. Somos pecadores, pero perdonados; y los pecadores perdonados perdonan el pecado, y pecadores perdonados extienden misericordia a otros. Pero, ¿cómo luce la misericordia?

La palabra traducida como misericordia es eleéo (ἐλεέω), y significa compasivo. Implica tanto alcanzar misericordia como recibir misericordia.[1] Como uno de los atributos comunicables de Dios, la misericordia expresa la bondad y amor de Dios por el culpable y miserable. Incluye la piedad, compasión, gentileza, paciencia. Es a la vez libre (no limitada por una resistencia exterior) y absoluta (cubre todas las áreas de la vida humana). La misericordia general se aprecia mejor en la creación y providencia: Él hace salir su sol sobre buenos y malos (Mateo 5:45). Pero hay una misericordia especial para aquellos que se declaran pobres de espíritu, que lloran por su pecado, que son mansos y tienen hambre y sed de justicia y salvación.

La palabra del Antiguo Testamento para misericordia es ḥeseḏ. La idea completa de dicha palabra entrelaza los conceptos de justicia y amor. Ḥeseḏ incluye la idea de «un amor constante» de Dios por su pueblo.[2] El resultado de este amor perseverante es la disponibilidad de Dios para socorrer al oprimido y perdonar al culpable. En este contexto de ayuda y perdón, el amor justo de Dios se convierte en misericordia hacia aquellos que han entrado en una relación personal con Él. La misericordia es compasión en acción. Aunque somos culpables y no merecemos que se mitigue nuestra condena, Dios nos extiende su misericordia. Y cuando la aceptamos, el resultado es el perdón. Solo cuando el hombre acepta el amor perseverante de Dios revelado en la cruz puede recibir misericordia y experimentar el perdón de sus pecados.[3]

Pero la misericordia tiene dos dimensiones: Vertical y horizontal. La misericordia en sentido vertical nos recuerda el amor fiel, compasivo y perseverante de Dios por nosotros; en su dimensión horizontal, la misericordia nos recuerda que aquel que ha recibido misericordia debe también dar misericordia a otros (Mt. 18:23–35). ¿En qué forma Dios espera que mostremos misericordia a otros? Se trata de una disposición compasiva hacia mis semejantes y hermanos cristianos. Es esa bondad y benevolencia que siente las miserias de los demás. Es un espíritu que ve con compasión los sufrimientos de los afligidos. Es esa gracia que hace que una persona trate con benevolencia al ofensor y desprecie tomar venganza.

Es el espíritu perdonador; es el espíritu que no se venga; es el espíritu que desiste de todo intento de autovindicación y que no devuelve herida por herida sino bien en lugar de mal y amor en lugar de odio. Eso es misericordia. Cuando el alma perdonada recibe la misericordia, esa alma llega a apreciar la belleza de la misericordia y añora poner en práctica hacia otros ofensores la gracia similar a la que se pone en práctica con ella.

La misericordia en el hijo de Dios no es sino un reflejo de la abundante misericordia que se encuentra en su Padre celestial. Es una de las consecuencias naturales y necesarias de un Cristo misericordioso morando en nosotros y es un rasgo inequívoco del nuevo hombre. Misericordia es hacer bien a otros: “El impío toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da” (Salmos 37:21). Fue la misericordia en Abraham, después de que su sobrino lo había agraviado, la que lo hizo buscar y asegurar la liberación de Lot (Génesis 14:1–16). Fue la misericordia de José, después de que sus hermanos lo habían maltratado tan lamentablemente, la que hizo que los perdonara sin limitaciones (Génesis 50:15–21). Fue la misericordia en Moisés, después de que María se había rebelado contra él y el Señor la había herido con la lepra, la que lo llevó a clamar, “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora” (Números 12:13). Fue la misericordia la que hizo que David le perdonara la vida a su enemigo Saúl cuando ese malvado rey estuvo en sus manos (1 Samuel 24:1–22; 26:1–25).

Jesús dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Estas palabras expresan un principio o ley que Dios ha decretado en su gobierno sobre nuestras vidas aquí en la tierra. Se resume en esas palabras bien conocidas: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7b). El cristiano que es misericordioso en su trato con los demás va a recibir un trato misericordioso de parte de sus compañeros; porque “con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:2). Por lo tanto está escrito, “El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra” (Proverbios 21:21). El que muestra misericordia a los demás gana personalmente con ello: “A su alma hace bien el hombre misericordioso” (Proverbios 11:17a). Hay una satisfacción interna en el ejercicio de la benevolencia y la piedad con la que la mayor gratificación del hombre egoísta no se compara. “Mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado” (Proverbios 14:21b). El ejercicio de la misericordia es una fuente de satisfacción para Dios mismo: “se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Así debe ser para nosotros.

David declaró esta verdad: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso” (Salmos 18:25a). Por otro lado, el Salvador amonestó a sus discípulos con estas palabras: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15).

¿Somos nosotros agentes de misericordia para los demás? ¿O simplemente clamamos por misericordia cuando conviene a nuestros fines pero se la negamos a otros? Aquel que se niega a ser misericordioso de los demás está quemando el puente por el cual luego necesitará cruzar.

BIBLIOGRAFÍA:


[1] James Strong, Nueva concordancia Strong exhaustiva: Diccionario (Nashville, TN: Caribe, 2002), 27.

[2] Burton L. Goddard, «MISERICORDIA», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 396.

[3] Gunter, «MISERICORDIA», ed. Richard S. Taylor et al., trans. Eduardo Aparicio, José Pacheco, y Christian Sarmiento, Diccionario Teológico Beacon (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2009), 439.

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