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La Guerra Espiritual en el Nuevo Testamento: Los Evangelios

Por Fernando E. Alvarado.

Uno de los puntos que distingue al protestantismo del catolicismo romano y otras tradiciones religiosas es su apego al principio de la Sola Scriptura (o más bien, la Prima Scriptura). Esto no debería extrañarnos, ya que el único recurso fiable para comprender la verdad sobre nuestros oponentes del mundo espiritual es la Palabra de Dios. De este modo, debemos descartar como fuentes de información fiables las leyendas, la tradición, las representaciones cinematográficas, los programas de televisión, las supuestas revelaciones, las conversaciones supuestamente mantenidas con entidades demoníacas e incluso nuestras propias vivencias. Aunque estas últimas puedan resultar fascinantes, no son completamente dignas de confianza.[1] No se trata de descalificar la tradición, la razón y la experiencia cristiana, sino de someterlas al primado de las Sagradas Escrituras.

Lamentablemente, muchos cristianos entusiastas han caído en trampas al intentar superar al enemigo en la guerra espiritual. Resulta sorprendente ver cómo algunos «exorcistas, liberadores y guerreros espirituales estratégicos» han dado más crédito al testimonio de entidades satánicas que a las Escrituras divinamente inspiradas. Es frecuente observar a estos creyentes entrevistar demonios o incluso analizarlos psicológicamente al estilo de Freud. ¡El resultado? Mentiras y medias verdades. Al parecer olvidan que los demonios no son una fuente confiable de información, ya que la mentira es inherente a su naturaleza. Depositar una confianza ciega en la mera experiencia, sin respaldo bíblico, también conlleva problemas. Al comparar nuestras vivencias con las de otros, nos percatamos de que los demonios expresan información contradictoria y ofrecen lo justo para desviar a la gente del verdadero frente de batalla hacia una guerra ficticia. Al recurrir a la Biblia como fuente primordial, evitamos extraviarnos y no confiamos en experiencias engañosas ni en las falacias del diablo, ni nos dejamos llevar por nuestros propios prejuicios.

LA GUERRA ESPIRITUAL EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS

Mateo y Lucas inician sus relatos con el nacimiento de Jesús, aunque difieren en los detalles que presentan. En Mateo, Jesús es situado como descendiente de Abraham y David, y se relata un intento de acabar con su vida. Por otro lado, Lucas sitúa el nacimiento en el contexto del templo y entre personas humildes, devotas y justas. El cántico de María (Lc 1:46–55) puede ser interpretado como una evocación del cántico de Ana en 1 Samuel 2:1–10, donde Ana es la primera en dirigirse a Dios como «YHWH de los ejércitos», mientras que María anuncia el nacimiento de Jesús, quien traerá «salvación de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos aborrecen» (Lc 1:71). Ambos relatos incorporan elementos del conflicto escatológico desencadenado por el nacimiento de Jesús.

Los tres evangelios sinópticos relatan el bautismo y la tentación de Jesús como etapas preparatorias para su ministerio. Durante el bautismo, Dios pronuncia las palabras: «Tú eres mi Hijo» (Lc 3:22; Sal 2:7), estableciendo una conexión con el Mesías guerrero que está destinado a gobernar las naciones «con vara de hierro» (Sal 2:9). En la tentación, Jesús se enfrenta directamente al diablo. Las tentaciones que el diablo presenta a Jesús guardan similitudes con las que la serpiente planteó a Eva; sin embargo, mientras ella cedió, Jesucristo resistió. Los cuarenta días en el desierto establecen un contraste con los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto: la desobediencia que caracterizó a Israel contrasta con la obediencia del Hijo verdadero. La encarnación del Creador, adoptando forma humana, permite que realice lo que el ser humano nunca pudo lograr: resistir las tentaciones de satanás de manera firme.

Lucas vincula el inicio del ministerio público de Jesús con una cita del profeta Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor» (Lc 4:18–19; Is 61:1–2). Esta declaración sugiere que el ministerio de Jesús marca el inicio de la última derrota del diablo y todas las consecuencias destructivas que ha traído a la humanidad como acusador, tentador y causante de la calamidad que resulta del pecado.

Las narrativas que describen a Jesús expulsando demonios de individuos destacan su plena autoridad sobre el mundo espiritual en rebelión contra Dios. Es necesario distinguir entre las acciones de Jesús al expulsar demonios y lo que se practicaba comúnmente en esa época (y en algunos círculos hasta el presente) bajo el término «exorcismo». El verbo griego ἐξορκίζω (exorkizo) tiene el significado de «hacer jurar» o «obligar a prestar juramento» (se encuentra únicamente en la Septuaginta en Gn 24:3 y Jueces 17:2, y en el Nuevo Testamento en Mt 26:63). El sustantivo griego ἐξορκιστής (exorkistés), que denota a un «exorcista», solo aparece en Hechos 19:13, en donde algunos judíos que recorrían haciendo exorcismos intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que estaban poseídos por espíritus malignos, diciendo: ‘Os conjuro por Jesús, a quien predica Pablo’.

Se puede inferir de la narración del pasaje en Hechos que los judíos estaban practicando una forma de magia, utilizando nombres o juramentos que creían tener la capacidad de manipular a los espíritus. Sin embargo, su intento resultó en un desastre para ellos y destacó la gran diferencia entre lo que hacían y lo que Jesús y sus discípulos estaban haciendo. En el Nuevo Testamento, se utiliza la palabra griega «ἐκβάλλω» (ekbalo) para describir la acción de Jesús y sus discípulos, que significa «expulsar» o «echar fuera»; mientras que para referirse a la actividad realizada por los judíos sin autoridad se utiliza ἐξορκιστής exorkistés; palabra que se utiliza para referirse a uno que ata mediante un juramento (o conjuro), «exorcista» o conjurador.[2] Así pues, el término exorcista y exorcismo se usa para referirnos a una actividad no bíblica que busca manipular a un espíritu maligno mediante palabras o acciones que supuestamente tienen algún poder sobrenatural. Nosotros, sin embargo, reconocemos que el único con el poder de expulsar a un espíritu maligno es Dios. La actividad de los discípulos de Jesús de expulsar demonios siempre se realizó «en el nombre de Jesús» (es decir, en su poder y bajo su autoridad explícita) y nunca se trató de una serie de formas o conjuros piadosos para echar fuera demonios o manipularlos.

En los evangelios, es recurrente que Jesús «reprenda» a un espíritu al expulsarlo. Esta acción se traduce del griego ἐπιτιμάω (epitimáo). En la versión griega del Antiguo Testamento, esta palabra traduce el término hebreo גָעַר (ga’ar), que conlleva el significado de «insultar», «amenazar» o «reprender». El Antiguo Testamento emplea esta expresión con frecuencia para describir las acciones de YHWH hacia las naciones (Sal 9:5), los ejércitos (Sal 68:30), el Mar Rojo (Sal 106:9), los soberbios (Sal 119:21) y satanás (Zac 3:2). Jesús utiliza esta misma palabra para reprender a los espíritus malignos, al igual que YHWH de los Ejércitos la empleó para reprender a sus enemigos en el Antiguo Testamento. El significado de esto es claro: Jehová se ha encarnado para vencer en persona al mismísimo Satán y sus huestes demoníacas. Solo el Mesías, verdadero Dios y verdadero hombre, es capaz de hacerlo.

Es relevante destacar que Jesús (a diferencia de muchos exorcistas cristianos hoy en día) nunca solicita información a los espíritus que expulsa, ni mantiene conversaciones con ellos. Si intentaban hablar, les ordenaba en silencio (Mc 1:25; Lc 4:35, 41). Quienes defienden tal práctica a menudo citan el caso del endemoniado gadareno como el único ejemplo en el que Jesús solicitó información al demonio. Sin embargo, esto no es cierto. El texto griego muestra que Jesús le preguntó al hombre endemoniado su nombre. En griego se lee: ἐπηρώτα αὐτόν («le preguntó» [el pronombre αὐτόν es masculino singular]); si Jesús hubiese preguntado el nombre al espíritu (la palabra griega que significa «espíritu» es de género gramatical neutro), el texto griego se leería ἐπηρώτα αὐτά («le preguntó» [el pronombre αὐτά es neutro singular]).

Además, es un error pensar que, en este caso, Jesús está complaciendo a los demonios al enviarlos a los cerdos. Es probable que los demonios quisieran escapar del dominio de Jesús al pedirle que los enviara a los cerdos. En primer lugar, el cerdo es un animal ceremonialmente impuro para los judíos, y el hecho de que se precipitasen al mar es significativo. Jesús acaba de calmar una tormenta en el mar que amenazaba con la muerte a sus discípulos, demostrando así su poder y dominio sobre las fuerzas naturales. Ahora da permiso a los demonios para que entren en los cerdos y acaban ahogándose en el mismo mar donde Jesús ejerce su dominio y, posiblemente, acaban en el abismo del cual buscaban huir.

Jesús, además de ejercer su propia autoridad sobre los espíritus malignos, delega esta autoridad a sus seguidores y los envía a expulsar también a los espíritus inmundos. Inicialmente envía a los doce apóstoles y después a los setenta discípulos para que ejerzan su poder y autoridad sobre los espíritus malignos. Los doce tienen la tarea exclusiva de predicar a los israelitas (Mateo 10:5), mientras que los setenta tienen una misión más amplia que parece corresponder al período en el que Israel estuvo en el desierto y durante la conquista de Canaán (Lucas 10:1-16). Según Lucas, hay varios elementos que sugieren que la misión de los setenta es un símbolo de la misión de la iglesia y representa una lucha espiritual.

Por ejemplo, después del regreso jubiloso de los setenta, Jesús declara: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10:18). El éxito de los discípulos contra espíritus demoníacos era la confirmación de que Satanás había caído de su lugar de autoridad y poder, y aunque todavía era poderoso, estaba en un lugar inferior. Cristo, “uno más fuerte que él” lo atacó y lo venció, le quitó todas sus armas en las cuales había confiado y ahora Él, y sus discípulos, se preparaban para distribuir su botín (Lucas 11:22). Es significativo también que las mismas instrucciones dadas por Jesús a los setenta guardan similitud con las instrucciones para la conquista de ciudades dadas en Deuteronomio 20:10–15.

Un nuevo Josué lideraba una nueva conquista y los demonios (al igual que los cananeos de antaño) se someten a los discípulos en el «nombre de Jesús», lo que demuestra la derrota de Satanás (Lc 10:17). Tampoco es casualidad que el número de discípulos enviados (setenta) coincide con los setenta ancianos que Moisés designó en Números 11 antes de la conquista de la tierra, y también corresponde al número de naciones mencionadas en Génesis 10. El mensaje no podría ser más claro: Las naciones de la tierra, hasta ahora dominadas por los principados demoníacos, ahora serán asaltadas y tomadas por las huestes leales a su legítimo Rey, el Mesías. Esta es una declaración de guerra.

Aunque Jesús en persona se enfrentaría al príncipe de este mundo y triunfaría sobre sus enemigos en la cruz, Él compartió el ministerio de expulsar demonios con sus seguidores, dándoles la autoridad y el poder para hacerlo. Hay varias pistas en el texto de Lucas que describe esta misión, indicando que es una misión de guerra espiritual y prefigura la misión de la iglesia al mundo. Así, por ejemplo, Jesús describe el envío de los setenta como enviar «corderos en medio de lobos» (Lc 10:3), lo que indica el ambiente conflictivo de la misión. La alusión a la «mies» (Lc 10:2, comparado con Isaías 27:12–13; 63:1–6; Joel 3:13), resalta también la naturaleza escatológica de la misión y enfatiza el contexto de conflicto. La guerra espiritual continúa a través de la iglesia, y continuará hasta el fin de los tiempos.

Cristo ha vencido al Satán y sus demonios. Nuestro enemigo está derrotado. En el Calvario, tal como lo hiciera antes en el desierto, Jesucristo venció al diablo, y “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:15). Sin embargo, cada creyente tiene que desarmar las tentaciones, el temor y la mentira del diablo individualmente en dependencia de Dios. Resistiendo al diablo de forma individual (Santiago 4:7) y avanzando de forma colectiva en el cumplimiento de la gran comisión (Mateo 28:18-20, Marcos 16:15-20) hacemos huir al diablo y conquistamos las almas y las naciones que Satanás considera suyas. Cada alma que vence la tentación, cada alma que abandona la mentira y abraza la verdad, es una conquista para el Reino de los cielos y un triunfo más en la guerra espiritual.

Otro aspecto relevante en el contexto de la contienda espiritual se evidencia en Mateo 16:18–19, donde Jesús se dirige a Pedro tras su confesión de que él es el Cristo, y pronuncia: «Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos». El foco principal de este pasaje reside en la ampliación de la comunidad eclesiástica. La alusión al Hades (que simboliza la muerte) y el concepto de «no prevalecerán» insinúan que el contexto trata sobre la confrontación espiritual. Sin embargo, sería incorrecto inferir que la acción de «atar» aquí se relaciona con la restricción de Satanás, debido a múltiples razones.

 Para iniciar, en Mateo 12, Jesús hace referencia a la acción de «atar al hombre fuerte» (Satanás), mientras que en Mateo 16, Jesús delega a Pedro la autoridad de «atar y desatar» sin especificar la aplicación específica de esta autoridad. La interpretación más verosímil se basa en un dicho común en la cultura judía de la época, donde «atar y desatar» implicaba la facultad de establecer lo que estaba prohibido (atar) y lo que estaba permitido (desatar). En otras palabras, Jesús estaba confiriendo a Pedro la autoridad para ejercer el liderazgo en los asuntos de la naciente comunidad cristiana. El contexto de Mateo 16 no se enfoca en la expulsión de demonios, sino en la expansión de la iglesia. Además, se debe tener en cuenta que en Mateo 12 se insinúa que Jesús ya había sometido a Satanás, como lo demuestra su capacidad para expulsar demonios. Si Satanás ya está sujeto, ¿por qué entonces Jesús otorgaría esa misma autoridad a Pedro?

El pasaje de Mateo 18:18–19 aclara aún más el tema, donde Jesús ofrece una declaración similar a su comunidad en el contexto del perdón y la resolución de conflictos: «En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Además, os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será concedida por mi Padre que está en los cielos». Aquí, el énfasis no recae en la autoridad para atar a Satanás, sino en la seguridad de que las decisiones tomadas en consenso por la comunidad serán respaldadas por Dios. El contexto literario que rodea estos versículos muestra que Jesús está confiriendo a la comunidad la autoridad para resolver conflictos y otorgar perdón mediante la acción de «atar» (prohibir) o «desatar» (permitir). Un ejemplo de la aplicación de esta autoridad por parte de la comunidad se aprecia en el conflicto entre Pablo y los líderes de la iglesia en Jerusalén sobre los requisitos para la salvación de los gentiles, como se narra en Hechos 15, donde Santiago decide permitir (desatar) que los gentiles sean admitidos como miembros de la comunidad sin requerir la circuncisión. Al igual que en el caso anterior, sería incorrecto inferir de este pasaje que la comunidad tiene la autoridad para atar a Satanás, quien ya ha sido atado por Jesús.

Justo después de su transfiguración (Mt. 17.1-13; Mr. 9:2-13; Lc. 9.28-36), que prefiguraba su futura victoria sobre el diablo, Jesús se encontró con un niño poseído por un demonio al descender del monte, al cual los nueve discípulos habían intentado exorcizar sin éxito. Al percatarse de esto, Jesús manifestó su descontento y procedió a expulsar al espíritu maligno. Cuando los discípulos le consultaron sobre por qué no pudieron lograrlo, Jesús explicó que este tipo de espíritu solo puede ser expulsado mediante la oración (Mc 9:29, algunos manuscritos añaden «y ayuno»). Este evento ilustra que aunque Jesús otorgó autoridad y poder a sus discípulos para echar fuera demonios, el ejercicio de esta autoridad y poder está completamente sujeto a la voluntad de Dios, y que los discípulos por sí mismos no poseían ningún poder para atar, ordenar o expulsar los espíritus malignos. Esto, sin duda, contradice lo que muchos cristianos creen hoy en día, los cuales profesan tener autoridad para atar y desatar huestes espirituales y ordenarle cosas a los ángeles y los demonios.

El relato en Marcos 11 presenta la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, lo que señala el comienzo de la última semana de su vida terrenal (consulte pasajes paralelos en Mateo 21 y Lucas 19). Esta entrada, en línea con las profecías de Isaías 35:10, Salmo 118:20–29 y Zacarías 9:9, simboliza la llegada del Rey victorioso a su ciudad capital, aparentemente para asumir su reinado, pero en realidad anticipando su destino en la cruz, donde Jesús afirma la victoria definitiva sobre Satanás. De hecho, el grito de Jesús al fallecer, como se narra en Marcos 15:37, no es el lamento de alguien vencido por la muerte, sino el poderoso clamor de aquel que ha obtenido la victoria sobre ella (véase Juan 10:17–18).

Las narrativas sobre la resurrección de Jesús y su interacción con sus discípulos ratifican el triunfo logrado en la crucifixión. En Lucas 24:27 y 44, Jesús ilustra a sus seguidores que los eventos que experimentó estaban profetizados. Los evangelios sinópticos son explícitos al señalar que la resurrección no marca el cierre de la narrativa de la victoria de Jesús, sino más bien su inicio. La ascensión de Jesús, brevemente mencionada en Lucas 24:50–51 y detallada en Hechos 1:7–11, reafirma su conquista. Además, en todos los evangelios sinópticos, Jesús encomienda a sus discípulos a proseguir con su obra.

LA GUERRA ESPIRITUAL EN EL EVANGELIO DE JUAN

El evangelio de Juan comienza su narrativa recordándonos el principio, el inicio de todo, la creación del mundo material. Al remontarse al inicio del tiempo, Juan busca establecer que Jesucristo es el Creador y que Él se encarnó para formar parte de su propia creación. En Juan 10:10, el Creador encarnado declara: «El ladrón [es decir, el Satán] no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». En 1 Juan 3:8, se afirma: «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo». Aunque Juan no menciona con frecuencia los términos «diablo» y «Satanás», sí señala que la traición de Judas fue influenciada por Satanás (Jn 6:70–71; 13:2, 27). Aunque Juan no detalla los exorcismos de Jesús, registra sanidades y otros milagros que resaltan el poder y la autoridad de Jesús. Además, utiliza una serie de antónimos (luz/tinieblas, vida/muerte, espíritu/carne, verdad/mentira, fe/incredulidad, arriba/abajo) que ilustran el conflicto entre Jesús (quien es el camino, la verdad y la vida en Jn 14:6) y el diablo (el padre de la mentira y el homicida según Jn 8:44). Aunque la guerra espiritual en Juan no es tan evidente como en los otros evangelios, el propósito de Jesús de resistir al diablo y vencerlo queda claramente establecido.[3]

¿QUÉ APRENDEMOS ACERCA DE LA GUERRA ESPIRITUAL EN LOS EVANGELIOS?

Los relatos evangélicos proporcionan una perspectiva significativa sobre el fenómeno de la guerra espiritual. De manera análoga a las contiendas bélicas descritas en el Antiguo Testamento, donde el pueblo de Dios se enfrentaba a sus enemigos bajo la dirección divina, en el Nuevo Testamento, Jesús otorga a sus seguidores la autoridad para participar en conflictos selectos contra el diablo y sus seguidores. Es imperativo comprender que esta cesión de autoridad no confiere autonomía a los discípulos; más bien, deben actuar en sumisión a Jesús y en completa dependencia del poder divino. De este modo, se resalta que no poseemos una autoridad intrínseca derivada de nuestra naturaleza humana, incluso en su estado redimido.

En el Nuevo Testamento se presenta una dualidad conceptual: por un lado, durante su ministerio terrenal, Jesús sometió a Satanás y lo venció mediante su muerte y resurrección; por otro lado, Satanás continúa siendo una amenaza formidable para los seguidores de Jesús. La solución a esta dualidad parece radicar en que cada discípulo asimile plenamente la victoria de Jesús, obedeciendo y dependiendo por completo de Él. Esta situación guarda similitudes con el desenlace del libro de Josué y el comienzo del libro de Jueces, donde a pesar de que Dios había entregado la tierra a su pueblo, estos no cumplieron con su parte para tomar posesión de ella en su totalidad.

La lección que se extrae de la cruz es que la derrota de Satanás se alcanza mediante la sumisión a Dios y la ejecución de su voluntad hasta la muerte. La victoria de Jesús no se manifestó a través de una demostración de poder abrumador, sino a través de la manifestación de humildad, mansedumbre y sumisión al Padre. En la guerra espiritual, como en todo, los discípulos de Jesús haríamos bien en imitarlo, evitando caer en el falso empoderamiento propuesto por los falsos maestros, los cuales “andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío”. Estos, siendo “atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores” (2 Pedro 2:10).

Lamentablemente, muchos cristianos hoy prefieren verse a sí mismos como “super-creyentes” con poderes especiales para atar y desatar seres espirituales. Sinceros, pero engañados, tales creyentes (embebidos en una falsa autoridad antibíblica), parecen olvidar que “cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda. Pero estos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales.” (Judas 9-10). ¡Dios nos libre de caer en tales errores en nuestra comprensión de la guerra espiritual!

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:


[1] Jaime Mirón, ¿Estoy preparado para la guerra espiritual? (Miami, Florida: Editorial Unilit, 2001).

[2] James Strong, Nueva concordancia Strong exhaustiva: Diccionario (Nashville, TN: Caribe, 2002).

[3] Robert Simons, ed., Una Teología Bíblica de la Guerra Espiritual, 1a ed. (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2019).

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