Por Fernando E. Alvarado.
INTRODUCCIÓN
¿Soy salvo? ¿Puedo estar verdaderamente seguro de mi salvación en esta vida? Es una pregunta que todos los cristianos nos hemos hecho en algún momento. El desafío de la adversidad, la tentación de pecar, cualquier punto bajo en nuestro camino espiritual, puede llevar a una persona a dudar de su identidad como hijo de Dios. A veces la inseguridad de la propia salvación puede originarse en el incumplimiento de ciertos estándares legalistas y extrabíblicos impuestos por una comunidad a otros, o simplemente pueden ser momentos de duda sin ninguna explicación. Cualquiera sea la causa, es una experiencia común que la mayoría de los cristianos pueden atestiguar en algún momento de su caminar.
La seguridad fue una preocupación central y motivadora de la Reforma Protestante. Martín Lutero buscó seguridad en el sacramento de la penitencia, pero fue en vano. Finalmente lo encontró en su descubrimiento de la justificación solo por gracia a través de la fe sola. Esta preocupación por la seguridad continuó entre los reformados (calvinistas).
Nuestro entendimiento de la doctrina de la seguridad de la salvación hace una diferencia: (1) La seguridad sirve como una base desde la cual consagrar más nuestras vidas a Dios; (2) la seguridad proporciona una audacia especial desde la cual vivir la vida cristiana y (3) la seguridad ofrece esperanza y paz que desafían la desesperación que marca nuestro mundo.
¿DUDANDO DE TU SALVACIÓN?
A muchos quizá les sorprenda saber que la mayoría de las personas que dudan de su salvación son calvinistas en su teología. En otras palabras, creen en la elección incondicional. Estos son los que creen en la perseverancia de los santos. ¡Estos son los que creen que no podemos perder nuestra salvación! Sin embargo, estos son los que más dudan de su fe. ¿Por qué? El problema radica en su creencia sobre la elección. ¿Cómo puede saber un calvinista con total seguridad y certeza que verdaderamente está entre los elegidos? Simplemente no puede.
En el calvinismo, la seguridad no se basa en las promesas de Dios (su promesa de salvar a todos los que se arrepienten y creen sobre la base de la vida perfecta de Jesús, la muerte sustitutiva y su resurrección), sino más bien en el secreto y eterno decreto de Dios para elegir a quien él quiera. Dicho de otra manera, el calvinismo hace a Dios fundamentalmente indigno de confianza. El punto de vista calvinista es que Dios siempre hará lo que sea que le brinde la mayor gloria, ya sea que eso signifique decretar tu perdón o tu condenación en el tormento eterno.[1]
Pero eso nos es todo ¡la cosa se pone peor! En el calvinismo, ni siquiera la propia conciencia de un creyente de que está bien con Dios es suficiente para proporcionarle seguridad (esto en oposición a Romanos 8:16). El mismo Calvino sostuvo que Dios podría proporcionarte a un individuo lo que él llamó «Gracia Evanescente»; es decir, falsa seguridad para que sea condenado más severamente. Calvino escribió:
“La experiencia muestra que los reprobados a veces se ven afectados de una manera tan similar a los elegidos, que incluso en su propio juicio no hay diferencia entre ellos. Por lo tanto, no es extraño que, para el apóstol, se les atribuya haber saboreado los dones celestiales, y experimentado por Cristo mismo una fe temporal. No es que realmente perciban el poder de la gracia espiritual y la luz segura de la fe; sino que el Señor, para condenarlos mejor y dejarlos sin excusa, inculca en sus mentes un sentido de su bondad que se puede sentir sin el Espíritu de adopción. Si se objetara que los creyentes no tienen un testimonio más sólido para asegurarles su adopción, yo respondo que aunque hay una gran semejanza y afinidad entre los elegidos de Dios y aquellos que están impresionados por un tiempo con una fe decreciente, sin embargo, solo los elegidos tienen esa plena seguridad que es exaltada por Pablo, y por la cual están capacitados para clamar, Abba, Padre. Por lo tanto, como Dios regenera a los elegidos para siempre por la semilla incorruptible, como la semilla de la vida que una vez sembraron en sus corazones nunca perece, entonces él sella efectivamente la gracia de su adopción, para que sea seguro y firme. Pero en esto no hay nada que impida que una operación inferior del Espíritu siga su curso en el reprobado. Mientras tanto, a los creyentes se les enseña a examinarse a sí mismos con cuidado y humildad, para evitar que la seguridad carnal se introduzca y tome el lugar de la seguridad de la fe. Podemos agregar, que el reprobado nunca tiene otro sentido que no sea el confuso sentido de la gracia, que se adueña de la sombra en lugar de la sustancia, porque el Espíritu sella adecuadamente el perdón de los pecados solo en los elegidos, aplicándolos con fe especial para su uso… Sin embargo, se dice correctamente que los reprobados creen que Dios es propicio para ellos, en la medida en que aceptan el don de la reconciliación, aunque confusamente y sin el debido discernimiento; no es que sean participantes de la misma fe o regeneración con los hijos de Dios; pero porque, bajo una cobertura de hipocresía, parecen tener un principio de fe en común con ellos. Ni siquiera niego que Dios ilumine sus mentes hasta este punto, que reconozcan su gracia; pero esa convicción la distingue del testimonio peculiar que da a sus elegidos a este respecto, de que el reprobado nunca alcanza el resultado completo o la fructificación. Cuando se muestra propicio a ellos, no es como si realmente los hubiera rescatado de la muerte y los hubiera tomado bajo su protección. Él solo les da una manifestación de su misericordia presente. Solo en los elegidos él implanta la raíz viva de la fe, para que perseveren hasta el final. Por lo tanto, disponemos de la objeción, que si Dios verdaderamente muestra su gracia, debe perdurar para siempre. No hay nada inconsistente en esto con el hecho de que él ilumina a algunos con un presente sentido de la gracia, que luego se vuelve evanescente”.[2]
El creyente arminiano, en cambio, descanso en la seguridad de la Palabra, en las promesas de Dios. Dios no engaña a nadie, él no puede mentir. Es contra su carácter santo engañar incluso al incrédulo. Él no reprueba a nadie por puro capricho. Todo el que quiera está invitado y tendrá la oportunidad genuina de ser salvo si así lo desea. Su sacrificio expiatorio es ilimitado en cuanto a su poder redentor y no está restringido a un pequeño grupo de elegidos incapaces de estar plenamente seguros que son parte de los “elegidos”: “El Espíritu y la novia dicen: « ¡Ven!»; y el que escuche diga: « ¡Ven!» El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.” (Apocalipsis 22:17, NVI). El Señor ha dicho claramente que “al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera.” (Juan 6:37, LBLA). Pues “El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.” (2 Pedro 3:9, LBLA).
LA BIBLIA, NUESTRA FUENTE DE CERTEZA
En su epístola a los Romanos, Pablo nos enseña claramente que podemos estar seguros, aquí y ahora, que somos salvos: “El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…” (Romanos 8:16-17, NVI).
De acuerdo con Pablo, conocer nuestra identidad es una obra sobrenatural del Espíritu. Incluso nuestro conocimiento subjetivo de nuestra identidad depende de la revelación de Dios. Además, cuando Pablo alienta a los cristianos a probarse a sí mismos para ver si están en la fe (2 Corintios 13: 5-6), la implicación es que uno puede conocer la respuesta. De hecho, esto es lo que significa el versículo 6 cuando dice: “Mas espero que reconoceréis que nosotros no estamos reprobados” (LBLA).
Puede haber momentos en que una situación difícil pueda eliminar cualquier sensación de seguridad personal. Tal vez incluso caer en un pecado momentáneo nos lleve a la duda. No obstante, las relaciones (y ser un hijo de Dios es eso, una relación, pues implica comunión con el Padre) no se rompen instantáneamente. El mismo Dios que nos justifica con gracia también nos preserva en nuestra debilidad. El mérito de nuestra identidad no se basa en nuestro conocimiento subjetivo, sino en la obra de Cristo y el Espíritu Santo en nuestras vidas. La seguridad no es otra cosa que un regalo de Dios a sus hijos.
LA BIBLIA DICE QUE SOMOS SALVOS Y PODEMOS SABERLO AQUÍ Y AHORA
Según la Palabra podemos saber que tenemos vida eterna porque somos la justicia de Dios en Cristo Jesús (Romanos 3: 23-24); la sangre de Jesús lava todos nuestros pecados (Mateo 26:28; Efesios 1: 7; Hebreos 10: 10,14) y Jesús es nuestro mediador (Hebreos 4: 14-16; 9:14). A aquellos que dudan de su salvación, la Biblia les dice:
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Juan 1: 12-13, «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.»
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Juan 3: 14-18, Jesús dijo: “Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. »Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.”
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Juan 3:36, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios”
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Juan 5:24, Jesús dijo: “Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.”
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Hechos 10:43, “De él dan testimonio todos los profetas, que todo el que cree en él recibe, por medio de su nombre, el perdón de los pecados.”
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Hechos 16: 30-31, “Luego los sacó y les preguntó: —Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo? —Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos —le contestaron.”
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Romanos 10: 9-10 y 13, “que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo… porque «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo»”
Juan dijo que escribió su primera epístola: “Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.” (1 Juan 5:13, NVI). A ti que dudas de tu salvación sin razón alguna, te pregunto ¿Tú crees en Jesús? ¿Has depositado tu fe en él para salvación? Entonces, ¿cuál es la promesa de Dios para ti? El apóstol Pablo escribió: “Por lo cual también sufro estas cosas, pero no me avergüenzo; porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día.” (2 Timoteo 1:12, LBLA).
REFERENCIAS:
[1] Véase John Piper, La justificación de Dios (2ª ed.), Especialmente las páginas 88-89; 116; 121-22; 133; y 149-150.
[2] Juan Calvino, Institución de Religión Cristiana, 3.2.11.