Solo Jesús tiene el poder de poner fin a este conflicto constante y restaurar la paz. Como se menciona en Efesios 2:14, "Él es nuestra paz". Jesús se sumergió en el conflicto al aceptar ser golpeado por la vara de la justicia divina que nos perseguía (Ef. 2:13–17; Col. 1:20). En Cristo, Dios mismo reconcilió el mundo consigo mismo, estableciendo la paz y proclamando la amnistía; transformando al rebelde arrepentido en una criatura de paz (2 Co. 5:17–21). Por esta razón, todo creyente justificado experimenta paz con Dios (Ro. 5:1). La paz de Dios, que supera todo entendimiento, puede custodiar el corazón y la mente del creyente en Cristo Jesús (Fil. 4:7). Experimenta alegría y bienestar, descansando y durmiendo en paz (Sal. 4:8).
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Bienaventurados los misericordiosos
La palabra traducida como misericordia es eleéo (ἐλεέω), y significa compasivo. Implica tanto alcanzar misericordia como recibir misericordia.[1] Como uno de los atributos comunicables de Dios, la misericordia expresa la bondad y amor de Dios por el culpable y miserable. Incluye la piedad, compasión, gentileza, paciencia. Es a la vez libre (no limitada por una resistencia exterior) y absoluta (cubre todas las áreas de la vida humana). La misericordia general se aprecia mejor en la creación y providencia: Él hace salir su sol sobre buenos y malos (Mateo 5:45). Pero hay una misericordia especial para aquellos que se declaran pobres de espíritu, que lloran por su pecado, que son mansos y tienen hambre y sed de justicia y salvación.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
Sí, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed”. La pregunta es: ¿Tienes hambre y sed de esa justicia? ¿O estás contento con tus logros y satisfecho con tu condición? Tener hambre y sed de justicia siempre ha sido la experiencia de los verdaderos santos de Dios (Filipenses 3:8–14). ¿Eres uno de ellos?
Bienaventurados los mansos
De los mansos se afirma: “ellos recibirán el terreno por heredad”, y heredar la tierra es volverse herederos del mundo, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8:17). Es ser “[bendecidos] con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), gozar esa paz y descanso verdaderos que solo experimentaremos cuando el Reino de los cielos descienda a la tierra y lo llene todo. Los mansos quizá sufran un poco en este mundo pecaminoso pero, al fin de cuentas, van a heredar la “tierra nueva, [en la cual] mora la justicia” (2 Pedro 3:13). La pregunta es ¿somos nosotros mansos y humildes?
Fieles al Señor y a la verdad bíblica en un mundo de verdades relativas
¡Ojalá nuestra generación actual tuviera la misma enteresa que tuvo Lutero para defender sus convicciones hasta las últimas consecuencias! Lamentablemente, vivimos en la época del relativismo, donde no hay valores absolutos, verdades absolutas, ni nada por lo que valga la pena dar la vida: tu verdad, mi verdad, por absurda que esta sea, es tan válida como cualquier otra y, por lo tanto, nada merece nuestro compromiso absoluto. ¿Por qué no claudicar’ ¿Por qué no llegar a acuerdos y transigir un poco? Todo es negociable, ¿o no? todo tiene un precio. ¡Hasta nuestra conciencia, parece tenerlo! Los principios, los valores, la fe, todo parece ser negociable. ¿Qué hubiera ocurrido si Lutero hubiese sacrificado sus principios y sometido su conciencia a cambio de aceptación y favores mundanos? ¿Dónde estaríamos hoy?
Miserables alcanzados por su gracia
Al ser humano le cuesta entender que no tiene que hacer nada, que todo ha sido ya realizado, únicamente debe acudir al lado de su Padre. Esta compresión hace que la persona cambie, es una gracia que transforma, el ser humano ya no es el mismo. ¡Así de bello e incomprensible es el Evangelio de la Gracia!