Por Fernando E. Alvarado
Frecuentemente, alguno que otro cesacionista esgrime en defensa de su doctrina uno que otro texto patrístico[1] para “comprobar” de forma extrabíblica que los dones cesaron después de la muerte del último apóstol (algunos afirman que incluso antes del 70 d.C.). Generalmente, tal testimonio patrístico a favor del cesacionismo se limita a tres citas poco favorecedoras, siendo una de ellas el testimonio de Juan Crisóstomo[2]:
“Todo este lugar [hablando de 1 Corintios 12] es muy oscuro: pero la oscuridad es producida por nuestra ignorancia de los hechos mencionados y por su cesación, siendo tal como entonces solía ocurrir, pero que ahora ya no se llevan a cabo. ¿Y por qué no ocurren ahora? Porque, mirad ahora, la causa de la oscuridad también ha producido en nosotros otra pregunta: esto es, ¿por qué ocurrieron entonces, y ahora no lo hacen más?… Bien, ¿qué fue lo que pasó entonces? Quien quiera que fuera bautizado hablaba inmediatamente en lenguas y no solo con lenguas, sino que muchos también profetizaban, y algunos hacían muchas obras maravillosas… pero más abundante que ninguna otra cosa era el don de lenguas entre ellos.”[3]

Otra cita tomada de los Padres a favor del cesacionismo proviene de Agustín de Hipona[4] (354–430)
“En los tiempos más antiguos, el Espíritu Santo descendió sobre los que creyeron y hablaron en lenguas, que no habían aprendido, según el Espíritu les daba que hablasen. Estas fueron señales adaptadas para ese tiempo. Porque había esta proclamación del Espíritu Santo en todas las lenguas [idiomas] para mostrar que el evangelio de Dios iba a ser comunicado a través de todas las lenguas sobre toda la tierra. Esto se hizo por señal y terminó.”[5]
«Porque, ¿quién espera en estos días que las personas sobre quienes se imponen las manos para que reciban el Espíritu Santo deben inmediatamente empezar a hablar en lenguas? Pero se entiende que invisiblemente e imperceptiblemente, a causa del vínculo de la paz, el amor divino es inspirado en sus corazones, para que puedan ser capaces de decir: ‘Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.’”[6]
Teodoreto de Ciro (C. 393– C. 466) es también citado en defensa del cesacionismo. Él afirmó que:
“En otros tiempos los que aceptaron la predicación divina y que fueron bautizados por su salvación se les dio señales visibles de la gracia del Espíritu Santo que actuó en ellos. Algunos hablaron en lenguas que no conocían, y que nadie les había enseñado, mientras que otros realizaron milagros o profetizaron. Los corintios también hicieron estas cosas, pero no utilizaron los dones como debieron haber hecho. Estaban más interesados en presumir que en usarlos para la edificación de la iglesia. …Incluso en nuestro tiempo de gracia se otorga a los que son considerados dignos del santo bautismo, pero no podría tomar la misma forma que tomó en aquellos días.”[7]
Estas tres afirmaciones patrísticas resultarían ser una verdadera desgracia para el continuismo si no fuera que han sido sacadas de su contexto. Y con todo respeto hacia nuestros hermanos cesacionistas (pero a la vez por amor a la verdad) debemos reconocer que en su esfuerzo por defender su postura, muchos de ellos prefieren cegarse ante la vasta evidencia en favor del continuismo y optan por la deshonestidad intelectual, por lo que terminan manipulado la historia de la Iglesia (y las pocas citas patrísticas que creen que les favorecen) para intentar demostrar su postura. Afortunadamente, y gracias al creciente conocimiento de la patrística en nuestros días, tales manipulaciones han quedado en evidencia.
Y es que hoy en día, a diferencia de siglos anteriores, contamos con variados textos antiguos provenientes de los padres apostólicos, de los padres apologistas griegos, y de los padres y obispos de la iglesia de los primeros siglos, tanto griegos como latinos. Esto nos permite declarar con autoridad que el panorama en el tema de la continuidad de los dones es bien claro: Hay un unanimis consensus Patrum que nos permite afirmar enfáticamente la vigencia de los dones espirituales y su continuidad tras la muerte de los apóstoles.

Agustín de Hipona (citado anteriormente en defensa del cesacionismo) afirmó:
“Todavía hoy se realizan milagros en su nombre… Se realizan todavía hoy muchos prodigios; los realiza el mismo Dios a través de quienes le place y como le place, lo mismo que realizó los que tenemos escritos.”[8]
La Didaché[9] o Didajé, por su parte afirma:
“Sin embargo, no todo el que habla en el Espíritu es un profeta, sino sólo el que tiene las costumbres del Señor. Por sus costumbres, pues, será reconocido el profeta falso y el profeta verdadero”[10]
Ignacio de Antioquía[11] (Siria, 35 d.C.- Roma, entre 108 y 110 d.C.), también declaró:
“Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo don espiritual.”[12]
En la famosa obra cristiana del siglo II, el Pastor de Hermas[13] 140 d.C., el autor declara:
“Así pondrás a prueba al profeta y al falso profeta, Por medio de su vida pon a prueba al hombre que tiene el Espíritu divino. En primer lugar, el que tiene el Espíritu divino, que es de arriba, es manso y tranquilo y humilde, y se abstiene de toda maldad y vano deseo de este mundo presente, y se considera inferior a todos los hombres, y no da respuesta a ningún hombre cuando inquiere de él, ni habla en secreto porque tampoco habla el Espíritu Santo cuando un hombre quiere que lo haga, sino que este hombre habla cuando Dios quiere que lo haga. Así pues, cuando el hombre que tiene el Espíritu divino acude a una asamblea de hombres justos, que tienen fe en el Espíritu divino, y se hace intercesión a Dios en favor de la congregación de estos hombres, entonces el ángel del espíritu profético que está con el hombre llena al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la multitud, según quiere el Señor. De esta manera, pues, el Espíritu de la deidad será manifestado. Ésta, por tanto, es la grandeza del poder que corresponde al Espíritu de la divinidad que es del Señor”.[14]
Quadrato, el apologista cristiano conocido más antiguo, obispo de Atenas y uno de los padres Apologistas Griegos, fue también defensor de la continuidad de los dones espirituales. La apología de Cuadrato es la primera apología del cristianismo que se conoce y con ella se inaugura la literatura apologética cristiana. Acerca de la vigencia de los dones espirituales, Quadrato afirmó:
“Las obras, empero, de nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que eran verdaderas; los que curó, los que resucitó de entre los muertos no fueron vistos solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino que estuvieron siempre presentes y eso no solamente mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aún después de su muerte han sobrevivido mucho tiempo, de suerte que algunos de ellos han llegado hasta nuestros días.”[15]
¿Pero quién era Quadrato? La única referencia que tenemos de él está en Eusebio, en su Chronicon, y en Historia Eclesiástica, IV, III, I, II. Según este testimonio, Quadrato afirmaba ser discípulo de los apóstoles y para preparar a sus hermanos en la fe en la defensa contra las falsas acusaciones hechas por los paganos, escribió una inteligente defensa del cristianismo que dirigió al emperador Adriano en el 125 d.C. De él afirmó Eusebio[16]:
“Entre los que por este tiempo eran famosos, estaba también Quadrato, del cual refiere una tradición que sobresalía en el carisma profético, como las hijas de Felipe”[17]

De él también habló posteriormente Jerónimo de Estridón[18] diciendo:
“Quadrato, discípulo de los Apóstoles, sucedió a Publio, obispo de Atenas… Quadrato entrega al Emperador un libro escrito en favor de nuestra religión, muy útil, a base de fe y razón, digno de la doctrina de los Apóstoles; en ese libro, mostrando su edad avanzada, dice haber visto numerosos desgraciados, bajo el peso de diversas calamidades, ser sanados y resucitados por el Señor”.[19]
Ireneo[20], Obispo de Lyon (130-202 d.C.) también afirmó la vigencia de los dones en sus días:
“También nosotros hemos oído a muchos hermanos en la Iglesia, que tienen el don de la profecía, y que hablan en todas las lenguas por el Espíritu, haciendo público lo que está escondido en los hombres y manifestando los misterios de Dios, a quienes el Apóstol llama espirituales: éstos son espirituales, porque participan del Espíritu.”[21]
“Por eso sus discípulos verdaderos en su nombre hacen tantas obras en favor de los seres humanos, según la gracia que de él han recibido. Unos real y verdaderamente expulsan a los demonios, de modo que los mismos librados de los malos espíritus aceptan la fe y entran en la Iglesia; otros conocen lo que ha de pasar, y reciben visiones y palabras proféticas; otros curan las enfermedades por la imposición de las manos y devuelven la salud; y, como arriba hemos dicho, algunos muertos han resucitado y vivido entre nosotros por varios años.”[22]
“Porque saben que los seres humanos no reciben de Marco (maestro gnóstico) el don de la profecía, sino que Dios concede esta gracia desde lo alto a quienes él quiere; y quienes reciben de Dios este don, hablan donde y cuando Dios quiere, no cuando Marcos ordena. Aquel que manda es más grande y soberano que quien le está subordinado; pues lo primero es propio de quien tiene el gobierno, y lo segundo del que le está sujeto.”[23]
Tertuliano[24] (160-220 d.C.) también nos habla de liberaciones, sanidades y señales milagrosas en su época:
“Mas, ¿quién os arrebataría a esos enemigos ocultos que por doquier y siempre devastan vuestros espíritus y vuestra salud, o sea, esos demonios que nosotros arrojamos de vuestros cuerpos sin pedir recompensa ni salario? Nos hubiera bastado, en venganza, abandonaros a esos espíritus inmundos como a bien sin dueño.”[25]
“Que Marción exhiba, pues, como dones de su dios, algunos profetas, que no hayan hablado por sentido humano, sino con el Espíritu de Dios, que hayan predicho cosas que van de ocurrir y hayan puesto de manifiesto los secretos del corazón; que él produzca un salmo, una visión, una oración -solo que sea por el Espíritu, en un éxtasis, esto es, en un rapto, toda vez que le haya ocurrido una interpretación de lenguas; que él me muestre también, que cualquier mujer de lengua jactanciosa en su comunidad haya profetizado alguna vez de entre aquellas hermanas especialmente santas que él tiene. Ahora, todas estas señales (de dones espirituales) se están manifestando de mi lado sin ninguna dificultad, y concuerdan, también, con las reglas, y las dispensaciones y las instrucciones del Creador.” [Tertuliano, Contra Marción 5:8]
Justino Mártir[26] (110-168 d.C), otro grande de la fe cristiana, también defendió la continuidad de los dones espirituales:
“Entre nosotros, aun hasta el presente, se dan los carismas proféticos. Por donde hasta vosotros tenéis que daros cuenta de que los que en otros tiempos se daban en vuestro pueblo han pasado a nosotros.”[27]
“Ahora, es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen dones del Espíritu de Dios.”[28]
La vigencia del don profético en sus días es también proclamada por Taciano[29], 110-172 d.C
“Pero el Espíritu de Dios no está con todos, sino que, asumiendo su morada con aquellos que viven justamente, y combinándose íntimamente con el alma, anuncia cosas ocultas a otras almas mediante profecías.”[30]
En su obra “Contra Celso”, Orígenes[31] (185-255 d.C.) declara sobre los dones espirituales:
“Y es así como, sin obrar milagros y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a abandonar, por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional y abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida. Y todavía se conservan entre los cristianos huellas de aquel Espíritu Santo que fue visto en figura de paloma. Ellos expulsan demonios, realizan muchas curaciones y, según la voluntad del Legos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera se burle Celso, o el judío que introduce, sobre lo voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han venido al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu, apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su mente y, de odiar al Logos, pasaron a morir por El. De muchos de estos casos hemos sido testigos; sin embargo, de ponerlos por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos, los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así creerían que nos lo inventamos también nosotros. Pero testigo es Dios de nuestra conciencia que no quiere recomendar la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino por múltiple evidencia.”[32]

En una de sus cartas Cipriano[33], obispo de Cartago (200-258 d.C.), junto a 40 obispos más de su época, declaró que Dios les había revelado a través de visiones, sobre la persecución que se avecinaba sobre ellos, una persecución más violenta que la anterior que habían afrontado. Tales visiones fueron fieles a la verdad y tuvieron cumplimiento cierto, pues dicha persecución efectivamente sucedió. Cipriano afirma:
“Pero, como vemos que se acerca el día de una nueva persecución y que se nos advierte con continuas señales que estemos armados y preparados para la lucha que nos prepara el enemigo […] Pues hay que obedecer, en efecto, las señales y las advertencias […] nos ha parecido bien -por inspiración del Espíritu Santo y después de habernos advertido el Señor en varias y claras visiones, que se nos anuncia y se nos manifiesta que el enemigo está inminente […] que se acerca el día de la lucha, que muy pronto se alzará contra nosotros el enemigo violento, que viene una batalla, no como la pasada sino mucho más grave y violenta, que así nos lo ha dado a conocer Dios diversas veces y que hemos recibido sobre eso frecuentes advertencias de la providencia y misericordia del Señor.”[34]
Novaciano[35]de Frigia (210- 258 d.C.) también confirma la vigencia de los dones espirituales en una época posterior a la muerte de los apóstoles:
“Armados y fortalecidos por el mismo Espíritu, teniendo en sí mismos los dones que este mismo Espíritu distribuye, y otorga a la Iglesia, la Esposa de Cristo, como sus ornamentos. Él es quien coloca profetas en la Iglesia, instruye maestros, dirige lenguas, da poderes y sanidades, hace obras maravillosas, ofrece discernimientos de espíritus, concede poderes de gobierno, sugiere consejos, y ordena y arregla cualesquiera otros dones de charismata que haya. Y así perfecciona y completa en todo a la Iglesia del Señor en todas partes.”[36]
Un siglo después, Hilario de Poitiers[37] (315-367 d.C.) dio testimonio, al igual que sus antecesores, acerca de la vigencia y continuidad de los dones carismáticos en la iglesia de su tiempo:
“Porque el don del Espíritu se manifiesta, allí donde la sabiduría habla y son oídas las palabras de vida, y allí donde es el conocimiento que viene del discernimiento dado por Dios, por el don de sanidades, para que por la curación de las enfermedades podamos dar testimonio de su gracia que concedió estas cosas; o por el hacer milagros, para que lo que hacemos pueda ser entendido como que es del poder de Dios, o por profecía, para que a través de nuestra comprensión de la doctrina podamos ser conocidos como enseñados por Dios; o por el discernimiento de espíritus, para que no seamos incapaces de decir si alguien habla con un espíritu santo o pervertido, o por géneros de lenguas, para que el hablar en lenguas pueda ser otorgado como una señal del don del Espíritu Santo; o por la interpretación de lenguas, para que la fe de aquellos que oyen no sea puesta en peligro a través de la ignorancia, dado que el intérprete de una lengua explica la lengua a aquellos que son ignorantes de ella. Así en todas estas cosas distribuidas a cada uno para provecho haya al mismo tiempo la manifestación del Espíritu, siendo evidente el don del Espíritu a través de estas ventajas maravillosas concedidas sobre cada uno.”[38]
Cirilo de Jerusalén (315-386 d.C.), contemporáneo de Hilario, añade también su testimonio en favor de la vigencia de los dones espirituales:
“Porque Él emplea la lengua de un hombre para sabiduría; el alma de otro Él ilumina por profecía, a otro le da poder de echar fuera demonios, a otro le da interpretar las Escrituras divinas. Él fortalece el dominio propio de un hombre; Él enseña a otro la manera de dar limosnas; a otro enseña a ayunar y disciplinarse; a otro enseña a despreciar las cosas del cuerpo; a otro prepara para el martirio; diversos en diferentes hombres, pero no diversos de Él, como está escrito.”[39]
Y puesto que Agustín de Hipona es usado a menudo como defensor del cesacionismo, es justo utilizar sus palabras como cierre en esta serie de citas patrísticas a favor de la vigencia y continuidad de los dones espirituales posterior a la edad apostólica. Agustín dijo:
“De dónde nacen las visiones: Procede del espíritu cuando, estando completamente sano y fuerte el cuerpo, los hombres son arrebatados en éxtasis, ya sea que al mismo tiempo vean los cuerpos por medio de los sentidos corporales y por el espíritu ciertas semejanzas de los cuerpos que no se distinguen de los cuerpos, o ya pierdan por completo el sentido corporal y, sin percibir por él absolutamente nada, se encuentren transportados por aquella visión espiritual en el mundo de las semejanzas de los cuerpos. Mas cuando el espíritu maligno arrebata al espíritu del hombre en estas visiones, engendra demoníacos o posesos, o falsos profetas. Si, por el contrario, obra en esto el ángel bueno, los fieles hablan ocultos misterios, y si además les comunica inteligencia, hace de ellos verdaderos profetas; o si, por algún tiempo, les manifiesta lo que conviene que ellos digan, los hace expositores y videntes.”[40]
“Debemos creer que tal fue aquel famoso monje Juan, a quien el emperador Teodosio el Grande consultó sobre el éxito de la guerra civil, porque tenía realmente el don de profecía. Ni puedo poner en duda de que a cada uno pueda distribuirse la totalidad de los dones, como tampoco que uno solo pueda tener muchos.”[41]
Sobre Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona nos narra:
“Tuvo lugar en Milán, estando yo allí, el milagro de la curación de un ciego, que pudo llegar al conocimiento de muchos por ser la ciudad tan grande, corte del emperador, y por haber tenido como testigo un inmenso gentío que se agolpaba ante los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio. Estaban ocultos estos cuerpos y casi ignorados; fueron descubiertos al serle revelado en sueños al obispo Ambrosio. Allí vio la luz aquel ciego, disipadas las anteriores tinieblas.”[42]
“¿Qué he de hacer? Urge la promesa de terminar la obra y no puedo consignar aquí cuanto sé. Y, sin duda, la mayoría de los maestros, al leer esto, se lamentarán haya pasado en silencio tantos milagros que conocen como yo. Les ruego tengan a bien disculparme y piensen qué tarea tan larga exige lo que al presente me fuerza a silenciar la necesidad de la obra emprendida. Si quisiera reseñar, pasando por alto otros, los milagros solamente que por intercesión del gloriosísimo mártir Esteban han tenido lugar en esta colonia de Cálama, y lo mismo en la nuestra, habría que escribir varios libros. Y aun así no podrían recogerse todos, sino sólo los que se encuentran en los folletos que se recitan al pueblo. He querido recordar los anteriores al ver que se repetían también en nuestro tiempo maravillas del poder divino semejantes a las de los tiempos antiguos, y que no debían ellas desaparecer sin llegar a conocimiento de muchos. No hace dos años aún que está en Hipona Regia la capilla de este mártir, y sin contar las relaciones de las muchas maravillas que se han realizado y que tengo por bien ciertas, de sólo las que han sido dadas a conocer al escribir esto llegan casi a setenta. Y en Cálama, donde la capilla existió antes, tienen lugar con más frecuencia, y se cuentan en cantidad inmensamente superior.”[43]

Sin duda el cesacionismo no representa en nada el pensamiento cristiano de los primeros siglos (ni siquiera de la edad post-apóstolica). Cuando uno lee las actas de martirio de aquellos cristianos que entregaron su vida bajo la persecución del imperio romano, puede constatar que en la inmensa mayoría de ellas hay relatos de milagros y hechos sobrenaturales. Esto implica que la mentalidad de la iglesia en siglos posteriores a la muerte de los apóstoles no era escéptica, no limitaba los sucesos milagrosos para la época apostólica exclusivamente, sino que consideraba que estos seguían vigentes y eran, en alguna medida, señal distintiva de la verdadera iglesia.
Atanasio, obispo de Alejandría (n. 296 – m. el 2 de mayo del año 373 d.C.), considerado doctor de la Iglesia Occidental y padre de la Iglesia Oriental, y que defendiese con gran valentía la divinidad de Cristo en una incansable lucha que duró desde el primer Concilio de Nicea, en el 325, hasta cerca del Concilio de Constantinopla en el 381 d.C. (defensa que le valió cinco destierros), añade información valiosa en favor de la continuidad de los dones espirituales. En su biografía de Antonio Abad[44], Atanasio escribe:
“Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros acerca de él, sino que estén seguros de que, al contrario, han oído muy pocos todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él… Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé – porque lo vi con frecuencia -, y lo que pude aprender del que fue su compañero. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehúse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que tenga en poco a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.”[45]
“Cuando finalmente la persecución del emperador cesó [Emperador Maximino, 312 d .C]… [Antonio] volvió a la soledad, determinó un período de tiempo durante el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la que molestaba el demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: «Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te concederá». Ese hombre se fue creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra: «Pidan y se les dará». Muchísima gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.”[46]
“Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba acortando. Llegó hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él. Oró y luego Antonio le dijo a Frontón » Vete, vas a ser sanado.» Pero el insistió y se quedó durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: «No te vas a sanar mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto verás en ti el milagro.» El hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de Egipto desapareció su enfermedad. Sanó según las instrucciones que Antonio había recibido del Señor mientras oraba.”[47]
El cesacionismo es, y siempre será, una teología huérfana. Una teología sin fundamento bíblico que se disfraza de piedad para ocultar el verdadero motivo de su existencia: La incredulidad, la duda, el materialismo de una mente que rechaza lo que escapa de su limitado entendimiento y el escepticismo de muchos que se dicen “creyentes”. Ni la Biblia ni los textos patrísticos pueden usarse para defender el cesacionismo.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
[1] La patrística es el estudio del pensamiento, doctrinas y obras del cristianismo desarrollados por los Padres de la Iglesia, que fueron sus primeros autores durante los siglos I y VIII d.C. La palabra patrística deriva del latín patres, que significa ‘padre’. La patrística fue el primer intento por unificar los conocimientos de la religión cristiana y establecer el contenido dogmático de la misma junto con la filosofía, a fin de dar una explicación lógica de las creencias cristianas y defenderlas ante los dogmas paganos y las herejías.
[2] Juan Crisóstomo (griego: Ἰωάννης ὁ Χρυσόστομος, latín: Ioannes Chrysostomus) o Juan de Antioquía (latín: Ioannes Antiochensis; Antioquía, 347-Comana Pontica, 14 de septiembre de 407) fue un clérigo cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres orientales que procede de la Escuela de Antioquía (José Orlandis Rovira, Historia de la Iglesia I: La Iglesia antigua y medieval (12ª edición). Madrid: Ediciones Palabra [2012]. p. 121).
[3] Juan Crisóstomo, Homilías sobre 1 Corintios, 36,7. Crisóstomo comenta en 1 Corintios 12:1-2 e introduce todo el capítulo. Citado de Gerald Bray, ed., 1-2 Corintios, en la Antigua Serie de Comentarios Cristiana, (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1999), 146.
[4] Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona (en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis), conocido también como san Agustín (Tagaste, 13 de noviembre del 354-Hipona, 28 de agosto del 430), fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte de África y dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el pelagianismo. Es considerado el «Doctor de la Gracia», fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y uno de los más grandes genios de la humanidad. Autor prolífico, dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más destacadas. Es venerado como santo por varias comunidades cristianas, como la Iglesia católica, ortodoxa, oriental y anglicana (Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografía de San Agustín. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España. Consultado el 12 de septiembre de 2021).
[5] Agustín, Homilías de la Primera Epístola de Juan, 6.10. Citado de Philip Schaff, Niceno y los Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, (Peabody, MA: Hendrickson, 2012) 7:497–98.
[6] Agustín, Sobre el Bautismo, Contra los Donatistas, 3,16.21. Citado de Philip Schaff, Niceno y los Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, 4:443. Véase también Las Cartas de Petiliano, el Donatista, 2.32.74.
[7] Teodoreto de Ciro, Comentario de la Primera Epístola a los Corintios, 240-43; en referencia a 1 Cor. 12:1, 7. Citado de Bray, 1–2 Corintios, ACCS, 117.
[8] Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra Paganos, Capítulo VIII.
[9] La Enseñanza de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles, conocida comúnmente como Didaché o Didajé, es una obra de la literatura cristiana primitiva que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo I, acaso antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (70 d. C.), por uno o varios autores, los «didaquistas», a partir de materiales literarios judíos y cristianos preexistentes.
[10] Eugenio Romero Pose (1998). «La doctrina de los doce apóstoles». XX Siglos (Facultad de Teología San Dámaso) 6:11, pp. 29-31.
[11] Ignacio de Antioquía (Siria, Imperio romano, 35 – Roma, entre 108 y 110) es uno de los padres de la Iglesia y, más concretamente, uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles. Fue el primero en aplicar el adjetivo «católica» a la Iglesia. Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado o, como él mismo escribió: “para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo.” (Ignacio de Antioquía, Ad Rom. 4, 1)
[12] Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo 2.2
[13] El Pastor de Hermas es una obra cristiana del siglo II que no forma parte del canon neotestamentario y que gozó de una gran autoridad durante los siglos II y III. Tertuliano e Ireneo de Lyon lo citan como «Escritura», el Codex Sinaiticus lo vincula al Nuevo Testamento y en el Codex Claromontanus figura entre los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo. La primera versión de la obra fue escrita en griego, y de ella no se ha conservado el texto completo, pero inmediatamente fue traducida al latín quizás por su propio autor, Hermas de Roma (para más información véase: Philippe Henne, L’unité du Pasteur d’Hermas. Tradition et redaction, París 1992).
[14] Pastor de Hermas. Mandamientos 11.
[15] El fragmento de Cuadrato es una cita consignada en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea,1 en el libro IV, Capítulo 3, párrafo 2.
[16] Eusebio de Cesarea (c. 263-30 de mayo de 339, probablemente en Cesarea de Palestina), también conocido como Eusebius Pamphili (Eusebio Panfilio, o literalmente, ‘Eusebio, amigo de Pánfilo’) fue obispo de Cesarea, exégeta y se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia porque sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo.
[17] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III.37.1
[18] Eusebio Hierónimo1 (Estridón, Dalmacia, c. 340 – Belén, 30 de septiembre de 420), conocido comúnmente como san Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón o, simplemente, Jerónimo, tradujo la Biblia del griego y del hebreo al latín por encargo del papa Dámaso I. La traducción al latín de la Biblia hecha por san Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, ‘edición para el pueblo’) y publicada en el siglo IV de la era cristiana, fue declarada en 1546, durante el Concilio de Trento, la versión auténtica y oficial de la Biblia para la Iglesia católica latina, hasta la promulgación de la Nova Vulgata, en 1979 (véase: Pierre Maraval, Petite vie de Saint Jérôme, París, Éditions Desclée de Brouwer, 1995, 37).
[19] San Jerónimo – de su libro: De Viris Illustribus (Sobre los Hombres Ilustres) Capítulo 19.
[20] Ireneo de Lyon, conocido como san Ireneo (Esmirna, Asia Menor, c. 140 – Lyon, c. 202), fue obispo de la ciudad de Lyon desde 189. Es considerado como el más importante adversario del gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las herejías.
[21] Ireneo de Lyon: Adversas Haereses – Libro V 6.1
[22] Ireneo de Lyon – Adversas Haereses – Libro II 32.3,4,5
[23] Ireneo de Lyon – Contra los Herejes – Libro I. 13,3 – 13,4.
[24] Quinto Septimio Florente Tertuliano (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Nació, vivió y murió en Cartago, en el actual Túnez, y ejerció una gran influencia en la Cristiandad occidental de la época.
[25] Tertuliano, El Apologético – XXXVII
[26] Justino Mártir (Neapolis, Siria, ca. 100/114 – Roma, 162/168) también conocido como Justino el Filósofo fue uno de los primeros apologistas griegos que escribieron en defensa del cristianismo. Inicialmente filósofo pagano, tras su conversión abrió escuela en Roma y tendió puentes con el judaísmo y el paganismo, con el objetivo de propagar la idea de que el Cristo era la encarnación del Logos. Su actividad en defensa del cristianismo llamó la atención del prefecto Quinto Junio Rústico, que lo condenó a muerte junto a otros compañeros por negarse a realizar sacrificios ante los dioses romanos. Si bien la mayoría de sus obras se han perdido, los ejemplares existentes testimonian el desarrollo de la praxis y doctrina cristiana durante el siglo II. Su Apología, dirigida a los césares, y su Diálogo con el rabino Trifón discuten la legalidad y racionalidad del cristianismo, la interpretación del Antiguo Testamento, la naturaleza de Dios a la luz de la fe y de la filosofía, el sacrificio de animales como ofrenda a Dios, y muchos otros temas.
[27] Justino Mártir, diálogo con Trifón 82.
[28] Justino Mártir diálogo con Trifón, 88.1.
[29] Taciano o Taciano el Sirio (h. 120-h. 180) fue un escritor cristiano del siglo II, discípulo de san Justino y fundador del encratismo. Su vida y su doctrina se conocen a través de menciones de autores posteriores como Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea, que le denuncian como discípulo del gnóstico Marción y fundador o inspirador del encratismo. A pesar de la mala consideración de estos autores, se le tiene por uno de los apologetas griegos por ser autor de una apología del cristianismo: el Discurso contra los griegos, que ha llegado íntegra a nosotros (véase: Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica IV,29; así como la obra de Daniel Ruiz Bueno (1954). Padres apologetas griegos. Biblioteca de Autores Cristianos.).
[30] Taciano, Discurso a los Griegos, 13.
[31] Orígenes de Alejandrían (c. 184-c. 253), también conocido como Orígenes Adamantius, fue un erudito, asceta y teólogo cristiano primitivo que nació y pasó la primera mitad de su carrera en Alejandría. Fue un escritor prolífico que escribió aproximadamente 2000 tratados sobre múltiples ramas de la teología, incluyendo crítica textual, exégesis bíblica y hermenéutica bíblica, homilética y espiritualidad. Fue una de las figuras más influyentes en la teología, la apologética y el ascetismo cristianos primitivos. Él ha sido descrito como «el genio más grande que la Iglesia primitiva haya producido» (véase: Trigg, Joseph Wilson (1983), Origen: The Bible and Philosophy in the Third-Century Church, Atlanta, Georgia: John Knox Press).
[32] Orígenes, Contra Celso, 1.46
[33] Tascio Cecilio Cipriano (c. 200 – 14 de septiembre de 258) fue un clérigo y escritor romano, obispo de Cartago (249-58), santo y mártir de la Iglesia. Autor importante del Cristianismo primitivo de ascendencia bereber, muchas de cuyas obras en latín se han conservado. Nació alrededor de principios del siglo III en África del Norte, quizás en Cartago, donde recibió una educación clásica. Poco después de convertirse al cristianismo, se convirtió en obispo en 249. Una figura controvertida en vida, sus fuertes habilidades pastorales, su firme conducta durante la herejía novaciana y el brote de la plaga, y martirio en Cartago reivindicaron su reputación y demostraron su santidad a los ojos de la Iglesia. Su hábil retórica latina le llevó a ser considerado como el escritor latino más destacado de la Cristiandad occidental hasta Jerónimo y Agustín de Hipona. La peste cipriana recibe su nombre de él, debido a su descripción de ella.
[34] Cipriano, Carta 57 a Cornelio.
[35] Novaciano (Frigia, 210- 258) fue un sacerdote, teólogo y primer escritor de la iglesia occidental en utilizar el latín y antipapa en la época del papa Cornelio desde 251 hasta 258,2 fecha de su muerte.
[36] Novaciano, Tratado sobre la trinidad, 29.
[37] Hilario de Poitiers fue un obispo, escritor, Padre y Doctor de la Iglesia nacido a principios de siglo IV, hacia 315, en Poitiers (Francia) y fallecido en esta misma ciudad en 367. Es referido en ocasiones como el «martillo de los arrianos» (en latín, Malleus Arianorum) y como el «Atanasio de Occidente» (véase: Enrique Moliné, Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Ediciones Palabra, Madrid 19953, ISBN 84-8239-018-X, pág. 479).
[38] Hilario de Poitiers, Sobre Mateo, 8.30 (Para más información sobre su vida y escritos véase: Henry Bettenson. The Later Christian Fathers OUP (1970), p.4.
[39] Cirilo de Jerusalén, Lecciones catequéticas, 16.12.
[40] Agustín de Hipona, Del Génesis a la letra. Libro XII. 19.41.
[41] Agustín, La Devastación de Roma. VI. 7. BAC.
[42] Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII.
[43] Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII. 20.
[44] Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G., eds. Diccionario de los Santos, volumen I. Madrid: San Pablo. pp. 227-233.
[45] Atanasio de Alejandría, Vita Antonii.
[46] Ibid.
[47] Ibid.