La declaración de 𝙎𝙞𝙢𝙪𝙡 𝙄𝙪𝙨𝙩𝙪𝙨 𝙚𝙩 𝙋𝙚𝙘𝙘𝙖𝙩𝙤𝙧 toma una postura muy seria sobre el pecado. No rehuye la realidad bíblica de que el pecado ha corrompido totalmente a la humanidad y al mundo (1 Juan 1:9; Romanos 3:23; Romanos 8:22). Es una confesión de que la criatura humana no puede por su propio poder vencer el pecado o que dejará, en esta vida, de ser pecadora. El daño causado por el pecado al alma humana es tan indescriptible que no puede ser reconocido por nuestra razón, sino solo por la Palabra de Dios. El daño es tal que sólo Dios, a través de su bendita gracia y el poder de su Santo Espíritu, puede separar la naturaleza humana y la corrupción entre sí.
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El hombre fue creado bueno y justo; porque Dios dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza". Sin embargo, el ser humano por su propia voluntad cayó en transgresión, incurriendo así no sólo la muerte física sino también la espiritual, que es la separación de Dios (Génesis 1:26-27; Génesis 2:17; Génesis 3:6; Romanos 5:12-19).
El pecado ancestral y sus efectos
En virtud de la ley de solidaridad de Adán con toda la humanidad, por ser su cabeza físico-jurídica, nos priva de los dones extraordinarios que Dios había concedido en un principio a Adán para que los comunicara a sus descendientes. Del mismo modo que entre Adán y sus descendientes hubiera existido solidaridad si hubiera sido fiel, del mismo modo existe también solidaridad en su rebeldía. El gran desastre del pecado de Adán fue que arrastró consigo a toda la naturaleza humana. De igual manera que si Adán se hubiese suicidado antes de tener hijos, hubiera privado de la vida a todo el género humano, así con su pecado nos priva de la gracia. Fue un suicidio espiritual por parte de Adán que nos impidió, a todos sus descendientes, nacer a la clase de vida originalmente diseñada por Dios para nosotros.
¿Es Dios indiferente a mi dolor?
¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que continúe el sufrimiento en el mundo que Él creó? ¿Es Dios indiferente a mi dolor? ¿Es Dios un ser malvado que se deleita en ver sufrir a sus indefensas y vulnerables criaturas? Para aquellos que en el pasado o actualmente hemos soportado un gran sufrimiento, estas no son preguntas filosóficas, sino preguntas profundamente personales y emocionales. Incluso los creyentes sufrimos, pues, aunque los que hemos puesto nuestra fe en Jesús ya no estamos bajo la maldición del pecado, todavía vivimos en un mundo manchado por el pecado y sufrimos los efectos del pecado.
¿Llevamos nosotros la culpa del pecado de Adán? ¿Por qué debemos sufrir por ello?
Por dominante que el término pecado original se haya vuelto, puede ser una sorpresa para muchos, saber que era desconocido tanto en la Iglesia Oriental como la Occidental hasta la época de Agustín (354-430). El término aparece por primera vez en los escritos de Agustín. Anterior a esto los teólogos de la Iglesia primitiva usaron una terminología distinta que indicaba un modo distinto de pensar sobre el tema de la caída, sus secuelas y la respuesta de Dios. El término utilizado por los Padres griegos para describir la tragedia en el Jardín del Edén fue: pecado ancestral. Pecado ancestral tiene un significativo específico. La palabra griega para el pecado, en este caso (amartema) se refiere a un acto individual. Con ella los primeros cristianos asignaron responsabilidad por el pecado del Jardín sólo a Adán y a Eva. La palabra amartía, el término más común para el pecado significa literalmente “no dar en el blanco” y se usa en referencia a la condición común de la humanidad. La iglesia primitiva nunca habla del paso de la culpabilidad de Adán y Eva a sus descendientes, como hizo Agustín. Al contrario, se considera a cada individuo responsable sólo por la culpa de sus propios pecados. La pregunta que surge entonces es: ¿En qué consiste la herencia de Adán y Eva a la humanidad, si no es la culpa? En primer lugar, la muerte (1 Corintios 15:21). El hombre nace con el poder parasitario de la muerte dentro de sí. En segundo lugar, heredamos una naturaleza tendiente al pecado. Nuestra naturaleza, se hizo “enferma” por el pecado de Adán, nuestro padre. Entonces, no es la culpa lo que pasa a la humanidad sino la condición, la enfermedad llamada pecado.