Por Fernando E. Alvarado
¿Cómo puede un Dios amoroso permitir que continúe el sufrimiento en el mundo que Él creó? ¿Es Dios indiferente a mi dolor? ¿Es Dios un ser malvado que se deleita en ver sufrir a sus indefensas y vulnerables criaturas? Para aquellos que en el pasado o actualmente hemos soportado un gran sufrimiento, estas no son preguntas filosóficas, sino preguntas profundamente personales y emocionales. Incluso los creyentes sufrimos pues, aunque los que hemos puesto nuestra fe en Jesús ya no estamos bajo la maldición del pecado, todavía vivimos en un mundo manchado por el pecado y sufrimos los efectos del pecado.

A veces nuestro sufrimiento es el resultado de nuestro propio pecado. A veces es el resultado de otros pecadores contra nosotros. La mayoría de las veces, el sufrimiento es el resultado del pecado en un sentido más general, pues vivimos en un mundo caído rodeado de otros seres caídos. El mundo simplemente no es como debería ser, por lo que existen cuestiones como problemas de salud, conflictos relacionales y desastres naturales que nos causan dolor y provocan sufrimiento. Como creyentes, incluso podemos experimentar sufrimiento cuando negamos nuestra carne pecaminosa y, en cambio, vivimos en la justicia de Cristo (Mateo 16: 24–25). Satanás y su simiente en este mundo harán todo lo posible por hacernos sufrir (Génesis 3:15, Apocalipsis 12:17).

Al meditar en el sufrimiento he podido concluir, a la luz de la Biblia, que:
- El sufrimiento nos toca a todos como parte de la experiencia humana en un mundo caído (Génesis 3:1-19, Lucas 4:5-8, Juan 16:33, 1 Juan 5:19). La pregunta no es si vamos a sufrir, sino en qué forma. El sufrimiento es inherente a la existencia humana en este mundo infectado con el pecado, la muerte y la influencia de Satanás (Job 1-2).
- El sufrimiento no es transaccional ni proporcional a la vida que vivamos (Habacuc 1:1-4, Salmo 13:1-6; 73:1-28, Eclesiastés 7:15). En numerosas ocasiones, el justo sufre y experimenta pobreza, persecución y muerte injusta; mientras que a veces los impíos prosperan, gozan de salud y viven cómodamente. Esta es otra consecuencia de vivir en un mundo caído.
- Dios no causa el dolor ni el sufrimiento (Santiago 1:17, 1 Juan 1:5). Es más bien la humanidad misma la que ha provocado el daño en el mundo de Dios. Dios sin embargo lo tolera temporalmente e incluso usa nuestro propio mal y pecado para llevar a cabo sus propósitos. Una vez el sufrimiento es contextualizado dentro de la meta-narrativa bíblica, somos invitados a apreciar más la gracia divina, entendiendo lo que Dios hace cada día por nosotros como actos de misericordia divina, y no como recompensas que merecemos (Deuteronomio 7:7, Oseas 14:4, Lamentaciones 3:22-33).
- La soberanía de Dios nos invita a descansar en Su amor y cuidado, dándole propósito y significado a nuestro sufrimiento. A pesar de que no tengamos ni la más remota idea de por qué estamos experimentado sufrimiento, podemos estar plenamente seguros de que Dios tiene suficientes razones morales para permitir nuestro sufrimiento. Esto nos permite concluir que nuestro sufrimiento no es en vano, está lleno de propósito y significado, ayudándonos a moldearnos en la persona que Dios desea que seamos en el proceso (Romanos 8:28, Isaías 29:16; Isaías 64:8; Jeremías 18:1-9; Romanos 9:14-24, Salmo 138:8, Filipenses 1:6). Así pues, la frase popular “Todo pasa por una razón” es correcta, pero incompleta, ya que bíblicamente hay quizá millones de razones divinas por lo cual las cosas pasan.
- De este modo, aunque no podemos siempre saber las verdaderas razones, sí podemos saber con certeza cual no puede ser la razón de nuestro sufrimiento. No puede ser porque Dios es indiferente para con nuestro sufrimiento, pues en la cruz el amor de Dios fue garantizado por completo. En la cruz, Dios encarnado tomó la penalidad de mis pecados en mi lugar; tomo el castigo que merecíamos para que nosotros pudiéramos recibir la recompensa que el merecía, otorgándonos vida eterna, vistiéndonos de su justicia, limpiándonos de nuestros pecados, otorgándonos un nuevo corazón, otorgándonos de su Espíritu, haciéndonos partícipes de la familia de Dios y prometiéndonos que nada ni nadie podrá separarnos de su amor (Isaías 53:5, Juan 3:16, Romanos 4:3-5, 1 Juan 1:7, Ezequiel 36:26, Efesios 1:13-14, 1:12. Romanos 3:28-38).
- El dolor y el sufrimiento presente pasarán. El sufrimiento no es eterno, la gloria venidera sí lo es. Una nueva creación es el glorioso final de la revelación de la salvación de Dios; es el fin supremo de la historia de la salvación (Apocalipsis 21:4-7)

El dolor es real, sin duda. Dios permite el sufrimiento por miles o quizá millones de razones. Pero también es cierto que Dios ha elegido compartir nuestro sufrimiento. Él eligió experimentarlo en carne propia y solidarizarse con nosotros, pues no le somos indiferentes. En la cruz, Jesús soportó el sufrimiento y la vergüenza por nosotros. Las manos y pies de Cristo fueron perforados. Las vestiduras de Cristo fueron divididas entre sus enemigos. Cristo soportó las miradas y las burlas. De hecho, fue Cristo quien pronunció las siguientes palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46), identificándose así con nuestro mayor sufrimiento: Sentirnos abandonados por Dios. Cristo experimentó aún el rechazo de Dios, experimentando así el mismo sufrimiento que mucha gente vive hoy en día, sintiéndose aislados del amor y el favor de Dios.

Cristo, el eterno Hijo de Dios en quien mora la plenitud de la divinidad de Dios, ha vivido en la tierra como un ser humano y ha soportado el hambre, la sed, la tentación, la vergüenza, la persecución, la desnudez, la aflicción, la traición, la burla, la injusticia y la muerte. Por tanto, Él está en posición de cumplir el anhelo de Job: «No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos. Quite sobre de mí su vara y su terror no me espante. Entonces hablaré, y no le temeré; porque en este estado no estoy en mí» (Job 9:33-35).
Solo la cosmovisión cristiana puede darle un sentido consistente al problema del mal y del sufrimiento. Los cristianos sirven a un Dios que ha vivido en esta tierra y que ha sufrido el trauma, la tentación, la pérdida, la tortura, el hambre, la sed, la persecución e incluso su ejecución. Cuando nos preguntamos, ¿Qué tanto le importa a Dios mi dolor y mi sufrimiento? el cristiano puede señalar la cruz y decir, «Demasiado». ¡A él sea toda gloria y honor!
