Cesasionismo, Continuismo, Dones Espirituales

Continuidad histórica de los carismas

Por Fernando E. Alvarado

Una de las objeciones actuales más comunes a la manifestación de los dones espirituales (carismata) tales como el hablar en otras lenguas y el profetizar (entre otros) es la idea de que desaparecieron cuando los apóstoles murieron. Según esta teoría, nadie debe esperar recibir dones espectaculares de parte del Espíritu puesto que pertenecen exclusivamente al pasado. Esta perspectiva está perdiendo credibilidad en nuestros días. Sin embargo, todavía es común oír en algunos círculos la pregunta: “Si los dones espirituales de 1 Corintios 12:7-10 son válidos para los cristianos más allá de la muerte de los apóstoles, ¿por qué estuvieron ausentes de la historia de la iglesia hasta su supuesta reaparición en el siglo veinte con el movimiento pentecostal?” Eso no necesariamente es cierto. Como cualquier historiador eclesiástico reconocerá, apenas conocemos una pequeña fracción de lo que sucedió en la historia de la iglesia. Es terriblemente presuntuoso concluir que los dones del Espíritu estuvieron ausentes en las vidas de las personas de las cuales no sabemos prácticamente nada. En otras palabras, ¡la ausencia de evidencia no es necesariamente la evidencia de ausencia! Simplemente no sabemos lo que estaba sucediendo en los miles y miles de iglesias y reuniones de cristianos en los pasados siglos. Ninguno de los oponentes del continuismo puede decir con confianza que los innumerables miles de cristianos en toda la tierra habitada, a través de la historia, jamás oraron en lenguas en sus devociones privadas. La ausencia de una referencia explícita a ciertos carismas es, por lo tanto, una base débil sobre la cual argumentar para su retiro permanente de la vida de la iglesia.

¿ES LÓGICO CREER QUE CESARON LOS DONES ESPIRITUALES DESPUÉS DE LA MUERTE DE LOS APÓSTOLES?

Si es cierto que los dones espirituales llegaron a ser esporádicos con el paso del tiempo, puede haber una explicación distinta a la teoría de que estaban restringidos al primer siglo. Debemos recordar que antes de la Reforma protestante en el siglo XVI, el cristiano promedio no tenía acceso a la Biblia en su propio idioma. La ignorancia bíblica era rampante. Ese no es el tipo de ambiente en el que las personas estarían conscientes de los dones espirituales (su nombre, naturaleza, función y la responsabilidad del creyente de perseguirlos) y, por lo tanto, difícilmente el tipo de ambiente en el que esperaríamos que buscaran y oraran por ellos. Si los dones eran escasos y esto nuevamente es altamente discutible, se debió tanto a la ignorancia y al letargo espiritual que genera la ignorancia bíblica. Especialmente importante en este sentido es la concentración de la autoridad espiritual y el ministerio en el oficio de obispo y sacerdote en la Iglesia emergente de Roma. A principios del siglo 4 a.d. (mucho antes, según algunos), ya existía un movimiento para limitar la oportunidad de hablar, servir y ministrar en la vida de la iglesia al clero ordenado. Los laicos fueron silenciados y marginados y quedaron casi totalmente dependientes de la contribución del sacerdote local o del obispo monárquico. Aunque Cipriano (obispo de Cartago, 248-258 d.C.), habló y escribió a menudo sobre el don de profecía y la recepción de visiones del Espíritu (Las Epístolas de Cipriano, vii.3-6, ANF, 5: 286-87; vii.7, ANF, 5: 287; lxviii.9-10, ANF, 5: 375; iv.4, ANF, 5: 290), también fue responsable de la desaparición gradual de tales carismas de la vida de la iglesia. Él, entre otros, insistió en que solo al obispo y al sacerdote de la iglesia se les debería permitir ejercer estos dones reveladores. De modo que el carisma de la profecía fue capturado por el episcopado monárquico, utilizado en su defensa, y dejado morir con una muerte inadvertida cuando la verdadera estabilidad del episcopado lo convirtió en una herramienta superflua (La Decadencia de la Profecía Extática en el Iglesia Primitiva, Estudios teológicos 36 [junio de 1976]: 252).

Aún si admitiéramos que ciertos dones espirituales eran menos frecuentes que otros en ciertas épocas de la iglesia, su ausencia bien podría deberse a la incredulidad, la apostasía y otros pecados que sirven solo para apagar y entristecer al Espíritu Santo. Si Israel experimentó la pérdida de poder debido a la rebelión repetida, si Jesús mismo no pudo hacer muchos milagros en ciertos lugares debido a la incredulidad de la gente (Marcos 6:5-6), no deberíamos sorprendernos ante la poca frecuencia de lo milagroso en los períodos de la historia de la iglesia marcados por la ignorancia teológica y la inmoralidad personal y clerical.Por otro lado, si queremos ser coherentes con los estándares de la fe protestante, debemos reconocer que la ausencia de dones espirituales en la historia de la iglesia, posterior a la muerte de los apóstoles, es insuficiente para probar que éstos ya no están vigentes en nuestra época. Por ejemplo, todos los protestantes (así seamos continuistas o cesacionistas) creemos que el Espíritu Santo es el maestro de la iglesia. Todos creemos que el Nuevo Testamento describe su ministerio de iluminar nuestros corazones e iluminar nuestras mentes para comprender las verdades de las Escrituras (1 Juan 2: 20,27; 2 Timoteo 2: 7; etc.). Sin embargo, dentro de la primera generación después de la muerte de los apóstoles, la doctrina de la justificación por la fe se vio comprometida. La salvación por la fe y las obras pronto se convirtió en una doctrina secundaria y no fue defendida por la iglesia (con algunas excepciones notables) hasta que dicha posición bíblica fue defendida valientemente por Martín Lutero en el siglo XVI. Mi pregunta, entonces, es esta: si Dios deseaba que el Espíritu Santo continuara enseñando e iluminando a los cristianos sobre verdades bíblicas vitales más allá de la muerte de los apóstoles, ¿Por qué la iglesia languideció ignorando esta verdad fundamental por más de 1,300 años? ¿Por qué los cristianos sufrieron por la ausencia de esas bendiciones experienciales que esta verdad vital podría haber traído a su vida de iglesia? Sin duda, la respuesta será que nada de esto prueba que el Espíritu Santo cesó su ministerio de enseñanza e iluminación. Nada de esto prueba que Dios dejó de querer que su gente entendiera tales principios doctrinales vitales. Por consiguiente, la relativa poca frecuencia o ausencia de ciertos dones espirituales durante el mismo período de la historia de la iglesia no prueba que Dios se opusiera a su uso o que haya negado su validez por el resto de la era presente. Tanto la ignorancia teológica de ciertas verdades bíblicas como la pérdida de las bendiciones experienciales proporcionadas por los dones espirituales pueden, y deben, ser atribuidas a factores distintos a la sugerencia de que Dios pretendía tal conocimiento y poder solo para los creyentes en la iglesia primitiva.

¿QUÉ NOS ENSEÑA LA HISTORIA?

Sin embargo, la evidencia histórica que poseemos defiende la postura continuista. Gracias al gran resurgimiento de los estudios patrísticos a lo largo del siglo pasado, la teología contemporánea se ha dado cuenta de la vitalidad y dinamismo que caracterizaron a la Iglesia recién nacida en las generaciones pos-apostólicas. Teólogos clave tales como Justino Mártir, Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Novaciano y Cirilo de Jerusalén, estaban plenamente convencidos de que los dones del Espíritu seguían vigentes en sus días.

JUSTINO MÁRTIR (100-165)

En su “Diálogo con Trifón”, Justino aclara que los dones proféticos de los judíos fueron transferidos a los cristianos. Empieza el capítulo 82 de su libro declarando que: “Los dones proféticos siguen con nosotros hasta el día de hoy.” Sigue la misma línea de razonamiento en el capítulo 87 argumentado que el Espíritu continúa impartiendo dones de gracia, “a aquellos que son dignos porque creen en Él.” El siguiente capítulo, el 88, afirma explícitamente la presencia de los dones espirituales: “Ahora, es posible ver mujeres y hombres entre nosotros que poseen dones del Espíritu de Dios.” Justino creía que los carismata todavía existían en sus días. En su Segunda Apología llega a aseverar que muchos cristianos siguen echando fuera demonios. “Ahora puedes ver esto por ti mismo. Porque muchos endemoniados hay por todo el mundo. Incluso los había en tu ciudad. Muchos hermanos cristianos los echaron fuera en el nombre de Jesucristo, el cual fue crucificado bajo Poncio Pilato. Los libraron y siguen librándolos, quitando el poder de los diablos. Fueron curados aun cuando otros exorcistas y las drogas no podían hacer nada” (capítulo 6). ¡El Espíritu no había parado de obrar en el siglo segundo!

IRENEO (130-202)

El magnum opus de Ireneo, “Contra las herejías”, también da testimonio de la amplia gama de dones espirituales que operaban en el siglo segundo. Ireneo llega a decir que los carismata son una clara señal del discipulado del Jesús verdadero (y no el Jesús gnóstico). Escribe: “Aquellos que son verdaderamente sus discípulos, habiendo recibido gracia de Él, llevan a cabo milagros en su nombre para promover el bienestar de otros hombres, según el don que cada uno ha recibido de Él. Porque algunos verdaderamente echan fuera demonios, de modo que aquellos que han sido limpiados así de espíritus malignos suelen creer en Cristo y se unen a la Iglesia. Otros son capaces de ver cosas venideras: ven visiones y pronuncian palabras proféticas. Otros sanan a los enfermos, imponiéndoles las manos, y se sanan. Además, hasta los muertos han sido resucitados y permanecen entre nosotros por muchos años.” (2:32:4). ¡El Espíritu, entonces, hace milagros, echa fuera demonios, revela el futuro, sana a los enfermos e incluso levanta a los muertos! Otro párrafo relevante en cuanto al tema de las lenguas se halla en el 5:6:1 donde explica que: “Por esta razón declara el apóstol, Hablamos sabiduría entre los que son perfectos, refiriéndose a aquellos que habían recibido el Espíritu de Dios, y quienes a través del Espíritu de Dios hablan en todo tipo de lenguas, como él mismo hacía. De igual manera, nosotros también oímos a muchos hermanos en la Iglesia que poseen dones proféticos, y que a través del Espíritu hablan en muchas lenguas y traen a la luz las cosas ocultas de los hombres para el beneficio general. El apóstol llama a los tales “espirituales”, siendo espirituales por participar del Espíritu, no porque hayan sido librados de su cuerpo de carne y se hayan convertido en seres puramente espirituales.” Así Ireneo confesó abiertamente que el Espíritu impartía dones carismáticos a su Iglesia.

TERTULIANO (150-220)

Tertuliano estaban tan cautivado por el dinamismo del Espíritu de Dios que algunos lo han nombrado el primero teólogo auténticamente ‘pentecostal’ de la Iglesia (aunque se trata de un anacronismo, es como tachar a Agustín de calvinista). A Tertuliano le encantó el tema del Espíritu Santo. En el contexto del bautismo, exhorta a los recién convertidos a anhelar los dones espirituales. “Por consiguiente, amados y benditos, a quienes aguarda la gracia de Dios, cuando salís de ese baño santo [el bautismo] y por primera vez extendéis vuestras manos dentro de la casa de tu Madre [la Iglesia] junto con vuestros hermanos, pedid al Padre, pedid al Señor que os dé la riqueza de su gracia y la distribución de sus dones (1 Corintios 12:4-12). “Pedid,” dice, “y se os dará.” Habéis pedido, y habéis recibido. Habéis llamado, y se os ha abierto. Lo único que pido es que mientras estéis pidiendo, que os acordéis de mí, Tertuliano el pecador.” (Sobre el bautismo, 20). Otro pasaje útil se encuentra en su obra Contra Marción 5:8. En esta sección de su libro, Tertuliano repite lo que Ireneo había hecho, esto es, apelar a los dones espirituales para demostrar que su Iglesia era de veras la Iglesia de Cristo. Reta al hereje Marción a producir manifestaciones espirituales parecidas a los dones del Espíritu que operaban en la Iglesia de Tertuliano. Esos dones, creía Tertuliano, le aseguraban que servía al único Dios verdadero del Antiguo y del Nuevo Testamento y no al ‘dios’ modificado de Marción. “Que Marción exhiba, pues, como dones de su ‘dios’, algunos profetas que no hayan hablado por sentido humano, sino con el Espíritu de Dios, que hayan predicho cosas que han de ocurrir y hayan puesto de manifiesto los secretos del corazón (1ª Corintios 14:25); que él produzca un salmo, una visión, una oración (1ª Corintios 14:26) – sólo que sea por el Espíritu, en un éxtasis, esto es, en un rapto, toda vez que le haya ocurrido una interpretación de lenguas; que él me muestre también, que cualquier mujer de lengua culta en su comunidad haya profetizado alguna vez de entre aquellas hermanas especialmente santas que él tiene. Ahora, todas estas señales (de dones espirituales) se están manifestando de mi lado sin ninguna dificultad, y concuerdan, también, con las reglas y las dispensaciones y las instrucciones del Creador. Por lo tanto, tanto Cristo como el Espíritu y el apóstol pertenecen únicamente a mi Dios. Aquí está mi confesión para todo aquel que quiera conocerla.” Tertuliano entendió que la abundancia de dones que operaban en su congregación (y la falta de ellos en la secta de Marción) probó el hecho de que su Iglesia estaba alineada con el Dios de las Escrituras. Habló mucho del don de profecía. De hecho, dedicó el noveno capítulo de su obra Tratado sobre el alma a contar las poderosas experiencias proféticas que una hermana en el Señor había vivido. “Dado que nosotros reconocemos los carismata espirituales, o dones, hemos recibido el don de la profecía, aunque vivimos después de Juan [el Bautista].”

ORÍGENES (185-254)

Orígenes también era consciente de los carismata. Su obra más conocida, “Sobre los principios”, es el primer intento de cualquier escritor cristiano en compilar una teología sistemática amplia. Advierte en contra del mal uso de los dones espirituales. Esto nos lleva a la conclusión de que los carismata estaban vigentes en su generación. Proclama solemnemente, “Cuando la palabra de sabiduría o de conocimiento o cualquier otro don haya sido otorgado al hombre – sea por bautismo o sea por la gracia del Espíritu – y no es administrado correctamente, a saber, el recipiente lo esconde debajo de tierra o en un pañuelo, el don del Espíritu, seguramente, será quitado de su alma, y lo que queda, esto es, la sustancia de su alma, será asignada a su lugar con los incrédulos. Será separada y dividida del Espíritu, el cual quiere unir el alma del hombre al Señor.” (2:10:7). Si un creyente tiene un don espiritual, lo tiene que usar diligentemente en el temor del Señor. Dios no imparte sus dones con ligereza. Cada don conlleva una gran responsabilidad. Orígenes testifica que: “Entre los cristianos seguimos encontrando huellas del Espíritu, el cual apareció en forma de paloma. Echan fuera demonios y realizan muchas sanidades y predicen ciertos eventos, conforme a la voluntad del Logos.” (Contra Celso, 1:46).

NOVACIANO (200-258)

Novaciano el ‘puritano’ (otro anacronismo) estuvo persuadido de que el Espíritu de Dios concedió plenitud a la Iglesia de Cristo. En el Antiguo Testamento sólo se experimentó la obra del Espíritu de una manera parcial, pero ahora, los redimidos en Cristo reciben múltiples bendiciones gracias al ministerio del Espíritu. Su testimonio es el siguiente: “El Espíritu es quien coloca profetas en la Iglesia, instruye maestros, dirige las lenguas, da poderes y sanidades, hace obras maravillosas, ofrece discernimiento de espíritus, concede poderes de gobierno, sugiere consejos, y ordena y arregla cualesquiera otros dones de carismata que haya. Y así perfecciona y completa en todo a la Iglesia del Señor en todas partes.” (Sobre la Trinidad, 29). Novaciano, pues, añade su voz a aquéllas de Tertuliano y Orígenes para confirmar la obra continua de los carismata espirituales en el tercer siglo. ¡La Iglesia era un lugar emocionante y llena de vitalidad divina gracias a la obra del Espíritu de Dios!

CIRILO DE JERUSALÉN (313-386)

Cirilo de Jerusalén registró varios comentarios sobre la obra del Espíritu en sus “Lecciones catequéticas” en el siglo cuarto. Prometió a los fieles que: “Si creéis, no solamente recibiréis la remisión de pecados, sino haréis cosas más allá del poder del hombre. ¡Y qué seáis tenidos por dignos de recibir el don de profecía también! […] Tu Guardián, el Consolador, te guardará todos los días de tu vida. Te cuidará como si fueras uno de sus soldados. Cuidará tus entradas y tus salidas. Te guardará de todos tus enemigos. Y te dará dones de todo tipo, si no lo contristas por el pecado. […] Estate preparado para recibir gracia, y cuando la hayas recibido, no la deseches.” (17:37). Alude también en el capítulo anterior al exorcismo, explicando: “Si eres tenido por digno de la gracia, tu alma será iluminada, recibirás un poder que no tienes, recibirás armas terribles para los espíritus malos; y si no arrojas tus armas, sino guardas el Sello sobre tu alma, ningún espíritu malo se te acercará a ti; porque se acobardará; porque verdaderamente por el Espíritu de Dios son expulsados los malos espíritus.” (17:36) El Espíritu da varios dones (la profecía incluida) y también echa fuera demonios.

LOS DONES SIGUEN VIGENTES

Este breve estudio de los siglos segundo, tercero y cuarto nos revela que los mayores pensadores de la Iglesia pos-apostólica estaban en total acuerdo en que los dones espirituales seguían vigentes en el cuerpo de Cristo. No existía una convicción de que los dones de algún modo habían desaparecido cuando los apóstoles murieron. Ese concepto no surgió hasta finales del siglo cuarto/ principios del siglo quinto por medio de dos teólogos importantes: Juan Crisóstomo en el Oriente y Agustín de Hipona en el Occidente. La idea que algunos hermanos tienen en nuestros días de que los dones espirituales cesaron una vez que se escribió el libro de Apocalipsis es históricamente insostenible e indefendible.

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