Por Fernando E. Alvarado.
El don de milagros es uno de los nueve dones espirituales que el apóstol Pablo menciona en 1 Corintios 12, un capítulo dedicado a la diversidad de los dones otorgados por el Espíritu Santo para la edificación de la iglesia. Pablo señala que a algunos les es dado «el hacer milagros» (1 Corintios 12:10), haciendo una clara distinción entre este don y otros como el de sanidades o la profecía. El término griego utilizado aquí es «dýnamis», que connota poder o habilidad sobrenatural, es decir, actos que trascienden las leyes naturales. En este sentido, entendemos que el don de milagros implica una intervención divina directa en el orden natural, donde Dios se revela a través de eventos extraordinarios para glorificar su nombre y fortalecer la fe de su pueblo.[1]
En el contexto bíblico, el don de milagros se evidencia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Desde la división del Mar Rojo por Moisés hasta los múltiples milagros realizados por Jesús y sus apóstoles, todos ellos sirven como señales del poder de Dios y su autoridad sobre toda la creación. Estos eventos no solo validaban el mensaje de los profetas y apóstoles, sino que también demostraban el cuidado de Dios por su pueblo. Los milagros son, en sí mismos, actos en los que Dios irrumpe en el mundo con poder para revelar su gloria y para llevar a cabo sus propósitos redentores.[2]

EL IGLESIA, UN ESPACIO DONDE LO SOBRENATURAL SE MANIFIESTA A TRAVÉS DEL DON DE MILAGROS
A través del don de milagros, la iglesia se convierte en un espacio donde lo sobrenatural puede manifestarse cuando hay fe. Sin embargo, es importante destacar que los milagros no dependen de la habilidad humana, sino de la acción soberana de Dios. Los milagros auténticos son siempre obra de Dios, y el ser humano solo puede ser un canal por medio del cual Dios actúa.[3]
Además, para que un suceso se considere milagro, debe tener ciertas características distintivas. En primer lugar, un milagro es un evento que trasciende las leyes naturales. No es simplemente algo asombroso o raro, sino un acto que desafía la explicación científica o natural. Segundo, un milagro tiene un propósito divino. No se trata de magia o trucos, sino de acciones que revelan la naturaleza y el carácter de Dios, como su poder, amor y justicia.[4] Finalmente, los milagros buscan glorificar a Dios y edificar la fe de los creyentes.
También es importante subrayar que la esencia del milagro no está en su espectacularidad, sino en la revelación del amor y la soberanía de Dios.[5] Por lo tanto, el don de milagros no es un fin en sí mismo, sino un medio para edificar la fe y testificar del poder redentor de Dios en nuestras vidas.

MANIFESTACIONES DEL DON DE HACER MILAGROS A TRAVÉS DE LA BIBLIA
A lo largo de las Escrituras, los milagros ocupan un lugar prominente como manifestaciones directas del poder de Dios en el mundo. Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento, estos eventos sobrenaturales no solo revelan el carácter divino, sino que también actúan como testimonio de la presencia y autoridad de Dios entre su pueblo.
El don de milagros en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento, los milagros son una manifestación crucial del pacto de Dios con su pueblo. Más allá de las plagas que azotaron a Egipto por la mano de Moisés (Éxodo 7-10), sin duda uno de los milagros más emblemáticos es la división del Mar Rojo en Éxodo 14, donde Moisés, bajo la guía de Dios, abre el mar para que los israelitas crucen y escapen del ejército egipcio. Este evento, además de ser un acto de liberación, destaca el poder soberano de Dios sobre la naturaleza, ya que el viento sopla y divide las aguas.[6] Lo que caracteriza este suceso (así como cualquier otro) como milagro es su imposibilidad desde una perspectiva natural; es decir, no se podría explicar sin la intervención divina directa.
Asimismo, el suministro de maná del cielo en el desierto (Éxodo 16) y la provisión de agua de la roca en Números 20 son ejemplos claros de cómo Dios sostiene milagrosamente a su pueblo en medio de condiciones hostiles. En estos casos, los milagros no solo cumplen una función inmediata de provisión, sino que también refuerzan la dependencia del pueblo de Israel hacia Dios, recordándoles que Él es su fuente de sustento.[7]
Milagros en el Nuevo Testamento
Al entrar al Nuevo Testamento, los milagros se intensifican en la vida y ministerio de Jesús. Uno de los primeros milagros registrados es la transformación del agua en vino en las bodas de Caná (Juan 2:1-11), donde Jesús demuestra su poder sobre la naturaleza de una manera íntima y simbólica. Este milagro, aunque pequeño en comparación con otros, revela su autoridad divina y su disposición a intervenir en los detalles cotidianos de la vida.[8]
Otro ejemplo significativo es la alimentación de los cinco mil en Mateo 14:13-21, donde Jesús multiplica cinco panes y dos peces para alimentar a una multitud. Aquí, al igual que en el Antiguo Testamento, vemos a Dios proveyendo de manera sobrenatural, reforzando la idea de que Dios es quien sostiene a su pueblo.[9] Además de los milagros de provisión, Jesús realiza múltiples sanidades y resurrecciones, como la resurrección de Lázaro (Juan 11), donde su poder sobre la vida y la muerte se hace evidente.
Finalmente, los apóstoles en el libro de Hechos también realizan milagros, continuando el ministerio de Jesús. Pedro y Juan, por ejemplo, sanan al cojo en la puerta del templo (Hechos 3:1-10), y Pablo resucita a Eutico en Hechos 20:7-12. Estos milagros, como en los tiempos de Jesús, son testimonio del poder del Espíritu Santo obrando a través de los apóstoles, y sirven para validar su mensaje.[10]
Cada uno de los milagros bíblicos se distinguen por su carácter sobrenatural y su propósito: glorificar a Dios y fortalecer la fe del pueblo. El don de milagros, entonces, es la capacidad otorgada por el Espíritu para realizar actos que solo pueden atribuirse a la intervención divina. Tales eventos no se pueden explicar por medios naturales y, generalmente, sirven para confirmar la autoridad del mensaje cristiano o la obra redentora de Dios en el mundo. Así pues, el don de milagros es la manifestación visible del poder de Dios en situaciones que, de otro modo, no tendrían solución.[11]

EL DON DE HACER MILAGROS Y SU RELACION CON OTROS DONES ESPIRITUALES
Es fundamental entender que el don de milagros no está desconectado de los otros dones espirituales. A menudo, observamos que este don opera en conjunción con otros, como el don de fe y el de sanidades, lo cual refleja la interconexión y complementariedad dentro del cuerpo de Cristo. Así pues, los dones espirituales no funcionan de manera aislada, sino que son parte de un todo integrado.[12] Esto nos recuerda la importancia de valorar todos los dones en su conjunto y no caer en el error de enaltecer uno sobre los demás (como suele ocurrir en aquellas iglesias que valoran el don de lenguas por encima de los demás).
El don de fe y los milagros
El don de fe, mencionado también en 1 Corintios 12:9, es un componente fundamental para que los milagros puedan manifestarse. La fe, en este contexto, no se refiere simplemente a la fe salvadora que todos los cristianos tienen, sino a una fe sobrenatural que permite a los creyentes confiar plenamente en el poder de Dios para realizar lo imposible. Esta fe especial es la que precede a los milagros, como lo vemos en muchos ejemplos bíblicos. Por ejemplo, cuando Pedro camina sobre el agua (Mateo 14:29), su acto milagroso fue precedido por una fe sobrenatural en la palabra de Jesús.[13] Sin esa fe, el milagro no podría haberse realizado. Así, podemos ver que el don de fe prepara el terreno para que el don de milagros se manifieste, trabajando en conjunto para revelar el poder divino.
Esta interdependencia de los dones de fe y milagros no debería sorprenderno, ya que el don de fe es el que lleva al creyente a esperar grandes cosas de Dios, y ese esperar se ve recompensado cuando Dios actúa de manera milagrosa.[14] En este sentido, la fe sobrenatural y los milagros están íntimamente entrelazados, y uno sin el otro no tendría el mismo impacto.
El don de sanidades y los milagros
El don de sanidades también está estrechamente vinculado con el don de milagros. Ambos dones operan en el ámbito de lo sobrenatural, pero con un enfoque ligeramente diferente. Mientras que el don de sanidades se refiere a la restauración física o emocional de una persona, el don de milagros abarca una variedad más amplia de intervenciones divinas, que pueden incluir la sanidad pero no se limitan a ella. En muchos casos, los milagros involucran sanidades espectaculares que van más allá de lo que los médicos pueden explicar, como las resurrecciones (Hechos 9:40) o la sanidad instantánea de enfermedades crónicas (Marcos 5:29).[15]
Cuando estos dones operan juntos, el resultado es un testimonio poderoso del poder de Dios. En los Evangelios y en el libro de los Hechos, observamos que la sanidad a menudo se produce en contextos donde hay fe, y donde los milagros sirven para validar el mensaje del Evangelio. Esto subraya cómo el don de sanidades y el don de milagros se complementan mutuamente para llevar a cabo la obra de Dios en la tierra. De este modo, la acción milagrosa en el Nuevo Testamento no es solo una señal de la presencia de Dios, sino también un medio por el cual su reino avanza entre su pueblo.[16]
La relación con otros dones: sabiduría, conocimiento y profecía
Además de los dones de fe y sanidades, el don de milagros también está interrelacionado con otros dones, como el de palabra de sabiduría, palabra de conocimiento y profecía. Estos dones, a menudo considerados «dones de revelación», proporcionan dirección y discernimiento dentro del Cuerpo de Cristo, y en muchos casos, preparan el camino para que los milagros se manifiesten. En el caso de Jesús, por ejemplo, a menudo actuaba en base a un conocimiento sobrenatural de la situación, como cuando discernió el corazón de la mujer samaritana (Juan 4:18) antes de hablarle del «agua viva.»[17]
Del mismo modo, los profetas en el Antiguo Testamento a menudo recibían revelación divina que precedía a actos milagrosos, como cuando Elías oró para que descendiera fuego del cielo en el Monte Carmelo (1 Reyes 18:38). Estos eventos demuestran cómo los dones de revelación trabajan en conjunto con el don de milagros para manifestar la obra de Dios en la historia. En este sentido, el Espíritu Santo no solo otorga un don aislado, sino que opera a través de una sinergia de dones para cumplir los propósitos divinos.[18]
Pablo enfatiza en 1 Corintios 12 que los dones son dados para el bien común y que cada miembro del cuerpo de Cristo tiene una función única, pero interdependiente. Esta interdependencia se refleja en la manera en que los dones de milagros, fe, sanidades, y los de revelación trabajan juntos para edificar la iglesia. Ningún don es superior al otro, y todos son necesarios para que la comunidad cristiana funcione de acuerdo al diseño de Dios. Lo dones del Espíritu son diversos, pero trabajan en unidad para fortalecer a la iglesia y glorificar a Dios.[19]
Esta idea es especialmente relevante en el contexto actual, donde algunas iglesias tienden a enaltecer ciertos dones, como el de lenguas, por encima de otros. Sin embargo, al observar la interconexión de los dones espirituales, somos recordados de la importancia de valorar y buscar todos los dones, entendiendo que cada uno juega un papel crucial en la obra de Dios.

UN DON SIEMPRE VIGENTE Y NECESARIO
Al observar los milagros tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, notamos un patrón consistente: Dios interviene en el mundo de manera sobrenatural para manifestar su gloria y cumplir su propósito redentor. Estos actos milagrosos encuentran continuidad en el don de milagros que menciona Pablo en 1 Corintios 12, donde el Espíritu Santo sigue actuando en la vida de los creyentes para hacer visibles los propósitos divinos.
Como cristianos, debemos estar atentos a la obra de Dios, reconociendo que los milagros no son simplemente eventos extraordinarios, sino señales de su reino presente entre nosotros hoy. No han cesado en el Cuerpo de Cristo, ni cesarán hasta el final de los tiempos. Son parte esencial y necesaria del mensaje que predicamos. El argumento cesacionista que sostiene que los dones de señales, milagros y prodigios fueron temporales y limitados a la época fundacional de la iglesia, con el propósito específico de confirmar la veracidad del Evangelio es completamente absurdo.
Según la perspectiva cesacionista, una vez completado el canon bíblico y establecida la iglesia, tales manifestaciones sobrenaturales dejaron de ser necesarias. Sin embargo, desde una perspectiva bíblica y teológica, este argumento presenta varias inconsistencias que podemos refutar al examinar la enseñanza de las Escrituras y la naturaleza continua del ministerio del Espíritu Santo.
Nótese que el argumento cesacionista parte de la premisa de que las señales y milagros solo tenían como propósito confirmar el mensaje del Evangelio en los primeros días de la iglesia, pero este enfoque restringe el poder de Dios y su obra en el mundo de manera innecesaria. Si bien es cierto que los milagros validaron el mensaje de los apóstoles (Hechos 2:22; Hebreos 2:4), no hay indicio en las Escrituras de que este propósito fuera exclusivo o limitado temporalmente. De hecho, Jesús mismo declara que «estas señales seguirán a los que creen» (Marcos 16:17), lo cual implica una continuidad en la experiencia de los creyentes a lo largo de la historia de la iglesia. El testimonio de las Escrituras sugiere que los dones espirituales, incluidos los milagros, fueron dados para la edificación de la iglesia y no exclusivamente para el establecimiento inicial del evangelio.[20]
Además, los milagros no solo servían para confirmar el mensaje, sino que también revelaban el corazón compasivo de Dios hacia su creación. En Mateo 14:14, vemos que Jesús realizó milagros porque tuvo compasión de la multitud. Este aspecto del carácter de Dios no ha cambiado, y su deseo de sanar, liberar y mostrar su poder sigue vigente en nuestros días.
Otra refutación al argumento cesacionista es el testimonio continuo de milagros a lo largo de la historia de la iglesia. Afirmar que los milagros cesaron con la muerte de los apóstoles es pasar por alto siglos de evidencia de la obra sobrenatural de Dios en diferentes contextos y culturas. Desde los Padres de la Iglesia hasta los movimientos pentecostales y carismáticos contemporáneos, encontramos innumerables relatos de sanidades, liberaciones y otros prodigios. Justo González (1984) señala que “el testimonio histórico de la iglesia ha sido uno de continua intervención divina en forma de milagros, especialmente en momentos de gran necesidad” (p. 248).[21] Esta observación refuerza la idea de que los dones de señales no fueron exclusivos del período apostólico, sino que han sido parte integral del testimonio cristiano a lo largo de los siglos.

Incluso en el libro de los Hechos, que registra los primeros años de la iglesia, vemos que los milagros no se limitaban a los apóstoles. Personas como Felipe (Hechos 8:6-7) y Esteban (Hechos 6:8) realizaron señales y prodigios, lo que demuestra que el Espíritu Santo otorgaba estos dones a otros creyentes, no solo a los apóstoles. Esto subraya que los dones de señales no eran exclusivos de los fundadores de la iglesia, sino que estaban disponibles para todos los creyentes que recibieran el poder del Espíritu Santo.
El mundo actual sigue enfrentando desafíos espirituales, físicos y emocionales que requieren la intervención divina. Afirmar que los milagros ya no son necesarios implica que las necesidades del mundo ya han sido completamente satisfechas, lo cual claramente no es el caso. En un mundo que aún sufre a causa de la enfermedad, el pecado y la opresión, los dones de señales, incluidos los milagros, son esenciales para demostrar el poder de Dios y su reino entre nosotros.
Pablo enseña en 1 Corintios 12 que los dones espirituales, incluidos los de sanidades y milagros, son dados «para provecho» (v. 7), lo que indica que siguen siendo relevantes para la edificación de la iglesia hasta que Cristo vuelva. Carson (2000) lo explica de esta manera: «Los dones espirituales, al igual que el mismo Espíritu, no están sujetos a limitaciones temporales, sino que son dados para edificar la iglesia hasta el retorno de Cristo» (p. 72). Si los dones fueron dados para la edificación continua de la iglesia, no tiene sentido suponer que hayan cesado con el fin de la era apostólica.
Finalmente, debemos reconocer la soberanía de Dios en la distribución y manifestación de sus dones. El cesacionismo limita la acción de Dios a un período específico de la historia, pero no hay nada en las Escrituras que sugiera que el poder de Dios haya disminuido o cambiado. En 1 Corintios 12:11, Pablo aclara que «todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere». Esto nos recuerda que es Dios quien decide cómo y cuándo manifestar sus dones, y no nosotros (y esto incluye a los cesacionistas y sus argumentos rebuscados).
En lugar de limitar el poder de Dios a una sola era, deberíamos estar abiertos a la posibilidad de que el Espíritu Santo siga obrando hoy de maneras poderosas y sobrenaturales, tal como lo ha hecho a lo largo de la historia. Como señala Macchia (2006), “El Espíritu Santo no está atado a nuestra cronología humana, y los dones que Él otorga a la iglesia no son menos necesarios hoy que en el pasado” (p. 341).[22]
Por más argumentos rebuscados que se presenten en contra de la vigencia actual de los carismas del Espíritu, los dones de señales, milagros y prodigios siguen siendo necesarios y operativos en la iglesia actual. Lejos de ser meramente fundacionales, estos dones revelan el corazón compasivo de Dios y su deseo continuo de sanar, liberar y mostrar su poder entre su pueblo. La historia de la iglesia y las Escrituras nos enseñan que los dones espirituales no son para una época limitada, sino para la edificación de la iglesia a lo largo de los siglos, hasta el retorno de Cristo. Como creyentes, estamos llamados a ser instrumentos de Dios en un mundo que sigue necesitando su toque milagroso.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS
[1] Fee, G. D. (1987). The First Epistle to the Corinthians. Eerdmans, p. 177.
[2] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 357.
[3] Carson, D. A. (2000). Showing the Spirit: A Theological Exposition of 1 Corinthians 12-14. Baker Academic, p. 246.
[4] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 409.
[5] Moltmann, J. (1992). The Spirit of Life: A Universal Affirmation. Fortress Press, p. 135.
[6] Durham, J. I. (1987). Exodus. Word Biblical Commentary, p. 198.
[7] Childs, B. S. (1974). The Book of Exodus: A Critical, Theological Commentary. Westminster Press, p. 285.
[8] Morris, L. (1995). The Gospel According to John. Eerdmans, p. 197.
[9] France, R. T. (1985). The Gospel According to Matthew: An Introduction and Commentary. InterVarsity Press, p. 230.
[10] Barrett, C. K. (1994). A Critical and Exegetical Commentary on the Acts of the Apostles. T&T Clark, p. 202.
[11] Fee, 1987, p. 209.
[12] Dunn, J. D. G. (1970). Jesus and the Spirit: A Study of the Religious and Charismatic Experience of Jesus and the First Christians as Reflected in the New Testament. Eerdmans, p. 224.
[13] Fee, 1987, p. 193.
[14] Grudem 1984, p. 814.
[15] Carson, 2000, p. 246.
[16] Dunn, J. D. G. (1970). Jesus and the Spirit: A Study of the Religious and Charismatic Experience of Jesus and the First Christians as Reflected in the New Testament. Eerdmans, p. 222.
[17] Morris, L. (1995). The Gospel According to John. Eerdmans, p. 230.
[18] Barrett, C. K. (1994). A Critical and Exegetical Commentary on the Acts of the Apostles. T&T Clark, p. 205.
[19] Fee, 1987, p. 182.
[20] Grudem, 1994, p. 1065.
[21] González, J. L. (1984). Historia del Cristianismo: Desde los Orígenes Hasta la Reforma. HarperCollins, p. 72.
[22] Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology. Zondervan, p. 341.