Carismatismo, Cesacionismo, Continuismo, Distintivos del Pentecostalismo, Dones Espirituales, Hermenéutica Pentecostal, Historia del Pentecostalismo, Neopentecostalismo, Pentecostalismo, Pentecostalismo Clásico, Pentecostalismo Reformado, Pentecostalismo Unicitario, Pneumatología, Teología Pentecostal de la Adoración

Los dones de sanidades: Un vistazo al poder restaurador que precede la eternidad

Fernando E. Alvarado.

El pentecostalismo predica lo que llamamos el «evangelio completo», que no solo proclama la salvación del alma, sino también la sanidad del cuerpo y el bienestar integral del ser humano. Este mensaje es uno de los pilares fundamentales de nuestra fe, arraigado en la creencia de que Jesús no solo vino a redimirnos espiritualmente, sino que también trajo sanidad física como parte de su obra redentora. La sanidad divina no es un aspecto secundario, sino que está en el corazón del evangelio que predicamos, siendo una de las cuatro verdades cardinales de nuestra fe.

Una de las bases bíblicas más claras de esta enseñanza se encuentra en Isaías 53:5, donde el profeta anuncia que por las llagas de Cristo somos curados. En este pasaje, entendemos que la obra de Cristo en la cruz no solo aborda nuestro pecado, sino también nuestra enfermedad. Esta promesa se ve confirmada en los Evangelios, donde Jesús sanaba a los enfermos como una señal del Reino de Dios que había llegado (Mateo 8:16-17). Al proclamar el evangelio completo, afirmamos que la sanidad es parte de la herencia de los creyentes.[1]

El mensaje de la sanidad divina en el evangelio completo también se conecta con el don de sanidades que el Espíritu Santo reparte en el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:9). Este don es una manifestación del poder de Dios que se experimenta dentro de la comunidad cristiana, y que funciona como un anticipo de la restauración final al fin de los tiempos. Sabemos que, en el Reino venidero, no habrá más dolor, enfermedad o muerte (Apocalipsis 21:4). Mientras vivimos en esta era presente, el don de sanidades nos da una muestra de lo que vendrá, como un recordatorio constante de que la victoria final sobre todas las formas de mal ya ha sido ganada en Cristo.[2]

Este don no es fenómeno aislado; es parte de la manera en que Dios sigue trabajando activamente en medio de su pueblo. Creemos que, al orar por sanidad y ver cómo Dios responde, estamos participando en el avance del Reino. La sanidad divina no solo beneficia a quienes reciben curación física, sino que también sirve como testimonio del poder y la gracia de Dios en acción. Por esta razón, el don de sanidades tiene un profundo significado evangelístico dentro del pentecostalismo, pues señala al poder transformador del evangelio completo.[3]

Es crucial señalar que la sanidad que experimentamos en esta vida es temporal, un recordatorio de que aún esperamos la redención final y la restauración de toda la creación (Romanos 8:22-23). Sin embargo, la presencia del don de sanidades entre nosotros nos llena de esperanza, ya que anticipa esa plenitud. Aunque no todas las enfermedades son sanadas en el presente, esto no disminuye la realidad de que Dios está actuando hoy, brindándonos consuelo y fortaleza mientras caminamos en fe hacia la restauración final.[4]

El evangelio completo, que incluye la sanidad divina, nos desafía a vivir en la tensión del «ya, pero todavía no». Ya hemos visto la obra sanadora de Cristo, pero todavía esperamos su consumación plena. En este intermedio, el don de sanidades nos sostiene y nos alienta a seguir adelante, confiando en la bondad de Dios y Su deseo de restaurar todo lo que ha sido quebrantado. Como pentecostales, creemos firmemente que el evangelio que predicamos es uno que abarca todo el ser humano: alma, cuerpo y espíritu.[5] Un evangelio que excluya el don de sanidades es un evangelio incompleto, mutilado y defectuoso.

¿DE QUÉ SE TRATA ESTE DON Y CUÁL ES SU FUNCIÓN EN LA IGLESIA DE HOY?

Los dones de sanidades, como se mencionan en 1 Corintios 12:9, conforman, en su conjunto, uno de los carismas espirituales que Dios concede a su pueblo para el bienestar y la restauración de los cuerpos y almas. A lo largo de la Escritura, vemos que este don es una manifestación del poder compasivo de Dios hacia los enfermos. En el ministerio de Jesús, las sanidades fueron una parte fundamental de su misión, constituyendo un testimonio visible del poder redentor del Reino de Dios. En Mateo 4:23, leemos que Jesús «recorría toda Galilea… sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (NVI). Estas sanidades no eran simplemente actos milagrosos, sino señales del Reino que venía, eran actos de compasión, pero también de proclamación; mostraban que el Reino de Dios estaba presente en su ministerio.[6]

Además de ser signos del Reino de Dios, las sanidades también validaban la autoridad de Jesús como el Hijo de Dios. Cuando Jesús sanó al paralítico en Marcos 2:1-12, lo hizo no solo para demostrar su poder sobre la enfermedad, sino también para mostrar que tenía autoridad para perdonar pecados. El milagro de la sanidad sirvió como evidencia visible de una realidad espiritual más profunda: el perdón y la restauración. Jesús utiliza las sanidades para confirmar su autoridad divina, tanto para sanar como para perdonar.[7] Esto es crucial porque refuerza la idea de que la sanidad física no está aislada de la sanidad espiritual; ambas son parte del mismo acto redentor.

En el ministerio de los apóstoles, las sanidades continuaron siendo una señal poderosa del evangelio. En Hechos 3:1-10, Pedro y Juan sanan a un hombre cojo de nacimiento en la puerta del templo, y este milagro atrae la atención de todos los presentes, permitiendo que los apóstoles proclamen el mensaje de salvación en Jesús. Este evento muestra que el don de sanidades no era solo una herramienta de compasión, sino también un medio para validar el mensaje apostólico. La sanidad del cojo fue una señal pública que permitió a los apóstoles predicar con autoridad.[8] El milagro preparó el corazón de la gente para recibir la Palabra, demostrando que el poder de Dios estaba presente en el ministerio de los apóstoles.

Asimismo, las sanidades en el ministerio de los apóstoles reforzaron la realidad de la presencia continua del Espíritu Santo. En Hechos 5:15-16, vemos que «multitudes… traían a los enfermos… y todos eran sanados». Este relato nos recuerda que el don de sanidades no era algo limitado a Jesús, sino que, por el poder del Espíritu Santo, también fue conferido a los apóstoles para confirmar su misión. Las sanidades en los primeros días de la iglesia eran una manifestación clara de que el mismo poder que había obrado en Jesús continuaba a través de sus discípulos.[9]

Pero estos dones de sanidades no se limitaron a los tiempos pasados. Dios sigue obrando hoy como lo hizo en tiempos bíblicos y respaldando la predicación del Evangelio en nuestros días por medio de señales, milagros y sanidades.

CONSIDERACIONES ESPECIALES ACERCA DEL DON DE SANIDADES

Al reflexionar sobre este don, es esencial que lo veamos no solo como una mera habilidad para realizar curaciones físicas, sino como una expresión del amor de Dios que apunta hacia una restauración total: física, emocional y espiritual. En primer lugar, debemos destacar que el don de sanidades no es una habilidad controlada por el ser humano, sino que es el Espíritu Santo quien opera a través de nosotros (1 Corintios 12:11). Esto nos recuerda que dependemos enteramente de Dios, y que nuestras oraciones y acciones están supeditadas a Su voluntad soberana. Es como vemos en la vida de Jesús, quien, movido por compasión, sanó a muchos (Mateo 14:14). En este contexto, el acto de sanar va más allá de una acción mecánica; es una demostración palpable del amor divino que restaura al ser humano en su totalidad.[10]  

Además, el don de sanidades tiene un propósito mayor que simplemente aliviar el sufrimiento inmediato. Aunque el alivio es una parte crucial, las sanidades en la Biblia frecuentemente apuntan hacia el Reino de Dios. Cuando Jesús sanaba, no solo corregía lo que estaba mal en el cuerpo de una persona, sino que también mostraba el poder de la venida del Reino, en el cual no habrá más dolor ni enfermedad (Apocalipsis 21:4). De esta manera, el don de sanidades es un anticipo de lo que vendrá en la plenitud del Reino.[11] 

Es importante también reconocer que no siempre entendemos por qué Dios sana en algunas ocasiones y no en otras. Sin embargo, esto no debe hacernos dudar del don o del poder de Dios. En lugar de cuestionar, somos llamados a confiar en la soberanía y bondad de Dios, sabiendo que Él tiene un plan perfecto que trasciende nuestra comprensión (Isaías 55:8-9). Pablo, por ejemplo, oró tres veces para que su «aguijón en la carne» fuera quitado, pero Dios le respondió que Su gracia era suficiente para él (2 Corintios 12:7-9). Esta realidad nos recuerda que, aunque anhelamos sanidades inmediatas, a veces Dios nos llama a encontrar fuerza en Su gracia en medio de la enfermedad.[12] 

¿POR QUÉ DONES DE SANIDADES, Y NO SIMPLEMENTE DON DE SANIDAD?

Al hablar de este don, Pablo utiliza el plural «sanidades» en lugar de la forma singular «sanidad». Esto no es un accidente ni un detalle insignificante, sino una clave teológica que nos invita a reflexionar más profundamente sobre la naturaleza multifacética de este don. Pablo nos está mostrando que las «sanidades» abarcan una variedad de formas y manifestaciones de curación, lo que subraya que Dios obra de maneras diversas en medio de su pueblo.

El uso del plural «sanidades» indica, en primer lugar, que este don no se limita a una única forma de curación o a un solo tipo de enfermedad. Dios, en su soberanía y gracia, puede sanar tanto enfermedades físicas como emocionales y espirituales. Cada sanidad que vemos en la Escritura es única en su contexto y en su efecto. Algunas son instantáneas, como la del ciego Bartimeo en Marcos 10:52, mientras que otras son graduales, como la del ciego que fue sanado en dos etapas en Marcos 8:22-25. Este plural nos recuerda que no hay un solo patrón o forma en que Dios actúa, sino que Él responde a las necesidades particulares de cada individuo.[13]

Además, el uso del plural también refleja la diversidad de dolencias y necesidades presentes en la humanidad. Al decir «sanidades», Pablo reconoce que el cuerpo de Cristo, tanto en sus miembros individuales como en su totalidad, enfrenta una variedad de retos físicos, mentales y espirituales. Al usar este término, Pablo nos enseña que el don de sanidades es aplicable a cualquier tipo de quebrantamiento que podamos enfrentar, ya sea visible o invisible. Esto subraya el carácter integral de la obra sanadora de Dios, que abarca todas las áreas de nuestra vida.

Asimismo, es importante notar que Pablo habla de «dones» (en plural) en 1 Corintios 12:9, porque la sanidad es un don que se manifiesta de múltiples maneras y en diferentes circunstancias. No todos los que son usados en este don sanan todas las dolencias, sino que algunos pueden ser usados para sanar enfermedades físicas, otros para problemas mentales, y otros para restauraciones emocionales o espirituales. Este pluralismo en las sanidades también refleja la necesidad de dependencia comunitaria: el cuerpo de Cristo necesita de los diferentes miembros y sus dones para experimentar una sanidad completa.[14]

Finalmente, el plural «sanidades» también nos sugiere que no todas las sanidades son permanentes en esta vida. A veces, Dios nos concede sanidad temporal como una señal de Su poder y gracia, pero seguimos viviendo en cuerpos que aún están sujetos a la enfermedad y la muerte hasta que seamos plenamente redimidos en la resurrección. Cada sanidad que recibimos en este mundo es un anticipo de la sanidad total y eterna que experimentaremos en el Reino venidero.[15] Por tanto, el plural también nos recuerda que, aunque experimentemos múltiples sanidades, aún aguardamos la sanidad final cuando Dios haga nuevas todas las cosas.

Dios, en su sabiduría, sabe que nuestras necesidades son múltiples y variadas, y ha provisto un don que refleja Su gracia para cada circunstancia. Así, celebramos las sanidades que ocurren a nuestro alrededor, sabiendo que cada una es una expresión de Su amor y poder.

LOS DONES DE SANIDADES Y SU RELACION E INTERDEPENDENCIA CON OTROS DONES CARISMÁTICOS

Cuando reflexionamos sobre los dones espirituales en 1 Corintios 12, observamos que Pablo no los presenta como habilidades aisladas o independientes, sino como parte de un cuerpo dinámico, interconectado, donde cada don funciona en armonía con los demás. Esta interdependencia es especialmente evidente en el don de sanidades, que a menudo opera en conjunto con otros dones carismáticos, formando un tejido de poder espiritual que fluye a través del cuerpo de Cristo.

El don de sanidades, al ser un don que se manifiesta en la restauración física, emocional y espiritual, necesita la activación de la fe tanto en quien ministra como en quien recibe. Por esta razón, su relación con el don de fe es crucial. El don de fe, mencionado también en 1 Corintios 12:9, proporciona la certeza sobrenatural de que Dios puede y va a obrar de manera poderosa para sanar. Este don, más allá de la fe general, es una fe extraordinaria que permite creer por cosas imposibles. En muchas ocasiones, es la fe la que precede al milagro de sanidad, como vemos en el caso de la mujer con flujo de sangre que, por su fe, fue sanada (Marcos 5:34). Aquí se evidencia cómo los dones no operan en el vacío, sino que se apoyan y refuerzan mutuamente.[16]

Otro don que a menudo acompaña al don de sanidades es el don de milagros. Aunque ambos pueden parecer similares, se diferencian en su propósito. Mientras que el don de sanidades se enfoca en restaurar la salud, el don de milagros abarca intervenciones divinas más amplias en las leyes naturales, como la multiplicación de alimentos o la resurrección de los muertos. Sin embargo, ambos dones pueden interactuar de manera profunda. Por ejemplo, en la resurrección de Lázaro, vemos tanto un milagro extraordinario como una sanidad, ya que Lázaro no solo fue traído a la vida, sino que también fue sanado de la enfermedad que lo había matado (Juan 11:43-44). Este evento demuestra cómo los dones de sanidades y de milagros pueden converger para revelar el poder completo de Dios en acción.[17]

También podemos observar la interrelación entre el don de sanidades y el don de discernimiento de espíritus. En muchas situaciones de sanidad, especialmente cuando hay manifestaciones demoníacas o enfermedades que tienen raíces espirituales, el discernimiento es vital para identificar la fuente del problema y abordar la sanidad de manera efectiva. Jesús mismo ejerció este don cuando discernió que la mujer encorvada había sido atada por Satanás durante dieciocho años, y entonces procedió a sanarla (Lucas 13:11-16). Aquí, el discernimiento permitió reconocer que no era solo una condición física, sino una opresión espiritual, mostrando la necesidad de ambos dones en acción.

Finalmente, el don de profecía también se interconecta de manera significativa con el don de sanidades. En muchas ocasiones, Dios puede revelar a través de la profecía una palabra de sanidad o una promesa específica para alguien que está sufriendo. En el Antiguo Testamento, el profeta Eliseo declaró la sanidad de Naamán el sirio, y fue esa palabra profética la que lo llevó a ser sanado al obedecer (2 Reyes 5:10-14). Aún hoy en día, muchos testimonios de sanidad incluyen una palabra profética que abre la puerta a la intervención divina.[18]

Todo esto nos enseña que los dones de sanidades no operan de manera aislada, sino en armonía con otros dones carismáticos. Esta sinergia muestra la belleza del cuerpo de Cristo, donde cada miembro y cada don desempeñan un papel único, pero interdependiente, para la edificación de todos. Ninguno de nosotros posee la totalidad de los dones, pero juntos, como iglesia, reflejamos la plenitud del Espíritu Santo.

EL ROL DE LOS DONES DE SANIDADES EN LA VALIDACIÓN DEL EVANGELIO Y EL CUMPLIMIENTO EFICAZ DE LA GRAN COMISIÓN

En Marcos 16:17-18, Jesús deja claro que «estas señales seguirán a los que creen», mencionando específicamente el poder para sanar a los enfermos. Esta instrucción nos muestra que la sanidad divina no es una añadidura opcional, sino una parte integral del evangelio que predicamos. El don de sanidades se convierte, entonces, en una validación visible y poderosa de que el mensaje que anunciamos viene respaldado por el poder de Dios, y es una señal clara de la autoridad que Él nos ha dado.

Pero el don de sanidades no solo valida el mensaje del evangelio, sino que también sirve como una poderosa herramienta evangelística. En los evangelios y el libro de los Hechos, vemos repetidamente cómo la sanidad física abrió puertas para la sanidad espiritual. En Hechos 3, Pedro y Juan sanan a un hombre cojo en la puerta del templo, lo que provoca asombro en la multitud y les da la oportunidad de predicar el evangelio (Hechos 3:12-16). Esta sanidad fue una prueba de que el mensaje que los apóstoles proclamaban no era solo de palabras, sino de poder.[19]

De manera similar, en nuestros días, el poder de sanidad sigue siendo una herramienta poderosa para atraer a las personas hacia Cristo. El mandato de sanar a los enfermos es inseparable de la Gran Comisión. En Mateo 28:19-20, Jesús nos manda a hacer discípulos de todas las naciones, enseñándoles a guardar todas las cosas que Él ha ordenado. Entre esas cosas, está el mandato de sanar a los enfermos. Este acto no solo es una muestra de compasión, sino también una señal del reino de Dios que ha irrumpido en el mundo. Sanar a los enfermos es parte del «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27), y una iglesia que se precie de ser bíblica no puede omitir el mensaje de la sanidad divina sin mutilar el evangelio completo.[20]

Al dejar de lado la sanidad divina, una iglesia presenta un evangelio incompleto. La sanidad es un reflejo del carácter restaurador de Dios y un anticipo de la redención plena que experimentaremos en la vida venidera (Romanos 8:23). Si ignoramos este aspecto del evangelio, no estamos anunciando la totalidad del mensaje de esperanza que Cristo nos ha encargado. Además, sería un error pensar que este don fue únicamente para la iglesia primitiva. Los dones de sanidades siguen siendo una manifestación del poder de Dios en nuestros días, y una iglesia que verdaderamente desea predicar «todo el consejo de Dios» debe abrazar esta verdad.[21]

Por lo tanto, no podemos dejar de lado el rol de los dones de sanidades en la validación del evangelio y como señal de la autoridad divina que nos ha sido conferida. La sanidad divina no solo autentica el mensaje que predicamos, sino que también es un recordatorio tangible de que Dios está activo, restaurando lo que el pecado ha destruido, y anticipando la restauración final en la vida venidera. Como iglesia, debemos comprometernos a predicar y vivir un evangelio completo, que incluya la sanidad divina, para no presentar una versión mutilada de la verdad que hemos recibido.

UN DON QUE CONTINÚA VIGENTE

A lo largo de la historia de la iglesia, hemos visto numerosos testimonios de personas que han sido sanadas de maneras milagrosas, lo que nos anima a seguir buscando la sanidad divina. Sabemos que Dios no ha cambiado; Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8). Por tanto, aunque enfrentemos desafíos y momentos de incertidumbre, podemos orar con fe, creyendo que el don de sanidades sigue siendo una herramienta poderosa que Dios utiliza para mostrar Su gloria en el mundo actual.[22]

Finalmente, el don de sanidades no solo opera para la sanidad física, sino también para la restauración emocional y espiritual. Muchos de los que vinieron a Jesús no solo experimentaron una sanidad física, sino que también encontraron paz y restauración en sus vidas. Esto nos recuerda que, al orar por sanidad, debemos considerar a la persona de manera integral, reconociendo que Dios no solo se preocupa por el cuerpo, sino también por el corazón y el alma.[23]

Así pues, el don de sanidades es una maravillosa expresión de la gracia de Dios. Como comunidad de fe, estamos llamados a orar con fervor, confiando en que Dios sigue obrando sanidades en nuestros días. Este don, aunque misterioso en muchos aspectos, es una señal tangible del Reino venidero, donde todas las cosas serán hechas nuevas. Que sigamos buscando Su rostro, no solo por la sanidad física, sino por una restauración total en Su presencia.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS


[1] Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology. Zondervan, p. 97.

[2] Yong, A. (2005). The Spirit Poured Out on All Flesh: Pentecostalism and the Possibility of Global Theology. Baker Academic, p. 182.

[3] Cartledge, M. J. (2010). Testimony in the Spirit: Rescripting Ordinary Pentecostal Theology. Ashgate Publishing, p. 141.

[4] Culpepper, R. A. (2012). Acts: A Commentary. Westminster John Knox Press, p. 72.

[5] Dayton, D. W. (1987). Theological Roots of Pentecostalism. Hendrickson Publishers, p. 38.

[6] France, R. T. (2007). The Gospel of Matthew. Eerdmans, p. 167.

[7] Hurtado, L. (2011). Mark (vol. 2). Hendrickson, p. 102.

[8] Bruce, F. F. (1990). The Acts of the Apostles: The Greek Text with Introduction and Commentary. Eerdmans, p. 97.

[9] Dunn, J. D. G. (1996). The Acts of the Apostles. Cambridge University Press, p. 187.

[10] Hagner, D. A. (1993). Matthew 14-28 (Vol. 33B). Word Books, p. 421.

[11][11] Fee, G. D. (1987). The First Epistle to the Corinthians (Vol. 7). Eerdmans, p. 163.

[12] Carson, D. A. (2017). The Cross and Christian Ministry: Leadership Lessons from 1 Corinthians. Baker Books, p. 91.

[13] Fee, 1987, p. 598.

[14] Grudem, W. (2000). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 1070.

[15] Yong, 2005, p. 174.

[16] Grudem, 2000, p. 1075.

[17] Fee, 1987, p. 602.

[18] Yong, 2005, p. 179.

[19] Fee, 1987, p. 587.

[20] Grudem, 2000, p. 1043.

[21] Yong, 2005, p. 213.

[22] Grudem, W. (2000). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 646.

[23] Keener, C. S. (2012). Acts: An Exegetical Commentary (Vol. 1). Baker Academic, p. 1123.

Deja un comentario