Por Fernando E. Alvarado
¿Qué tienen que ver las iglesias pentecostales con la Reforma Protestante? Mucho. El pentecostalismo es hijo del movimiento de santidad y este a su vez del metodismo, iglesia nacida a partir de la iglesia Anglicana, una de las 4 ramas principales de la Reforma. ¿Somos los pentecostales verdaderamente protestantes? Sí. Lo somos. El pentecostalismo surgió como un movimiento de renovación dentro del cristianismo protestante. Pero no nos quedamos estancados en los paradigmas y limitaciones de la Reforma del siglo XVI. En opinión de muchos expertos en movimientos religiosos, el pentecostalismo puede incluso considerarse una cuarta rama del cristianismo juntamente con el catolicismo, la iglesia ortodoxa y el protestantismo.

Como creyentes en Cristo, y orgullosos de nuestro legado pentecostal, afirmados sin temor ni vergüenza que el Espíritu Santo es la única fuente de poder y victoria para la iglesia (Hechos 1:8). Creemos que el protestantismo histórico, tan arraigado en su frialdad y legado histórico, confesiones y credos, haría bien en abrirle la puerta al Espíritu de Vida. Sólo esto los salvará de la decadencia, el liberalismo teológico y la extinción. Las iglesias históricas que han abrazado el movimiento carismático pueden dar fe de ello, pues la presencia del Espíritu ha traído una bocanada de aire fresco a sus iglesias, renovando y trayendo vida a sus viejas estructuras.
Hoy en día, sin embargo, y principalmente en círculos reformados y otros grupos protestantes tradicionales en donde el cesacionismo se ha vuelto la norma, el mensaje de Pentecostés es menospreciado y sus defensores ridiculizados. «La iglesia no necesita eso» — afirman. «Al protestantismo le basta con las 5 solas de la Reforma» — nos dicen. Para ellos, el frío intelectualismo de los reformadores y sus sucesores basta. Prefieren vivir a la sombra de una iglesia del pasado, una iglesia que tenía nombre de estar viva, pero estaba muerta (Apocalipsis 3:1-6); muerta en debates, frialdad espiritual, conflictos políticos y luchas de poder. A ese cuerpo le faltaba la vida de Dios, la vida del Espíritu, el poder real que sólo viene de lo alto. Un poder que el Espíritu Santo, al establecer el movimiento pentecostal y carismático, hizo venir nuevamente sobre la iglesia cristiana.
Los grandes hombres de Dios han anhelado siempre una ecclesia reformata, semper reformanda (la iglesia reformada, siempre reformándose), pero pocos de ellos se dieron cuenta que atarse a los viejos paradigmas no era la solución. Entre quienes si tuvieron la madurez y la sensibilidad espiritual para reconocerlo se destaca el renombrado predicador británico Charles Spurgeon, dotado según sus biógrafos de un asombroso don profético. De forma asombrosa, 43 años antes de que ocurriera, y siendo inspirado por el Espíritu Santo, Spurgeon profetizó el futuro gran avivamiento pentecostal ocurrido en el siglo XX, apenas 9 años después de su muerte. En un sermón titulado «El poder del Espíritu Santo» (1857), Spurgeon declaró:
«Otra gran obra del Espíritu que aún no se ha realizado es la de traer la gloria de los últimos días. El Espíritu Santo será derramado de una manera muy diferente a como es ahora, hay una diversidad de operaciones, y en los últimos años es un hecho que esta diversidad ha consistido en pequeñas efusiones del Espíritu, los ministros van a sus deberes ordinarios, predicando, predicando y predicando, y poco bien se ha hecho. Es mi esperanza que un tiempo de refrigerio está por venir sobre nosotros, algo mejor que la pequeña porción del Espíritu que tenemos ahora. La hora viene, y puede ser ahora, cuando el El Espíritu Santo será derramado nuevamente de una manera tan maravillosa que muchos correrán de un lado a otro y el conocimiento aumentará (…) Mis ojos brillan con la idea de que muy probablemente viviré para presenciar el derramamiento del Espíritu, cuando ‘vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones, los viejos sueños.»

El pentecostalismo fue el cumplimiento de los sueños proféticos de Spurgeon, la consumación de aquello que inició con la Reforma Protestante del siglo XVI y el cumplimiento de las palabras del profeta Joel que marca el fin de los tiempos y el despertar de la iglesia en preparación para la segunda venida de Cristo:
«Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado.» (Joel 2:28-32)
No, la Reforma del siglo XVI no fue una obra consumada, fue apenas el inicio de algo aún mayor. ¡5 Solas no bastan para declarar «todo el consejo de Dios»! (Hechos 20:27). Para una reforma completa necesitamos una Sexta Sola: ¡Solus Spiritus Sanctus! Si se descarta el ministerio actual del Espíritu Santo, se desprecia la naturaleza experimental de nuestra relación con la Tercera Persona de la Trinidad, y se rechaza la continuidad de los dones espirituales en la iglesia moderna, el mensaje que se presenta es un Evangelio pobre, incompleto y mutilado. El pueblo de Dios está llamado a ser una comunidad pentecostal, carismática y profética. ¿Está la Iglesia evangélica hoy, dispuesta a asumir este reto? ¿O se dejará seducir por corrientes pseudobíblicas y cesacionistas que rechazan toda expresión carismática, emotiva y libre de la espiritualidad cristiana?
