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Escándalos, falta de santidad y mal testimonio en círculos pentecostales y carismáticos | Un pretexto cesacionista para justificar su incredulidad

Por Fernando E. Alvarado

“𝖫𝖺 𝖼𝗈𝗇𝖽𝗎𝖼𝗍𝖺 𝗉𝖾𝖼𝖺𝗆𝗂𝗇𝗈𝗌𝖺 𝗒 𝗅𝗈𝗌 𝖾𝗌𝖼𝖺́𝗇𝖽𝖺𝗅𝗈𝗌 𝖾𝗇 𝗅𝗈𝗌 𝗊𝗎𝖾 𝗌𝖾 𝗁𝖺𝗇 𝗏𝗂𝗌𝗍𝗈 𝖾𝗇𝗏𝗎𝖾𝗅𝗍𝗈 𝗇𝗎𝗆𝖾𝗋𝗈𝗌𝗈𝗌 𝗉𝖺𝗌𝗍𝗈𝗋𝖾𝗌, 𝖾𝗏𝖺𝗇𝗀𝖾𝗅𝗂𝗌𝗍𝖺𝗌 𝗒 𝗅𝗂́𝖽𝖾𝗋𝖾𝗌 𝖽𝖾 𝗆𝗂𝗇𝗂𝗌𝗍𝖾𝗋𝗂𝗈𝗌 𝗉𝖾𝗇𝗍𝖾𝖼𝗈𝗌𝗍𝖺𝗅𝖾𝗌 𝗒 𝖼𝖺𝗋𝗂𝗌𝗆𝖺́𝗍𝗂𝖼𝗈𝗌 𝖾𝗌 𝗎𝗇 𝗍𝖾𝗌𝗍𝗂𝗆𝗈𝗇𝗂𝗈 𝖼𝗅𝖺𝗋𝗈 𝖽𝖾 𝗅𝖺 𝖿𝖺𝗅𝗌𝖾𝖽𝖺𝖽 𝖽𝖾 𝗌𝗎𝗌 𝗌𝗎𝗉𝗎𝖾𝗌𝗍𝗈𝗌 𝖽𝗈𝗇𝖾𝗌 𝖾𝗌𝗉𝗂𝗋𝗂𝗍𝗎𝖺𝗅𝖾𝗌. 𝖲𝗂 𝖾𝗇 𝗏𝖾𝗋𝖽𝖺𝖽 𝖿𝗎𝖾𝗋𝖺𝗇 𝖽𝖾 𝖣𝗂𝗈𝗌, 𝗅𝖺 𝗌𝖺𝗇𝗍𝗂𝖽𝖺𝖽 𝖽𝖾𝖻𝖾𝗋𝗂́𝖺 𝗌𝖾𝗋 𝗌𝗎 𝗇𝗈𝗋𝗆𝖺 𝖽𝖾 𝗏𝗂𝖽𝖺. 𝖭𝖺𝖽𝗂𝖾 𝗉𝗎𝖾𝖽𝖾 𝖾𝖿𝖾𝖼𝗍𝗎𝖺𝗋 𝗆𝗂𝗅𝖺𝗀𝗋𝗈𝗌 𝖽𝖾 𝗈𝗋𝗂𝗀𝖾𝗇 𝖽𝗂𝗏𝗂𝗇𝗈 𝗌𝗂 𝗌𝗎 𝗏𝗂𝖽𝖺 𝗒 𝖼𝗈𝗇𝖽𝗎𝖼𝗍𝖺 𝗇𝗈 𝗌𝗈𝗇 𝗌𝖺𝗇𝗍𝗈𝗌 𝖾𝗇 𝗍𝗈𝖽𝗈 𝗌𝖾𝗇𝗍𝗂𝖽𝗈.”

Sin duda la santidad en el estilo de vida debería ser la meta de todo cristiano (Hebreos 12:14). En eso estamos de acuerdo. Cuando la santidad deja de ser el distintivo de un ministro o líder pentecostal, quienes los observan tienden a decepcionarse o cuestionar las validez de las manifestaciones carismáticas, juzgando la autenticidad de estas por la conducta de quienes dicen creer en ellas o ejercen algún don carismático. El comportamiento pecaminoso es inaceptable en el Cuerpo de Cristo, y particularmente entre sus ministros. Sin duda, Dios traerá a juicio a quienes den mal testimonio o sirvan de tropiezo para otros (Marcos 9:42; Lucas 17:2). Sin embargo, esperar perfección en santidad de aquellos que han recibido algún don espiritual no es bíblico. Y menos bíblico aún es negar la validez de los dones espirituales en nuestra tiempo por causa de la imperfección, errores morales o incluso pecados graves de aquellos que los poseen.

Sorprendentemente, la Biblia enseña que Dios obra milagros entre aquellos que comenten excesos espirituales, errores doctrinales e incluso inmoralidades. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento ilustran ampliamente este punto. Sansón no adquirió su enorme fuerza después de largos y arduos entrenamientos en el gimnasio local. Su fuerza era sobrenatural, pues la Biblia no deja lugar a dudas de que se debía a poderes dados por el Espíritu Santo (Jueces 14:6, 19; 15:14). En una ocasión, en la ciudad de Gaza, Sansón pasó la noche con una prostituta (Jueces 16:1). Con seguridad debíamos esperar que una inmoralidad sexual como ésa provocaría que él perdiera el poder del Espíritu Santo. Pero cuando sus enemigos rodearon la ciudad para capturarlo, Dios le concedió fuerza para que arrancara las puertas de la ciudad con sus pilares y las llevara hasta la cima de una montaña para burlarse de los filisteos (Jueces 16:2-3).

Esto mismo puede decirse de Saúl, a quien en medio de su peor momento espiritual y moral, Dios mismo le confirió su Espíritu y un hermoso don profético (1 Samuel 19:18-24), de David, quien a pesar de su falla moral (2 Samuel 11:1–12:9), de sus problemas familiares y mal ejercicio del liderazgo en su propio hogar, es incluso llamado profeta (Hechos 2:30-32), o de Salomón, quien a pesar de sus múltiples fallas, recibió y conservó el don de sabiduría y palabra de ciencia o conocimiento sobrenatural (1 Reyes 3:3-15).

El Nuevo Testamento también tiene sus ejemplos. La iglesia de Corinto era tan rica en dones espirituales, que Pablo pudo decir de ella que no les faltaba ningún don (1 Corintios 1:7). Pero mostraron un espíritu de sectarismo tal, que Pablo los llamó “carnales” (1 Corintios 3:1). Además, entre ellos había prácticas sexuales tan inmorales (como el incesto, por ejemplo) que eran peores que las de los paganos, y la toleraban (1 Corintios 5:1 -2). Algunos de ellos irrespetaban incluso ordenanzas tan sagradas como la Cena del Señor ¡Llegaron hasta a emborracharse en la Santa Cena! Pero eso no es todo, algunos de los corintios abrazaron graves errores doctrinales (incluso doctrinas hoy consideradas primarias en el cristianismo) afirmando que no había resurrección de los muertos (1 Corintios 15:12). Sin duda, los corintios son el ejemplo perfecto de una iglesia con grandes excesos inmorales y error doctrinal pero que, sin embargo, es una de las más ricamente dotadas del Nuevo Testamento. ¿Cómo pudo ser esto posible? Porque los dones no son premios por la santidad, sino regalos de gracia inmerecida.

¿Y qué hay de Pedro? El mismo Pedro que predicó de forma prodigiosa en Pentecostés convirtiendo a casi 3,000 personas a la fe (Hechos 2:42), que sanó milagrosamente a un hombre a las puertas del templo de Jerusalén (Hechos 3:1-10) y que incluso resucitó a una mujer (Hechos 9:36-43), es el mismo Pedro que luego es acusado de hipocresía y fingimiento por Pablo (Gálatas 2:11-14)

Al igual que al apóstol Pedro, a muchos de nosotros quizá se nos pudiera señalar por alguna falta moral o de carácter. Si la falta es real deberíamos y el señalamiento justificado, deberíamos prestarle atención, corregir la falta y esforzarnos por vivir a la altura de nuestro llamado y unción. No obstante, tal como los errores no invalidaron el llamado y los dones de Pedro, tampoco el pecado de alguno de sus poseedores invalida la realidad y necesidad de los dones espirituales. “De qué sirve que hables en lenguas, si hablas también de tu vecino”, “tu don no es real porque tú no eres ningún santo” — te dirán. Ambos son viejos eslóganes que muchos utilizan, queriendo con ello invalidar la práctica de dicho don (por citar un ejemplo). Pero ¿Es que acaso esperan que aquellos que sirven a Dios sean perfectos? En ninguna manera pretendo hacer una apología del pecado. De hecho, creo que aquel que ha sido dotado por Dios de algún carisma del Espíritu debería prestar aún mayor atención al fruto del Espíritu. Creo asimismo que, aquel que ministra a otros debería ser ejemplo de santidad. Sin embargo, si pretendemos ser fieles a las enseñanzas de la Biblia, tendremos también que admitir que ni siquiera la regeneración acaba en nosotros con la naturaleza caída y pecaminosa que recibimos de Adán. El bautismo en el Espíritu Santo y el ejercicio de los dones nos empoderan para el servicio ¡Pero tampoco erradicarán por completo en nosotros la naturaleza pecaminosa!

Personalmente, encuentro de lo más absurdo y contradictorio que nuestros hermanos de otras tradiciones, así como pentecostales que han hecho suyos esos slogans, citen la imperfección del predicador para condenar el mensaje, o el pecado del poseedor, para rechazar el don. Es triste que la mayoría de cesacionistas, los cuales generalmente provienen del sector reformado y predican con tanto celo la “T” de su famoso TULIP (en este caso, Total Depravity o Depravación total), olviden selectivamente dicha doctrina cuando se trata de juzgar a pentecostales y carismáticos. Harían bien en recordar el viejo principio enseñado por Lutero, de que el cristiano es “simul iustus et peccator”, al mismo tiempo justificado y pecador.

El cristiano, carismático o no, descubrirá que, en sí mismo y de sí mismo, solo podrá verse como un pecador; pero cuando se ve en Cristo, verá a un hombre que es considerado justo con Su perfecta rectitud. Solo aquel que se abandona confiado en los méritos de Cristo (a pesar de sus imperfecciones y fallas) podrá estar en la presencia de Dios tan justo como Jesucristo, porque él es justo solo en la justicia que pertenece a Cristo. Es en esta confianza, no en nuestros méritos o falsa santidad, donde permanecemos seguros. Pero al parecer, muchos cesacionistas de corte calvinista/reformado no ven problema alguna en contradecir su propia cosmovisión cuando de juzgar la conducta de un pentecostal o carismático se trata. A pesar de predicar las supuestas doctrinas de la gracia, han probado ser tan legalistas como cualquier otro.

Insisto: No intento hacer apología del pecado. Algún día todos nosotros vamos a “comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo.” (2 Corintios 5:10, LBLA), y ningún carisma o don espiritual podrá salvar a nadie del justo juicio de Dios (Mateo 7:22-23), pues “aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:47-48, LBLA). ¡Pero que nadie justifique su incredulidad en el pecado de otro!

Personalmente, agradezco al Señor por no esperar perfección de nosotros, criaturas imperfectas, para considerarnos merecedores de sus dones. Si de dignidad y perfección se tratara, nadie, ni siquiera esos que gustan ejercer el papel de Satanás y acusar a sus hermanos (Apocalipsis 12:10), podría estar de pie ante el Señor. Como está escrito:

“Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido.” (Salmos 130:3-4; NVI)

¡Qué nadie insista tontamente en afirmar que, por causa de las fallas de los que dicen poseerlos, los dones han cesado o son necesariamente falsos! Dios se glorifica aun a pesar de nuestras faltas, imperfecciones e incluso a pesar del pecado humano. ¡A Él se la gloria por cuanto este tesoro ha sido puesto «en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7) y porque, a pesar de nuestros fallas “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29)!

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