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Don de fe: Confiar en lo invisible, alcanzar lo inimaginable

Por Fernando E. Alvarado.

En 1 Corintios 12, Pablo enumera una serie de dones espirituales, y entre ellos encontramos el don de fe: Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu.” (vv. 4-9, NVI). Pero ¿de qué se trata este don del que tan poco se habla?

El don de fe, según la teología cristiana, es una capacidad sobrenatural otorgada por el Espíritu Santo que permite a los creyentes confiar en Dios de manera extraordinaria y en circunstancias imposibles, más allá de la fe salvadora común a todos los cristianos. Este don capacita a los creyentes para actuar con una confianza inquebrantable en la voluntad y el poder de Dios, en situaciones donde la razón o la lógica humana no pueden brindar una solución. No se trata simplemente de la fe que lleva a la salvación, sino de una fe especial que se manifiesta en momentos en los que Dios desea intervenir de manera poderosa en la vida del creyente o en la comunidad.

LO QUE LAS ESCRITURAS NOS DICEN ACERCA DEL DON DE FE

El don de fe es un acto de confianza absoluta en el poder de Dios. Pablo lo menciona como uno de los dones espirituales que se otorgan «para provecho» (1 Cor. 12:7, RVR1960). Esta fe se manifiesta cuando confiamos en que Dios hará lo imposible, no por un deseo egoísta, sino para el cumplimiento de Su voluntad. Este don permite a los creyentes enfrentar desafíos extraordinarios con la certeza de que Dios está obrando a su favor.[1]

Cuando leemos Hebreos 11, observamos un catálogo impresionante de hazañas logradas por la fe. Este capítulo, a menudo denominado «el salón de la fama de la fe», nos muestra cómo la fe ha sido el motor detrás de hechos extraordinarios a lo largo de la historia bíblica. Los héroes mencionados, como Abel, Noé, Abraham y Moisés, son ejemplos vivos de cómo la fe puede superar cualquier obstáculo. Pero la fe presentada en este pasaje no es una fe ordinaria, sino una fe fortalecida por una confianza radical en las promesas de Dios.[2] La fe aquí es activa, capaz de transformar tanto a la persona que la posee como a las circunstancias que enfrenta.

Cuando reflexionamos sobre si la fe descrita en Hebreos 11 está relacionada con el don de fe mencionado en 1 Corintios 12:9, observamos que el tipo de fe aquí descrita, aunque es presentada como un elemento presente en la vida de todo creyente, parece resonar con esta idea del don de fe, en cuanto a que permite a los individuos llevar a cabo actos más allá de su capacidad humana natural. La clase de fe mencionada en Hebreos 11 no es la fe salvadora común a todos los creyentes verdaderos, es más bien una capacidad extraordinaria dada por el Espíritu Santo para confiar en Dios en situaciones donde la mayoría dudaría.[3]

Este tipo de fe, como la de Abraham que confió en Dios al ofrecer a Isaac, o la de Moisés que dejó atrás los placeres temporales de Egipto, parece corresponder a lo que muchos consideran una manifestación especial de la fe, una fe sobrenatural que permite a los creyentes enfrentar lo imposible. La fe en Hebreos 11 tampoco es simplemente una confianza en la existencia de Dios, sino una certeza profunda de que Dios es fiel a sus promesas, incluso cuando las circunstancias sugieren lo contrario.[4] Esto se alinea con la descripción del don de fe como un regalo de Dios para enfrentar desafíos espirituales o prácticos que trascienden la lógica o el entendimiento común.

El don de fe puede manifestarse en momentos de crisis, enfermedad o necesidad de milagros. En Marcos 11:22-24, Jesús mismo nos anima a tener fe en Dios, prometiendo que si creemos sin dudar, incluso lo imposible puede suceder. Esto está en perfecta sintonía con lo que Pablo enseña, ya que el don de fe otorga la capacidad de ver la mano de Dios en circunstancias donde todo parece perdido.[5]

El malentendido común es que este tipo de fe es para todos en cualquier situación, cuando en realidad, el don de fe es una dotación especial del Espíritu Santo, que no todos poseen en la misma medida. Pablo aclara que «a uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría… a otro, fe por el mismo Espíritu» (1 Cor. 12:8-9, RVR1960). Esta fe extraordinaria es otorgada para momentos cruciales donde la obra de Dios requiere una fe más allá de lo ordinario.[6] Es un don transformador que nos conecta con el poder sobrenatural de Dios. A través de este don, los creyentes pueden confiar en el Señor para lo imposible, fortalecidos por la convicción de que Él es soberano y fiel.

EL DON DE FE EN LA TRADICIÓN CRISTIANA

A lo largo de la historia del cristianismo, el don de fe ha sido un tema de reflexión profunda tanto en la Biblia como en los escritos de los Padres de la Iglesia y otros autores cristianos. Orígenes, uno de los primeros teólogos de la Iglesia, habló del don de fe como una gracia especial dada por Dios a ciertos creyentes. En su obra De Principiis, explica que la fe ordinaria es esencial para todos los cristianos, pero el don de fe, al ser una fe más profunda y sobrenatural, permite a algunos hacer cosas que van más allá de la capacidad humana.[7] Esta distinción es importante para nosotros porque nos recuerda que no todos los creyentes reciben este don, pero cuando se manifiesta, es para cumplir los propósitos divinos en la vida de la Iglesia.

Agustín de Hipona, otro de los Padres de la Iglesia, también hizo referencia a la fe como un don especial. En La Ciudad de Dios, Agustín subraya que esta fe es una confianza inquebrantable en la soberanía de Dios, especialmente en momentos de sufrimiento o persecución. Agustín destaca que el don de fe está ligado a la acción del Espíritu Santo y no puede ser separado de Su poder.[8] Para Agustín, el don de fe no es solo una actitud de confianza, sino una participación activa en la obra del Espíritu.

John Wesley, fundador del metodismo, hacía hincapié en que este don no solo era una manifestación del poder de Dios, sino también una herramienta para la misión y la evangelización. Según Wesley, aquellos que reciben el don de fe son llamados a actuar en obediencia y confianza, esperando que Dios cumpla Sus promesas.[9] Esta visión del don de fe como una fuerza para la misión resuena con nosotros, los pentecostales, ya que como comunidad de creyentes estamos llamados a vivir en fe y testificar del poder de Dios. Ya sea en las Escrituras, los escritos de los Padres de la Iglesia o de autores más contemporáneos, el mensaje es claro: este don está a nuestra disposición para momentos en que necesitamos una intervención divina especial.

EL DON DE FE COMO CATALIZADOR DE MILAGROS Y SANIDADES: LA INTERCONEXIÓN DE LOS DONES ESPIRITUALES

El don de fe, como lo presenta Pablo en 1 Corintios 12:9, es una capacidad sobrenatural otorgada por el Espíritu Santo para confiar en Dios de una manera radical, especialmente en situaciones que requieren intervención divina. A través de este don, los creyentes no solo reciben la capacidad de enfrentar lo imposible, sino que también pueden desencadenar el fluir de otros dones espirituales, como el don de milagros y el don de sanidades.

El don de fe, en su esencia, abre las puertas para que Dios obre de maneras extraordinarias. Este don de fe puede manifestarse en momentos de crisis cuando se requiere una confianza sobrenatural para que Dios obre.[10] Es precisamente en esos momentos que, al ejercer este don, el creyente puede ver cómo se desencadenan milagros y sanidades. La fe actúa como el vehículo que permite que el poder de Dios se libere de manera tangible, proporcionando el ambiente necesario para que estos otros dones espirituales se manifiesten. Cuando confiamos en que Dios tiene el poder para sanar o para realizar lo imposible, abrimos el espacio para que esos milagros ocurran.

El don de milagros, descrito también en 1 Corintios 12:10, está íntimamente ligado al don de fe. De hecho, los dones de fe y milagros son complementarios, ya que la fe en el poder sobrenatural de Dios es el fundamento sobre el cual se realiza cualquier acto milagroso.[11] En este sentido, el don de fe actúa como la plataforma sobre la cual los milagros pueden tener lugar. Por ejemplo, en el caso de Elías en 1 Reyes 18, cuando desafía a los profetas de Baal, su fe inquebrantable en la intervención divina preparó el escenario para el milagro de fuego descendiendo del cielo. ¡Y qué decir del milagro de la sequía y luego de la lluvia! Santiago nos dice: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.” (Santiago 5:17-18). Así, la historia de Elías nos muestra cómo el don de fe y el don de milagros trabajan en sinergia, produciendo una manifestación visible del poder de Dios.

De manera similar, el don de sanidades también encuentra su expresión a través del don de fe. Muchas veces la sanidad divina no ocurre simplemente por un acto de oración, sino que se requiere un acto de fe sobrenatural, tanto por parte de quien ora como de quien recibe la sanidad.[12] Este tipo de fe no es solo una creencia general en que Dios puede sanar, sino una certeza en el momento de que Dios va a sanar. Un ejemplo claro lo encontramos en los Evangelios, donde Jesús le dice a la mujer que fue sanada de su flujo de sangre: «Tu fe te ha sanado» (Lucas 8:48, NVI). Aquí, la fe de la mujer no solo la llevó a tocar el manto de Jesús, sino que desató el don de sanidad en su vida. La fe fue el canal a través del cual fluyó el poder sanador de Jesús.

Santiago también nos dice: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.” (Santiago 5:14-15)

Esta interconexión entre los dones no es accidental. En realidad, los dones espirituales están diseñados para funcionar en unidad, edificando la Iglesia y demostrando el poder de Dios de manera integral.[13] El don de fe, por lo tanto, puede ser visto como un don generador, que no solo existe para producir confianza en el creyente, sino que también facilita la manifestación de otros dones. En el contexto del ministerio, cuando ejercemos este don de fe, no lo hacemos de manera aislada. Lo hacemos con la expectativa de que Dios también pueda obrar sanidades, milagros, y otros actos sobrenaturales como respuesta a esa fe.

En nuestras propias vidas y ministerios, como creyentes y ministros pentecostales, hemos sido testigos de esta dinámica. Hemos visto cómo la fe extraordinaria en medio de situaciones imposibles ha resultado en la sanidad de enfermos o la provisión milagrosa en tiempos de necesidad. No podemos separar el don de fe de los dones de milagros y sanidades, porque en la práctica espiritual, estos dones operan en una danza sincronizada, cada uno complementando al otro. La fe se convierte en la chispa que enciende el fuego de lo sobrenatural, permitiendo que el poder de Dios fluya de manera evidente.

Así pues, el don de fe no es solo un regalo de confianza para el creyente, sino que es un catalizador que activa otros dones del Espíritu, como los milagros y las sanidades. A través de la fe sobrenatural, se crea un ambiente donde el poder de Dios puede fluir con libertad, manifestando Su gloria en nuestras vidas y en la comunidad de creyentes. Al ejercitar este don, somos llamados a esperar que Dios haga lo imposible, confiando en que Su poder no tiene límites y que los dones espirituales están diseñados para funcionar en combinación, edificando así a Su Iglesia.

UNA FE QUE TRASCIENDE LOS LÍMITES DE LA RAZÓN

El don de fe es, sin duda, uno de los regalos más transformadores que Dios nos ofrece a través del Espíritu Santo. A lo largo de las Escrituras y la tradición cristiana, este don ha sido revelado como una herramienta poderosa que nos permite confiar en lo invisible y alcanzar lo inimaginable. No es una fe común, sino una fe que trasciende los límites de la razón y la lógica humanas, dándonos la certeza inquebrantable de que Dios es fiel a sus promesas, aun cuando nuestras circunstancias parezcan contradictorias.

En nuestro caminar cristiano, a menudo nos encontramos frente a desafíos que parecen imposibles de superar, momentos en los que la duda podría apoderarse de nuestro corazón. Sin embargo, el don de fe nos permite mirar más allá de lo visible, aferrándonos a la realidad del poder de Dios. Este don no es simplemente para nuestra edificación personal; como nos recuerda Pablo en 1 Corintios 12:7, es «para el bien de los demás». La fe extraordinaria que nos da el Espíritu tiene el propósito de fortalecer la Iglesia, de ser un testimonio vivo del poder sobrenatural de Dios en este mundo.

Así como los héroes de Hebreos 11 confiaron en Dios y vieron Su mano actuar en lo imposible, nosotros también estamos llamados a recibir y ejercer este don en los momentos cruciales de nuestras vidas. No es un llamado a la autosuficiencia o a depender de nuestras propias fuerzas, sino a rendirnos completamente ante la soberanía de Dios, sabiendo que, cuando Él interviene, lo que parecía una montaña infranqueable puede convertirse en un testimonio glorioso de Su poder y fidelidad.

En última instancia, el don de fe nos conecta íntimamente con el corazón de Dios. Nos invita a soñar los sueños que Él tiene para nosotros y a vivir con la expectativa de que, en Su tiempo y a Su manera, veremos lo que antes solo podíamos imaginar.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS


[1] Fee, G. D. (1987). The First Epistle to the Corinthians (NICNT). Wm. B. Eerdmans Publishing Co., p. 168.

[2] Guthrie, G. H. (1998). Hebrews (Vol. 47). Zondervan, p. 384.

[3] Keener, C. S. (2005). Gift & Giver: The Holy Spirit for Today. Baker Academic, p. 105.

[4] Guthrie, D. (1983). The Letter to the Hebrews: An Introduction and Commentary. InterVarsity Press, p. 240.

[5] Carson, D. A. (1996). Showing the Spirit: A Theological Exposition of 1 Corinthians 12-14. Baker Book House, p. 46.

[6] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 387.

[7] Orígenes. (1973). De Principiis. Paulist Press, p. 156.

[8] Agustín de Hipona. (2004). La Ciudad de Dios. Editorial Ciudad Nueva, p. 342.

[9] Wesley, J. (1980). The Works of John Wesley, Volume 2: Sermons II, 34-70. Abingdon Press, p. 112.

[10] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 1082.

[11] Fee, G. D. (1987). The First Epistle to the Corinthians (Vol. 7). Eerdmans, p. 167.

[12] Keener, C. S. (2011). Miracles: The Credibility of the New Testament Accounts. Baker Academic, p. 553.

[13] Thiselton, A. C. (2000). The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text. Eerdmans, p. 978.

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