Por Fernando E. Alvarado
En su ya conocido desprecio hacia el pentecostalismo/carismatismo, el polémico y cuestionable “pastor” John MacArthur escribió: “No tienes que pedir el Espíritu… No dejes que nadie venga y te diga que necesitas al Espíritu Santo. Que ores por el Espíritu Santo. No…”[1]
Con tal afirmación MacArthur pretende invalidar cualquier invitación pentecostal hacia la búsqueda continua del bautismo y la llenura del Espíritu Santo. Pedirle al Espíritu que venga a tu vida y te llene (si ya eres creyente) es, según MacArthur, algo ridículo. Esta, al parecer, es la consigna de muchos cesacionistas.
Jesús, en cambio, pensaba diferente a MacArthur cuando dijo: “Pues si ustedes siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13, NBLA)

MacArthur (y muchos otros con él) yerra al creer que el sello del Espíritu que recibimos cuando fuimos regenerados es lo mismo que el bautismo o la llenura del Espíritu. Romanos 8:9 y Efesios 1:13-14 afirman que el Espíritu Santo mora dentro de cada creyente, pero también que Él puede ser contristado (Efesios 4:30) y Su actividad dentro de nosotros puede ser apagada (1 Tesalonicenses 5:19). Pedir la continua presencia, cobertura y empoderamiento del Espíritu no solo es bíblico, sino más bien un mandato.
Pablo también escribió: “Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu.” (Efesios 5:18, NBLA)
Nótese que estas palabras fueron escritas en modo imperativo: “Sed llenos del Espíritu”. No es un consejo ni una opción, sino una orden dada a nosotros por el apóstol Pablo bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo. Es la voluntad expresa de Dios que los cristianos sean llenos del Espíritu. Pero ¿Qué implica ser llenos del Espíritu?
El reconocido pastor brasileño Augustus Nicodemus afirmó: “El fluir del Espíritu no es revuelo ni desorden, sino transformación de carácter y santificación.” Concuerdo con él en que ni el revuelo ni el desorden son para nada evidencias de una vida dominada por el Espíritu, y tampoco niego que la llenura y el fluir del Espíritu Santo transformen nuestro carácter produzca santificación. Es así como debe ser. No obstante, la afirmación del pastor Nicodemus, pese a ser verdadera, es incompleta.
Para muchos cesacionistas, principalmente de línea reformada, la llenura del Espíritu se limita a dar evidencias del “fruto del Espíritu” en la vida diaria. Pero esa es solo una cara de la moneda. Los pentecostales creemos, al igual que nuestros hermanos reformados, que el Espíritu Santo es un don para todos los creyentes en Jesucristo sin excepción, y no existen condiciones para tenerlo, excepto la fe en Jesucristo (Juan 7:37-39). Afirmamos que el Espíritu Santo es otorgado en el momento de la salvación (Efesios 1:13). Y sostenemos, tal cual lo afirma Gálatas 3:2, que el sello y la residencia del Espíritu en el creyente, tuvieron lugar al momento de creer.

Creemos además que el Espíritu Santo mora en los creyentes permanentemente, y que el Espíritu Santo ha sido dado a los creyentes como un “primer depósito” del pago total, o una “garantía” de su futura glorificación en Cristo (2 Corintios 1:22; Efesios 4:30).[2] Jamás hemos cuestionado tales verdades bíblicas. No obstante, también proclamamos otra parte de la verdad que nuestros hermanos reformados cesacionistas han olvidado: Eso no es el bautismo en el Espíritu que Jesús prometió en Hechos 1:8.
Anclados en la Palabra de Dios, los pentecostales y carismáticos creemos que, en la conversión, el Espíritu Santo bautiza en Cristo/el cuerpo de Cristo al nuevo creyente, haciéndolo parte del Pueblo del Pacto e hijo adoptivo de Dios; sin embargo, esto no es lo mismo a lo que nos referimos al hablar del bautismo en el Espíritu Santo, es más bien un bautismo en Cristo. ¿Por qué? Porque al momento de la salvación, el Espíritu Santo es el bautizador de los creyentes, el que incorpora a los creyentes al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Sin este bautismo no hay salvación ni adopción (Romanos 8:9; 8:15). Este bautismo en Cristo hace dos cosas, (1) nos une al Cuerpo de Cristo, y (2) hace realidad nuestra co-crucifixión con Cristo.
Por medio de este bautismo inicial en Cristo (nuestra incorporación a su cuerpo místico y nuestra unión con Él) somos resucitados con Él a una vida nueva (Romanos 6:4). Experimentar este bautismo en Cristo, efectuado por obra del Espíritu Santo (quien en este caso ejerce el rol de bautizador) sirve como base para mantener la unidad en la iglesia, como está escrito en el contexto de Efesios 4:5. Estar asociados con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección a través del bautismo de Cristo, establece la base para nuestra separación del poder persistente del pecado que está en nosotros y nuestro caminar en una vida nueva (Romanos 6:1-10, Colosenses 2:12). Sin este bautismo no hay regeneración ni esperanza de vida eterna (Juan 3:5).
Pero el bautismo en el Espíritu Santo, el cual es una experiencia subsiguiente y diferente a la conversión, es Cristo el bautizador, Él es quien bautiza en el Espíritu Santo (Mateo 3:11) y el Espíritu Santo es el elemento en el cual es inmerso el creyente ya incorporado previamente en el Cuerpo de Cristo. ¿Cómo lo sabemos? Porque la Escritura así lo afirma en numerosas ocasiones.

En ningún caso el Nuevo Testamento iguala la expresión “llenos del Espíritu Santo” (usada en Hechos 2:4 para describir la experiencia pentecostal) con la regeneración. Siempre se usa en conexión con personas que ya son creyentes. El caso de los samaritanos es ilustrativo (Hechos 8:14–20). El pentecostés samaritano muestra que uno puede ser un creyente y aun así no haber tenido una experiencia del tipo pentecostal. Las siguientes observaciones muestran que los samaritanos eran genuinos seguidores de Jesús antes de la visita de Pedro y Juan:
(1) Felipe claramente les proclamó las buenas nuevas del evangelio (versículo 5).
(2) Ellos creyeron y fueron bautizados (versículos 12,16)
(3) Ellos habían “recibido [dekomai] la palabra de Dios” (versículo 14), una expresión sinónima de conversión (Hechos 11:1; 17:11; véase también 2:41)
(4) Pablo y Juan les impusieron las manos para “recibieran el Espíritu Santo” (versículo 17), una práctica que el Nuevo Testamento nunca asocia a la salvación.
(5) Los samaritanos, después de su conversión, tuvieron una dramática y observable experiencia del Espíritu (versículo 18).[3]
Así pues, no por haber nacido de nuevo hemos experimentado y recibido ya la promesa del Padre (Lucas 24:49; Hechos 1:4-8). Con la regeneración (nuevo nacimiento) el fruto del Espíritu se manifestará gradualmente en la vida del creyente, pero esto no es ni el bautismo en el Espíritu del que nos habla el libro de los Hechos, ni necesariamente implica la llenura de este. A la experiencia de regeneración ya vivida por nuestros hermanos reformados (incluso aquellos que se llaman a sí mismos cesacionistas) le hace falta algo. Su “llenura” está incompleta. Para experimentar la plenitud del Espíritu ellos necesitan renunciar a esa falsa dicotomía que han creado entre dones y fruto del Espíritu. El fruto no sustituye a los dones ni viceversa.
Ser lleno del Espíritu es permitir que el Espíritu domine tu vida y te mueva en la dirección que Dios quiere que vayas. Es estar totalmente controlado e influenciado por su poder. La llenura del Espíritu se manifiesta de dos formas distintas pero complementarias: el fruto de una vida transformada (el fruto del Espíritu) y el fruto de una vida empoderada (los dones del Espíritu). No podemos separar la una de la otra.
Si somos llenos del Espíritu no sólo lo evidenciaremos con el fruto. Eso viene en el paquete mismo de la conversión. Pero la llenura implica también la manifestación de los dones espirituales. Si hay llenura, los dones del Espíritu jamás estarán ausentes:
- La llenura en el Espíritu nos lleva a profetizar: “Y Zacarías su padre FUE LLENO DEL ESPÍRITU SANTO, Y PROFETIZÓ” (Lucas 1:67)
- La llenura del Espíritu nos hace hablar en lenguas: “Todos FUERON LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO Y COMENZARON A HABLAR EN OTRAS LENGUAS, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse.” (Hechos 2:4)
- La llenura del Espíritu nos hace tener visiones: “Pero Esteban, LLENO DEL ESPÍRITU SANTO, fijos los ojos en el cielo, VIO LA GLORIA DE DIOS Y A JESÚS DE PIE A LA DIESTRA DE DIOS” (Hechos 7:55)
- La llenura del Espíritu nos hace operar señales milagrosas: “Entonces Saulo, que también es Pablo, LLENO DEL ESPÍRITU SANTO, fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo. E inmediatamente cayeron sobre él oscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quien le condujese de la mano. Entonces el procónsul, viendo lo que había sucedido, creyó, maravillado de la doctrina del Señor.” (Hechos 13:9-15)
- La llenura del Espíritu nos lleva a efectuar sanidades en el nombre de Jesús: “Entonces Pedro, LLENO DEL ESPÍRITU SANTO, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, DE QUÉ MANERA ESTE HAYA SIDO SANADO, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.” (Hechos 4:8-10)
- La llenura del Espíritu nos da poder para echar fuera demonios: “Pero si yo POR EL ESPÍRITU DE DIOS ECHO FUERA LOS DEMONIOS, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.” (Mateo 12:28)
Jesús fue el ejemplo perfecto de un hombre lleno del Espíritu Santo y él no solamente reflejaba su llenura por su santidad y carácter. El poder para obrar milagros, sanidades y el ejercicio de otros dones espirituales fueron también un distintivo claro de su llenura:
“Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.” (Hechos 10:37-39)
Jesús no predicó jamás esa falsa dicotomía creada hoy por muchos cristianos. Para él los dones y el fruto eran ambas expresiones legítimas y complementarias de la llenura del Espíritu, pues el mismo que dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16) es el mismo que también afirmó: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” (Marcos 16:17-18)
“Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios.” (Mateo 10:8, DHH)
La falsa dicotomía que nos lleva a elegir entre dones y fruto del Espíritu es antibíblica. Dios nunca mandó elegir lo uno o lo otro. Deberíamos tenerlos ambos. Tan incompleto es el pentecostal que presume de dones y carece de frutos, como el reformado cesacionista que se jacta de su fruto y carácter pero carece de poder para obrar milagros, sanidades, echar fuera demonios o ejercer cualquier otro don espiritual. ¡Ambos están incompletos!
Reformados y pentecostales pueden aprender mucho los unos de los otros: Los pentecostales necesitamos “auto-reformarnos” y cultivar el fruto del Espíritu, trabajar un poco en el orden de nuestros servicios de adoración, el uso de los dones y fomentar el estudio profundo y sistemático de la Palabra de Dios. De igual manera, muchos reformados necesitan “pentecostalizarse”, experimentar la sobrenaturalidad de Dios, su poder real obrando a través de los dones espirituales y la liberación de los oprimidos por el diablo. Trabajar en ese complejo de superioridad teológica y ser libres en adoración más allá de la liturgia formalista. Solo así podrán conocer ese lado de Dios que les es imposible conocer a través de la erudición vacía en la que muchos de ellos viven.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
[1] John MacArthur, Lecciones prácticas de la vida (CLIE, 2019)
[2] EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO (DECLARACIÓN ADOPTADA POR EL PRESBITERIO GENERAL DE LAS ASMBLEAS DE DIOS EN SESIÓN EL 9-11 DE AGOSTO DE 2010) https://ag.org/es-ES/Beliefs/Position-Papers/Baptism-in-the-Holy-Spirit
[3] Ibid.