Bautismo en el Espíritu Santo, Continuismo, Pentecostalismo, Pentecostalismo Clásico

La llenura del Espíritu, el todo de la vida cristiana

Por Fernando E. Alvarado

Muchos cristianos creen erróneamente que el Espíritu Santo mejora la vida cristiana. Tal razonamiento, aunque no es del todo erróneo, falla en considerar una verdad aún mayor: El Espíritu Santo no solo “mejora” la vida cristiana ¡El Espíritu Santo hace posible la vida cristiana! Sin el Espíritu, ni siquiera podemos acercarnos a vivir la vida a la que Dios nos ha llamado.

Los cristianos de hoy en día necesitamos recordar (y algunos quizá descubrir por primera vez) que fuimos hechos a la imagen de Dios, que hemos sido hechos hijos de Dios a través de Cristo, y que hemos sido fortalecidos por el Espíritu Santo. Pero entre esas descripciones de nuestra identidad cristiana, ser empoderado por el Espíritu Santo parece ser la más confusa e incluso polémica para muchos creyentes.

¿En qué forma el Espíritu Santo nos empodera? ¿Qué significa? Uno de los muchos pasajes que podemos leer para ayudar a responder esta pregunta está en la carta de Pablo a las iglesias de Éfeso. Después de establecer un marco teológico importante acerca de Dios Padre, Dios Hijo y el evangelio, Pablo escribió:

“Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios.” (Efesios 4:14-19, NVI)

De acuerdo con las palabras de Pablo citadas arriba, Dios es un Dios que da. Por eso, saca de los recursos inescrutables e ilimitados de su gloria para darnos fuerza o poder en nuestro ser interior a través del Espíritu Santo. Tal empoderamiento sigue un proceso:

Primero, observemos que el lugar donde Dios obra es “en lo íntimo de [nuestro] ser” o nuestra alma. Dios no está preocupado por nuestro físico o atractivo. Como le dijo al profeta Samuel, “No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón. (1 Samuel 16:7, NVI).

Eso a menudo es difícil de entender para nosotros debido a lo concentrados que normalmente estamos en el mundo externo, físico y estético que nos rodea a través de cosas como el fitness, la moda y los cosméticos. Pero nuestra identidad está en el interior. Por eso Dios se enfoca en nuestras almas, y es ahí donde trae el cambio y nos fortalece.

En segundo lugar, nótese que Dios fortalece nuestras almas “por medio del Espíritu”. Pero ¿Quién es el Espíritu Santo? Pareciera que un amplio sector del mundo evangélico lo ha olvidado, tendiendo más bien a percibir al Espíritu Santo como algo impersonal, etéreo y difuso, poco relevante en la vida de los creyentes individuales y de la iglesia en general. Más allá de la regeneración, muchos cristianos no ven la necesidad del Espíritu Santo en sus vidas y ministerios. Al punto que le han reducido al nada honorable título de “la Cenicienta de la Trinidad”, como algunos osan llamarle.

No obstante los pentecostales (y de hecho todo aquel que se llame a sí mismo cristiano). Somos “el Pueblo del Espíritu” y jamás deberíamos perder de vista que el Espíritu Santo es Dios, la tercera parte de la Trinidad; es una persona (no un «eso» o una «cosa»). A menudo se malinterpreta e incluso se olvida; pero vive dentro de los creyentes como la presencia personal y el poder de Dios. Es el “pneuma” de nuestra alma; nuestro “aire fresco”; el “viento en nuestras velas”. Es quien resucitó a Jesús de entre los muertos; el Dios personal que, según el quiere, reparte dones para servirnos unos a otros y alcanzar a otros con el evangelio. Es Él quien nos convence de pecado en nuestras vidas; confirma la Palabra de Dios como verdad cuando la leemos; es nuestro mejor amigo, consolador, animador y ayudante

En tercer lugar, Pablo afirma que, sin el Espíritu, ni siquiera podemos acercarnos a vivir la vida a la que Dios nos ha llamado. Él no es un mero accesorio de nuestra espiritualidad cristiana, es la fuente de la vida misma de la iglesia. Eso es lo que Pablo quiso decir al comienzo del versículo 17, en donde afirma que el Espíritu Santo fortalece nuestro ser interior: “para que por fe Cristo habite en sus corazones.” (Efesios 3:17).

NUESTRA EXPERIENCIA CON EL ESPÍRITU SANTO VA MÁS ALLÁ DE LA CONVERSIÓN

El Espíritu habita en nuestro ser interior cuando, según la gracia de Dios y por la fe, confesamos nuestros pecados, pedimos perdón y le entregamos nuestra vida. No hay obra o sacramento que produzca el Espíritu, es un don de Dios. Cuando somos salvos, emprendemos un nuevo viaje llamado salvación, y se nos da el Espíritu Santo para ayudarnos a hacer ese viaje.

Pero nuestra experiencia con el Espíritu Santo no se limita al llamado, la convicción de pecado, la conversión y el nuevo nacimiento. La meta de Dios para el Espíritu Santo en nuestras vidas no es solo el mantenimiento, sino la abundancia. Pablo escribió en el versículo 19: “para que sean llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19).

Ser lleno de la plenitud de Dios se trata de permitir que Dios se establezca, se sienta como en casa, influya plenamente, abrume y gobierne nuestras vidas. Es lo que Pablo quiso decir en Romanos 10:9 con la confesión de Jesús como “Señor” de nuestras vidas. Y lo mismo que nos manda en Efesios 5:18, “No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu.”

Este pasaje no está hablando de un mero conocimiento, de una experiencia única y acabada con la regeneración, está hablando de una mayor plenitud. Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, hay menos de nosotros, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestros pecados y nuestras influencias.

Mucha gente trata de vivir la vida en su propio poder limitado y desde su debilidad, pero cada vez el enemigo los derriba y los derrota con culpa, amargura, odio, inseguridades, dudas, ocupaciones, distracciones, orgullo, codicia y más. Eso es porque nuestro enemigo también trata de trabajar en nuestro “ser interior” o en nuestra alma. Tiempo nos faltaría para contar historias de cristianos que destruyeron sus vidas, su testimonio, sus relaciones, sus familias y sus ministerios porque trataron de confiar en su propio poder en lugar de ser fortalecidos por el Espíritu Santo. Cristianos que creyeron que el conocimiento teológico, los grados académicos, o una experiencia inicial de regeneración era todo lo que necesitaban.

NECESITAMOS SUBIR DE NIVEL ¡NECESITAMOS EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO!

Pentecostales y no pentecostales, carismáticos y demás evangélicos, seamos de la línea o corriente doctrinal que seamos, necesitamos todos una misma cosa: Ser bautizados, ser continuamente llenos del Espíritu Santo. Todos los creyentes tienen el derecho de recibir y deben buscar fervientemente la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandato del Señor Jesucristo. Esta era la experiencia normal y común de toda la primera iglesia cristiana, y debería ser también la nuestra.

La llenura del Espíritu traerá a nuestra vida cristiana una investidura de poder para la vida y el servicio y la concesión de los dones espirituales y su uso en el ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8; 1 Corintios 12:1-31). El bautismo en el Espíritu es una experiencia distinta a la del nuevo nacimiento y subsecuente a ella (Hechos 8:12-17; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-9). Ignorar esto ha llevado a muchos de nuestros hermanos de denominaciones no pentecostales o carismáticas, a privarse de una parte vital de su experiencia cristiana.

Con el bautismo en el Espíritu Santo el creyente participa de experiencias como la de ser lleno del Espíritu (Juan 7:37-39; Hechos 4:8); una mayor reverencia hacia Dios (Hechos 2:43; Hebreos 12:28); una consagración más intensa a Dios y una mayor dedicación a su obra (Hechos 2:42); y un amor más activo a Cristo, a su Palabra, y a los perdidos (Marcos 16:20). Por tal motivo, el bautismo en el Espíritu Santo debe ser más que una doctrina que se protege y se valora; debe ser una experiencia vital, productiva, y continua en la vida de los creyentes y en su relación personal con el Señor, su interacción con otros creyentes, y su testimonio al mundo.

La vitalidad y la fuerza de la Iglesia pueden concretarse sólo cuando los creyentes de manera personal y colectiva manifiestan el poder del Espíritu Santo que Jesús mismo experimentó y que prometió a sus discípulos. Jamás debemos olvidarlo.

No, nuestras vidas no tienen que ser vividas en derrota. No tenemos que dejarnos intimidar por nuestro enemigo o caer en pecado. Podemos vivir victoriosamente en esta vida por la gracia de Dios, pero solo se obtiene aprovechando los recursos ilimitados de Dios, siendo empoderados por el Espíritu Santo y viviendo en la plenitud de Dios.

El pozo del que obtenemos el poder de vivir la vida para Dios nunca se secará, no importa cuántas veces saquemos de él. La poderosa presencia de Dios en nuestras vidas no es una cosa de una sola vez, es eterna. El mandato de Pablo de “ser llenos con el Espíritu” (Efesios 5:18) no se refiere a la plenitud inicial del Espíritu; es un mandamiento a continuar llenándose del Espíritu.

El Espíritu Santo es la fuente de la cual nuestras almas se “renuevan” diariamente y se transforman regularmente (Romanos 12:1-2) a medida que estudiamos las Escrituras, oramos, ayunamos y adoramos. En su carta a los Gálatas, Pablo explica que el remedio para detener las “obras de la carne” (o el pecado) en nuestras vidas no es esforzarnos más o hacerlo mejor, es estar más llenos del Espíritu Santo que den frutos de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23, NVI).

¿Qué significa esto? Hermano o hermana en Cristo: No vivas una vida de derrota. Permite que el Espíritu Santo obre en tu vida, permítele que gobierne tu vida y permítele que te dé poder. Dios ha puesto en nosotros un pozo de “agua viva”, pero es nuestra elección si bebemos o no de él.

Que nuestra oración sea: “Dios, vacíame de mí mismo y muéstrate más en mi vida. Fortaléceme con tu poder”.

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