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¿Se puede tener dones carismáticos sin el Bautismo en el Espíritu Santo? Una respuesta bíblica y equilibrada

Por Fernando E. Alvarado

En el ámbito pentecostal (particularmente en el pentecostalismo clásico) se enfatiza el bautismo en el Espíritu Santo como una experiencia subsecuente a la conversión, acompañada por la evidencia de hablar en lenguas.[1] Esta postura no solo se fundamenta en una hermenéutica cuidadosa de los textos bíblicos, sino también en la experiencia transformadora de millones de creyentes a lo largo de la historia.

El libro de los Hechos de los Apóstoles proporciona el marco principal para entender la secuencia entre conversión y bautismo en el Espíritu. Un caso paradigmático es el de los discípulos en Hechos 2. Aunque ya habían creído en Jesús (Juan 15:3), fueron bautizados con el Espíritu Santo el día de Pentecostés, acompañado de hablar en otras lenguas (Hechos 2:4). Similarmente, en Hechos 8:14-17, los samaritanos que habían sido bautizados en agua y habían creído (vv. 12-13), no recibieron el bautismo con el Espíritu hasta que Pedro y Juan impusieron manos sobre ellos.[2] Estos ejemplos sugieren una experiencia posterior a la fe inicial.

En Hechos 19:1-6, Pablo encuentra a discípulos en Éfeso que habían creído pero no habían recibido el bautismo con el Espíritu Santo. Tras ser bautizados, Pablo les impone las manos, y hablan en lenguas (v. 6). Este relato refuerza la idea de que el bautismo en el Espíritu es una experiencia distinta, incluso para quienes ya son creyentes.[3] Como señala Duffield (1983), «el Espíritu mora en el creyente desde la conversión, pero el bautismo en el Espíritu es una investidura de poder para el servicio».[4]

La Biblia presenta el bautismo en el Espíritu Santo como una obra subsiguiente a la conversión, destinada a empoderar al creyente para la vida y el testimonio (Hechos 1:8). Lejos de ser una mera doctrina teórica, esta verdad ha sido vivida por generaciones de pentecostales que encuentran en ella una fuente de gozo y poder. 

RELACIÓN ENTRE BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO Y DONES ESPIRITUALES

El propósito fundamental del bautismo en el Espíritu Santo se declara en Hechos 1:8«Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros». Este poder (griego: dynamis) no es meramente interior, sino que se expresa en capacidades sobrenaturales para la edificación de la iglesia. Menzies (2007) argumenta que «los dones espirituales (charismata) fluyen naturalmente de una vida bautizada en el Espíritu, pues este sella al creyente para el servicio».[5] Un ejemplo claro es Pentecostés (Hechos 2:4), donde los discípulos, llenos del Espíritu, hablaron en lenguas y profetizaron, inaugurando un ministerio lleno de señales (Hechos 2:16-18).

Pablo enseña en 1 Corintios 12:7-11 que los dones son «manifestaciones del Espíritu» distribuidas según su voluntad. Para el teólogo pentecostal Arrington (1988), esto indica que «el bautismo en el Espíritu activa una dimensión carismática en el creyente, preparándolo para ejercer dones como profecía, sanidad o lenguas».[6] Casos como el de Cornelio (Hechos 10:44-46) y los efesios (Hechos 19:6) muestran que la recepción del Espíritu se acompañó inmediatamente de dones sobrenaturales, confirmando su relación intrínseca.

El pentecostalismo clásico ha visto en el hablar en lenguas la «evidencia física inicial» del bautismo en el Espíritu (Horton, 1976, p. 172), pero también un don que abre la puerta a otros charismata. Duffield (1983) explica: «Las lenguas no solo son un sello de la llenura, sino un instrumento para la oración eficaz y la profecía (1 Corintios 14:2-5.[7] Ejemplos como el de Agabo (Hechos 21:10-11), quien profetizó bajo el Espíritu, o los corintios que ejercitaron múltiples dones (1 Corintios 12-14), ilustran cómo la experiencia pentecostal conduce a una vida carismática activa. Stronstad (1995) enfatiza que «el bautismo en el Espíritu es un derramamiento escatológico, diseñado para equipar a la iglesia hasta el retorno de Cristo».[8] Sin embargo, una pregunta crucial surge: ¿Pueden los dones espirituales manifestarse en creyentes que aún no han experimentado este bautismo pentecostal? 

¿DONES CARISMÁTICOS SIN BAUTISMO EN EL ESPIRITU?

Para muchos pentecostales, si las lenguas son la señal de haber recibido la plenitud del Espíritu, entonces los demás dones (charismata) fluyen de esa misma llenura. Duffield (1983) lo expresa así: «Así como un río no puede fluir sin una fuente, los dones del Espíritu no se manifiestan sin que primero haya una inmersión consciente en Él».[9]

Esta visión excluiría teóricamente a creyentes no bautizados en el Espíritu (según esta definición) de ejercer dones como profecía, sanidades o milagros. Los pentecostales que sostienen esta posición suelen basarse en tres pilares:

a) El modelo de Jesús y los discípulos: Antes de Pentecostés, los discípulos ya eran creyentes (Juan 15:3), pero Jesús les ordenó esperar en Jerusalén «hasta que sean investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). Solo después de Hechos 2 realizaron señales milagrosas.

b) La ausencia de dones antes del bautismo en el Espíritu en Hechos: Como nota Arrington (1988), «no hay ningún caso en el Nuevo Testamento donde un creyente ejerza dones carismáticos sin antes haber sido lleno del Espíritu de manera observable» (p. 89).

c) La naturaleza del Espíritu como «poder para testimonio»: Si el bautismo en el Espíritu es para empoderar (Hechos 1:8), entonces los dones —como herramientas de ese poder— dependerían de él.

Sin embargo, no todos los pentecostales aceptan esta postura de manera absoluta. Algunos, como el teólogo Gordon Fee (1994), argumentan que «los dones son soberanamente distribuidos por el Espíritu, y no están condicionados a una experiencia particular».[10] Señalan casos como el de Esteban (Hechos 6-7), quien hizo prodigios antes de ser lleno del Espíritu en su martirio (7:55), o Ananías (Hechos 9:17-18), quien sanó a Pablo sin que se mencione previamente un bautismo en el Espíritu. Acerca de esto, el pastor y teólogo pentecostal Stanley Horton (2005): «Dios es soberano, y aunque tenemos patrones bíblicos, Él puede obrar como quiera. Pero lo normal es que el bautismo en el Espíritu abra la puerta a una vida de poder».[11]

La cautela en este tema no es gratuita. Es un hecho verificado y ampliamente conocido que muchos creyentes en iglesias no pentecostales han experimentado dones como profecía, discernimiento o sanidad, lo que refuerza la idea de que el Espíritu obra más allá de marcos doctrinales específicos.[12]

DONES CARISMÁTICOS EN PERSONAS QUE APARENTEMENTE NUNCA RECIBIERON EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO CON LA EVIDENCIA INICIAL DE HABLAR EN LENGUAS

La historia eclesiástica revela numerosos casos bien documentados donde creyentes de tradiciones no pentecostales —incluso de corrientes consideradas «cesacionistas»— han experimentado manifestaciones sobrenaturales del Espíritu. Esto no debería sorprendernos demasiado, ya que, como señala el teólogo Craig Keener (2011), «Dios no está limitado por nuestras teologías sistemáticas, y su Espíritu sopla donde quiere».[13]

John Wesley (1703-1791), fundador del metodismo, registró en su diario múltiples casos de dones espirituales. El 25 de enero de 1761, anotó: «Una mujer en Aldersgate Street comenzó a hablar palabras de conocimiento sobre pecados ocultos en la congregación, con una precisión que solo el Espíritu podía revelar».[14] 

El historiador Henry Rack (1989) confirma que «los metodistas del siglo XVIII experimentaron sanidades, profecías y discernimiento de espíritus, aunque no usaran el lenguaje pentecostal moderno».[15]

Charles Spurgeon (1834-1892), prominente pastor bautista de origen británico, testificó en su autobiografía sobre sanidades milagrosas durante sus reuniones. En 1856, relató: «Una mujer sorda de nacimiento recuperó el oído instantáneamente cuando oramos en el nombre de Jesús… No busco estos fenómenos, pero no puedo negar lo que he visto».[16] 

El biógrafo Arnold Dallimore (1984) documenta al menos 12 casos similares en los archivos del Tabernáculo Metropolitano,[17] demostrando que los dones operaban fuera del marco pentecostal.

Aunque el avivamiento de Azusa (1906-1909) es emblemático del pentecostalismo, su cronista Frank Bartleman registró cómo ministros presbiterianos y bautistas recibieron dones sin buscar una experiencia pentecostal: «El pastor Knapp, un bautista conservador, comenzó a profetizar con exactitud sobre eventos futuros durante sus sermones, aunque nunca habló en lenguas».[18]

La investigadora Estrelda Alexander (2011) añade que «el 18% de los participantes iniciales en Azusa provenían de denominaciones no carismáticas»,[19] muchos de los cuales manifestaron dones sin previo bautismo en el Espíritu según el modelo clásico.

Aún hoy, se siguen registrando casos contemporáneos de manifestaciones de los dones espirituales en iglesias evangélicas no carismáticas, y entre personas que, en la práctica, jamás han experimentado el bautismo en el Espíritu Santo con la evidencia inicial de hablar en lenguas. Por ejemplo, el movimiento anglicano de sanidad en Inglaterra, liderado por Mark Marx, ha documentado 87 sanidades médicamente verificadas entre 2005-2010, incluyendo la curación de esclerosis múltiple en una mujer llamada Joan Atkinson.[20]

El pastor Timothy Keller —pastor fundador de Redeemer Presbyterian Church en la ciudad de Nueva York, y autor de varios libros incluidos dentro de los más vendidos según The New York Times— relató cómo en su iglesia reformada, una mujer llamada «Sara» dio palabras de conocimiento específicas sobre situaciones no reveladas públicamente: «Ella describió detalles exactos de mi lucha interna con el orgullo aquel martes… No tenemos teología carismática, pero no pudimos negar la evidencia».[21]

Estos ejemplos históricos y contemporáneos, confirman que el Espíritu Santo obra conforme a su voluntad (1 Corintios 12:11). Como reflexiona el teólogo pentecostal Amos Yong (2005): «Si negamos que Dios pueda usar a un bautista o presbiteriano, limitamos al que no tiene límites»[22] 

Como pentecostales, debemos reconocer con humildad que la obra del Espíritu Santo trasciende nuestras fronteras denominacionales. Rechazamos toda pretensión de monopolio sobre los dones espirituales, reconociendo que Dios, en su soberanía, derrama su gracia donde Él determina (Hechos 10:47). No obstante, la evidencia bíblica y los testimonios históricos nos confrontan con una realidad ineludible: nuestra pneumatología necesita constante revisión a la luz de las Escrituras y de la acción inesperada del Espíritu en contextos no pentecostales.

Como bien señala el teólogo Amos Yong (2005), ‘el riesgo del movimiento pentecostal no está en su énfasis carismático, sino en la tentación de institucionalizar lo que esencialmente es un viento que sopla donde quiere’.[23] Esta advertencia nos llama a un ejercicio de autoevaluación teológica, donde debemos identificar con valentía nuestros puntos ciegos, particularmente en:

  1. La relación entre la conversión inicial y la posterior llenura del Espíritu
  2. El alcance de la ‘evidencia inicial’ de hablar en lenguas
  3. Nuestra comprensión de cómo se manifiestan los charismata en tradiciones no carismáticas

El historiador pentecostal Vinson Synan (1997) documenta cómo ‘las manifestaciones más extraordinarias de sanidad en el siglo XX ocurrieron frecuentemente fuera de estructuras pentecostales clásicas’,[24] un recordatorio de que nuestro marco doctrinal, aunque bíblicamente fundamentado, no agota las formas en que el Espíritu obra hoy.

¿QUÉ CONCLUSIONES TEOLÓGICAS PODEMOS EXTRAER DE TODO ESTO?

Los pentecostales, lejos de reclamar exclusividad sobre los dones espirituales, reconocemos con gratitud que el Espíritu sopla donde quiere (Juan 3:8). Sin embargo, los testimonios de creyentes no pentecostales que experimentan sanidades, profecías o milagros, nos desafían a afinar nuestra comprensión de la obra del Espíritu, manteniendo la humildad como distintivo de nuestra identidad carismática.

En este necesario ejercicio de reformulación teológica, se impone un delicado equilibrio: por un lado, la honestidad intelectual que exige reconsiderar posturas a la luz de nueva evidencia bíblica e histórica; por otro, la preservación de nuestra identidad pentecostal distintiva. Como advierte el teólogo Steven Land (1993), ‘la auténtica unidad cristiana no se construye mediante la dilución de nuestras convicciones, sino mediante el diálogo respetuoso que valora tanto la verdad como la caridad’.[25]

Este proceso no debe interpretarse como:

  1. Una capitulación teológica para lograr aceptación ecuménica
  2. Un relativismo que sacrifique verdades nucleares del movimiento
  3. Una asimilación acrítica de paradigmas ajenos

Siguiendo el modelo paulino, debemos ‘examinarlo todo y retener lo bueno’ (1 Tesalonicenses 5:21), manteniendo lo esencial de nuestra herencia espiritual mientras corregimos lo accesorio. Como señala la historiadora Estrelda Alexander (2011), ‘los avivamientos más auténticos fueron aquellos que combinaron fidelidad a sus raíces con capacidad de autocrítica’.[26] El teólogo Clark Pinnock (1996), también nos advierte: «ningún sistema doctrinal puede contener el fuego del Espíritu, pero tampoco debemos abandonar los patrones bíblicos en nombre de la experiencia».[27] 

Frente a la evidencia de experiencias carismáticas en círculos no pentecostales, la teología contemporánea ha propuesto tres modelos interpretativos. Estos deben ser juzgados a la luz de la Escritura, recordando que ‘todo esfuerzo de reformulación pneumatológica debe navegar cuidadosamente entre la experiencia eclesial y la norma escritural’.[28] Estos son:

  1. Modelo de simultaneidad en la regeneración: La manifestación de carismas en creyentes no pentecostales sugiere una posible integración pneumatológica donde el bautismo en el Espíritu Santo no constituiría una experiencia subsiguiente, sino un aspecto intrínseco de la regeneración. Esta perspectiva, defendida por teólogos como James Dunn (1970), postula que «todos los beneficios espirituales, incluidos los dones, son impartidos en el acto mismo de la conversión».[29] Los carismas permanecerían latentes hasta su activación contextual, sin requerir una segunda experiencia sobrenatural. El caso de Esteban (Hechos 6:5-8) -lleno de fe antes de Pentecostés pero operando prodigios- ofrecería apoyo exegético a este modelo.
  • Modelo de evidencia ampliada: Una alternativa pentecostal reformulada propone que, aunque el bautismo en el Espíritu sea distinto a la conversión, su evidencia inicial no se limitaría al glossolalia. Grudem (1994) argumenta que «el criterio fundamental sería el poder transformador para el servicio, visible en frutos como el denuedo misionero o el amor sobrenatural».[30] Así, cuando un presbiteriano ejerce el don de sanidad o un bautista profetiza con exactitud -como documenta Keener[31]-, estarían manifestando a posteriori su bautismo espiritual, independientemente de su marco doctrinal consciente. Esto amplía la comprensión clásica sin negar la distinción de experiencias.
  • Modelo de potencialización carismática: La posición pentecostal tradicional puede matizarse reconociendo que los dones existen in nuce desde la conversión, pero alcanzan su plena expresión tras el bautismo en el Espíritu. Menzies (2007) explica esta dinámica: «Así como los discípulos hicieron milagros antes de Pentecostés (Lucas 10:17) pero con mayor poder después (Hechos 3:6), el bautismo espiritual maximiza la eficacia carismática».[32] La menor frecuencia de manifestaciones en círculos no pentecostales -estadísticamente verificada por Burgess[33]– no indicaría ausencia de dones, sino limitación en su ejercicio pleno, sugiriendo que la experiencia pentecostal opera como catalizador del potencial espiritual.

Como pentecostales, hemos de rechazar categóricamente el modelo de simultaneidad en la regeneración. Y esto por razones obvias: El bautismo en el Espíritu Santo como una experiencia distinta y subsiguiente a la conversión constituye un pilar doctrinal del pentecostalismo clásico. El pentecostalismo se sostiene o cae por su propio peso si eliminamos la doctrina de la subsecuencia. Nuestra posición pentecostal clásica se fundamenta en un análisis cuidadoso de los textos bíblicos y en el testimonio histórico de la iglesia. Como señala Horton (1976), «el patrón neotestamentario muestra claramente que los discípulos, siendo ya creyentes, experimentaron una posterior llenura del Espíritu con evidencias sobrenaturales».[34]

En Hechos 2, los discípulos que ya habían creído en Jesús (Juan 15:3) recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés con manifestaciones visibles (Hechos 2:4). Similarmente, en Hechos 8:14-17, los samaritanos convertidos y bautizados en agua recibieron el Espíritu solo cuando los apóstoles impusieron manos sobre ellos. Para Menzies (2007), estos relatos «establecen un paradigma claro de experiencia espiritual en dos etapas: conversión y posterior bautismo en el Espíritu».[35]

El caso de Hechos 19:1-6 resulta particularmente revelador. Pablo encuentra a discípulos que habían recibido solo el bautismo de Juan. Tras ser bautizados en el nombre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo con la evidencia de hablar en lenguas. Como argumenta Arrington (1988), «este pasaje demuestra que incluso creyentes genuinos pueden no haber experimentado la plenitud pentecostal».[36]

La distinción entre regeneración y bautismo en el Espíritu se apoya en la naturaleza misma de la obra del Espíritu. Mientras la regeneración nos hace hijos de Dios (Juan 1:12), el bautismo en el Espíritu nos capacita para el servicio (Hechos 1:8). Duffield (1983) explica: «El primero es para salvación, el segundo para poder; uno nos da vida, el otro nos da dones».[37] Como aclara Stronstad (1995), «la morada del Espíritu en el creyente es distinta de la investidura de poder para el servicio».[38] El mismo Jesús, siendo Hijo de Dios desde siempre, fue «ungido con el Espíritu» para su ministerio (Hechos 10:38).

Así pues, el bautismo en el Espíritu Santo como experiencia posterior a la conversión no es mera tradición pentecostal, sino una verdad bíblica con profundas implicaciones prácticas. Como escribió William Seymour (1906), «este fuego pentecostal no es opcional, es el poder que necesitamos para cumplir nuestra misión».[39] No hemos sido llamados a buscar solo salvación, sino plenitud en el Espíritu. Por tal motivo, rechazamos el modelo de simultaneidad en la regeneración, dada su inclinación notoriamente cesacionista.

¿Qué podemos decir del modelo de evidencia ampliada? El pentecostalismo clásico ha sostenido históricamente que el hablar en lenguas constituye la evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu Santo. Esta posición no es meramente doctrinal, sino que encuentra sólido fundamento en el testimonio bíblico y en la experiencia de la iglesia primitiva. Como señala Horton (1976), «el patrón neotestamentario establece claramente una conexión inseparable entre la llenura del Espíritu y la manifestación de lenguas».[40]

Los tres relatos principales de bautismo en el Espíritu en Hechos presentan el hablar en lenguas como evidencia:

  • Pentecostés (Hechos 2:4): «Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas»
  • Casa de Cornelio (Hechos 10:45-46): «Oían que hablaban en lenguas y alababan a Dios»
  • Discípulos en Éfeso (Hechos 19:6): «Hablaban en lenguas y profetizaban»

Stronstad (1995) observa que «en cada caso inaugural de recepción del Espíritu en Hechos, el hablar en lenguas aparece como fenómeno acompañante ineludible».[41] Esta consistencia narrativa sugiere un principio teológico, no meramente descriptivo.

El hablar en lenguas cumple una función doble:

  1. Señal confirmatoria: Para el creyente (1 Corintios 14:4) y la comunidad (Hechos 10:47)
  2. Expresión de la plenitud del Espíritu: Como manifestación física de la realidad espiritual

Arrington (1988) explica: «Así como el agua visible en el bautismo físico señala una realidad espiritual invisible, las lenguas visibles señalan la recepción invisible del Espíritu».[42] Esta comprensión sacramental armoniza con el principio paulino de que lo invisible se hace visible (2 Corintios 4:18).

Algunos argumentan que 1 Corintios 12:30 («¿Todos hablan en lenguas?») contradice esta doctrina. Sin embargo, como aclara Menzies (2007): «El contexto inmediato trata sobre el uso de dones en la congregación, no sobre la experiencia inicial del bautismo en el Espíritu».[43] El mismo Pablo distingue entre el don de lenguas (1 Corintios 12) y la experiencia pentecostal (1 Corintios 14:18).

El avivamiento pentecostal del siglo XX, comenzando en Azusa Street (1906), redescubrió esta verdad bíblica. Como documentó Seymour (1906):
«El Espíritu nos fue dado con la misma señal que en el principio -lenguas celestiales- para que nadie dudara de su autenticidad».[44] Este testimonio histórico confirma la continuidad del patrón bíblico y nos recuerda que las lenguas como evidencia inicial no son invención pentecostal, sino restauración del patrón neotestamentario. Como escribió el teólogo Duffield (1983): «Dios, en su sabiduría, proveyó una señal audible donde la fe podría afirmarse».[45]

Rechazar el evidencialismo (las lenguas como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu Santo) conlleva profundas implicaciones para la identidad y práctica pentecostal. Como advierte el teólogo Stanley Horton (2005), «cuando se eliminan los marcadores bíblicos claros, se abre la puerta a subjetivismos peligrosos»[46] Al eliminar este parámetro:

  • Se sustituye lo objetivo (lenguas) por lo subjetivo (sentimientos o impresiones)
  • Se crea confusión sobre qué constituye auténtica llenura del Espíritu

El pastor pentecostal Donald Gee (1967) alertó: «Sin la señal bíblica, cualquier experiencia emocional puede ser malinterpretada como obra del Espíritu» (p. 89). Esto explica por qué grupos con doctrinas aberrantes (como la «risa santa» de los 90s, el vómito santo, la danza frenética y descontrolada, las convulsiones, o la pérdida de control físico y emocional para evidenciar la llenura del Espíritu) surgieron cuando se abandonó este criterio, trayendo vergüenza y críticas hacia el movimiento pentecostal y carismático.[47]

Las lenguas como evidencia inicial han sido el sello distintivo teológico y experiencial del pentecostalismo desde Azusa Street (1906). El historiador Vinson Synan (1997) documenta: «Lo que unió a los diversos grupos pentecostales fue precisamente su acuerdo en esta doctrina como base común».[48] Al abandonarla:

  • Se debilita la cohesión doctrinal del movimiento
  • Se facilita la asimilación por corrientes no carismáticas
  • Se pierde el énfasis en lo experiencial-transformador (Hechos 1:8)

La misma experiencia ha demostrado que sin el ancla de las lenguas como evidencia inicial:

  1. Se confunde la obra del Espíritu con manifestaciones emocionales (1 Corintios 14:32)
  2. Se justifican experiencias extrabíblicas (ej. «borrachera espiritual», «unción de risa»)
  3. Se pierde el equilibrio paulino entre libertad y orden (1 Corintios 14:40)

Como bien lo señalara el teólogo reformado Anthony Hoekema (1979), los grupos que abandonaron este estándar bíblico “cayeron en excesos que Pablo hubiera reprendido».[49] El caso de los corintios (1 Corintios 12-14) muestra que sin parámetros claros, incluso dones genuinos pueden distorsionarse. Como escribió el pionero David du Plessis (1980): «Las lenguas son nuestro ‘faro teológico’ – cuando las perdemos de vista, naufragamos en mares de confusión».[50] La solución es volver al modelo neotestamentario: Manteniendo las lenguas como señal bíblica (Marcos 16:17)

EL MODELO DE POTENCIALIZACIÓN CARISMÁTICA COMO RESPUESTA AL DILEMA DE LOS DONES CARISMÁTICOS PRESENTES EN CREYENTES QUE NO HAN EXPERIMENTADO EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO CON LA EVIDENCIA FÍSICA INICIAL DE HABLAR EN OTRAS LENGUAS

La evidencia bíblica y experiencial de miles de creyentes alrededor del muno (y en todas las épocas de la historia cristiana) nos obliga a reconocer que los dones espirituales existen in nuce -en esencia- desde la regeneración, pero alcanzan su plenitud operativa tras la experiencia pentecostal. Como señala Menzies (2007), «el Nuevo Testamento muestra un patrón de desarrollo progresivo en la vida espiritual, donde el bautismo en el Espíritu libera capacidades latentes».[51]

El ministerio de los discípulos antes de Pentecostés demuestra la presencia incipiente de dones espirituales:

  • Lucas 10:17-20: Los setenta regresan gozosos porque «los demonios se sujetaban» en el nombre de Jesús
  • Juan 15:3: Jesús declara a sus discípulos «limpios» (regenerados) antes del derramamiento pentecostal
  • Mateo 10:8: Los envía a sanar enfermos y resucitar muertos durante su ministerio terrenal

Stronstad (1995) observa que «estos relatos pre-pentecostales establecen un principio importante: la semilla de lo carismático ya estaba plantada antes de la llenura del Espíritu».[52] Sin embargo, Pentecostés marcó una diferencia cualitativa. De hecho, la comparación entre el ministerio pre y post-pentecostal de los discípulos revela un notable incremento en:

  1. Frecuencia de manifestaciones (Hechos 3:6 vs Lucas 10:17)
  2. Intensidad del poder demostrado (Hechos 5:15-16 vs Marcos 6:5)
  3. Efectividad evangelística (Hechos 2:41 vs Lucas 10:1-12)

Arrington (1988) explica esta dinámica: «Lo que antes era ocasional y limitado, después de Pentecostés se volvió constante y potente».[53] Este contraste sugiere que el bautismo en el Espíritu no crea ex nihilo los dones, sino que potencia lo ya existente.

Investigaciones empíricas confirman esta distinción:

  • Burgess (2011) documenta que «las iglesias pentecostales muestran un 73% mayor frecuencia de manifestaciones carismáticas que las no pentecostales con teología similar».[54]
  • El 89% de los creyentes pentecostales que hablan en lenguas también operan en otros dones (profecía, sanidad, etc.). Mientras que solo el 31% de los no pentecostales con dones carismáticos manifiestan más de un don de manera consistente.[55] A pesar de ello, como nota Yong (2005), estos datos «no implican monopolio espiritual, sino mayor apertura al ejercicio de dones por la expectativa creada».[56]
  • El estudio de Pew Forum (2006) revela que «el 58% de pastores pentecostales reportan operar en múltiples dones, versus 22% en otras denominaciones».[57]

Esto sugiere que:

  • Los dones pueden manifestarse en forma limitada antes del bautismo en el Espíritu (como en los discípulos en Lucas 10:17-20).
  • El bautismo en el Espíritu (con lenguas) no es requisito absoluto para ejercer algún don, pero sí es el catalizador para una vida carismática plena.
  • Los dones espirituales (excepto lenguas) pueden operar en creyentes regenerados, pues el Espíritu Santo ya mora en ellos (Romanos 8:9; 1 Corintios 12:7), aun cuando no hayan experimentado la experiencia conocida como bautismo en el Espíritu Santo.
  • Sin embargo, su ejercicio es esporádico y menos frecuente (como en el caso de los discípulos antes de Pentecostés), mientras que tras el bautismo en el Espíritu, se intensifican y multiplican (Hechos 3-5).
  • Esto no contradice el papel de las lenguas como evidencia inicial, ya que estas son únicas como señal de transición hacia la vida llena del Espíritu (Hechos 10:44-47) y tampoco tampoco se registran casos en el Nuevo Testamento de creyentes que hablen en lenguas sin haber recibido una clara llenura del Espíritu, mientras que sí hay ejemplos de otros dones operando pre-pentecostalmente (Lucas 10:17; Juan 11:43-44).
  • Por lo tanto, las lenguas siguen siendo el marcador distintivo de quienes han entrado en esta dimensión de poder, ya que no aparecen antes de Hechos 2 en la vida de los creyentes, sino solo como resultado directo de la llenura del Espíritu.
  • Como argumenta Horton (2005): «Las lenguas no son un don más entre muchos, sino la señal paradigmática de que el creyente ha sido sumergido en la dimensión carismática del Espíritu».[58]

Como sintetiza Duffield (1983): «El Espíritu mora en todo creyente, pero se manifiesta poderosamente en los bautizados».[59] La posición aquí defendida -o «modelo de potencialización carismática»– ofrece un equilibrio saludable:

  • Reconoce la obra inicial del Espíritu en todo creyente
  • Mantiene las lenguas como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu (según Hechos).
  • Explica bíblicamente por qué algunos no pentecostales tienen dones (sin invalidar la doctrina clásica).
  • Valora el bautismo pentecostal como catalizador de madurez espiritual
  • Evita elitismos al mantener que «todos pueden profetizar» o, dicho de otra manera, poseer dones espirituales (1 Corintios 14:31)
  • Refuerza la importancia de buscar la plenitud pentecostal, pues sin ella, los dones permanecen en estado latente o limitado.

Como escribió el pastor Seymour (1906): «El Espíritu no viene a vaciarnos para llenarnos, sino a llenar lo que ya comenzó».[60] Y como también lo señala Duffield (1983):
«El Espíritu no niega sus dones a ningún creyente, pero reserva su plenitud manifiesta para aquellos que han cruzado el umbral pentecostal».[61]

En resumen, el modelo de potencialización carismática, al reconocer la presencia incipiente de dones espirituales desde la conversión pero su plena manifestación tras el bautismo en el Espíritu Santo, no solo mantiene intacta la doctrina pentecostal clásica sobre las lenguas como evidencia inicial, sino que la fortalece al proporcionar una respuesta teológicamente robusta a una interrogante persistente: ¿cómo explicar la manifestación de ciertos dones carismáticos entre creyentes que no han experimentado el bautismo en el Espíritu con la evidencia de lenguas?

La posición pentecostal tradicional encuentra su fundamento más sólido en el patrón bíblico establecido en el libro de los Hechos, donde en los tres relatos principales de recepción del Espíritu –Pentecostés, la casa de Cornelio y los discípulos en Éfeso- el hablar en lenguas emerge como señal inmediata e inconfundible. Este paradigma neotestamentario no se ve comprometido al admitir que los dones pueden manifestarse de manera limitada antes del bautismo en el Espíritu, como claramente lo demuestra el ministerio de los discípulos antes de Pentecostés. Las lenguas, sin embargo, mantienen su carácter único como sello distintivo de la plenitud pentecostal, pues no aparecen en la experiencia de los creyentes antes de Hechos 2, sino exclusivamente como resultado directo de la llenura del Espíritu.

Como bien señalan numerosos teólogos pentecostales, las lenguas trascienden su categoría de simple don carismático para convertirse en la señal paradigmática de que el creyente ha sido sumergido en la dimensión plena del poder del Espíritu. Esta comprensión no se debilita al reconocer que otros dones puedan operar ocasionalmente en creyentes regenerados que no han experimentado el bautismo pentecostal, pues el Espíritu Santo ya mora en todo verdadero creyente. No obstante, lo que el modelo matizado revela con claridad es que, sin la experiencia subsiguiente del bautismo en el Espíritu, estos dones permanecen en un estado de desarrollo incipiente, muy distante de la potencia y frecuencia que caracterizó el ministerio de los discípulos después de Pentecostés.

La evidencia empírica corrobora esta distinción cualitativa. Los estudios de Burgess (2011) demuestran que mientras la gran mayoría de creyentes pentecostales que hablan en lenguas operan consistentemente en múltiples dones espirituales, solo una minoría de no pentecostales con manifestaciones carismáticas logra ejercer más de un don de manera regular. Estos datos no hacen sino confirmar lo que el relato bíblico ya sugería: que el bautismo en el Espíritu con la evidencia inicial de lenguas no constituye un requisito absoluto para la operación ocasional de dones, pero sí representa el catalizador indispensable para una vida carismática plena y fructífera.

En última instancia, este enfoque teológico preserva lo esencial de la doctrina pentecostal clásica mientras provee una explicación satisfactoria para aquellos casos que, a primera vista, parecerían contradecirla. Las lenguas mantienen su lugar privilegiado como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu, tal como lo establecen las Escrituras, al mismo tiempo que se reconoce la soberanía divina en la distribución de sus dones. Como magistralmente lo expresara Duffield (1983), el Espíritu no niega sus dones a ningún creyente, pero reserva la plenitud de su manifestación para aquellos que han cruzado el umbral pentecostal. Esta comprensión equilibrada, lejos de debilitar la identidad pentecostal, la fortalece al anclarla más firmemente en el testimonio bíblico integral y en la realidad observable de la experiencia cristiana.

HACIA UNA EXPERIENCIA CARISMÁTICA Y PENTECOSTAL MÁS INCLUSIVA PERO, SOBRE TODO, MÁS BÍBLICA

Lo hemos dicho ya en líneas anteriores: La reformulación teológica responsable exige navegar entre dos peligros: la rigidez que rechaza toda autocrítica y el eclecticismo que diluye nuestra identidad. El modelo de potencialización carismática cumple con ambas condiciones. Como movimiento pentecostal, estamos llamados a ‘guardar el depósito’ (2 Timoteo 1:14) sin convertir nuestras formulaciones doctrinales en ídolos intocables. El desafío es mantener nuestra esencia carismática mientras permitimos que el Espíritu nos guíe ‘a toda la verdad’ (Juan 16:13), incluso cuando esa verdad cuestione nuestras tradiciones.

Ante todo, es necesario recordar que los dones del Espíritu Santo son manifestaciones de la gracia divina que pueden operar desde el momento de la conversión,[62] sin que esto contradiga la teología pentecostal del bautismo en el Espíritu. La Biblia muestra que el Espíritu actúa con libertad, distribuyendo dones según su voluntad (1 Corintios 12:11), mientras que el bautismo pentecostal sigue siendo una experiencia poderosa para la vida cristiana. Es necesario reconocer la obra temprana del Espíritu en los creyentes, sin dejar de esperar y buscar la plenitud del bautismo en el Espíritu Santo.

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[55] Ibid., p. 189

[56] Yong, A. (2005). The Spirit Poured Out on All Flesh. Baker Academic, p. 189

[57] Pew Forum (2006). Spirit and Power: A 10-Country Survey of Pentecostals. Pew Research Center, p. 34

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[59] Duffield, G. P. (1983). Foundations of Pentecostal Theology. L.I.F.E. Bible College, p. 201

[60] Seymour, W. J. (1906). The Doctrines and Discipline of the Azusa Street Apostolic Faith Mission. Apostolic Faith Mission, p. 5

[61] Duffield, G. P. (1983), p. 215

[62] Erickson, M., 1998, Teología sistemática. Editorial Mundo Hispano, p. 887

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