Por Fernando E. Alvarado.
La profecía ha desempeñado un papel central en la revelación divina a lo largo de las Escrituras, sirviendo como un medio a través del cual Dios comunica su voluntad a la humanidad. En el Antiguo Testamento, los profetas fueron figuras fundamentales, llamados por Dios para advertir, guiar y consolar al pueblo de espiIsrael. Su función no solo incluía predecir eventos futuros, sino también interpretar la Ley y exhortar al arrepentimiento, siendo portadores de mensajes específicos para situaciones concretas de la historia de Israel (Isaías 1:10-17, Jeremías 7:1-7). Los profetas eran intérpretes del pacto de Dios con Israel, denunciando la injusticia y el pecado mientras anunciaban la misericordia y el juicio divino.[1]
En el Nuevo Testamento, aunque el don profético continúa, su naturaleza y función se adaptan al contexto de la iglesia cristiana naciente. Aquí, la profecía no solo se limita a la predicción de eventos futuros, sino que también incluye la edificación, exhortación y consolación de los creyentes, como se observa en 1 Corintios 14:3. A diferencia de los profetas del Antiguo Testamento, los profetas del Nuevo Testamento operaban en una comunidad que ya había recibido la revelación completa en Cristo, por lo que su función se centra más en fortalecer la fe y discernir la dirección del Espíritu Santo en la vida de la iglesia.[2] Pablo recalca que la profecía es un don espiritual importante para la edificación de la iglesia (1 Corintios 12:10; 14:1-5).
Por lo tanto, la profecía, aunque cambiante en su expresión, sigue siendo un canal vital de comunicación divina, adaptándose a las necesidades del pueblo de Dios en ambos testamentos, pues el Espíritu de profecía que inspiró a los profetas del Antiguo Testamento es el mismo que ahora empodera a los profetas en la iglesia,[3] confirmando la continuidad del rol profético en el plan redentor de Dios.
El Antiguo Testamento está repleto de ejemplos de profecía, siendo los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel figuras prominentes en este ámbito. En el Nuevo Testamento, encontramos varios casos de profetas que ejercieron este don, como los anteriormente mencionados Agabo (Hechos 11:27-28) y las hijas de Felipe, que también profetizaban (Hechos 21:9). La profecía en la vida de estos personajes no solo sirvió para advertir o predecir, sino también para edificar a la comunidad de creyentes.
La profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu Santo en los últimos días (Joel 2:28-29) se cumplió en Pentecostés, lo que indica que este don no solo estaba reservado para los tiempos bíblicos, sino que es relevante y necesario en la iglesia contemporánea (Hechos 2:16-18). El don de profecía es un vehículo para que Dios guíe y anime a Su pueblo, especialmente en momentos de incertidumbre.[4]

¿EN QUÉ CONSISTE EL DON DE PROFECÍA?
El don de profecía ha sido desde tiempos bíblicos un medio crucial por el cual Dios comunica Su voluntad a Su pueblo. Pero ¿De qué se trata este don sobrenatural? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función en la iglesia cristiana? En términos simples, podemos definir la profecía como la revelación divina dada por el Espíritu Santo a una persona para transmitir un mensaje específico a la comunidad de creyentes o, en palabras más simples, una declaración humana reportando algo que Dios ha traído espontáneamente a la mente.[5] En este sentido, el don de profecía no se limita a predecir eventos futuros, como comúnmente se malentiende, sino que también abarca exhortación, edificación y consuelo (1 Corintios 14:3). Este don, por tanto, se convierte en un medio de dirección espiritual y corrección para la iglesia.
De este modo, el don de profecía es, en esencia, una comunicación sobrenatural en la que el profeta recibe una palabra, visión o revelación directa de Dios y la transmite con fidelidad. En la iglesia del Nuevo Testamento, este don tenía un lugar prominente, pues, según Pablo, las profecías servían para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-12). Es importante destacar que, en el Nuevo Testamento, el don de profecía no es considerado infalible, ya que está sujeto a la evaluación de la comunidad de creyentes, quienes deben discernir si el mensaje está alineado con las Escrituras (1 Corintios 14:29). Y más importante aún, es recordar que la profecía no sustituye la enseñanza bíblica, sino que complementa la Palabra escrita, brindando claridad y dirección específica en momentos particulares.

MALENTENDIDOS COMUNES
Uno de los principales malentendidos en torno al don de profecía es que muchos creen que su única función es predecir el futuro. Aunque en algunos casos, como el del profeta Agabo, se dieron predicciones específicas (Hechos 11:27-28), la mayor parte del ejercicio de este don en el Nuevo Testamento no fue de este tipo.
Como cualquier lector acucioso podrá observar, en el Nuevo Testamento, la profecía se destaca principalmente como un don que busca edificar y corregir al cuerpo de creyentes (1 Corintios 14:4), en contraste con las funciones más amplias que los profetas tenían en el Antiguo Testamento. Aunque en ambos testamentos los profetas eran usados por Dios para guiar a su pueblo, el enfoque en el Nuevo Testamento es principalmente comunitario y pastoral, orientado a la madurez espiritual de la iglesia.
Un claro ejemplo de este uso se encuentra en las cartas de Pablo, donde el apóstol explica que «el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Corintios 14:3, NVI). Esto refleja la naturaleza constructiva del don, cuyo propósito no es solo advertir o predecir eventos futuros, como en muchos casos del Antiguo Testamento, sino más bien fortalecer la fe de los creyentes, corregir errores y animar al arrepentimiento. Pablo insta a los corintios a buscar especialmente el don de la profecía porque, a diferencia del don de lenguas, beneficia a toda la iglesia (1 Corintios 14:1-5). La profecía en Corinto no era principalmente predictiva, sino un medio de exhortación y corrección,[6] lo que refuerza su utilidad dentro del contexto congregacional.
En el Antiguo Testamento, los profetas también tenían un papel correctivo y edificante, aunque a menudo sus mensajes eran dirigidos a la nación de Israel en su conjunto. Por ejemplo, el profeta Natán confrontó al rey David por su pecado con Betsabé (2 Samuel 12:1-14), utilizando la profecía para corregir y restaurar la relación de David con Dios. Asimismo, el profeta Hageo fue utilizado por Dios para exhortar a los israelitas a reconstruir el templo, con el objetivo de reorientar sus prioridades espirituales y fomentar la obediencia a los mandatos divinos (Hageo 1:1-11). Así pues, la profecía, incluso en el Antiguo Testamento, servía tanto para corregir como para edificar la fe del pueblo.
El mismo patrón se encuentra en el ministerio profético del Nuevo Testamento. En el libro de Hechos, encontramos a Agabo, quien predijo una gran hambruna (Hechos 11:28) y la captura de Pablo en Jerusalén (Hechos 21:10-11). Aunque estas profecías tenían un elemento predictivo, su finalidad era instruir y advertir a la iglesia para que actuara con sabiduría y preparación. En cierta forma, la profecía en el Nuevo Testamento es una extensión del ministerio de los profetas del Antiguo Testamento, pero ahora centrada en la vida de la iglesia, guiándola hacia la madurez espiritual.[7]
Otro ejemplo significativo es la corrección profética que encontramos en Apocalipsis, donde el apóstol Juan, a través de visiones proféticas, exhorta a las siete iglesias de Asia Menor. En Apocalipsis 2 y 3, Jesús utiliza la profecía para reprender y corregir a las iglesias que habían caído en error o que habían permitido la laxitud moral y espiritual. Por ejemplo, a la iglesia de Éfeso, le dice: «Recuerda de dónde has caído; arrepiéntete y haz las primeras obras» (Apocalipsis 2:5, NVI). Aquí, la profecía sirve para corregir y dirigir a la iglesia de regreso al camino de la santidad, reforzando una vez más su papel en la edificación de la comunidad cristiana.
Por lo tanto, a lo largo del Nuevo Testamento, la profecía es utilizada principalmente como una herramienta de edificación y corrección del cuerpo de creyentes. El énfasis está en la comunidad, no en el individuo, ya que la profecía en el Nuevo Testamento es principalmente para la edificación de la iglesia, reflejando el cambio en la comunidad del pacto con respecto a su predecesora en el Antiguo Testamento.[8] Esto asegura que el pueblo de Dios siga creciendo en santidad y madurez, cumpliendo así el propósito divino en la historia redentora.

El don de profecía no se limita al ámbito predictivo
La limitación de la profecía al ámbito predictivo, como lo hacen algunos en la actualidad, tiene más en común con el espíritu de adivinación que con el verdadero don profético. Desafortunadamente, eso es lo que muchos creyentes parecen estar buscando hoy, sobre todo en círculos neopentecostales y ultra carismáticos. Un ejemplo bíblico claro de esta confusión entre la verdadera profecía y la adivinación lo encontramos en el libro de los Hechos, donde se narra la historia de una esclava que poseía un «espíritu de adivinación» (en griego, «pneuma python»), y que predecía el futuro para obtener ganancias económicas para sus amos (Hechos 16:16-18, NVI).
Este caso no es muy diferente al de muchos autoproclamados profetas en la actualidad, cuyo ministerio se reduce a predecir el futuro, lanzar profecías de carácter predictivo a diestra y siniestra, incluso convocando a reuniones proféticas, noches de poder y revelación o charlas de despertar espiritual. Claramente, el dinero está de por medio en todos esos eventos y el Evangelio termina siendo monetizado.
Muchos creyentes ingenuos de nuestra época no hubieran vacilado en llamar “profeta” a esta muchacha con espíritu de adivinación. Su mensaje era adulador, pero no inspirado por Dios. Aunque ella parecía pronunciar palabras verdaderas acerca de Pablo y sus compañeros, afirmando que eran “siervos del Dios Altísimo”, Pablo discernió que su poder no venía de Dios, sino de un espíritu demoníaco, y lo expulsó. Es aquí donde la operación conjunta de los dones (palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, etc.) se vuelve esencial para evitar el engaño. Lo cierto es que este incidente muestra que no toda predicción es de origen divino y que un verdadero profeta no actúa simplemente como un adivino. El don profético no es meramente predictivo, sino que está íntimamente relacionado con el propósito moral y espiritual de Dios.[9]
Las Sagradas Escrituras advierten claramente contra la búsqueda de formas de adivinación, espiritismo o cualquier práctica similar. En Deuteronomio 18:10-12, Dios condena a quienes practican la adivinación, el augurio o la consulta con los muertos, porque estas prácticas desvían a las personas de la verdadera comunión con Él. El verdadero profeta no es un médium, un lector de cartas ni un distribuidor de horóscopos. La dependencia de estas formas paganas de «revelación» contradice la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la profecía. El apóstol Pedro deja claro que «ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada» (2 Pedro 1:20, NVI), lo que indica que la fuente de la profecía auténtica es siempre el Espíritu Santo, y su objetivo es glorificar a Cristo, no satisfacer la curiosidad sobre el futuro.
Muchos de los falsos profetas actuales (y sus ingenuos seguidores) que se enfocan exclusivamente en predicciones olvidan que, en el contexto del Nuevo Testamento, la profecía tiene que ver principalmente con la edificación del cuerpo de Cristo. En 1 Corintios 14:29, Pablo instruye que «los profetas hablen, dos o tres, y los demás juzguen«, lo que implica que el mensaje profético debe ser evaluado a la luz de la doctrina bíblica y del discernimiento comunitario. Cuando un «profeta» centra su ministerio únicamente en la predicción del futuro, está violando la enseñanza neotestamentaria, que coloca el énfasis en la edificación espiritual y no en la adivinación. El enfoque excesivo en la predicción futurista es una violación del espíritu y la intención del don profético tal como lo describe Pablo.[10]

El don de profecía no se considera infalible en el Nuevo Testamento
Otro malentendido es asumir que todo lo que un profeta dice proviene directamente de Dios sin posibilidad de error. Pablo mismo exhorta a los creyentes a “examinarlo todo; retener lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21), lo que implica que no todas las profecías deben aceptarse sin escrutinio. La profecía neotestamentaria no tiene la misma autoridad que las Escrituras, sino que debe ser evaluada a la luz de ellas.[11] Este don no equivale a las Escrituras en cuanto a autoridad infalible, sino que está sujeto a evaluación y discernimiento por parte de la comunidad cristiana. A diferencia de la profecía en el Antiguo Testamento, que era considerada como una palabra infalible directamente de Dios, la profecía en el Nuevo Testamento, es falible y debe ser evaluada a la luz de la revelación bíblica.
Esta diferencia es crucial para evitar el malentendido de que cada mensaje profético en la iglesia actual tiene el mismo nivel de autoridad que las Escrituras. Al respecto, Pablo exhorta a los creyentes a «juzgar» las profecías y a «retener lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21), lo cual implica que no todas las profecías son necesariamente correctas o inspiradas de manera infalible.[12]
Uno de los aspectos fundamentales que debemos considerar al estudiar el don de profecía es la distinción entre la profecía del Antiguo Testamento y la del Nuevo Testamento. La profecía del Antiguo Testamento, pronunciada por un verdadero profeta de Dios, era de carácter infalible e incuestionable, pues el profeta era un mensajero de tipo especial, es decir, un «mensajero del pacto», enviado a recordar a Israel los términos del pacto con el Señor, llamando a los desobedientes al arrepentimiento y advirtiéndoles que las sanciones de la desobediencia pronto serán aplicadas (Jeremías 7:25;2 Crónicas 24:19; Nehemías 9:26, 30; Malaquías 4:4-6). No creer o no obedecer cualquier cosa que un profeta decía en nombre de Dios, no era cuestión insignificante; era no creer y no obedecer a Dios. De esto se deriva una consecuencia práctica para nosotros hoy: Debemos confiar plenamente en las palabras de las escrituras del Antiguo Testamento y (toda vez que sus ordenanzas sean aplicables a nosotros hoy) debemos obedecer sus mandamientos completamente, pues son mandamientos de Dios. Pero el hecho de que sus palabras eran la voz misma de Dios para la nación implicaba también una carga tremenda: Cualquier error en sus declaraciones los identificaba como falsos profetas (Deuteronomio 18:20-22).
Este mismo principio se aplica también a los escritos de los apóstoles. A los discípulos (que serían «apóstoles» después de Pentecostés) Jesús les dijo: «Como me envió el Padre, así también yo os envío» (Juan 20:21). De modo similar dijo a sus once discípulos: «Id, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo28:19). En el camino a Damasco también dijo Cristo a Pablo: «Yo te enviaré lejos a los gentiles» (Hechos 22:21; 26:17; 1 Corintios 1:17; Gálatas 2:7-8). Tal insistencia sobre el origen divino de su mensaje está claramente dentro de la tradición de los profetas del Antiguo Testamento (Deuteronomio 18:20; Jeremías 23:16; Ezequiel 13:1;1 Reyes 22:14, 28). Así pues, el llamado y función de Pablo y los Once fue único e irrepetible en la historia de la iglesia. De hecho, así como los profetas del Antiguo Testamento eran mensajeros de un pacto, así también en 2 Corintios 3:6 Pablo se autodenomina ministro de un Nuevo Pacto, además de referirse repetidas veces al hecho de que Cristo le había confiado una comisión específica como apóstol (nótese 1 Corintios 9:17;2 Corintios 1:1;5:20; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Colosenses 1:1, 25; 1 Timoteo 1:1, etc.). De este modo, los apóstoles (quienes también fueron “profetas del nuevo pacto”), fueron constituidos por el Señor para poner el fundamento de la iglesia (1 Corintios 3:9-11; Efesios 2:19-21). Fuera de ellos, notamos un cambio de patrón en cuanto al ejercicio del don profético: Nadie después de los apóstoles tendría autoridad para establecer doctrina o pronunciar palabras proféticas de carácter infalible.
Fuera de los Doce, el don de profecía del Nuevo Testamento no constituye un fundamento doctrinal, sino que se trata de una guía para la vida práctica de la comunidad.[13] Este enfoque permite que el don de profecía continúe en la iglesia sin que se confunda con la autoridad de las Escrituras. Pablo entendía que es posible que se dé una «revelación» del Espíritu Santo a una persona, o personas, y que a la vez puede haber una reacción hablada a esa revelación que es de «validez discutible» o «dudosa confiabilidad». Esto se deduce también del caso de Agabo y su profecía mencionada en Hechos 21:10-11.
“Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.”
Si lo analizamos con detenimiento notaremos que, de acuerdo con lo establecido por el Antiguo Testamento, Agabo hubiera sido condenado como profeta falso, porque ninguna de sus profecías se cumple en Hechos 21:27-35. Primeramente, Agabo predijo que «los judíos en Jerusalén» atarían a Pablo (Hechos 21:11). Sin embargo, cuando Pablo es efectivamente tomado preso en Jerusalén más adelante en el mismo capítulo, Lucas nos dice dos veces que no fueron los judíos, sino los romanos los que ataron a Pablo (Hechos 21:33; 22:29). El segundo «error» en la profecía de Agabo tiene que ver con el segundo detalle que predijo: el hecho de que los judíos «entregarían» a Pablo a los gentiles. En cambio, en el relato de Lucas que sigue a la profecía de Agabo, él muestra que los judíos no «entregan» a Pablo en manos de los gentiles. En lugar de «entregar» a Pablo intencionalmente en manos de los gentiles (como lo habían hecho con Jesús por ejemplo), los judíos trataron de matarlo ellos mismos (Hechos 21:31). Debió ser rescatado de los judíos por la fuerza por el tribuno y sus soldados (Hechos 21:32-33) y aun así «era llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud» (Hechos 21:35).
¿Era Agabo un falso profeta? No, pues Lucas mismo le reconoce como tal en sus escritos. Por lo tanto, la mejor solución es aparentemente considerar que Agabo tuvo una «revelación» del Espíritu Santo acerca de lo que le sucedería a Pablo en Jerusalén, y comunicó una profecía que incluía su propia interpretación de esta revelación (y algunos errores, como consecuencia, en la precisión de los detalles). Luego Lucas registró la profecía de Agabo exactamente y registró los sucesos posteriores exactamente, incluyendo aun aquellos aspectos de los acontecimientos que evidenciaban que Agabo estaba ligeramente equivocado en algunos puntos. El carácter de inspiración plena e infalible no está presente en la profecía congregacional normal y Pablo mismo lo demuestra ignorando prácticamente el consejo de Agabo.
No necesitamos caer en el error cesacionista negando la vigencia de los dones espírituales en nuestra época o, peor aún, atribuyendo a la influencia satánica toda manifestación profética en nuestros días, para defender el principio de la Sola Scriptura. Simplemente necesitamos entender el carácter falible que la misma Escritura le atribuye a toda profecía o revelación que no provenga de los apóstoles originales que sentaron las bases de nuestra fe. El hecho de que Pablo haya creído necesario advertir a la iglesia — una iglesia que tenía en alta estima la palabra de Dios (1 Tesalonicenses 2:13) — de no «menospreciar» las profecías, es un indicio de que la profecía seguiría vigente, pero también es un indicio de que los Tesalonicenses mismos estaban lejos de considerar las profecías como las palabras del Señor con una autoridad indiscutible; presentándonos así dos tipos distintos de profecía en el Nuevo Testamento:
(1) Por un lado, se encuentra la profecía «apostólica», imbuida de la absoluta autoridad divina en cada palabra empleada. Cualquier caso en que la profecía se ve acompañada de esta clase de absoluta autoridad divina parece, como regla general, estar vinculada a los apóstoles, tal como en Mateo 10:19-20 (y pasajes paralelos), Efesios 2:20 y 3:5, y Apocalipsis.
(2) Por otro lado, aparece la «profecía congregacional corriente», para la cual no se indica autoridad divina con carácter absoluto. Esto es así porque (a pesar de lo que muchos autoproclamados profetas modernos que pretenden usurpar la autoridad sobre la iglesia quisieran que creyéramos) toda profecía actual puede ser considerada «impura», ya que nuestros propios pensamientos o ideas pueden mezclarse con el mensaje que recibimos, ya sea que recibamos directamente las palabras o solamente un indicio del mensaje.
La profecía en nuestros días, si bien puede ser de mucha ayuda y abrumadoramente específica en algunas ocasiones, no está sin embargo en la misma categoría que la revelación que nos fue dada en las Sagradas Escrituras. Una persona puede oír la voz del Señor y sentirse impulsada a hablar, pero no hay garantía alguna de que esté libre de contaminación impuesta por el espíritu o la mente humana. Estarán en combinación carne y espíritu. Es un hecho que puede haber una amplia gama en el grado de inspiración, del muy alto al muy bajo, pero jamás deberíamos ignorar el importante papel del espíritu humano en la transmisión de todo mensaje. Esto mismo ocurre con todo predicador que comparte su mensaje. No todo lo que diga, aún cuando afirme basarse en las Escrituras, puede considerarse Palabra de Dios. Algunas serán sus propias interpretaciones personales. Con todo, nadie rechazaría un sermón o acusaría a su pastor de falso maestro por no ser infalible al comunicar la Palabra de Dios. Es por ello (la influencia del factor humano) que se nos manda examinarlo todo (incluso la profecía) y retener solo lo bueno.
Esta es la manera en la cual los pentecostales y carismáticos consideramos el uso del don profético en nuestros días. Siempre subordinado a la Biblia y jamás violentado el principio de la Sola Scriptura. Este fue el mismo principio usado por la iglesia neotestamentaria para que, al mismo tiempo que creían en la vigencia de los dones y la profecía, se mantuviesen fieles al principio de considerar la Escritura cómo única norma infalible de fe y conducta.
Por todo lo anteriormente dicho, es necesario que la profecía en la iglesia actual sea ejercida con humildad y sujeta a evaluación. Debido a que la profecía del Nuevo Testamento es falible, los creyentes deben ser cautelosos y discernir cada mensaje profético a la luz de las Escrituras. Toda supuesta profecía debe ser evaluada en comunidad y bajo la guía de líderes espirituales, para asegurar que están alineadas con la verdad bíblica.[14]
Además, es esencial que aquellos que posean el don de profecía no se vean a sí mismos como poseedores de una revelación absoluta. En lugar de eso, deben estar dispuestos a recibir corrección y permitir que sus palabras sean examinadas. El don de profecía no es un medio para el control o la manipulación dentro de la iglesia, sino un don para edificación mutua y para el fortalecimiento del cuerpo de Cristo.[15] La profecía, cuando se practica de manera bíblica y responsable, sigue siendo un medio por el cual Dios edifica y guía a Su pueblo en nuestros días.

El don de profecía no está al servicio de los poderes de este mundo
El ministerio profético en la Biblia incluye, pero no se limita a, la denuncia social y política. En diversas ocasiones, los profetas de Dios fueron enviados para confrontar la injusticia, la opresión y la corrupción en la sociedad. Sin embargo, su mensaje no era exclusivamente político, sino que abarcaba la fidelidad al pacto con Dios y la rectitud moral en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, el profeta Amós denunció las injusticias sociales en Israel, como la opresión de los pobres y la corrupción de los jueces (Amós 2:6-7, 5:11-12). Sin embargo, esta denuncia tenía como base la fidelidad al Dios de Israel y su ley, no una agenda política propia.[16]
El profeta Jeremías es otro ejemplo de denuncia social y política. Jeremías confrontó tanto a los líderes religiosos como a los políticos de su tiempo por su desobediencia a Dios y por los tratos injustos que tenían hacia el pueblo (Jeremías 7:5-11, 22:13-17). Sin embargo, es importante destacar que Jeremías no promovía una revolución política; más bien, llamaba al arrepentimiento y la restauración de la relación con Dios.[17] El mensaje profético de Jeremías no buscaba un cambio de régimen, sino una transformación espiritual.
Particularmente en nuestra Latinoamérica, es crucial advertir sobre el peligro de convertir la denuncia profética en activismo político o ideológico. Si bien los profetas bíblicos hablaron en contra de la injusticia, lo hicieron desde una perspectiva teológica y no desde una afiliación política. La instrumentalización del ministerio profético para fines políticos, como lo hacen algunos sectores que buscan justificar agendas ideológicas, es un mal uso de la función profética.[18] El profeta no es un revolucionario en el sentido moderno ni un guerrillero religioso, como proponen ciertos sectores de izquierda. La vocación profética es primordialmente espiritual, llamando a la fidelidad a Dios y a la justicia en conformidad con Su carácter y Su voluntad.
Un ejemplo de este riesgo es la figura de Jesucristo, quien fue malinterpretado por algunos de sus seguidores como un revolucionario político que liberaría a Israel del dominio romano (Juan 6:15). Sin embargo, Jesús dejó claro que su reino no era de este mundo (Juan 18:36), y que su misión no era establecer un gobierno terrenal, sino traer la salvación y el reino de Dios en los corazones de los hombres.[19]

USOS Y REGULACIONES DEL DON DE PROFECÍA EN LA IGLESIA
En 1 Corintios 14, Pablo dedica un capítulo completo a explicar cómo debe ejercerse la profecía en el culto público, señalando que debe ser ordenada y siempre para la edificación de la iglesia. En su enseñanza, Pablo contrasta la profecía con el don de lenguas, afirmando que, mientras que las lenguas edifican al que las habla, la profecía edifica a toda la iglesia (1 Corintios 14:4, NVI). Nos invita a valorar más el don que beneficia a todos, señalando la importancia de que el mensaje sea comprensible para la comunidad. Al igual que en nuestros tiempos, la claridad es esencial en el culto, y la profecía tiene un papel único en transmitir la voluntad de Dios de una manera que toda la congregación pueda entender y aplicar a su vida diaria.[20]
Además, Pablo introduce el concepto de orden en la profecía. Nos dice que, al darse una manifestación profética durante una reunión de la iglesia y presentarse dos o más personas afirmando haber recibido palabra del Señor para la congregación, deben hablar dos o tres profetas, y los demás deben evaluar lo que se dice (1 Corintios 14:29, NVI). Este principio de evaluación nos llama a ser una comunidad que no recibe pasivamente cada palabra profética, sino que, con discernimiento, la analiza a la luz de las Escrituras, ya que la verdadera profecía es aquella que está en consonancia con la revelación de Dios y promueve la santidad y el amor dentro de la comunidad cristiana.[21] Esta exhortación también subraya la humildad que debe caracterizar a quienes ejercen el don. Todos podemos ser corregidos o ajustados cuando nos desviamos del verdadero propósito de edificación.[22]
Pablo también nos enseña sobre la importancia del autocontrol en el ejercicio de los dones. El versículo 32 establece que «el espíritu de los profetas está sujeto a los profetas» (1 Corintios 14:32, NVI). Esto nos recuerda que el don de profecía no es una experiencia descontrolada ni caótica, sino que quienes profetizan deben hacerlo de manera voluntaria y ordenada, permitiendo que la reunión sea un espacio donde el Espíritu Santo fluya sin confusión. Dios no es un Dios de desorden, sino de paz (1 Corintios 14:33, NVI), y esto es algo que debemos aplicar en nuestras reuniones congregacionales hoy en día.[23]
Finalmente, Pablo concluye el capítulo con una exhortación a no impedir el uso de los dones espirituales, pero recordándonos siempre la necesidad de hacer todo «decentemente y con orden» (1 Corintios 14:40, NVI). Esto es fundamental para nosotros como iglesia. A veces, podemos caer en el error de restringir el uso de los dones por temor al desorden, pero Pablo nos llama a un equilibrio donde los dones fluyan en el contexto adecuado y para la edificación mutua.[24]

¡NECESITAMOS EL DON DE PROFECÍA! PERO SIEMPRE DENTRO DE LOS PARÁMETROS BÍBLICOS
El don de profecía sigue siendo un medio vital por el cual Dios se comunica con Su iglesia hoy en día. Aunque a menudo se malinterpreta o se reduce a simples predicciones del futuro, su verdadero propósito es edificar, exhortar y consolar a los creyentes. Como comunidad, debemos ser diligentes en discernir la autenticidad de las profecías y siempre evaluarlas a la luz de la Palabra de Dios. El don de profecía, lejos de ser un fenómeno aislado, es un don activo y esencial para el crecimiento espiritual de la iglesia en el contexto actual.
Cuando una persona afirma estar hablando de parte de Dios (la esencia de la profecía), la clave es comparar lo que él o ella dicen con lo que dice la Biblia. Si Dios hablara en la actualidad a través de una persona, el mensaje concordaría completamente con lo que Dios ya ha dicho en la Biblia. Dios no se contradice. 1 Juan 4:1 nos dice: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» 1 Tesalonicenses 5:20-21 declara: «No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo. Retened lo bueno.» Entonces, ya sea una «palabra del Señor» o una supuesta profecía, nuestra respuesta debe ser la misma. Compare lo dicho con lo que dice la Palabra de Dios. Si contradice la Biblia, deséchela. Si concuerda con la Biblia, pida sabiduría y discernimiento para saber cómo aplicar el mensaje (2 Timoteo 3:16-17; Santiago 1:5).q
Los cristianos (y particularmente nosotros, los pentecostales y carismáticos) creemos en la vigencia actual de todos los dones, incluso el de profecía. Pero esto no significa que seamos incautos. Lejos de afirmar que el don profético ha cesado, o deba cesar porque ya tenemos las Escrituras, Pablo escribe a los Tesalonicenses: «No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal» (1 Tesalonicenses 5:19-22). La estrecha conexión entre «no menospreciéis las profecías» (versículo 20) y «examinadlo todo» (versículo 21) da a entender que las profecías se encuentran naturalmente incluidas en la expresión «todo» del versículo 21. Las profecías (en especial) deben ser «examinadas» y de ese análisis procederán algunas cosas que sean «buenas”, pero no todo lo que se nos diga, aun presentándosenos como una expresión profética, necesariamente lo será.
Particularmente, debemos cuidarnos de aquellos que se presentan a sí mismos como autoridad por encima de la Palabra escrita (la Biblia) o pretendiendo traer una “revelación nueva” o “palabra fresca” para nuestra vida que debe ser considerada autoritativa. Ninguna declaración del hombre debe ser considerada igual o superior a la Palabra escrita de Dios.

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
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[19] Kostenberger, A. J. (2004). John. Baker Academic, p. 112.
[20] Fee, 2014, p. 555.
[21] Carson, 1987, p. 213.
[22] Garland, D. E. (2003). 1 Corinthians. Baker Academic, p. 662.
[23] Carson, D. A. (1991). Showing the Spirit: A Theological Exposition of 1 Corinthians 12–14. Baker Books, p. 119.
[24] Witherington, B. (1995). Conflict and Community in Corinth: A Socio-Rhetorical Commentary on 1 and 2 Corinthians. Eerdmans, p. 271.