Por Fernando E. Alvarado.
¿Alguna vez has oído el eslogan «yo soy cesacionista, pero Dios no»? Esta frase, que ha circulado en algunos círculos cristianos, pretende encontrar un punto medio entre dos posturas doctrinales opuestas: el cesacionismo y el continuismo. A primera vista, puede parecer una manera diplomática y piadosa de abordar una diferencia teológica. Sin embargo, cuando la analizamos más profundamente, nos damos cuenta de que esta frase no solo es teológicamente confusa, sino que también revela una falta de comprensión sobre la naturaleza de Dios y la suficiencia de las Escrituras, lo cual deja en evidencia su inadecuación como argumento teológico.

La relación de Dios con la doctrina
El argumento «yo soy cesacionista, pero Dios no» implica que Dios podría adherirse o no a una doctrina, lo cual es una visión profundamente equivocada de la naturaleza divina. Dios es el autor de la verdad y de las doctrinas que se derivan de Su revelación en las Escrituras. La Biblia afirma que «Dios es luz, y no hay ninguna oscuridad en él» (1 Juan 1:5, NVI), lo que indica que Su naturaleza es la fuente de toda verdad y no está sujeta a creencias o doctrinas humanas. El intento de situar a Dios en una posición en la que Él «cree» o «no cree» en una doctrina es teológicamente erróneo, ya que Dios no es un receptor de la verdad, sino su origen.[1]
La idea de que Dios podría contradecir Su propia revelación, o actuar de forma incoherente a lo que Él ha revelado de sí mismo, es incompatible con la naturaleza inmutable y veraz de Dios, tal como se presenta en la Biblia. En Números 23:19, se afirma: «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice?» (NVI). Este pasaje subraya que Dios no es como el hombre, que puede cambiar de opinión o contradecirse. Lo que Él ha revelado en las Escrituras es firme y seguro, y no se puede cuestionar o reinterpretar en formas que contradigan Su palabra original. La cuestión aquí no es si Dios es continuista y yo cesacionista. El meollo del asunto es: ¿Qué dice la Biblia?
Y, acerca de la continuidad de los dones espirituales, la Escritura ofrece indicaciones claras de que estos dones fueron otorgados a la iglesia con la intención de ser ejercidos hasta el fin de los tiempos. Un pasaje clave en este sentido es 1 Corintios 13:8-10, donde Pablo dice: «El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y el conocimiento se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará» (NVI).
¿Cómo? ¿Acaso no es este un pasaje cesacionista? ¡En ninguna manera! Si bien este pasaje se interpreta como una indicación de que los dones espirituales cesarán cuando «venga lo perfecto» (y los cesacionistas interpretan “lo perfecto” como el cierre del canon bíblico)[2], lo “perfecto” está lejos de significar lo que piensa un cesacionista. La mayoría de los estudiosos y teólogos entienden que «lo perfecto» se refiere a la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su reino en plenitud. Y, hasta que eso ocurra, los dones espirituales, incluyendo la profecía, los milagros, las sanidades y las lenguas, permanecen activos en la iglesia para edificación, exhortación y consuelo (1 Corintios 14:3).
Además, en Hechos 2:17-18, Pedro cita al profeta Joel, diciendo: «Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y en esos días derramaré de mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán» (NVI). Este pasaje refuerza la idea de que los dones espirituales son parte integral de la experiencia de la iglesia «en los últimos días», un período que se extiende desde la ascensión de Cristo hasta su regreso.
Lo repito: Dios es la fuente de toda verdad y, como tal, no está sujeto a creencias o doctrinas humanas. Dios no es un receptor de la verdad, sino su origen. Y él nos ha revelado la verdad en Su Palabra y, siendo honestos, Su Palabra nos dice que los dones siguen vigentes, entonces: ¿Por qué habrías de ser cesacionista si Dios mismo ha declarado en Su Palabra que los dones continuarán en su iglesia hasta el final de los tiempos?

La revelación de Dios y la responsabilidad humana
Quienes usan el eslogan «yo soy cesacionista, pero Dios no», no solo caen en una incoherencia evidente, sino que cometen lo que podría llamarse un suicidio intelectual y teológico. Este eslogan, que pretende reconciliar dos posturas contradictorias, en realidad destruye la coherencia de la fe cristiana y socava la confianza en la suficiencia de las Escrituras.
Primero, al afirmar que uno es cesacionista, se está declarando que ciertos dones espirituales, como la profecía y las lenguas, han cesado con el cierre del canon bíblico, basándose en pasajes como 1 Corintios 13:8-10. Esta es una postura doctrinal clara y específica. Sin embargo, al añadir que «Dios no» es cesacionista, se introduce una contradicción flagrante. Si Dios no es cesacionista, entonces estos dones deberían continuar hoy. Afirmar ambas cosas simultáneamente es violar el principio de no contradicción, uno de los pilares del pensamiento lógico. Al hacerlo, se destruye la coherencia interna de la postura doctrinal y se convierte en una afirmación sin sentido.
Segundo, esta frase representa una contradicción teológica profunda. Dios no puede contradecirse a sí mismo. Si ha revelado que los dones han cesado, entonces esa es la verdad y debe ser aceptada como tal, lo mismo ocurre a la inversa. Decir que Dios continúa actuando de una manera que contradice lo que ha revelado en Su Palabra es acusar a Dios de ser incoherente, lo cual es imposible, ya que Dios es la fuente de toda verdad y no puede mentir (Tito 1:2). Al sugerir que Dios puede ser cesacionista (en el papel) y continuista a la vez (en la práctica), se está violando la verdad revelada acerca del carácter inmutable de Dios (Malaquías 3:6).
Finalmente, el eslogan socava gravemente el principio de la suficiencia de las Escrituras. 2 Timoteo 3:16-17 afirma que «toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia». Las Escrituras son suficientes para guiar la vida cristiana y establecer la doctrina. Si se sugiere que Dios actúa fuera de lo que ha revelado en las Escrituras, se está abriendo la puerta a graves errores teológicos y peligrosas herejías, lo cual es un desafío directo a su suficiencia. Esto no solo es teológicamente peligroso, sino que también es un acto de rebelión contra la autoridad divina.
Así pues, el eslogan «yo soy cesacionista, pero Dios no» no solo es incoherente, sino que es un acto de suicidio intelectual y teológico. Violenta la lógica, contradice la naturaleza de Dios y socava la suficiencia de las Escrituras. Por lo tanto, es un argumento que no debe ser utilizado por quienes buscan mantenerse fieles a la revelación bíblica.
Si Dios ha revelado en Su Palabra que estos dones han cesado, ¡Pues cesaron! Por otro lado, si Dios ha afirmado en su palabra que los dones continuarían hasta el final de los tiempos ¡Pues continúan y ya! ¡Pare de contar! Lo que tú y yo pensamos es irrelevante ante la revelación de Dios. Es responsabilidad de los creyentes aceptar esta revelación y vivir en conformidad con ella. Negar esta revelación implicaría una falta de fe en la suficiencia de las Escrituras (2 Timoteo 3:16-17). Eres o no eres, así de simple.

Cesacionismo, el pecado de rebelión contra lo revelado
En el Nuevo Testamento, los dones espirituales son ampliamente mencionados, incluyendo tanto los carismáticos como los de servicio y liderazgo (funciones carismáticas). Entre los dones carismáticos se encuentran el don de lenguas, la profecía, los milagros y las sanidades (1 Corintios 12:7-10; Hechos 2:4; 1 Corintios 14:1-5). Los dones de servicio y las funciones carismáticas, como pastores, maestros y evangelistas, también son mencionados (Efesios 4:11; 1 Corintios 12:28).
La idea de que algunos dones han cesado mientras que otros permanecen vigentes es teológicamente problemática y arbitraria. Si se argumenta que los dones carismáticos como lenguas, profecía, milagros y sanidades han cesado, entonces por coherencia, los dones de servicio y las funciones de liderazgo también deberían considerarse cesados, ya que todos estos dones están descritos como parte del mismo «paquete» de dones espirituales en las Escrituras. Según 1 Corintios 12:4-11, el Espíritu Santo distribuye diversos dones para el bien de la Iglesia, y no hay base bíblica para separar arbitrariamente estos dones.
Esta separación selectiva de dones es una forma de imponer una interpretación que no respeta la totalidad de la revelación bíblica. Si los dones de servicio y liderazgo permanecen mientras se niegan los carismáticos, se está eligiendo arbitrariamente qué dones se consideran válidos y cuáles no, lo cual es una forma de manipular la Escritura en lugar de someterse a su enseñanza. El hecho de que los cesacionistas acepten la existencia de pastores y maestros mientras niegan los dones carismáticos plantea una contradicción: si los dones han cesado, ¿cómo justificar la existencia y operación de roles que se basan en los mismos principios de dones espirituales?
La Biblia no ofrece un fundamento para esta distinción arbitraria. Efesios 4:11-12 y 1 Corintios 12:28 indican que tanto los dones de liderazgo como los carismáticos son distribuidos por el mismo Espíritu y destinados para el mismo propósito de edificación de la Iglesia. Si se acepta que algunos dones han cesado, debe hacerse de manera coherente con toda la gama de dones descritos en las Escrituras.
Este asunto es más grave de lo que parece. Si MacArthur nos habla en uno de sus libros del “Caos Carismático”, nosotros bien podríamos hablar del “Caos y rebelión cesacionista” contra la Palabra de Dios. ¿Por qué? Porque el afirmar que ciertos dones espirituales han cesado mientras que otros continúan implica asumir una autoridad que va más allá de lo que la Biblia enseña. Esto coloca a la persona en una posición de juez e intérprete superior a las Escrituras, lo cual es peligroso y teológicamente erróneo. Al hacer tal afirmación, se está violando el principio de la suficiencia de las Escrituras, que sostiene que la Biblia es completa y suficiente para guiar la fe y la práctica de los creyentes (2 Timoteo 3:16-17). Esta postura no solo desafía la autoridad de la Palabra de Dios, sino que también comete un pecado mayor que el de aquellos que falsamente afirman hablar en nombre de Dios a través de profecías inventadas.
Mientras que un falso profeta miente al hablar por Dios, quien asume la autoridad para decidir qué dones han cesado y cuáles continúan se coloca por encima de la revelación divina, actuando como si tuviera el poder de determinar la verdad doctrinal. Esta actitud es aún más grave porque, en lugar de someterse a la Palabra de Dios, se erige como una norma por encima de la norma bíblica. En otras palabras, al imponer su propio juicio sobre lo que la Escritura enseña, esta persona se convierte en un árbitro que decide la validez y continuidad de la revelación divina, lo cual es una usurpación del papel exclusivo de Dios como Autor y Juez de la verdad. ¡Este es el grave pecado del cesacionista! Pecado que, en la mayoría de los casos, se comete por ignorancia o sesgo teológico.

Suena a equilibrio y deseo de conciliar, pero en realidad es confusión e incoherencia
Santiago nos recuerda con claridad: “¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua amarga? […] Pues tampoco una fuente de agua amarga puede dar agua dulce” (Santiago 3:11-12, NVI). Este principio resalta que dos afirmaciones opuestas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Aplicado al debate entre cesacionismo y continuismo, si una postura es cierta, la otra debe ser falsa. Dios, como fuente de toda verdad, no puede contradecirse. La Biblia enseña que Él no es un Dios de confusión (1 Corintios 14:33). Por lo tanto, es incoherente sostener que Dios apoya dos doctrinas que se excluyen mutuamente. Los creyentes deben adherirse a la verdad que está en armonía con la revelación bíblica, reconociendo que, como una fuente no puede dar dos tipos de agua, Dios no puede sostener dos doctrinas contradictorias.
El intento de reconciliar el cesacionismo con el continuismo mediante la frase «yo soy cesacionista, pero Dios no» genera confusión teológica. Por un lado, afirma una postura doctrinal, pero por otro, la niega al atribuirle a Dios una acción contraria a dicha postura. Esto no solo es inconsistente, sino que también muestra una falta de comprensión del carácter inmutable de Dios (Malaquías 3:6; Santiago 1:17).[3] La inmutabilidad de Dios significa que Él no cambia ni en Su naturaleza ni en Sus propósitos, por lo que no podría ser continuista si ha revelado que ciertos dones han cesado, ni declarar que los dones cesaron y seguir manifestándolos o impartiéndolos a los hombres. Dios no es incoherente.
La conclusión es simple: El argumento «yo soy cesacionista, pero Dios no» carece de una base teológica sólida.

REFERENCIAS:
[1] Frame, J. M. (2002). The Doctrine of God. P&R Publishing, p. 567.
[2] MacArthur, J. (1995). Charismatic Chaos. Zondervan, p. 230.
[3] Brown, M. L. (2019). Authentic Fire: A Response to John MacArthur’s Strange Fire. Charisma House.