Por Fernando E. Alvarado
“Las señales y prodigios predicadas por el movimiento pentecostal y carismático diluyen el poder del Evangelio. Este fuego extraño se presenta como un nuevo Evangelio que desvía la atención de la Palabra revelada de Dios y la coloca en las señales, las lenguas y los milagros. Pasa por alto la centralidad de la cruz y el poder del Evangelio para salvar. El movimiento pentecostal y carismático, con su énfasis en las señales y prodigios, menoscaba el verdadero Evangelio de salvación.”
“Una fe fuerte en el poder de la verdad del Evangelio irá mucho más hacia la salvación de los pecadores que hacia una confianza en milagros deslumbrantes. El patrón establecido y explícito de las Escrituras es que la proclamación clara de la verdad, más que el hacer milagros, es el método más efectivo para que el Evangelio se extienda.” [O. Palmer Robertson, The Final Word: A Biblical Response to the Case of Tongues and Prophecy (Carhsle: Banner of Truth, 1993)]

El Evangelio predicado por el movimiento pentecostal no es una novedad, no es otro Evangelio como sugieren quienes lo critican. Es, de hecho, el Evangelio Completo que una vez fue predicado por los apóstoles y creído por los primeros cristianos. No predicamos un Evangelio mutilado, ni una mera filosofía o teología muerta. Al igual que Pablo, cada verdadero pentecostal puede decir:
“Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:4-5)
Las señales y prodigios no diluyen el poder del Evangelio, como tampoco existe ninguna incoherencia inherente o conflicto entre los prodigios y la Palabra. Es más bien todo lo contrario: La centralidad de la cruz y el poder del Evangelio para salvar son reafirmadas, no menoscabadas, por la presencia de señales y prodigios. El mismo Pablo que escribió 1 Corintios 1:22-23 fue el mismo que escribió Romanos 15:19:
“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.”
Pablo, el escritor favorito de muchos que hoy se proclaman cesacionistas, fue el mismo que escribió 1 Corintios 12-14 para explicarnos el uso de los dones espirituales (no para negarlos) y es el mismo personaje sobre el que trata casi todo el libro de Hechos, con todos sus fenómenos milagrosos. Y fue el mismo Pablo quien dijo:
“Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros.” (1 Tesalonicenses 1:5)
Si realmente existiera alguna incoherencia o conflicto inherente entre el mensaje de la Cruz y la presencia de milagros, señales y prodigios ¿qué sentido tienen las siguientes palabras?
“Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.” (Hechos 14:3)

La acusación cesacionista de que las señales y los prodigios diluyen la eficacia de la Palabra de Dios no solo es infundada sino absurda. Si las señales y los prodigios implicaran una pérdida de confianza en el poder del Evangelio, entonces Dios mismo sería culpable de minar su propia actividad, pues es Dios quien permitió en la edad apostólica, tal como ahora, que tales señales ocurrieran. Si creemos que existe algún conflicto entre los prodigios y la Palabra, el problema está en nuestras mentes. No estaba en la de Pablo, ni mucho menos en la mente de Dios.
Muchos cesacionistas piensan erróneamente que los pentecostales y carismáticos sustituimos el mensaje de la cruz por las señales y prodigios, como si nos interesaran más los panes y los peces que el Dador de tales bendiciones. Pero esta falsa e innecesaria dicotomía entre las señales milagrosas y la predicación de la Palabra ha sido creada por ellos, no por nosotros ni mucho menos por la Palabra de Dios.
Los pentecostales jamás hemos dicho que las señales milagrosas salven, regeneren el alma o que puedan sustituir la predicación de la Palabra. Una señal milagrosa jamás ha podido salvar a nadie del infierno. Nadie afirma que los milagros sean más efectivos soteriológicamente hablando que el mensaje de la cruz. Tal suposición solo existe como prejuicio en la mente del cesacionista. Sin embargo, los autores de los 4 evangelios, y hasta el mismo Jesús (Juan 5:36; 10:25, 37-38;.12:9-11; 14:11: 20:39-31), Felipe (Hechos 8:4-8); Pedro (9:32-43) y Pablo (Romanos 15:18-19), parecen concordar en que la predicación de la Palabra va acompañada de señales y prodigios no para diluir el mensaje salvífico, sino como una confirmación de este.
El mismo que efectúa señales, milagros y sanidades es el mismo que salva, una cosa acompaña a la otra. No existe incompatibilidad alguna. El apóstol Pablo es el mejor ejemplo de ello: los milagros no eran contradictorios con la teología crucis que Pablo proclamaba y practicaba; antes bien, constituían un testimonio adicional de dicha teología. Una vez más, si los cesacionistas quieren probar que las señales y el sufrimiento son incompatibles, para defender su posición tendrán que buscar evidencias fuera de la Biblia. Un evangelio completo exige no solo decir que Cristo salva y que regresa, sino también que él sana, obra milagros y bautiza con su Espíritu Santo.
