Por Fernando E. Alvarado
Muchos hoy intentan apagar el Espíritu y su mover en nuestra época ¡Incluso imparten seminarios sobre «La Llenura del Espíritu», pero ni siquiera creen que su poder siga vigente! Su objetivo, ya sea que estén conscientes de ello o no, es callar al Espíritu Santo, silenciar a quienes proclaman la vigencia de los dones espirituales, apagar toda manifestación sobrenatural del Espíritu Santo en la iglesia y contagiar de su incredulidad a cualquier incauto que los tome por «maestros fieles del Evangelio». Estos son los denominados cesacionistas.
El cesacionismo es, y siempre será, una teología huérfana. Una teología sin fundamento bíblico que se disfraza de piedad para ocultar el verdadero motivo de su existencia: La incredulidad, la duda, el materialismo de una mente que rechaza lo que escapa de su limitado entendimiento y el escepticismo de muchos que se dicen “creyentes”.

“NO CREO EN LOS DONES Y MANIFESTACIONES ESPIRITUALES, ¡ESE TIPO DE COSAS PROVOCAN DESORDEN!”
¿Has visto como se disfraza el cesacionismo? A veces se disfraza de orden y respeto, diciéndote que los dones espirituales y sus manifestaciones sólo causan desorden y que, por romper del orden del culto y violar la liturgia, estos merecen ser rechazados ¡Ya no pueden ser! A esta versión “piadosa y ordenada” de cesacionismo incrédulo, Pablo seguramente le recordaría que “el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.” (2 Corintios 3:17, LBLA) y que cuando el Espíritu viene sobre ti, a veces se rompe el protocolo, la liturgia y toda convención humana (1 Samuel 19:23-24; Éxodo 15:20-21; 2 Samuel 6:14-23). Quienes sacrifican el deleite extático de la presencia divina en nombre del orden y la liturgia, quienes pretenden imponerle normas de comportamiento al Espíritu Santo para dejarle entrar a sus servicios de adoración, experimentarán sin duda, al igual que Mical, la misma esterilidad espiritual por el resto de sus vidas. Sí, Dios es un Dios de orden (1 Corintios 14:33), pero que algunos no cumplan tus parámetros de orden no significa que Dios no actúe a través de ellos. Pablo criticó duramente a los corintios por su desorden, pero jamás negó la validez de las manifestaciones espirituales que ocurrían entre ellos (1 Corintios 1:4-7). A los fanáticos del supuesto orden, a los legalistas de la adoración, Pablo les recuerda: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías [ni las lenguas, ni la interpretación de lenguas, milagros o cualquier otro don]” (1 Tesalonicenses 5:19-20)

“NO CREO EN LOS DONES ESPIRITUALES, YA QUE VIOLAN EL PRINCIPIO DE SOLA SCRIPTURA”
En otras ocasiones, el cesacionismo astuto, pero hipócrita, se disfraza de fiel defensor de la Palabra. ¡Incluso se escuda en el principio de la Sola Scriptura para negar las claras afirmaciones de la Escritura! Estos supuestos fanáticos de la Sola Scriptura (y digo supuestos, porque en la práctica veneran más sus credos, catecismos, becerros de oro y confesiones de fe históricas que a la misma Biblia) a menudo acusan a los pentecostales de atentar contra dicho principio debido a nuestra creencia en la continuidad de los dones carismáticos, incluidos los dones de palabra (palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, profecía, hablar en lenguas e interpretación de lenguas). Señores, ¡Sean honestos! El continuismo pentecostal no atenta contra el principio de Sola Scriptura. Aunque creemos en el don de profecía, los pentecostales no le atribuimos el mismo valor que a la Biblia, la Palabra escrita de Dios (lo cual sí ocurre en sectas como los mormones, los cuales atribuyen un carácter infalible a las palabras de José Smith y sus sucesores). Fieles al principio de Sola Scriptura, los pentecostales creemos que la profecía actual no es inspirada de la misma forma que las Escrituras, y no es inerrante. ¿Por qué? Porque está basada en la impresión inmediata que Dios ha traído espontáneamente a la mente de un creyente. A través de este don, Dios dirige información a nuestros pensamientos que de otra forma no podríamos saber o expresar; sin embargo, dichos mensajes no tienen la intención de que los consideremos plenamente autorizados o infalibles. La Biblia misma nos manda probar toda expresión que afirme ser inspirada por Dios (1 Juan 4:1), mientras que al mismo tiempo nos aconseja no menospreciar el don de profecía (1 Tesalonicenses 5:20-21). Pablo, a quien a menudo citan para justificar su cesacionismo, quizá les diría hoy: “Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente el de profecía.” (1 Corintios 14:1, DHH).
Cuando en nuestras reuniones de adoración experimentamos el ejercicio de los dones espirituales, el mensaje transmitido por tal medio jamás será considerado al mismo nivel que la Biblia. En una verdadera reunión pentecostal, toda palabra profética, todo mensaje inspirado, jamás buscará transmitir o imponer una nueva verdad, tampoco contradecir o reinterpretar el texto bíblico, sino más bien orientar a la iglesia acerca de un hecho actual que redundaría en el beneficio de esta, o traería consuelo y guía en un área específica de nuestra peregrinar cristiano. Encontramos ejemplos de ello en Hechos 8:26-29, 9:10-16, 13:1-3, 16:6-10, 20:23, 21:10-12, etc. ¿Esto no pasa en sus iglesias cesacionistas y por eso les asusta? Bueno, ese no es nuestro problema. Es más bien una falta vuestra. Si como en los días de Samuel “la palabra del Señor [escasea]… las visiones no [son] frecuentes” (1 Samuel 3:1, LBLA) el problema está en los corazones incrédulos y descarriados (1 Samuel 2:12-36; 3:10-14), no en el Señor. Él no ha perdido Su poder y nunca lo hará. ¡Hipócritas! ¡No usen la Sola Scriptura para negar lo que enseña la Escritura!

“NO CREO EN LOS DONES ESPIRITUALES. ESTOS ERAN SOLO PARA LA ÉPOCA FUNDACIONAL DEL CRISTIANISMO. PABLO DIJO QUE ACABARÍAN CUANDO EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO ESTUVIERA COMPLETO”
Otras veces el cesacionismo se disfraza de falso erudito, de defensor de la fiel tradición reformada y de las opiniones de los grandes teólogos cesacionistas de antaño. Aferrados a una pésima exégesis afirman que Pablo afirmó que lo dones cesarían cuando el canon bíblico estuviera completo:
“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” (1 Corintios 13:8-13)
¿Es en serio? ¿Hallan cesacionismo en esas palabras? Resulta risible descubrir que los cesacionistas creen que cuando Pablo dijo “cuando venga lo perfecto” se refería al canon de las Escrituras, es decir, que una vez que el Espíritu Santo diese el Nuevo Testamento completo a la Iglesia, los dones cesarían. Para los cesacionistas “lo perfecto” entonces es ¡el Nuevo Testamento! Honestamente, tal afirmación es un pobre ejercicio exegético por parte de los cesacionistas, ¡Un verdadero malabar teológico!
En su réplica al pelagiano Celestio, Agustín de Hipona (a quien muchos cesacionistas ven como referente teológico), afirmó:
“Si el hombre puede estar sin pecado por sí mismo, luego la muerte de Cristo sería inútil. Pero Cristo no ha muerto inútilmente. Por consiguiente, el hombre no puede estar sin pecado, aunque lo desee, a no ser que le ayude la gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Para conseguirlo, los proficientes se esfuerzan ahora, y lo conseguirán del todo con la victoria sobre la muerte y con la caridad, que se alimenta de la fe y de la esperanza hasta la visión y posesión de la perfección misma.” [Agustín, La perfección de la justicia del hombre. Capítulo VII. 16 BAC]

Nótese que Agustín alude al pasaje en cuestión (1 Corintios 13:8-13) afirmando que las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad [amor]) deben acompañar la vida del verdadero cristiano “hasta la posesión de la perfección misma”, ¿A qué perfección se refiere? ¿A la llegada definitiva del canon bíblico? No, sino a la glorificación. Así lo entendía Agustín:
“Es decir, los que corremos con perfección debemos comprender esto: que aún no somos perfectos, para que lleguemos a ser perfeccionados allí hacia donde corremos ahora con perfección. Y así, cuando llegue lo que es perfecto, se acabará lo que es en parte. Es a saber, que allí no existirá nada a medias, sino que todo será íntegro, porque a la fe y a la esperanza sucederá la realidad misma, que ya no es creída y esperada, sino contemplada y poseída. Pero la caridad, que es la más grande de las tres, no será destruida, sino aumentada y completada por la contemplación de lo que creía y por la consecución de lo que esperaba.” [Agustín, La perfección de la justicia del hombre. Capítulo VIII.19 BAC]
Para Agustín el concepto paulino de “cuando venga lo perfecto” tiene un sentido escatológico. Ese “cuando venga lo perfecto” es la resurrección y glorificación del creyente en la Segunda venida de Cristo (tal como lo explica Pablo en el capítulo 15 de su primera epístola a los Corintios), entonces es allí, y no antes, cuando “las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará”. Usar el texto de 1 Corintios 13 como base para el cesacionismo es una mera manipulación bíblica, sin fundamento hermenéutico ni mucho menos histórico.
Pero no nos conformamos con las palabras de Agustín. Justino Mártir, Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Novaciano, Cirilo de Jerusalén y muchos más de la era post-apóstolica se unen a los continuistas del siglo XXI en su afirmación de que los dones espirituales aún siguen vigentes. ¡Estos no cesaron con la muerte de los apóstoles ni con la elaboración definitiva del canon del Nuevo Testamento! En su “Diálogo con Trifón”, Justino aclara que los dones proféticos de los judíos fueron transferidos a los cristianos. Empieza el capítulo 82 de su libro declarando que: “Los dones proféticos siguen con nosotros hasta el día de hoy.” Sigue la misma línea de razonamiento en el capítulo 87 argumentado que el Espíritu continúa impartiendo dones de gracia, “a aquellos que son dignos porque creen en Él.” El siguiente capítulo, el 88, afirma explícitamente la presencia de los dones espirituales: “Ahora, es posible ver mujeres y hombres entre nosotros que poseen dones del Espíritu de Dios.” Justino creía que los carismata todavía existían en sus días. En su Segunda Apología llega a aseverar que muchos cristianos siguen echando fuera demonios. “Ahora puedes ver esto por ti mismo. Porque muchos endemoniados hay por todo el mundo. Incluso los había en tu ciudad. Muchos hermanos cristianos los echaron fuera en el nombre de Jesucristo, el cual fue crucificado bajo Poncio Pilato. Los libraron y siguen librándolos, quitando el poder de los diablos. Fueron curados aun cuando otros exorcistas y las drogas no podían hacer nada” (capítulo 6). ¡El Espíritu no había parado de obrar en el siglo segundo!

El magnum opus de Ireneo, “Contra las Herejías”, también da testimonio de la amplia gama de dones espirituales que operaban en el siglo segundo. Ireneo llega a decir que los carismata son una clara señal del discipulado del Jesús verdadero (y no el Jesús gnóstico). Escribe: “Aquellos que son verdaderamente sus discípulos, habiendo recibido gracia de Él, llevan a cabo milagros en su nombre para promover el bienestar de otros hombres, según el don que cada uno ha recibido de Él. Porque algunos verdaderamente echan fuera demonios, de modo que aquellos que han sido limpiados así de espíritus malignos suelen creer en Cristo y se unen a la Iglesia. Otros son capaces de ver cosas venideras: ven visiones y pronuncian palabras proféticas. Otros sanan a los enfermos, imponiéndoles las manos, y se sanan. Además, hasta los muertos han sido resucitados y permanecen entre nosotros por muchos años.” (Ireneo, Contra Las Herejías, 2:32:4).
En su obra Contra Marción 5:8, Tertuliano repite lo que Ireneo había hecho, esto es, apelar a los dones espirituales para demostrar que su Iglesia era de veras la Iglesia de Cristo. Reta al hereje Marción a producir manifestaciones espirituales parecidas a los dones del Espíritu que operaban en la Iglesia de Tertuliano. Esos dones, creía Tertuliano, le aseguraban que servía al único Dios verdadero del Antiguo y del Nuevo Testamento y no al ‘dios’ modificado de Marción:
“Que Marción exhiba, pues, como dones de su ‘dios’, algunos profetas que no hayan hablado por sentido humano, sino con el Espíritu de Dios, que hayan predicho cosas que han de ocurrir y hayan puesto de manifiesto los secretos del corazón (1ª Corintios 14:25); que él produzca un salmo, una visión, una oración (1 Corintios 14:26) – sólo que sea por el Espíritu, en un éxtasis, esto es, en un rapto, toda vez que le haya ocurrido una interpretación de lenguas; que él me muestre también, que cualquier mujer de lengua culta en su comunidad haya profetizado alguna vez de entre aquellas hermanas especialmente santas que él tiene. Ahora, todas estas señales (de dones espirituales) se están manifestando de mi lado sin ninguna dificultad, y concuerdan, también, con las reglas y las dispensaciones y las instrucciones del Creador. Por lo tanto, tanto Cristo como el Espíritu y el apóstol pertenecen únicamente a mi Dios. Aquí está mi confesión para todo aquel que quiera conocerla.” Tertuliano entendió que la abundancia de dones que operaban en su congregación (y la falta de ellos en la secta de Marción) probó el hecho de que su Iglesia estaba alineada con el Dios de las Escrituras. Habló mucho del don de profecía. De hecho, dedicó el noveno capítulo de su obra Tratado sobre el alma a contar las poderosas experiencias proféticas que una hermana en el Señor había vivido. “Dado que nosotros reconocemos los carismata espirituales, o dones, hemos recibido el don de la profecía, aunque vivimos después de Juan [el Bautista].” (Tertuliano, Contra Marción, 5:8)
¿Qué dicen a esto los nuevos marcionistas (los cesacionistas)? Muy seguramente rechazarían el resto de las doctrinas heréticas de Marción, pero continuarían defendiendo a capa y espada una de ellas: El cesacionismo.

LA BURLA, EL ÚLTIMO RECURSO DEL NECIO
Pero ¿Qué hace un cesacionista cuando descubre que ni la Biblia, ni la lógica, ni la patrística sirven para defender su postura? Pues el recurso de los tontos: La burla, la sorna y el escarnio. — “Vayan a los hospitales y sanen a todos”, nos dicen. — “Si de verdad tienen poder de Dios ¿Por qué no sanan a todos?” — “Manden sus pañuelos y prendas para sanar a los enfermos ¿Acaso no hacían eso los apóstoles?”, nos repiten hasta el cansancio. Los cesacionistas de hoy, al estilo de sus antepasados espirituales en la época de Jesús, repiten hasta el hartazgo la vieja melodía satánica:
“—¡Tú ibas a derribar el templo y a reconstruirlo en tres días! ¡Si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos. Decían: —Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. Es el Rey de Israel: ¡pues que baje de la cruz, y creeremos en él! Ha puesto su confianza en Dios: ¡pues que Dios lo salve ahora, si de veras lo quiere! ¿No nos ha dicho que es Hijo de Dios? Y hasta los bandidos que estaban crucificados con él, lo insultaban.” (Mateo 27:40-44)
¿En serio piensan los cesacionistas que los pentecostales creemos que Dios va a sanar a todas las personas porque se lo pidamos? Antes bien, aunque afirmamos la vigencia de los dones espirituales para nuestra época, también sostenemos que Dios es soberano y que Él no sanará a todas las personas porque a veces tiene un propósito mayor. Pablo, apóstol de Cristo, elegido, amado y escogido por Dios desde antes de nacer, experimentó en carne propia la negativa de Dios a algunas de sus peticiones de sanidad. Lucas nos relata, en el libro de Hechos, que “Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que incluso llevaban pañuelos o delantales de su cuerpo a los enfermos, y las enfermedades los dejaban y los malos espíritus se iban de ellos.” (Hechos 19:11-12). Muchos fueron sanados bajo su ministerio. Sin embargo, un día Pablo también enfermó y, como buen cristiano, le pidió a Dios que lo sanara. Pablo nos cuenta:
“Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí” (2 Corintios 12:7-8).

Se han ofrecido incontables explicaciones concernientes a la naturaleza del aguijón de Pablo en la carne. Muchos sugieren algún tipo de enfermedad crónica: problemas oculares (Gálatas 4:15), malaria, migrañas y hasta epilepsia, otros señalan cierto tipo de inhabilidad para hablar (2 Corintios 10:10). Nadie puede decir con seguridad cuál era la enfermedad que padecía el apóstol Pablo, pero es casi seguro que sufría algún tipo de afección crónica. Lo asombroso de todo esto no es su enfermedad, sino que, cuando él clamó por sanidad, Dios le respondió: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Así de simple: ¡Dios dijo que no! Y como a Pablo, a muchos hoy en día el Señor les dirá lo mismo.
No podemos mandar a Dios, pues los dones son dados por gracia (esto debería entenderlo incluso un cesacionista). Los dones nos son impartidos por el Espíritu Santo conforme a su voluntad, no conforme a la nuestra. Y esto incluye los dones milagrosos: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de Él.” (1 Corintios 12:11, LBLA)
Por otro lado, incluso cuando Dios deseara sanar a todos, esto es algo que jamás pasará por causa de la incredulidad. En su soberanía, Dios ha determinado que sólo por medio de la fe los hombres podrán disfrutar de sus dádivas. Si esto es así en cuanto a la salvación ¿Por qué habría de ser diferente con los dones o carismas espirituales? Pablo afirma:
“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe.” (Romanos 12:6)
Jesús mismo afirmó la necesidad de la fe para recibir cualquier milagro, incluida la sanidad:
“Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron. Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo. Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.” (Marcos 9:17-24)
La incredulidad de la gente a la cual ministró, incluso hizo que el mismo Jesús se viese impedido de sanar a muchos enfermos:
“Y no hizo muchos milagros allí a causa de la incredulidad de ellos.” (Mateo 13:58, LBLA)
“Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.” (Marcos 6:5)

EL VERDADERO PROBLEMA DE LA HEREJÍA CESACIONISTA
El verdadero problema con el cesacionismo no es que Dios haya decidido suspender la vigencia de los dones espirituales en nuestra época. El problema real es que ellos no tienen la fe suficiente para creer que Dios podría hacer algo en nuestra sociedad posmoderna, secular y materialista. Burlarse del pentecostalismo no curará su enfermedad espiritual n hará que tengan la razón en sus argumentos. El verdadero problema es que la incredulidad del mundo ha entrado en sus iglesias, seminarios y mentes. Para ellos es fácil creer que Jesús hizo algo en el pasado, pero no pueden creer que ellos mismos podrían ser testigos o beneficiarios de tales manifestaciones. Nuevamente, el problema no es de Dios o de la Biblia, es su incredulidad. Una incredulidad que se niegan a reconocer.
Pentecostales, carismáticos, continuistas de cualquier denominación: No temamos llamar las cosas por su nombre. El cesacionismo es una herejía peligrosa que merece ser denunciada. Un Evangelio sin señales ni prodigios, sin poder ni milagros, es un Evangelio pobre, deficiente y mutilado. ¡Necesitamos un Evangelio completo! Y los dones espirituales y su vigencia para nuestra época son parte inseparable del Evangelio.
Y hay algo más que vale la pena decir: Cuidado con la fuente de donde bebes tu teología. No porque un predicador o teólogo sea mediático, famoso o reconocido significa que lo que enseñe sea verdadero. ¡Cuidado con MacArthur, Sugel Michelen, Paul Washer, R. C. Sproul y muchos otros falsos apóstoles y maestros del cesacionismo!

BIBLIOGRAFÍA
- Agustín de Hipona, Obras completas de San Agustín. XXXV: Escritos antipelagianos (3.º): La perfección de la justicia del hombre. El matrimonio y la concupiscencia. Réplica a Juliano, Biblioteca Autores Cristianos, 1984.
- Alfonso Ropero, Obras escogidas de Justino Mártir: Apologías y su diálogo con el judío Trifón (Colección Patristica), Editorial Clie, 2018.
- Alfonso Ropero, Obras escogidas de Ireneo de Lyon: Contra las herejías. Demostración de la enseñanza apostólica (Colección Patristica), Editorial Clie, 2018.
- A M Overett Holmes , Tertullian: The Five Books Against Marcion, Lighthouse Publishing, 2018.
Excelente publicación, gracias por alzar la voz en tiempos en que toda la literatura que se vende en librerías, esta contaminando a nuestros hermanos pentecostales, un abrazo.
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