Por Fernando E. Alvarado
A lo largo de las últimas dos décadas, casi todos los pensadores y predicadores cristianos han tenido algo importante que decir sobre la Teología de la prosperidad. En el ideario de muchos protestantes, católicos y hasta personas sin religión, el mal llamado Evangelio de la prosperidad tiende a equipararse con el pentecostalismo, como si este hubiera dado vida al primero. Nada, sin embargo, está más lejos de la realidad que esto. De hecho, el Evangelio de la Prosperidad no solo puede verse en ciertos grupos pentecostales, sino que ha permeado casi cada denominación evangélica hasta la fecha. Pero, si no fueron los pentecostales los que inventaron esta herejía, entonces ¿De dónde surgió? ¿Cómo se originaron las ideas que dieron vida al Evangelio de la Prosperidad? La verdadera respuesta a esta pregunta quizá sorprenderá a muchos.
Para empezar, es importante decir que, en el Evangelio de la prosperidad, la pobreza es vista como una maldición y un signo manifiesto de la desaprobación de Dios. Tales ideas eran totalmente ajenas al movimiento pentecostal histórico, ya que los primeros pentecostales procedían de un entorno de pobreza y exclusión social. Incluso hoy en día, el pentecostalismo suele ser calificado como una religión de las masas o un cristianismo para los pobres, lo cual le ha merecido el desprecio de otros protestantes históricos que se consideran a sí mismos como la élite del protestantismo.
¿De dónde procede entonces la Teología de la Prosperidad? Pues nada más y nada menos que del calvinismo. Sí, leíste bien. El falso Evangelio de la prosperidad es otro de los hijos ilegítimos del calvinismo. Repasemos un poco la historia…

CALVINO, EL PADRE INVOLUNTARIO DE LA TEOLOGÍA DE LA PROSPERIDAD
Calvino negó que el hombre tuviera libertad o libre albedrío. Afirmó la depravación total de la naturaleza humana y, por ello, la eficacia de las obras para la salvación. Y aunque Lutero es quien merece ser llamado el Padre de la Reforma Protestante, fue Calvino quien añadió una dimensión nueva a la naciente doctrina reformada. Según Calvino, el hombre ha sido predestinado, o bien a la condenación o bien a la salvación, desde la Eternidad, por Dios, sin que Dios tomara en cuenta, en absoluto, lo que hiciese el hombre. Juan Calvino admitió:
“Muchos… consideran incongruente que del gran cuerpo de la humanidad algunos debieran ser predestinados a la salvación y otros para destrucción… El decreto, lo admito, es terrible y sin embargo, es imposible negar que Dios supo con anterioridad el fin del hombre antes que fuese porque él lo creo, y supo con anterioridad, porque así lo había ordenado por su decreto.”[1]
Para Calvino, la decisión de condenar o de salvar por parte de Dios, no tiene nada que ver con una supuesta libertad humana, puesto que el hombre no tiene absolutamente nada de libertad. Los malos son malos porque Dios quiere que sean así, y los buenos lo son porque Dios quiere que sean así. Es una decisión terrible, una decisión identificada con el mismo Ser de Dios. Él manda eternamente que la gran mayoría de los hombres vayan al infierno y que un puñado de escogidos vayan al cielo:
“Dios ordena todas las cosas por su soberano consejo, de tal manera que las personas que nacen, que están condenados desde el vientre a una muerte segura, deben glorificarle por su destrucción”[2]
Todo lo que haga yo no puede influir en este acto de libertad divina, debido a que mi libertad (que no existe) no participa de la de Dios. A primera vista pensaríamos que esta doctrina hubiera reducido al hombre calvinista al quietismo o a la lujuria. Si todo lo bueno que hago no cuenta en absoluto para mi salvación, ¿por qué no puedo dedicarme, o bien a no hacer nada o bien a buscar las delicias del pecado? Paradójicamente, Calvino no sacó esta conclusión de su doctrina, sino que elaboró una añadidura a su doctrina que es sumamente importante si queremos entender el mundo moderno.

En la interpretación desarrollada por Calvino, un hombre salvado por Dios podía darse cuenta de su salvación y separarse de la masa de los condenados, si Dios le ha bendecido con los bienes de esta vida. La prosperidad material era vista como una prueba de que Dios había elegido a una persona. Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia. Mientras que el catolicismo predicaba que un pobre tiene más probabilidad de entrar en el reino de los cielos que un rico, el calvinismo predicaba exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la riqueza de la salvación.
“Nuestro Padre misericordioso se ha complacido graciosamente en seducirnos al amor y la adoración de sí mismo por la dulzura de sus recompensas. Anuncia, por tanto, que tiene recompensas reservadas para los virtuosos, y que la persona que obedece sus mandamientos no trabajará en vano… promete también las bendiciones de la vida presente, así como la felicidad eterna, a los que obedecen y guardan sus mandamientos…»[3]
Así pues, en vez de convertirse en un quietista o en un sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de suavizarse únicamente a través de la acumulación de la riqueza material: El calvinista buscaba reafirmar su elección a través de la prosperidad material. Solo así podía callar sus dudas internas. No obstante, y aunque a menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo, esa no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo, debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia de una clase nueva: la burguesía.
Pero el capitalismo naciente recibió su espíritu del calvinismo, el cual empujó a sus seguidores a que se hicieran ricos para probar así su elección. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica, y el mundo de hoy habría sido totalmente diferente de lo que es en realidad. Dicho de otra manera, el calvinismo desvió el nuevo progreso económico e industrial hacia una mentalidad y una psicología de inseguridad interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.[4]

LOS PURITANOS, EL CAPITALISMO Y LA TEOLOGÍA DE LA PROSPERIDAD
Las ideas de Calvino y el germen de la Teología de la Prosperidad sería exportada al Nuevo Mundo principalmente por los puritanos. Según Max Weber, la valoración ética que el calvinismo europeo, y luego el puritanismo, hace del oficio o la profesión, sumado al dogma de la predestinación y el ascetismo y la disciplina estricta que, desde la óptica del puritanismo debía impregnar todas las dimensiones de la vida humana, fue la base sobre la cual se construyó el capitalismo americano. La doctrina de la predestinación sería la base teológica del mismo ¿Por qué? De acuerdo con la Confesión de Fe de Westminster (1647), el contenido del dogma calvinista de la predestinación puede resumirse como sigue:
(i) Al caer el hombre en el pecado original, su voluntad pierde completamente la capacidad de encaminarse al bien espiritual y a la bienaventuranza.
(ii) Por decreto, en virtud de su omnipotencia, Dios destina a unos hombres a la vida eterna y condena a otros a la muerte.
(iii) Los hombres destinados a la vida eterna son elegidos por libre amor y gracia, no por mérito propio (esto es, no por sus buenas obras, su fe, etc.). De igual modo, los destinados al infierno no son condenados por demérito propio (esto es, no por sus pecados, su falta de fe, etc.).
Weber señala que, como efecto de esta doctrina, que excluye toda posibilidad de una salvación eclesiástico-sacramental y deja a los hombres sumidos en una completa incertidumbre respecto de su destino final, se produjo en la nueva mentalidad calvinista un sentimiento de profunda soledad y angustia. Para lidiar con él, el calvinismo propuso que el hombre debía procurar obtener esta seguridad recurriendo al trabajo metódico y constante.[5]

De esta manera el hombre podía sentirse seguro de ser receptor o instrumento del poder divino. Así pues, el camino señalado por el calvinismo promovería el ascetismo y la laboriosidad.[6] El complemento natural de esta exaltación del trabajo incesante –según Weber– sería la condena moral y el combate práctico del desempleo, la vagancia y la mendicidad.[7]
Lógicamente, dentro de este paradigma, la recreación y el descanso sólo eran permisibles en la medida en que fueran funcionales al cumplimiento del llamado. Los encantos de la recreación sólo eran considerados inocentes por el cansancio físico del cual debían ser el resultado y como forma de reposición de las energías agotadas en el trabajo, con vistas a acometer la nueva labor por delante. Las únicas metas que habilitaban a los hombres para no trabajar eran la preservación de la salud y la recuperación de energías. En el mundo creado por Dios no había espacio para una clase ociosa: los no industriosos estarían pecando, contrariando la voluntad divina, al no cumplir con las obligaciones morales implicadas en el llamado de Dios. Por eso los pobres debían ser castigados, disciplinados y reconducidos, por los medios que fuera necesario, a la buena senda.[8] De este modo, en la doctrina de la vocación, el calvinismo unió dos elementos implícitos en su concepción del trabajo: la disciplina social y la autoafirmación. El trabajo era, a la vez que un medio de disciplinamiento, la forma de autoafirmación de los piadosos.[9]
Así pues, con tales ideas en mente, la ética calvinista/puritana terminaría, quizá sin querer, sirviendo de fundamento para el denominado “evangelio de la prosperidad”, que también suele denominarse como “evangelio de pídalo y recíbalo” o “evangelio de codicia”.

DEL PURITANISMO AL EVANGELICALISMO MODERNO
Las ideas puritanas calarían fuerte en la mentalidad estadounidense. De acuerdo con las investigaciones de eruditos como Spadaro y Figueroa, los orígenes de la corriente del “Evangelio de la prosperidad” y de su promesa de bienestar financiero y material se remontan al EE.UU. de finales del siglo XIX, y especialmente al pensamiento de Esek William Kenyon, pastor de la New Covenant Baptist Church de New York, el cual sostenía que a través del poder de la fe se pueden modificar las realidades materiales concretas, no solo para bien sino también para mal, en el sentido de que la pobreza, la enfermedad y la infelicidad eran el resultado directo de la falta de fe.
De los bautistas calvinistas la Teología del Pensamiento Positivo y de la Prosperidad pasaría al movimiento pentecostal. En ello, fue fundamental la contribución del pastor Kenneth Hagin, un ministro ordenado de las Asambleas de Dios que hizo suyas tales ideas y las introdujo en el movimiento pentecostal, convirtiéndose en el “Apóstol del Evangelio de la prosperidad”. Hagin señalaba en dos versículos del Evangelio de Marcos el núcleo vital de lo que después se convertiría en el “Evangelio de la prosperidad”: “Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán” (Mc 11,23-24).
Así pues, las ideas calvinistas-puritanas se terminarían fusionando con la idea del “sueño americano” o American Dream, la emotividad y dinamismo pentecostal y el uso de la comunicación masiva para difundir el mensaje del nuevo “Evangelio”. Los medios de comunicación masiva, un elemento que habían intuido tanto Kenyon como Hagin, encontró su culmen en el fenómeno de los “telepredicadores”, como Oral Roberts (televangelista cristiano carismático estadounidense, ordenado en las iglesias de Santidad Pentecostal y Metodista Unida), Pat Robertson (magnate bautista estadounidense de medios de comunicación, canciller y CEO de Regent University y presidente de Christian Broadcasting Network) y Joel Osteen (telepredicador y escritor estadounidense, criado en los bautistas del sur y actualmente reconocido por ser el pastor general de la Iglesia Lakewood, una de las más grandes mega-iglesias de Estados Unidos con sede en Houston, Texas.

Pese a su expansión por diversas denominaciones, y su excepcional aceptación dentro del neopentecostalismo, es innegable que la teología de la prosperidad es una desviación teológica nacida de la teología y ética calvinista. Una desviación que, para desgracia nuestra, muchos pentecostales han aceptado.
Una cosa es cierta: Calvino mismo, y luego los puritanos, sentaron las bases de dicho sistema. Por eso, quizá sea justo preguntarles a nuestros hermanos calvinistas, la próxima vez que nos acusen de haber creado esta herejía, que tal perversión del Evangelio fue ideada por ellos, no por nosotros. Y siento así: ¿Por qué entonces los calvinistas de hoy insisten descaradamente en señalar a los pentecostales por una herejía que ellos crearon? ¿Por qué asociar el Evangelio de la prosperidad exclusivamente con el pentecostalismo cuando esta es una herejía que ha contaminado a muchos otros movimientos también? Los pentecostales reconocemos que muchas de nuestras iglesias están infectadas de esta herejía y luchamos por erradicarla. Pero acusarnos a todos de enseñar y promover esta herejía no solo es deshonesto, sino hipócrita.

BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS
[1] John Calvin, Calvin’s New testament Commentaries (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdman’s Publishing Co., 1994), 10:209.
[2] John Calvin, Institutes of the Christian Religion, trans. Henry Beveridge, Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1998 ed. III: xxiii, 5, 6.
[3] John Calvin, Institutes of the Christian Religion, trans. Henry Beveridge, Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1998, 2o., VIII, 4, p. 231.
[4] Para un estudio más profundo del tema, véase: Max Weber, Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Brontes, 2014; y Ramiro de Maeztu, El sentido reverencial del dinero, Madrid, Editora Nacional, 1957.
[5] Max Weber, Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Brontes, pp. 138-139
[6] Max Weber, Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Brontes, p. 142.
[7] Max Weber, Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Brontes, p. 226.
[8] Dunn, J.,The Political Thought of John Locke. Cambridge: Cambridge University Press. 1969, p. 277.
[9] Walzer, M., La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical. Madrid: Katz. 2008, pp. 227-228
Muy buena la publicación y gracias hermano!! Por sus enseñanzas !! Siga adelante !!
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