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La expansión del neopentecostalismo en Latinoamérica, una amenaza para la ortodoxia pentecostal

Por Fernando E. Alvarado

Pentecostales, carismáticos, neopentecostales ¿Cuál es la diferencia? Para muchos, ninguna. Para otros que formamos parte del movimiento pentecostal, las diferencias son muchas y demasiado importantes para simplemente ignorarlas. El movimiento pentecostal se ha ido expandiendo y fragmentando al pasar de los daños, dando vida a diferentes expresiones religiosas, algunas de las cuales no pueden ser consideradas ortodoxas. Pero encasillar a todo el movimiento pentecostal por una de sus ramificaciones sería injusto y deshonesto. Esto, sin embargo, es lo que los detractores del movimiento pentecostal hacen a menudo: Generalizar atribuyendo a todo el pentecostalismo las creencias de una de sus ramificaciones, el neopentecostalismo. Por ello es necesario definir con claridad nuestra postura, como pentecostales clásicos, ante este nuevo movimiento surgido de nuestras filas pero que ahora se distancia aún más de nosotros en sus prácticas y teología.

El pentecostalismo es considerado el fenómeno religioso más importante del siglo XX en Latinoamérica.[1] En el ámbito académico se acepta que el pentecostalismo es un movimiento religioso surgido en Estados Unidos, desde donde se esparció al mundo gracias a la acción de grupos autóctonos y la labor misionera. El pentecostalismo clásico enfatizaba el Bautismo del Espíritu y en sus primeros decenios fue particularmente acogido por clases desposeídas, por lo que llegó a considerársele despectivamente como la “religión de las masas”.[2] Sin embargo, generalizar el pentecostalismo como una religión de marginados tampoco es exacto, pues desde finales de la década de 1990 personas de diferentes estratos sociales, incluidos los más altos, llegaron a formar parte de los sectores militantes del pentecostalismo.

De acuerdo con la revista cristiana Pastoral Renewal, se distinguen 3 tres oleadas en el desarrollo histórico pentecostalismo: 1) Primera ola, el pentecostalismo clásico a inicios del siglo XX. 2) Pentecostalismo de segunda ola o movimiento carismático, entre las décadas de 1950 y 1970. 3) Neopentecostalismo, neocarismatismo o pentecostalismo autónomo. La idea de las oleadas surgió en la teología estadounidense para describir el punto de vista de las iglesias del mainline, las cuales afirmaban que las iglesias pentecostales eran, en realidad, “sectas marginales”. Dicha metáfora fue luego popularizada por Peter Wagner, líder neopentecostal. teólogo y académico del Seminario Fuller, impulsor del “Movimiento de Iglecrecimiento”, la guerra espiritual, el movimiento de reforma apostólica y la cartografía espiritual.

El problema con esta clasificación es que el problema con la tipificación por oleadas es que las características se cruzan en las diversas tipologías. Por ejemplo, los pentecostales de la primera ola (como las Asambleas de Dios, por ejemplo) y de la segunda (el movimiento carismático en general) ya tienen rasgos que las iglesias neopentecostales (tercera ola) sólo se limitaron a desarrollar, extender o tergiversar.[3] Nuestra atención en este artículo se centrará en la Tercera Ola del pentecostalismo; es decir, en el movimiento neocarismático o neopentecostalismo, una corriente que no sólo los evangélicos tradicionales, sino aún los mismos pentecostales clásicos miran con sospecho.

¿QUÉ ES EL NEOPENTECOSTALISMO?

En función de los elementos teológicos, se ha definido el neopentecostalismo como una tradición religiosa protestante o evangélica que fusiona doctrinas pentecostales y reformadas con la llamada “teología de la prosperidad”, con especial énfasis en la sanidad, la guerra espiritual y el exorcismo.[4] El neopentecostalismo es tan heterogéneo que resulta difícil identificar un cuerpo monolítico de creencias comunes a todos los neopentecostales; sin embargo, a grandes rasgos, podemos decir que la mayoría de los grupos neopentecostales incorpora en su teología elementos de la Nueva Era como la confesión positiva, así como la presunción de haber restaurado en su plenitud el ministerio apostólico y profético; también sobre enfatizan la sanidad divina, el proselitismo mediático, la incursión en la política, la implantación de mega iglesias, el uso de la magia popular en la ministración y el exorcismo, el culto emocional, la denominada danza profética y apostólica, la veneración desmedida de un liderazgo carismático (culto a la personalidad) y un abandono tanto del complementarismo como del igualitarismo bíblico en favor de un tipo difuso de feminismo cristiano que exalta desmedidamente el ministerio de la mujer en la iglesia. Estos elementos han aparecido progresivamente, a partir de la década de los 80 y pueden observarse con facilidad en el seno del protestantismo latinoamericano.

Tan complejo resulta el estudio del neopentecostalismo que los teóricos se han referido a él con diversos nombres, entre ellos pentecostalismo autónomo, tercera ola del pentecostalismo, postpentecostalismo[5], neopentecostalismo[6], isopentecostalismo[7], pseudopentecostalismo y parapentecostalismo[8]. A diferencia del pentecostalismo clásico, se considera a los nuevos pentecostales como doctrinalmente abiertos, menos “alejados” del mundo y no tan centrados en el Bautismo del Espíritu, ni en la glosolalia ni en la escatología premilenarista.[9] Por lo tanto, aparentemente sería difícil encontrarles un canon de creencias distintivo.

El neopentecostalismo implica también un rompimiento con la organización denominacional y el gobierno congregacional del protestantismo histórico. Enfatiza más bien la tendencia autonómica en las llamadas iglesias locales. Esto ha permitido que el neopentecostalismo y sus doctrinas heterodoxas se hayan infiltrado incluso en denominaciones que no se consideran a sí mismas como neopentecostales, tales como las Asambleas de Dios (en algunas regiones), la Iglesia de Dios y otras denominaciones pentecostales históricas, las cuales (para evitar divisiones internas) toleran a menudo la existencia de megaiglesias dentro de sus concilios a las cuales se les concede un tratamiento especial, pues se toleran ciertos elementos extravagantes del neopentecostalismo, la existencia de apóstoles y otras excentricidades como la danza profética, las maldiciones generacionales, la cartografía espiritual, el evangelio de la prosperidad y muchas otras herejías.

La ambigüedad y naturaleza camaleónica y sincrética del neopentecostalismo le permite infectar iglesias y denominaciones enteras, pasando casi desapercibido y aceptándose como “lo normal” dentro del pentecostalismo: además de generar confusión y provocar que, en otros círculos religiosos y académicos, se acuse a todos los pentecostales de “ser así”.

Un elemento distintivo del movimiento neopentecostal es su práctica financiera-empresarial, basada en su teología de la prosperidad. Bajo este paradigma, la liturgia es comercializada de la misma forma que cualquier otro bien o servicio, recurriendo a planificadas tácticas de marketing religioso. Se da un nuevo significado a la riqueza, el consumo y el trabajo; pues ya no son observadas como cosas terrenales que desvían de la fe, sino como evidencias de la bendición de Dios. El recurso monetario resulta a su vez en un medio de intercambio para el pago de favores divinos, dando lugar a una fusión dinámica entre la fe y el dinero.[10]

Así pues, el neopentecostalismo busca responder hoy, como lo hizo el pentecostalismo de los años 60, a las necesidades espirituales y materiales de la población latinoamericana en el siglo XXI. Pero esta vez, ya no desde una crítica a la estructura de clase religiosa existente o de una renovación de la fe y prácticas del libro de los Hechos, sino desde una entrega total al sistema neoliberal, globalizado y consumista.[11] Para el neopentecostalismo, la fe cristiana se ha casado con la religiosidad popular y el consumismo. Cristo y Mamón se han dado la mano.

REBAJANDO LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO Y EL PAPEL DE LAS ESCRITURAS

Una crítica más puede hacérsele al neopentecostalismo: su falso profetismo. El énfasis desmedido en la profecía y la revelación personal en el neopentecostalismo contradice el principio de la sola escritura propugnado por el protestantismo en general. Además, debe decirse que las prácticas “proféticas” neopentecostales difieren poco (o nada) de aquellos que se presentan como psíquicos, médiums o adivinos. De hecho, en algunos países donde esta tendencia es dominante en el evangelicalismo, hay incluso líneas directas “proféticas” como alternativas “cristianas” de las líneas directas psíquicas. De forma descarada y sin ningún atisbo de vergüenza o respeto por la obra y los dones verdaderos del Espíritu Santo, algunos en el movimiento de la profecía personal han llegado hasta a poner anuncios en periódicos, radio, televisión e incluso en las redes sociales, con declaraciones tales como “Reciba su lectura profética”. Todo esto ha venido a desprestigiar el verdadero mensaje del Evangelio, degradando los dones del Espíritu a mera adivinación. Curiosamente, el estilo de estos “profetas”, “vasos escogidos” y “ungidos del Señor” es muy similar a la terminología que utilizan los psíquicos, brujos, médiums y adivinos. Sobra decir que esta práctica del don de profecía es totalmente antibíblica.

¿Y qué tiene que decir a esto el pentecostalismo clásico? ¿Cuál debería ser nuestra actitud? En primer lugar, una de compasión y amor. Hay mucha gente buena y sedienta de Dios en las iglesias neopentecostales. Sinceridad, sin embargo, no significa estar en lo correcto ni tener sana doctrina. Debemos mostrar compasión hacia ellos, orar por ellos e instruirse en amor en la sana doctrina. En segundo lugar, debemos depurar nuestras iglesias locales y denominaciones de estas falsas enseñanzas y de la influencia de los falsos maestros del neopentecostalismo. Debemos ser claros en nuestro rechazo a todos esos abusos y herejías. Disentir no es suficiente. Es necesario arrancar de raíz estas herejías dentro de nuestras propias congregaciones.


BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS

[1] Lalive d’Epinay, Christian (1968). El refugio de las masas. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico.

[2] Bastian, Jean-Pierre (1997). La mutación religiosa de América Latina. Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica. México: FCE.

[3] Silveira, Leonildo (2000). Teatro, templo, mercado. Comunicación y marketing de los nuevos pentecostales en América Latina. Quito: Abya Dala.

[4] Silveira, Leonildo (2000). Teatro, templo, mercado. Comunicación y marketing de los nuevos pentecostales en América Latina. Quito: Abya Dala.

[5] Siepierski, Paulo (1997). “Pós-pentecostalismo e política no Brasil”. En Estudos Teológicos, ano 37, nº 1, p. 47-61.

[6] Mariano, Ricardo (1999). Neopentecostais: sociologia do novo pentecostalismo no Brasil. São Paulo: Edições Loyola.

[7] Campos, Bernardo (1997). De la Reforma Protestante a la Pentecostalidad de la Iglesia. Debate sobre el Pentecostalismo en América Latina. Quito: CLAI.

[8] Wynarczyk, Hilario (2009). Ciudadanos de dos mundos. El movimiento evangélico en la vida pública argentina 1980-2001. Buenos Aires: UNSAM EDITA.

[9] Schäfer, Heinrich Wilhelm (1992). Protestantismo y crisis social en América Central. San José, Costa Rica: Del/Universidad Luterana Salvadoreña.

[10] Mansilla, Miguel (2007). “El neopentecostalismo chileno”. En Revista Ciencias Sociales, No. 18: 87-102.

[11] Deiros, Pablo y Carlos Mraida (1994). Latinoamérica en llamas. Historia y creencias del movimiento religioso más impresionante de todos los tiempos. Nashville: Editorial Caribe.

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