Por Fernando E. Alvarado.
La doctrina de la «elección incondicional» ha generado mucha controversia a lo largo de la historia del cristianismo. Esta creencia, fundamental en la teología de Juan Calvino, sostiene que Dios ha elegido, desde antes de la fundación del mundo, a quienes serían salvos sin ninguna condición previa relacionada con la fe o el arrepentimiento del individuo. Esta doctrina es la segunda de las erróneamente denominadas “Doctrinas de la Gracia”. Como hermanos en la fe, creemos que es esencial examinar si esta doctrina está realmente en armonía con la totalidad de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

LA ELECCIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO: UN LLAMADO CONDICIONAL
Cuando examinamos el Antiguo Testamento, observamos que Dios eligió a Israel como su pueblo, pero su relación siempre fue condicional al cumplimiento de Su ley y mandamientos. Por ejemplo, uno de los ejemplos más claros de la elección condicional en el Antiguo Testamento lo encontramos en el establecimiento del pacto entre Dios e Israel en el monte Sinaí. En Éxodo 19:5-6, Dios dice a Israel: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”. Aquí observamos que la elección de Israel como pueblo especial está condicionada a su obediencia y fidelidad al pacto. El “si” inicial introduce claramente una condición, dejando en claro que la bendición y la elección dependen de la respuesta del pueblo.[1]
El libro de Deuteronomio refuerza de manera repetida la elección condicional de Israel. Un pasaje particularmente revelador es Deuteronomio 28:1-2, donde se presentan las bendiciones del pacto: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios”. Estas bendiciones están claramente condicionadas a la obediencia de Israel. En los versículos posteriores, también se describe lo contrario: si el pueblo desobedece, será sujeto a maldiciones. Este principio condicional subraya que la relación con Dios no es automática ni incondicional, sino que depende de la fidelidad al pacto.[2]
En Deuteronomio 30:19-20, Dios dice claramente: «Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndole a Él». Este pasaje refleja no solo la libertad de elección que Dios otorga a Su pueblo, sino también que la bendición o maldición dependen de la respuesta humana a Su llamado. La elección divina aquí no es unilateral ni forzada, sino que requiere una respuesta de obediencia y amor. Esto sugiere que la salvación en el contexto del Antiguo Pacto es condicional, pues Israel debía escoger obedecer para recibir las bendiciones prometidas.[3] La Biblia rechaza el determinismo, más bien nos enseña que Dios respeta la decisión humana y llama a su pueblo a una respuesta activa de obediencia y fe.[4] Esto no disminuye en nada su soberanía, ya que fue Él mismo, soberanamente, quien decidió que las cosas fueran así. La elección divina en el Antiguo Testamento no es incondicional, sino que está relacionada con la fidelidad del pueblo al Pacto o Alianza.
Otra evidencia de la elección condicional es el llamado constante de Dios a Su pueblo para que se arrepienta y vuelva a Él. En 2 Crónicas 7:14, Dios promete restauración bajo la condición de que el pueblo se arrepienta: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. Aquí vemos que la restauración de la relación con Dios está vinculada a la respuesta activa del pueblo. No se trata de una elección inmutable ni unilateral; la restauración y la bendición dependen del arrepentimiento y la conversión del pueblo.[5]
En Josué 24:15, se nos presenta una escena clave que reafirma la importancia de la elección humana dentro de la relación con Dios: “Y si mal os parece servir a Jehová, escoged hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. Josué, en este discurso final, pone delante del pueblo la libertad de elección, subrayando que la decisión de servir a Dios es una responsabilidad que cada uno debe asumir. La elección aquí no es predestinada ni forzada, sino una respuesta libre y consciente a la gracia de Dios.[6]
Además, en Ezequiel 18:30-32, Dios exhorta a los israelitas a que se arrepientan y vivan, dejando claro que su respuesta personal es fundamental para su relación con Él: “Convertíos y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones… y haced para vosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habréis de morir, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere… convertíos, pues, y viviréis”. Este pasaje destaca que Dios no desea la muerte de nadie, sino que exhorta a cada persona a arrepentirse y cambiar de camino. La posibilidad del arrepentimiento y la transformación es un acto que el ser humano debe realizar libremente, respondiendo a la invitación de Dios. De nuevo, no hay evidencia de que Dios haya preseleccionado incondicionalmente a algunos para ser salvos, mientras que otros están destinados a la condenación sin oportunidad de redención.
A lo largo de los escritos proféticos, se repite el mensaje de que Dios llama constantemente a su pueblo a volverse a Él. Jeremías 18:7-10 nos ofrece una analogía del alfarero y el barro, mostrando que la relación de Dios con las naciones y con Israel está basada en su respuesta a Su voluntad: “En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles”. Este pasaje muestra claramente que la respuesta humana puede alterar el curso de la historia. Dios no actúa de manera incondicional, sino que Su trato con las personas y las naciones depende de su comportamiento y arrepentimiento.[7]
Es falso afirmar que la doctrina de la elección incondicional halla respaldo en las Escrituras Hebreas. A lo largo del Antiguo Testamento, la elección divina siempre se presenta en el contexto de un pacto condicional, donde la bendición y la relación con Dios dependen de la obediencia y la respuesta de Su pueblo. La Escritura es clara en que Dios llama constantemente a Su pueblo a la fidelidad, el arrepentimiento y la obediencia, lo que refuerza que la elección no es incondicional ni predeterminada. Es un llamado a caminar en comunión con Él, siempre respetando nuestra libertad de elegir. El amor y la justicia de Dios nos invitan a responder activamente a Su gracia y a mantenernos fieles a Su pacto.[8] Pero ¿Qué hay con el Nuevo Testamento? ¿Apoyan las Escrituras Cristianas la doctrina de la elección incondicional?

¿ENSEÑÓ JESÚS QUE LA ELECCIÓN INCONDICIONAL?
El ministerio de Jesús nos ofrece una perspectiva clave sobre la elección divina. Cuando nos centramos exclusivamente en las palabras y enseñanzas de Jesús en los Evangelios, encontramos un mensaje coherente de libertad, responsabilidad y un llamado continuo a la respuesta humana. Jesús no enseña una doctrina de elección incondicional en la que las personas estén predestinadas sin posibilidad de cambiar su destino. Más bien, sus enseñanzas destacan la importancia de la fe, el arrepentimiento y la obediencia como condiciones para la salvación y la elección divina.
En Mateo 11:28-30, Jesús extiende una invitación clara y abierta a todos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar… Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Aquí no vemos una elección limitada o predeterminada; Jesús invita a todos a venir a Él. El descanso y la salvación que ofrece están disponibles para cualquiera que decida acudir a Él. La palabra «todos» es inclusiva, lo que refuerza la idea de que la salvación está condicionada a la respuesta personal, no a una elección divina incondicional.[9]
Jesús insiste en que la relación con Él está condicionada a la fe. En Juan 3:16, uno de los versículos más conocidos del Evangelio, Jesús afirma: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. El verbo griego utilizado para «creer» implica una respuesta activa por parte de la persona. Si la elección fuera incondicional, entonces el llamado universal al arrepentimiento y la fe en Cristo parecería superfluo. Jesús nunca sugirió que el número de los que serán salvos ya estaba fijado de antemano sin importar su respuesta personal.[10] La frase «todo aquel que en Él cree» establece una clara condición: la vida eterna depende de la fe del individuo. Este pasaje deja en claro que la salvación no está garantizada por una elección predeterminada, sino que requiere una respuesta personal de confianza en Cristo.[11]
En varias ocasiones, Jesús llama a las personas a arrepentirse. Por ejemplo, en Lucas 13:3, Jesús advierte: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Esta enseñanza subraya que el arrepentimiento es un requisito para evitar la perdición. No hay ninguna indicación de que algunos estén automáticamente exentos de esta advertencia por haber sido elegidos incondicionalmente. En lugar de ello, Jesús apela a la responsabilidad personal de cada individuo, enfatizando que la salvación está condicionada al arrepentimiento sincero.[12]
Las parábolas de Jesús también ofrecen una visión clara de la elección condicional. En la parábola del sembrador (Mateo 13:3-23), Jesús describe cuatro tipos de suelo que representan las diferentes respuestas humanas al mensaje del Evangelio. El mensaje se siembra en todos los corazones, pero la fruición del mensaje depende de la receptividad y respuesta de cada persona. Solo el “buen terreno” da fruto, lo que demuestra que la elección está condicionada a cómo cada persona recibe y responde al mensaje de Jesús.[13] Esto demuestra que la disposición y el corazón de la persona juegan un papel crucial en su relación con Dios. La elección divina, tal como la enseña Jesús, está entrelazada con la respuesta del individuo a la gracia de Dios.
Asimismo, en la parábola del banquete de bodas (Mateo 22:1-14), el rey invita a muchos al banquete, pero no todos aceptan la invitación. Jesús concluye la parábola diciendo: “Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos” (Mateo 22:14). Esta enseñanza no sugiere una elección incondicional, sino que la elección está ligada a la respuesta de los invitados. El que acepta la invitación es “escogido”, lo que refuerza la noción de que la elección depende de la decisión humana de responder al llamado.[14]
Jesús también habla de la necesidad de perseverar en la fe y la obediencia como condición para la salvación. En Mateo 24:13, afirma: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Esta enseñanza implica que la salvación no es algo garantizado por una elección previa, sino que depende de la perseverancia en la fe. La frase “el que persevere” deja claro que la salvación está condicionada a la respuesta continua y activa del creyente a lo largo de su vida.[15]
Finalmente, en Juan 15:4-6, Jesús utiliza la imagen de la vid y los pámpanos para describir la relación entre Él y sus seguidores: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará”. Aquí vemos que la relación con Jesús es condicional; el discípulo debe “permanecer” en Cristo para ser fructífero y, en última instancia, ser salvo. Si alguien no permanece en Él, pierde su conexión con la vid. Este pasaje refuerza la idea de que la elección depende de la acción continua de permanecer en Cristo.[16]
Las enseñanzas de Jesús en los Evangelios se unen al mensaje veterotestamentario de rechazo hacia una supuesta elección incondicional; antes bien, presentan un cuadro claro de que la elección divina está siempre relacionada con la respuesta humana. Jesús llama a todos a seguirle, pero deja claro que la salvación está condicionada a la fe, el arrepentimiento, la odediencia y la perseverancia. A lo largo de su ministerio, Jesús nunca enseña que algunas personas estén destinadas incondicionalmente a la salvación o a la perdición. Más bien, subraya la importancia de nuestra respuesta activa y libre a Su gracia y amor. Al hacerlo, Jesús nos invita a cada uno de nosotros a participar plenamente en la vida del Reino, con la responsabilidad de escogerle y seguirle diariamente.

PABLO Y LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN
Muchos defensores de la elección incondicional citan las enseñanzas del apóstol Pablo, (especialmente Romanos 9) como evidencia a favor de la doctrina de la elección incondicional. Sin embargo, cuando leemos con cuidado sus epístolas, descubrimos algo diferente. En las epístolas paulinas, encontramos una comprensión profunda de la salvación, el llamado y la elección divina. No obstante, es evidente que Pablo jamás enseñó una doctrina de elección incondicional, donde algunas personas están predestinadas sin importar su fe, arrepentimiento o perseverancia.
Pablo consistentemente subraya la importancia de la fe, la respuesta humana y la perseverancia como condiciones para la salvación. Por ejemplo, uno de los principios fundamentales en las epístolas de Pablo es que la salvación está disponible para todos, pero está condicionada a la fe en Jesucristo. En Efesios 2:8-9, Pablo escribe: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Aunque la salvación es un don de Dios, el acceso a esa salvación está claramente condicionado a la fe. Pablo no dice que la elección es incondicional, sino que la gracia de Dios requiere una respuesta de fe por parte de la persona. La fe es el canal por el cual recibimos la gracia salvadora de Dios, lo que muestra que la elección está condicionada a la respuesta del individuo.[17]
En Romanos 10:9-10 también leemos: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. Este pasaje subraya que la salvación no es un decreto inmutable al que algunos están predestinados sin importar su voluntad. Pablo señala que la salvación está vinculada a la decisión personal de confesar y creer en Jesucristo, lo que implica que la elección es condicional, basada en la respuesta de fe del individuo.[18]
En Gálatas 3:26-28, Pablo enseña que la pertenencia al pueblo de Dios está determinada por la fe en Cristo, no por una elección previa o incondicional: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Este pasaje deja en claro que ser hijo de Dios no depende de una elección predeterminada, sino de la fe. Aquí, la elección es inclusiva, y está abierta a todos aquellos que eligen creer en Cristo, mostrando una vez más que la elección es condicional.[19]
En Efesios 1:4, Pablo menciona que Dios «nos escogió en él antes de la creación del mundo». Pero, ¿cómo debemos entender esta elección? La clave está en el propósito: somos escogidos «para que seamos santos y sin mancha delante de él». La elección tiene como objetivo conformarnos a la imagen de Cristo, no para predestinar a unos para la salvación y a otros para la condenación de manera arbitraria. Además, el versículo 13 deja claro que los creyentes fueron sellados «cuando oyeron la palabra de verdad, el evangelio de su salvación». Es decir, la respuesta de fe es esencial en el proceso de la salvación.[20]
En Filipenses 2:12-13, Pablo exhorta a los creyentes a ocuparse en su salvación “con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Aquí, Pablo muestra que aunque Dios obra en nosotros, la salvación implica una participación activa del creyente, donde la perseverancia en la fe es esencial. La elección divina no es una garantía sin esfuerzo humano, sino que la salvación requiere que continuemos viviendo en obediencia y fe, lo que implica una elección condicional. Dios no elige incondicionalmente, sino que la salvación está condicionada a nuestra perseverancia.[21]
En Romanos 11:20-22, Pablo utiliza la imagen del olivo para advertir a los creyentes gentiles que, si no permanecen en la fe, pueden ser cortados de la salvación: “Bien; por su incredulidad fueron desgajados, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado”. Este pasaje deja en claro que la elección está condicionada a la perseverancia en la fe. Pablo advierte que aquellos que no permanecen en la fe pueden perder su posición, lo que refuerza la idea de que la elección no es incondicional.[22]
Y finalmente, en Hechos 17:30-31, en su sermón en el Areópago, Pablo declara: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia”. Nótese que Pablo no enseña que algunos están predestinados a arrepentirse, sino que el arrepentimiento es un mandato para todos, y cada persona debe responder a ese llamado. La elección de Dios depende de la respuesta de fe y arrepentimiento del individuo, y por lo tanto, está condicionada a la decisión humana de volverse a Dios.[23]
A lo largo de sus epístolas, Pablo jamás enseña una doctrina de elección incondicional. En lugar de ello, subraya constantemente que la salvación y la elección están condicionadas a la fe, el arrepentimiento, la obediencia y la perseverancia. Pablo deja claro que Dios extiende Su gracia a todos, pero cada individuo es responsable de responder activamente a esa gracia mediante la fe en Jesucristo. Así, la elección divina, según Pablo, no es un decreto inmutable, sino una invitación abierta que depende de la respuesta libre y voluntaria del ser humano a la oferta de salvación de Dios.

¿Y QUÉ HAY CON ROMANOS 9?
Romanos 9 es un capítulo que ha sido central en el debate teológico sobre la elección divina, y aquellos que enseñan la elección incondicional suelen interpretarlo como una defensa de su doctrina, argumentando que Dios elige soberanamente a quienes serán salvos sin ninguna condición basada en la respuesta humana. Sin embargo, una lectura cuidadosa y contextual de este capítulo, tanto en el contexto de la carta a los Romanos como en toda la Escritura, revela una comprensión diferente de la elección, una que es condicional y basada en la fe y la respuesta humana.
1. Contexto: El problema de Israel, no la salvación individual
Para entender correctamente Romanos 9, debemos empezar reconociendo que el tema principal no es la salvación individual, sino el destino de Israel como nación. Pablo está abordando la pregunta de por qué la mayoría de los judíos han rechazado a Jesús como el Mesías, a pesar de ser el pueblo elegido por Dios. En Romanos 9:1-5, Pablo expresa su dolor por el rechazo de Israel, lo que sugiere que su propósito en este capítulo es aclarar cómo encaja ese rechazo en el plan soberano de Dios.[24]
El problema que aborda Pablo aquí no es sobre cómo Dios elige a las personas para la salvación eterna, sino cómo Dios ha trabajado en la historia de Israel para cumplir Sus propósitos. Esta elección no es incondicional, sino que está vinculada a la fe, como lo vemos cuando Pablo más adelante en Romanos 9:30-32 habla de cómo los gentiles alcanzaron la justicia por fe, mientras que Israel, buscando la justicia mediante la ley, tropezó. Este enfoque en la fe como condición refuta la idea de una elección incondicional.[25]
2. El caso de Jacob y Esaú: No se trata de salvación eterna
Uno de los pasajes clave que a menudo se usan para defender la elección incondicional es Romanos 9:10-13, donde Pablo menciona a Jacob y Esaú. Aquí, Dios dice: «el mayor servirá el menor» y «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí». Sin embargo, es crucial entender que este texto no habla de la salvación eterna de Jacob o Esaú, sino del papel de sus descendientes en el plan histórico de Dios.
El contexto original de esta cita proviene de Génesis 25:23 y Malaquías 1:2-3, donde se refiere a las naciones que surgirían de Jacob (Israel) y Esaú (Edom), no a su destino eterno. Dios eligió a Jacob para ser el progenitor del pueblo de Israel, pero no eligió a Esaú para ser condenado incondicionalmente. Además, esta elección no fue arbitraria o sin motivo; estaba relacionada con el propósito redentor de Dios a través de la historia. Aquí vemos que la elección es para un propósito específico en la historia, no una elección incondicional para la salvación eterna de Jacob y la condenación de Esaú.[26]
3. La voluntad de Dios y la respuesta humana: La importancia de la fe
En Romanos 9:14-18, Pablo discute la soberanía de Dios usando el ejemplo del endurecimiento de Faraón, lo que a menudo se usa como prueba de que Dios elige incondicionalmente. Sin embargo, es importante notar que Dios no endureció a Faraón sin motivo alguno; en Éxodo 8:15, Faraón endureció primero su propio corazón antes de que Dios lo endureciera aún más. Este endurecimiento no fue un acto arbitrario, sino que vino como respuesta a la rebelión continua de Faraón.
El propósito de Dios al endurecer a Faraón era mostrar Su poder y proclamar Su nombre en toda la tierra, como dice en Romanos 9:17. No es que Faraón estuviera predestinado incondicionalmente a la condenación; más bien, su corazón se endureció después de rechazar repetidamente la oportunidad de arrepentirse. Este ejemplo refuerza la idea de que la elección de Dios interactúa con la respuesta humana, y que la dureza o la misericordia de Dios se relacionan con la disposición del corazón de la persona.[27]
4. Las «vasijas de ira» y las «vasijas de misericordia»: ¿Predestinación incondicional?
Otro argumento común en favor de la elección incondicional proviene de Romanos 9:22-24, donde Pablo habla de «vasijas de ira» y «vasijas de misericordia». Quienes defienden la elección incondiciona interpretan este pasaje como una señal de que Dios ha creado a algunas personas para condenación (vasijas de ira) y a otras para salvación (vasijas de misericordia).
Sin embargo, este pasaje debe entenderse a la luz de la relación entre la justicia de Dios y la respuesta humana. En 2 Timoteo 2:21, Pablo usa la imagen de las vasijas para hablar de cómo las personas pueden «limpiarse a sí mismas» y ser «vasijas útiles». Esto sugiere que ser una «vasija de ira» no es algo determinado incondicionalmente por Dios, sino el resultado de las decisiones de la persona. Además, en Romanos 9:22, Pablo sugiere que Dios ha soportado con paciencia a las «vasijas de ira», lo que implica que les dio tiempo para arrepentirse. Las «vasijas de misericordia» son aquellas que han respondido a la oferta de gracia de Dios.[28]
5. La conclusión de Pablo: La justicia por la fe
Finalmente, el capítulo concluye en Romanos 9:30-33 con una afirmación clara de que la salvación está basada en la fe. Pablo señala que los gentiles, que no buscaban la justicia, la alcanzaron por fe, mientras que Israel, buscando la justicia por las obras de la ley, tropezó con la «piedra de tropiezo» que es Cristo. Esto reafirma que la elección de Dios está condicionada a la fe. No es que algunos estén predestinados incondicionalmente para ser salvos, sino que la elección de Dios es para aquellos que responden con fe a Su gracia.
El énfasis final en la fe muestra que la enseñanza de Pablo en Romanos 9 no apoya la elección incondicional. En lugar de eso, Pablo está mostrando que Dios es soberano en cómo extiende Su misericordia, pero esa misericordia está siempre relacionada con la respuesta de fe del ser humano.[29]
Así pues, cuando leemos Romanos 9 en su contexto completo y a la luz de la enseñanza de Pablo sobre la fe y la elección en otros pasajes, queda claro que no defiende una elección incondicional. En lugar de ello, Pablo describe cómo Dios ha trabajado a través de la historia de Israel y cómo Su elección está relacionada con la respuesta de fe de las personas. Las «vasijas de ira» y «vasijas de misericordia» no son destinos predeterminados inmutables, sino que dependen de la respuesta humana a la gracia de Dios. En Romanos 9, Pablo nos recuerda que Dios es soberano, pero que Su elección es una invitación a todos a creer y confiar en Su misericordia, lo que confirma que la elección es condicional, basada en la fe y el arrepentimiento.

TODO EL CONSEJO DE DIOS: ¿QUÉ NOS DICE EL RESTO DEL NUEVO TESTAMENTO?
Aunque algunos sectores religiosos tienen, al menos en la práctica, a considerar las epístolas paulinas como superiores al resto de las epístolas neotestamentarias (ya sea que lo admitan o no), lo cierto que las epístolas del Nuevo Testamento que no son de autoría paulina ofrecen un importante enfoque complementario a las enseñanzas de Pablo sobre la salvación, la fe y la elección divina. Estas epístolas —como Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, Judas, y 1, 2 y 3 Juan— refuerzan el énfasis en la responsabilidad humana, el arrepentimiento, la fe y la perseverancia como elementos fundamentales para la salvación.
1. La carta a los Hebreos: La importancia de la perseverancia y la fe
La epístola a los Hebreos destaca repetidamente la necesidad de la perseverancia y la fe en la vida cristiana, lo que contradice la idea de una elección incondicional. Hebreos 3:12-14 advierte: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio”. Aquí, la participación en Cristo está claramente condicionada a la perseverancia y la fe continua. El autor no enseña una elección garantizada sin importar la respuesta humana, sino que insta a los creyentes a perseverar en su fe.[30]
Además, en Hebreos 6:4-6, el autor presenta una advertencia severa contra la apostasía, diciendo que es imposible renovar a arrepentimiento a aquellos que han caído después de haber sido iluminados y haber gustado el don celestial. Esto refuerza que la salvación no está asegurada de manera incondicional, sino que depende de la respuesta y la fidelidad continua del creyente. El hecho de que alguien pueda caer y perder la oportunidad de arrepentirse muestra que la elección no es incondicional, sino que está ligada al ejercicio de la fe y la obediencia.[31]
2. La carta de Santiago: La fe viva y las obras
La carta de Santiago es un claro testimonio contra la elección incondicional, ya que enfatiza que la fe sin obras está muerta. En Santiago 2:14-17, se nos dice: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? […] Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”. La enseñanza de Santiago es que la fe verdadera debe producir frutos, es decir, debe traducirse en una vida de obediencia y lealtad a Cristo, manifestada en obras de justicia y misericordia. Esto contrasta con la idea de una elección incondicional que no requiere una respuesta activa del creyente. Según Santiago, la salvación no es solo un decreto divino, sino que involucra la participación activa y voluntaria del ser humano.[32]
Además, Santiago 4:7-10 nos llama a someternos a Dios, resistir al diablo y acercarnos a Él. Este mandato implica que la respuesta humana es crucial para mantener una relación correcta con Dios. No hay nada en la carta de Santiago que sugiera que Dios elige arbitrariamente a algunos para salvación sin que importe su fe o acciones. Al contrario, Dios responde a quienes se humillan y buscan su gracia activamente.
3. Las epístolas de Pedro: El llamado a una respuesta activa
En 1 Pedro 1:1-2, Pedro se dirige a los “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Este versículo refuta directamente la idea de que la elección sea incondicional, ya que vincula la elección con la “presciencia” de Dios, es decir, con el conocimiento previo de la respuesta humana. Dios elige a quienes Él sabe que responderán en fe y obediencia. La obediencia no es solo una consecuencia de la elección, sino una condición para la participación en el pacto de gracia.[33]
Más adelante, en 2 Pedro 1:10, se nos exhorta: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás”. Aquí, Pedro insta a los creyentes a esforzarse por asegurar su elección mediante una vida de obediencia. Este texto es incompatible con la doctrina de la elección incondicional, ya que muestra que los creyentes tienen un papel activo en «hacer firme» su elección. Si la elección fuera incondicional y no dependiera de la respuesta humana, tal exhortación sería innecesaria.
Además, en 2 Pedro 3:9, el apóstol declara: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Este versículo refuta claramente la idea de que Dios ha predestinado incondicionalmente a algunos para la condenación. El deseo de Dios es que todos procedan al arrepentimiento, lo que implica que el destino eterno de las personas no está predeterminado, sino que está condicionado a su respuesta a la oferta de salvación.[34]
4. Las epístolas de Juan: El amor y la fe como condiciones para la comunión con Dios
En las epístolas de Juan, vemos un fuerte énfasis en el amor y la obediencia como condiciones esenciales para permanecer en comunión con Dios. En 1 Juan 2:3-6, se nos dice: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”. Aquí, la evidencia de que somos parte de los elegidos de Dios es nuestra obediencia continua a sus mandamientos. Esto implica que la elección no es incondicional, sino que está directamente relacionada con la forma en que vivimos y respondemos a la gracia de Dios en nuestras vidas.[35]
Además, en 1 Juan 4:19, leemos: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Aunque el amor de Dios es siempre el primero, la respuesta de amor del ser humano es esencial. El amor no es automático o irresistible, sino que surge como respuesta a la gracia de Dios. Este pasaje refuerza que nuestra relación con Dios está condicionada a nuestra respuesta de fe y amor, lo que rechaza la idea de una elección incondicional y sin respuesta activa por parte del ser humano.

LA ELECCIÓN DIVINA OPERA EN CONJUNTO CON LA RESPUESTA HUMANA, POR LO TANTO, LA ELECCIÓN INCONDICIONAL NO ES BÍBLICA
La elección incondicional plantea varios problemas. Primero, socava la responsabilidad humana, ya que si Dios eligiera incondicionalmente a unos para salvación y a otros para condenación, los seres humanos no tendrían ninguna responsabilidad en su destino eterno. Esto contradice el principio bíblico de que cada persona es responsable ante Dios por sus decisiones (Romanos 14:12).
Además, si la elección fuera incondicional, Dios estaría creando seres humanos sin ofrecerles una verdadera posibilidad de arrepentimiento o fe, lo que sería inconsistente con Su carácter justo y amoroso. El amor verdadero requiere la libertad de responder. Si Dios eligiera incondicionalmente a algunos para la salvación sin permitirles responder libremente, estaríamos reduciendo a los seres humanos a meros autómatas, lo que no concuerda con la enseñanza bíblica de la dignidad humana y la responsabilidad personal.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, vemos un patrón claro: Dios extiende su gracia, pero espera una respuesta libre y voluntaria de los seres humanos. Esta verdad se refleja en versículos como 1 Timoteo 2:4, donde Pablo afirma que Dios «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad». Si Dios quiere que todos sean salvos, sería contradictorio pensar que Él hubiera predestinado incondicionalmente a solo algunos para serlo.[36] La idea de una «elección incondicional» también parece contradecir el carácter justo y amoroso de Dios. En 2 Pedro 3:9, leemos que Dios «es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento». Si la salvación estuviera predefinida para unos pocos, ¿por qué Dios sería paciente y esperaría que todos respondieran al llamado al arrepentimiento?
Aunque sea difícil de aceptar para algunos, la doctrina de la elección incondicional no parece estar en armonía con el mensaje integral de las Escrituras. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios llama a la humanidad a una relación basada en la fe, el arrepentimiento y la obediencia. Jesús, Pablo y los demás apóstoles no enseñaron una elección arbitraria o incondicional, sino que siempre afirmaron la importancia de la respuesta humana a la gracia de Dios. Creemos que, al final, el amor y la justicia de Dios están en juego, y su deseo es que todos tengan la oportunidad de ser salvos.
A lo largo de toda la Biblia, vemos que la elección divina está siempre ligada a la respuesta humana de fe, arrepentimiento y perseverancia. La enseñanza bíblica es coherente: Dios ofrece Su gracia a todos, pero cada persona es responsable de responder a esa oferta con fe y obediencia. De esta manera, la elección divina es condicional, no arbitraria, y refleja el amor justo y misericordioso de Dios hacia toda la humanidad.
BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS
[1] Enns, P. (2014). The Exodus as new creation: Pivotal theology in the Old Testament. Baker Academic, p. 78.
[2] Wright, C. J. H. (2006). The mission of God: Unlocking the Bible’s grand narrative. InterVarsity Press, p. 114.
[3] Verburg, G. (2006). Election and free will: God’s gracious choice and our responsibility. P&R Publishing, P. 47.
[4] Carson, D. A. (2011). The Difficult Doctrine of the Love of God. Crossway, p. 154.
[5] House, P. R. (1995). 1, 2 Chronicles. B&H Publishing Group, p. 95.
[6] Hess, R. S. (2008). Joshua: An introduction and commentary. InterVarsity Press, p. 211.
[7] Fretheim, T. E. (2002). Jeremiah. Smyth & Helwys, p. 132.
[8] Goldingay, J. (2015). The theology of the book of Isaiah. InterVarsity Press, p. 88
[9] Carson, D. A. (2010). Matthew: Commentary on the New Testament. Baker Academic, p. 89.
[10] Wright, N. T. (2012). How God Became King: The Forgotten Story of the Gospels. HarperOne, p. 245.
[11] Kostenberger, A. J. (2004). John: Baker Exegetical Commentary on the New Testament. Baker Academic, p. 58.
[12] Marshall, I. H. (2001). Luke: Historian and Theologian. Paternoster Press, p. 94
[13] France, R. T. (2007). The Gospel of Matthew. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 154.
[14] Luz, U. (2005). Matthew 21-28: A Commentary. Fortress Press, p. 379.
[15] Blomberg, C. (1992). Matthew: An Exegetical and Theological Exposition of Holy Scripture. B&H Publishing Group, p. 178.
[16] Morris, L. (1995). The Gospel According to John. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 595.
[17] O’Brien, P. T. (1999). The Letter to the Ephesians. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 168.
[18] Moo, D. J. (1996). The Epistle to the Romans. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 656.
[19] Longenecker, R. N. (1990). Galatians. Word Books, p. 144.
[20] Moo, D. J. (2013). Romans (2nd ed.). Zondervan, p. 57.
[21] Fee, G. D. (1995). Paul’s Letter to the Philippians. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 232.
[22] Wright, N. T. (2002). The Letter to the Romans. In The New Interpreter’s Bible (Vol. 10). Abingdon Press, p. 686.
[23] Bruce, F. F. (1990). The Acts of the Apostles: The Greek Text with Introduction and Commentary. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 434.
[24] Moo, 1996, p. 576
[25] Bruce, F. F. (1985). The Epistle of Paul to the Romans: An Introduction and Commentary. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 178.
[26] Hodge, C. (1981). Commentary on the Epistle to the Romans. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 315.
[27] Wright, N. T. (2002). The Letter to the Romans. In The New Interpreter’s Bible (Vol. 10). Abingdon Press, p. 626.
[28] Cranfield, C. E. B. (1979). The Epistle to the Romans (Vol. 2). T&T Clark, p. 251.
[29] Dunn, J. D. G. (1988). Romans 9-16: Word Biblical Commentary (Vol. 38B). Word Books, p. 588.
[30] Bruce, F. F. (1990). The Epistle to the Hebrews. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 136.
[31] Lane, W. L. (1991). Hebrews 1–8: Word Biblical Commentary. Word Books, p. 141.
[32] Moo, D. J. (2000). The Letter of James. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 126.
[33] Grudem, W. (2009). The First Epistle of Peter. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 55.
[34] Davids, P. H. (2006). The Letters of 2 Peter and Jude. Wm. B. Eerdmans Publishing, p. 290.
[35] Yarbrough, R. W. (2008). 1, 2, and 3 John: Baker Exegetical Commentary on the New Testament. Baker Academic, p. 134.
[36] Walls, J. L. (2004). Why I Am Not a Calvinist. InterVarsity Press, p. 183.