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¿Es incorrecto invocar la presencia del Espíritu Santo? ¿Acaso no mora ya dentro de nosotros?

Por Fernando E. Alvarado

“Ven, Espíritu ven” — cantaba la iglesia. Luego de la reunión un joven de otra congregación que visitaba la iglesia dijo: “Ese canto es antibíblico. El Espíritu Santo ya mora en los creyentes, ¡Qué sentido tiene pedirle que venga si Él ya está ahí dentro!” Tal opinión, sin embargo, no es exclusiva de mi joven amigo ¡La he oído en innumerables ocasiones de labios de mis amigos de otras tradiciones no pentecostales! Creo, sin embargo, que hay algo que ellos omiten en sus consideraciones al respecto.

Como pentecostales aceptamos las siguientes verdades bíblicas:

(1) En la conversión, el Espíritu Santo es el bautizador. Es él quien bautiza en Cristo (o en el cuerpo de Cristo) al nuevo creyente, haciéndolo parte del Pueblo del Pacto e hijo adoptivo de Dios (1 Corintios 12:13). En la regeneración (nuevo nacimiento), el Espíritu Santo es el bautizador de los creyentes, el que incorpora a los creyentes al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Sin este bautismo no hay salvación ni adopción (Romanos 8:9; 8:15). Este bautismo en Cristo hace dos cosas, (1) nos une al Cuerpo de Cristo, y (2) hace realidad nuestra co-crucifixión con Cristo. Por medio de este bautismo inicial en Cristo (nuestra incorporación a su cuerpo místico y nuestra unión con Él) somos resucitados con Él a una vida nueva (Romanos 6:4). Sin este bautismo no hay regeneración ni esperanza de vida eterna (Juan 3:5).

(2) Luego de la conversión, los creyentes somos llamados a buscar el bautismo en el Espíritu Santo, el cual es una experiencia subsiguiente y diferente a la conversión. En esta segunda experiencia, Cristo es el bautizador, Él es quien bautiza en el Espíritu Santo (Mateo 3:11) y el Espíritu Santo es el elemento en el cual es inmerso el creyente ya incorporado previamente en el Cuerpo de Cristo. Es fácil deducir, a través del texto bíblico, que el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia posterior a la conversión:

  • En una ocasión Jesús dijo a setenta y dos de sus discípulos: “regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). Tal afirmación fue hecha antes de que ellos recibieran el bautismo en el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Si el bautismo en el Espíritu Santo fuese lo mismo que la conversión (u ocurriera simultáneamente) ¿cómo pudieron los setenta y dos, o incluso los mismos apóstoles, ser salvos (tener sus nombres escritos en los cielos) sin ser regenerados, lo cual es obra del Espíritu Santo? De acuerdo con las palabras de Jesús, si sus discípulos hubieran muerto antes del descenso del Espíritu en Pentecostés, ellos seguramente habrían ido a la presencia del Señor, lo cual indica que su regeneración ocurrió en un momento anterior al bautismo en el Espíritu Santo ocurrido el día de Pentecostés (Hechos 2).
  • El pentecostés samaritano mencionado en Hechos 8:14–20, muestra que uno puede ser un creyente y aun así no haber tenido una experiencia del tipo pentecostal, es decir, ser bautizado o lleno del Espíritu Santo.
  • Saulo de Tarso nos muestra a través de su experiencia este mismo punto (Hechos 9:17). La conversión de Pablo, y su nuevo nacimiento, ocurrió 3 días antes de ser bautizado, o más correctamente ser “lleno del Espíritu Santo”, probando que esta es una experiencia identificable que va más allá de la obra del Espíritu en la regeneración. (Hechos 9:1–19).
  • En Éfeso, Pablo encontró un grupo de Discípulos que no habían experimentado el bautismo en el Espíritu a pesar de ser creyentes (Hechos 19:1–7). Ellos ya habían sido regenerados, pero necesitaban recibir la experiencia carismática conocida como “bautismo o llenura del Espíritu Santo”.

Es evidente que esta segunda experiencia debe ser pedida y anhelada. Jesús mismo dijo: “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). Nótese que Jesús dijo: “a los que se lo pidan”, de donde se deduce que no tiene nada de malo pedir por este tipo de experiencias, sino todo lo contrario.

Pero, ¿Por qué debemos decirle al Espíritu Santo que “venga” y nos llene si ya mora en nosotros? Porque ser llenos del Espíritu Santo importante para todos los creyentes a lo largo de toda su vida. Pablo nos advierte: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). Ningún creyente puede presumir de haber experimentado una plenitud definitiva del Espíritu (o ya no necesitar ‘Ser lleno del Espíritu, y decir que el mandamiento de Efesios 5:18 ya no vale para él). Este mandamiento seguirá vigente para todos los creyentes hasta la muerte o hasta que el Señor venga.

La experiencia que denominamos “el bautismo en el Espíritu Santo” se refiere a la primera vez en nuestro caminar cristiano que fuimos llenos del Espíritu. ¡Pero una vez no basta! La llenura del Espíritu debe ser buscada constantemente a lo largo de toda la vida. Por lo tanto, pedirle al Espíritu Santo que venga una y otra vez sobre nosotros no tiene nada de malo ¡Es lo que deberíamos hacer siempre! Pablo, por ejemplo, le pide a Dios que dé otra vez el Espíritu a los creyentes, para que éste les dé la sabiduría necesaria para entender lo que les revela sobre Dios y sus caminos:

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, OS DÉ ESPÍRITU DE SABIDURÍA Y DE REVELACIÓN en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.” (Efesios 1:15-18)

Si se comparan las palabras de Pablo con las de Isaías 11:2, será fácil comprobar que lo que Pablo está pidiendo es que Dios les dé (a creyentes nacidos de nuevo, regenerados ya), de su Espíritu Santo:

“Y reposará sobre él EL ESPÍRITU DE JEHOVÁ; ESPÍRITU DE SABIDURÍA Y DE INTELIGENCIA, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.” (Isaías 11:2)

Pero ¿Acaso no moraba ya en ellos? Sí, pero eso no significa fueran bautizados, sumergidos o llenos del Espíritu. Más aún, aunque ya lo hubieran sido en el pasado, ellos deberían pedir constantemente ser llenos del Espíritu Santo. Esto es algo por lo que debemos orar (tanto para nosotros como para otros), ya que existen dimensiones del ministerio del Espíritu en nuestras vidas que dependen, por decirlo así, de nuestras oraciones, de nuestra comunión y sujeción al Espíritu de Dios. No todo aquel que ha sido sellado por el Espíritu en la conversión es siempre lleno del Espíritu.

A aquellos a quienes les parece extraño que Pablo orara para que el Espíritu viniera a aquellos que ya lo tenían, harían bien en notar que esto apenas difiere de la oración de Pablo en Efesios 3:17, de que Cristo pueda «morar» en los corazones de las personas en las que ya está morando! En ambos versículos Pablo se refiere a la experimentación continuada de lo que es una verdad teológica. Ora para que, mediante el Espíritu, Jesús pueda ejercer cada vez una mayor influencia en el alma de los creyentes. De este modo, en ambos textos Pablo ora para que la obra de Dios en la vida del creyente aumente.

Si “la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18) ¿Qué de extraño tiene pedir con insistencia por una llenura continua del Espíritu? Nótense las siguientes palabras de Pablo a los gálatas: “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿RECIBISTEIS EL ESPÍRITU por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿HABIENDO COMENZADO POR EL ESPÍRITU, ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. AQUEL, PUES, QUE OS SUMINISTRA EL ESPÍRITU, Y HACE MARAVILLAS ENTRE VOSOTROS, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:1-5)

Nótese que Pablo se refiere claramente tanto a la recepción inicial del Espíritu por parte de los gálatas (vs. 2), como a su experiencia actual del Espíritu (vs, 5). La recepción del Espíritu fue la evidencia inequívoca de que habían entrado en una nueva vida (vs. 2), pero ellos no debían quedarse estancados ahí. La vida en el Espíritu requiere progresión. Y para Pablo esta progresión implicaba una búsqueda continua de la llenura del Espíritu que culminaría con las señales manifiestas (por medio de experiencias de tipo carismático) de la presencia del Espíritu Santo. El nacido de nuevo dará frutos que evidencien su nueva naturaleza (Gálatas 5:23-25). El creyente lleno del Espíritu, aquel cuya vida está inmersa, sumergida, o bautizada en Él, continuará dando fruto, pero las señales carismáticas también le acompañarán. El erudito Gordon Fee explica:

“Todo el argumento no sirve de nada si este llamamiento no es también un llamamiento para recibir el Espíritu de forma dinámica. Aunque Pablo en contextos como éste raramente menciona las evidencias visibles del Espíritu, aquí tenemos la demostración de que la experiencia del Espíritu en las iglesias paulinas fue muy parecida a la descrita por Lucas; visiblemente acompañada de fenómenos que ofrecieron cierta evidencia de la presencia del Espíritu de Dios”[1]

En Gálatas, Pablo habla de Dios como aquel que da el Espíritu de forma continua y generosa a los hombres y las mujeres, quienes, en otro sentido, ya lo han recibido. Esto es especialmente evidente cuando uno se fija en el uso que Pablo hace del tiempo presente: «Aquel que os suministra el Espíritu». De acuerdo con Pablo, existe una relación estrecha, incluso causal, entre el suministro del Espíritu y los milagros. Gordon Fee nos recuerde que:

“Dios está presente entre ellos mediante su Espíritu, y el nuevo suministro del Espíritu se expresa en las obras milagrosas de varios tipos. Pablo apela una o vez más a la naturaleza visible y experimental del Espíritu en medio de ellos, que es la evidencia continua de que en la vida en el Espíritu, basada en la fe en Cristo Jesús, no hay lugar para las obras de la ley»[2]

Es la obra del Espíritu intensificar nuestro sentido de la presencia permanente y amorosa del Padre y del Hijo (Jn. 14:15-23; Ro. 5:5; 8:15-17). Por lo tanto, no es tan sorprendente que Jesús nos anime a pedirle al Padre más del ministerio del Espíritu en nuestras vidas (Lucas 11:13) ¿Pudiera ser que esta exhortación a orar para recibir el Espíritu Santo fluyera de su propia experiencia del Espíritu? ¿Pudiera ser que él mismo orara pidiendo unciones continuas y repetidas, pidiendo ser lleno de nuevo, o pidiendo una nueva experiencia de la presencia y el poder del Espíritu para sobrellevar su ministerio, de modo que también anima a sus seguidores a hacer lo mismo? Donde Lucas dice que el Padre nos dará el «Espíritu Santo», Mateo dice que nos dará «buenas cosas». ¿Por qué esta diferencia? Porque desde la perspectiva de la Iglesia primitiva posterior a Pentecostés, el don más importante que Dios nos da es el Espíritu Santo. Lo que Lucas quiere que veamos es que el amor de nuestro Padre no solo le lleva a preocuparse de nuestras necesidades diarias (como vemos en el Padre Nuestro), sino que incluso le lleva a ofrecernos el don más grande que nos podía dar.[3]

Dado que estaré comendación en Lucas 11:13 está dirigida a los creyentes, los «hijos» del «Padre», la entrega del Espíritu en respuesta a la oración no se puede referir a la experiencia inicial de la salvación personal. Los que oran para recibir el Espíritu Santo no son las personas perdidas que necesitan que el Espíritu entre en ellos por vez primera, sino las personas que ya tienen al Espíritu y tienen necesidad de estar más llenos, de una plenitud mayor, una unción más poderosa que les capacite y les fortalezca para el ministerio. De hecho, esta petición forma parte de las instrucciones acerca de la perseverancia y persistencia en la oración que comienzan en 11:1.En otras palabras, debemos pedir y buscar de forma constante y persiste, en cada ocasión de necesidad, que Dios nos imparta de nuevo el poder del Espíritu.

Por muy triste que parezca, Satanás está usando a otros cristianos a causa de su apego a la tradición religiosa que profesan. En su intento por defender su interpretación particular acusan a los pentecostales de hacer algo antibíblico por pedir que el Espíritu Santo venga una y otra vez sobre ellos. Pero eso no es lo que nos dice la Biblia. Jesús y Pablo nos animan a pedirle y vivir en constante insistencia por más, más de su Espíritu. Si las manifestaciones del Espíritu Santo no se dan en iglesias cesacionistas eso no nos extraña. El que pide recibe, el que no pide, no obtendrá nada. Aquel que siente que ya tuvo suficiente del Espíritu Santo, que se conforma con lo que recibió en la regeneración, jamás podrá experimentar a plenitud los poderes del siglo venidero que solo una experiencia plena con el Espíritu Santo puede dar. Pero “Bienaventurados los que tienen hambre… pues ellos serán saciados.” (Mateo 5:6, LBLA).

REFERENCIAS:


[1] Gordon Fee, God’s Empowering Presence, p. 384.

[2] Gordon Fee, God’s Empowering Presence, p. 388-389.

[3] John NoIland, Luke 9:21-18:34, WBC (Dallas: Word, 1993),632.

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