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La Trinidad en las epístolas petrinas: Un baluarte contra la herejía unicitaria

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina de la Trinidad, pilar fundamental del cristianismo histórico, articula la creencia en un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Según el Credo Atanasiano, “adoramos a un solo Dios en Trinidad y a la Trinidad en unidad, sin confundir las personas ni dividir la sustancia divina”. Cada persona es plenamente divina, coigual y coeterna, compartiendo una sola esencia, poder y eternidad. El Padre no es creado ni procede; el Hijo es eternamente engendrado del Padre; y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Esta formulación no implica tres dioses, sino un solo Dios en una unidad indivisible, donde la distinción personal coexiste con la unidad esencial, sin subordinación ontológica. Esta concepción, lejos de ser una invención arbitraria, se fundamenta en un riguroso análisis exegético de las Escrituras, que proporciona la base para su precisión teológica.

Ciertos movimientos sectarios, particularmente aquellos que adhieren a la doctrina de la unicidad, rechazan los credos eclesiásticos, calificándolos como meras construcciones humanas desprovistas de autoridad bíblica. Este rechazo, sin embargo, ignora el profundo arraigo escritural de los credos, que no solo reflejan la enseñanza bíblica, sino que también funcionan como instrumentos esclarecedores para corregir errores teológicos. La doctrina de la unicidad, al postular a Dios como una entidad singular sin distinciones personales, argumenta frecuentemente que el término “Trinidad” no aparece en la Biblia, sugiriendo así una supuesta carencia de fundamento escritural. Tal objeción, no obstante, carece de peso cuando se examinan textos bíblicos clave, como las epístolas de Pedro, que ofrecen una defensa robusta de la concepción trinitaria sin necesidad de usar el término “Trinidad” de forma explícita.

Las epístolas de Pedro constituyen un testimonio elocuente de la realidad de un Dios trinitario. Un análisis meticuloso de estos textos inspirados revela una clara delineación de las tres personas divinas —Padre, Hijo y Espíritu Santo— en una relación distinta pero unida en su esencia divina. Lejos de respaldar una visión unitaria de Dios, estas epístolas desmontan con rigor la doctrina de la unicidad, al evidenciar que las Escrituras no solo permiten, sino que exigen, una comprensión trinitaria para captar plenamente la naturaleza de Dios.

.La Trinidad en 1 Pedro

En 1 Pedro, la doctrina de la Trinidad se manifiesta de manera implícita pero clara en el saludo inicial y en varios pasajes que destacan las funciones distintivas de las tres personas divinas. En 1 Pedro 1:2, Pedro escribe: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.” Este versículo presenta una estructura trinitaria: el Padre como origen del plan de salvación, el Espíritu como agente de santificación y el Hijo como mediador redentor. La distinción funcional de las tres personas no implica división en la esencia divina, sino una cooperación armónica en la economía de la salvación (Berkhof, 1996, p. 89). La mención explícita de las tres personas en un solo versículo refuta la perspectiva unicitarista, que concibe a Dios como una única persona que asume distintos roles, ya sean sucesivos o simultáneos. El texto, en cambio, presupone la coexistencia real y diferenciada del Padre, del Hijo y del Espíritu (Carson, 2005, p. 103).

1 Pedro 1:3 declara: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” Este versículo, en su doxología inicial, exalta al “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”, estableciendo una distinción relacional entre el Padre y el Hijo que fundamenta la doctrina trinitaria. La frase “Dios y Padre” denota al Padre como la fuente de la acción divina, mientras que Jesucristo, identificado como “nuestro Señor”, actúa como el agente mediador, reflejando una distinción de personas dentro de la unidad divina.

La resurrección, un evento central en 1 Pedro 1:3, evidencia la cooperación entre el Padre y el Hijo. Según Hechos 2:32 y Romanos 6:4, el Padre resucita a Cristo, pero Juan 10:18 (“Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”) revela que el Hijo participa activamente en su propia resurrección. Esta interacción demuestra una distinción funcional entre las personas divinas, manteniendo su igualdad ontológica, ya que ambas comparten la misma autoridad divina en la obra de la resurrección.

Aunque el Espíritu Santo no se menciona explícitamente en 1 Pedro 1:3, la obra de regeneración (“nos hizo renacer”) implica su acción, conforme a Juan 3:5-6 (“lo que es nacido del Espíritu es espíritu”) y Tito 3:5, que asocian el nuevo nacimiento con el Espíritu. El principio hermenéutico de la analogia fidei permite interpretar este versículo a la luz de 1 Pedro 1:2, donde el Espíritu es el agente de santificación, sugiriendo una obra trinitaria implícita en la que las tres personas cooperan. La ausencia explícita del Espíritu en 1 Pedro 1:3 no debilita la doctrina trinitaria, pues la revelación bíblica, en su conjunto, integra a las tres personas, como en Mateo 28:19.

En 1 Pedro 1:5-7 se afirma que somos «guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación… en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.» Dicho texto sustenta un argumento trinitario al distinguir al Padre y al Hijo en roles teológicos diferenciados, refutando el unicitarismo que niega la pluralidad de personas en la deidad. El «poder de Dios» denota la soberanía providencial del Padre, mientras que Jesucristo, como objeto de la fe y fundamento de la salvación (v. 7; cf. 1:18-19), ejerce la mediación redentora. Esta distinción de funciones —Padre como protector, Hijo como mediador— implica una pluralidad ontológica y relacional dentro de la esencia divina, incompatible con la concepción unicitarista de un solo ente en distintos modos.

En 1 Pedro 1:11-12, se describe al Espíritu Santo como el «Espíritu de Cristo» que inspiró a los profetas del Antiguo Testamento, revelando de antemano los sufrimientos y la gloria de Cristo. Esta designación no solo afirma la deidad de Cristo, al identificarlo como la fuente del Espíritu que actúa en los profetas, sino que también subraya la distinción personal entre Cristo y el Espíritu Santo, ya que el término «Espíritu de Cristo» implica una relación interpersonal en la que el Espíritu procede de Cristo, pero no es idéntico a Él. Esta distinción ontológica entre las personas divinas es incompatible con el unicitarismo, que reduce a Dios a una sola persona que asume diferentes roles sin una pluralidad real de personas. En cambio, el pasaje refleja una dinámica trinitaria en la que las tres personas —Padre, Hijo y Espíritu— operan en unidad pero con funciones diferenciadas. La obra de la redención, según Pedro, es un acto coordinado: el Padre planea la salvación (1:2), el Hijo la ejecuta mediante su sufrimiento y resurrección (1:3, 11), y el Espíritu la revela y aplica al inspirar a los profetas y capacitar a los predicadores del evangelio (1:12). Esta interdependencia funcional, donde cada persona contribuye de manera única a la soteriología, refuerza la teología trinitaria como el fundamento esencial de la doctrina cristiana de la salvación, destacando la unidad de propósito y la distinción de roles dentro de la Trinidad (Erickson, 2013, p. 352; Grudem, 1994, p. 246). Además, la preexistencia de Cristo, implícita en su relación con el Espíritu que actuó en los profetas antes de su encarnación, reafirma su naturaleza divina y su papel eterno en el plan redentor, consolidando aún más la incompatibilidad con perspectivas que niegan la pluralidad de personas en la deidad.

Además, el versículo 12 especifica que el Espíritu Santo fue «enviado del cielo», lo que refuerza la pluralidad de personas en la deidad, pues la acción de enviar implica un emisor distinto del enviado. Si no existiera una distinción de personas, ¿quién enviaría al Espíritu? Esta referencia sugiere la participación activa del Padre o del Hijo (o ambos) en el envío del Espíritu, evidenciando una dinámica relacional dentro de la Trinidad. Esta distinción ontológica entre las personas divinas es incompatible con el unicitarismo, que reduce a Dios a una sola persona que asume diferentes roles sin una pluralidad real de personas. En cambio, el pasaje refleja una dinámica trinitaria en la que las tres personas —Padre, Hijo y Espíritu— operan en unidad pero con funciones diferenciadas. La obra de la redención, según Pedro, es un acto coordinado: el Padre planea la salvación (1:2), el Hijo la ejecuta mediante su sufrimiento y resurrección (1:3, 11), y el Espíritu la revela y aplica al inspirar a los profetas y capacitar a los predicadores del evangelio (1:12).

En 1 Pedro 1:17, se menciona al «Padre» como aquel que «sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno». Esta descripción del Padre como juez implica una función específica y distinta dentro de la economía divina. Posteriormente, en los versículos 19-20, se alude a Cristo como el «cordero sin mancha y sin contaminación», cuya sangre preciosa es el medio de redención. La distinción entre el Padre, quien juzga, y Cristo, quien redime, sugiere una relación funcional y personal entre dos entidades distintas. El unicitarismo, al negar la distinción de personas, tendría dificultad para explicar cómo un solo Dios, sin distinción personal, puede desempeñar simultáneamente roles tan diferenciados como el de juez y el de sacrificio redentor.

Además, en el versículo 21, se afirma que los creyentes, «por él [Cristo], creéis en Dios, que le resucitó de los muertos y le ha dado gloria». Aquí, el pronombre «él» (αὐτοῦ en el griego) se refiere claramente a Cristo, mientras que «Dios» (θεός) es el que resucita a Cristo y le otorga gloria. La distinción gramatical entre Cristo y Dios en este versículo es evidente, ya que el texto no identifica a Cristo como el mismo Dios que lo resucita, sino que presenta a Cristo como el medio a través del cual se accede a Dios. Esta distinción es incompatible con el unicitarismo, que sostiene que Cristo es simplemente una manifestación del Padre, no una persona distinta.

El versículo 22 introduce un tercer elemento: el Espíritu, mediante el cual las almas de los creyentes son purificadas «por la obediencia a la verdad». La mención del Espíritu (πνεύμα en el griego) como agente activo en la santificación de los creyentes implica una función distinta de la del Padre (juez) y del Hijo (redentor). En el marco trinitario, esta referencia al Espíritu Santo como un agente divino activo refuerza la distinción de personas dentro de la deidad. El unicitarismo, sin embargo, reduce al Espíritu a un «modo» o «fuerza» de Dios, lo que no explica adecuadamente su papel activo y personal en la purificación de los creyentes, como se describe en el texto.

El versículo 20 declara que Cristo fue «destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los últimos tiempos». Esta afirmación de la preexistencia de Cristo plantea un desafío directo al unicitarismo. Si Cristo es meramente un modo temporal del Padre, como sostiene el unicitarismo, no se puede hablar de su preexistencia como una entidad distinta antes de la creación. En contraste, la doctrina trinitaria afirma que el Hijo, como segunda persona de la Trinidad, existe eternamente junto al Padre, lo cual es coherente con el lenguaje de 1 Pedro 1:20.

El pasaje, en su totalidad, refleja una economía trinitaria en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cumplen roles distintos pero coordinados en la redención y santificación de los creyentes. El unicitarismo, al negar la distinción de personas, no puede dar cuenta de la interacción relacional implícita en el texto, como la del Padre que resucita al Hijo o la del Espíritu que purifica a los creyentes. Además, la atribución de gloria al Hijo por parte del Padre (v. 21) sugiere una relación de mutuo honor que es más coherente con la distinción personal que con la unicidad modalista.

La Trinidad en 2 Pedro

En 2 Pedro, la doctrina trinitaria se evidencia en la elevada cristología y las referencias al Espíritu Santo como agente divino. En 2 Pedro 1:1-2, el apóstol presenta su salutación inicial, identificándose como «siervo y apóstol de Jesucristo» y dirigiéndose a los destinatarios que han recibido «una fe igualmente preciosa» por la justicia de «nuestro Dios y Salvador Jesucristo.» Este pasaje identifica a Cristo con la deidad plena, utilizando la construcción gramatical Granville Sharp, que en griego implica que «Dios» y «Salvador» se refieren a la misma persona, Jesucristo (Wallace, 1996, p. 270). ¿De qué estamos hablando aquí?

La Gran Regla de Granville Sharp es una norma gramatical del griego koiné que tiene implicaciones significativas en la interpretación de ciertos textos del Nuevo Testamento, particularmente en debates teológicos sobre la deidad de Cristo. Esta regla, formulada por el erudito Granville Sharp en el siglo XVIII, se aplica a construcciones gramaticales específicas en las que dos sustantivos singular, no propios, conectados por el artículo definido griego (ὁ) y la conjunción καί («y»), sin el artículo repetido antes del segundo sustantivo, se refieren a la misma entidad. En otras palabras, cuando dos sustantivos están unidos de esta manera, el artículo definido que precede al primer sustantivo cubre ambos, indicando que describen a una sola persona o cosa.

En 2 Pedro 1:1, el texto griego dice:

Συμεὼν Πέτρος δοῦλος καὶ ἀπόστολος Ἰησοῦ Χριστοῦ τοῖς ἰσοτίμοις ἡμῖν λαχοῦσιν πίστιν ἐν δικαιοσύνῃ τοῦ Θεοῦ ἡμῶν καὶ Σωτῆρος Ἰησοῦ Χριστοῦ (Traducción literal: «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han recibido una fe de igual privilegio que la nuestra, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo.»)

Aquí, la construcción relevante es τοῦ Θεοῦ ἡμῶν καὶ Σωτῆρος Ἰησοῦ Χριστοῦ («nuestro Dios y Salvador Jesucristo»). Según la regla de Granville Sharp, dado que «Dios» (Θεός) y «Salvador» (Σωτήρ) son sustantivos singular, no propios, están conectados por καί, y solo hay un artículo definido (τοῦ) antes de «Dios», ambos términos se refieren a la misma persona: Jesucristo. Por lo tanto, en este versículo, Pedro está identificando a Jesucristo como tanto «Dios» como «Salvador». Esta interpretación es significativa en teología, ya que apoya la afirmación de la deidad de Cristo, al equipararlo directamente con Θεός (Dios).

Un contraste notable ocurre apenas un versículo después, en 2 Pedro 1:2. En 2 Pedro 1:2, el texto griego dice:

χάρις ὑμῖν καὶ εἰρήνη πληθυνθείη ἐν ἐπιγνώσει τοῦ Θεοῦ καὶ Ἰησοῦ τοῦ Κυρίου ἡμῶν (Traducción literal: «Gracia y paz os sean multiplicadas en el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor.»)

En este versículo, la construcción gramatical es diferente. Aquí, «Dios» (τοῦ Θεοῦ) y «Jesús» (Ἰησοῦ) están separados por la conjunción καί, pero cada uno tiene su propio artículo definido implícito o explícito en el contexto. Además, «Jesús» es un nombre propio, lo que lo excluye de la aplicación estricta de la regla de Granville Sharp. Esta estructura sugiere una distinción entre las dos personas: «Dios» (refiriéndose al Padre) y «Jesús nuestro Señor». Por lo tanto, mientras que en el versículo 1 se identifica a Jesucristo como «Dios y Salvador», en el versículo 2 se hace una distinción entre el Padre (Dios) y Jesús (el Señor), reflejando una perspectiva trinitaria en la que ambas personas son divinas pero distintas.

La diferencia entre estos dos versículos ilustra cómo la gramática griega puede influir en la interpretación teológica. En 2 Pedro 1:1, la aplicación de la regla de Granville Sharp refuerza la deidad de Cristo al presentarlo como «Dios y Salvador». En 2 Pedro 1:2, la construcción gramatical distingue al Padre y al Hijo, manteniendo la unidad de propósito (el conocimiento de ambos lleva a la gracia y la paz) pero reconociendo su distinción personal. Esta combinación refleja la teología trinitaria temprana, que afirma la deidad de Cristo mientras mantiene la distinción de personas dentro de la Trinidad.

Sin embargo, 2 Pedro 1:1-2 no es el único pasaje pro-trinitario en dicha epístola. El relato de 2 Pedro 1:16-18, que rememora la transfiguración de Jesucristo, ofrece una de las alusiones más claras a la distinción entre Dios Padre y Jesucristo en la epístola. Pedro declara que no siguió «fábulas artificiosas» al proclamar el poder y la venida de Cristo, sino que fue testigo ocular de su majestad, cuando «recibió de Dios Padre honra y gloria» y una voz desde la «magnífica gloria» proclamó: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Este pasaje, que evoca el evento narrado en Mateo 17:1-8, subraya la relación filial entre el Padre, quien habla desde el cielo, y el Hijo, quien es glorificado en el monte santo. La voz divina establece una clara distinción ontológica y funcional: el Padre es la fuente de la declaración, mientras que el Hijo es el objeto de honra (Green, 2008, p. 215). Aunque el Espíritu Santo no es mencionado directamente, la presencia divina en la nube de gloria, según paralelos sinópticos, podría implicar su acción (Schreiner, 2003, p. 317). Este texto no solo refuerza la cristología de 2 Pedro, sino que también prefigura una comprensión trinitaria al destacar la interacción entre el Padre y el Hijo en un contexto de revelación divina.

En relación con el Espíritu Santo, 2 Pedro 1:21 afirma que «nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo». Este pasaje introduce explícitamente al Espíritu Santo como una persona divina distinta, con un rol activo en la inspiración de las Escrituras. La expresión «inspirados por el Espíritu Santo» (griego: pheromenoi hypo pneumatos hagiou) subraya su voluntad divina, distinguiéndolo de los profetas humanos y, por extensión, de las otras personas de la Trinidad (Neyrey, 1993, p. 178). Aunque el Padre y el Hijo no son mencionados directamente en este versículo, el contexto de la epístola, que ya ha establecido sus roles (1:1-2, 1:16-18), sugiere una armonía trinitaria: el Espíritu actúa en concordancia con la voluntad del Padre y la misión del Hijo. Este énfasis en la inspiración divina refuerza la autoridad de las Escrituras y posiciona al Espíritu como un agente indispensable en la revelación, complementando las referencias al Padre y al Hijo en los pasajes previos (Bauckham, 1983, p. 233).

La Segunda Epístola de Pedro, a través de los pasajes 1:1-2, 1:16-18 y 1:21, ofrece un testimonio implícito pero significativo de la distinción de personas dentro de la Trinidad. El reconocimiento de la divinidad de Cristo, junto con las referencias al Padre (2 Pedro 1:17) y al Espíritu como inspirador de las Escrituras (2 Pedro 1:21), establece un marco trinitario donde las tres personas son distintas pero unidas en propósito y naturaleza (Horton, 2011, p. 421). Aunque no articula una fórmula trinitaria explícita, la epístola presenta a Dios Padre como la fuente de autoridad y gloria, a Jesucristo como el Hijo amado y Salvador, y al Espíritu Santo como el inspirador de la revelación profética. Estos textos, leídos en conjunto, reflejan una teología trinitaria incipiente que, aunque no sistematizada, es coherente con el desarrollo doctrinal del cristianismo primitivo. La interacción entre las tres personas divinas en 2 Pedro invita a una reflexión profunda sobre su unidad y distinción, un tema que resonará en los concilios teológicos posteriores (Kelly, 1978, p. 112).

Las epístolas petrinas rechazan el unicitarismo

El unicitarismo contradice directamente las epístolas de Pedro y éstas, a su vez, repudian el unicitarismo. En 1 Pedro 1:2, la mención simultánea de las tres personas en el plan de salvación implica una distinción relacional que el unicitarismo no puede sostener sin forzar el texto. Si Dios fuera una sola persona que cambia de “máscara” según la ocasión, la afirmación de Pedro de que el Padre conoce, el Espíritu santifica y el Hijo redime carecería de sentido, pues no habría distinción funcional ni relacional (Berkhof, 1996, p. 93).

Además, el unicitarismo fracasa en explicar la interacción interpersonal entre las personas de la Trinidad, como se ve en 1 Pedro 1:11, donde el Espíritu de Cristo actúa en los profetas. La relación entre Cristo y el Espíritu sugiere una distinción personal, no un simple cambio de modo. Asimismo, el unicitarismo no puede reconciliar la elevada cristología de 2 Pedro 1:1 con la distinción del Padre y el Espíritu en otros pasajes, ya que su teología colapsa la pluralidad divina en una unidad monádica, contradiciendo la enseñanza bíblica de un Dios trino (Carson, 2005, p. 108).

La distinción de personas en la Trinidad permite una comprensión más rica de la salvación, donde el Padre planea, el Hijo ejecuta y el Espíritu aplica la redención. Esta cooperación trinitaria es central en la teología petrina y refleja la enseñanza apostólica más amplia (Erickson, 2013, p. 360). En la teología petrina, la unidad de Dios no elimina la pluralidad personal, un equilibrio que ha sido defendido desde los concilios de Nicea y Constantinopla (Horton, 2011, p. 430). Frente al unicitarismo, estas epístolas destacan la distinción personal y funcional del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, refutando cualquier noción de modalismo. La teología petrina, en su profundidad y claridad, invita a los creyentes a adorar al Dios trino, cuya naturaleza relacional es el fundamento de la fe cristiana (Grudem, 1994, p. 247).

Referencias:

  • Bauckham, R. J. (1983). Jude, 2 Peter (Word Biblical Commentary). Word Books.
  • Berkhof, L. (1996). Systematic theology. Eerdmans Publishing.
  • Carson, D. A. (2005). The gospel according to John. Eerdmans Publishing.
  • Davids, P. H. (2006). The letters of 2 Peter and Jude (The Pillar New Testament Commentary). Eerdmans Publishing.
  • Erickson, M. J. (2013). Christian theology (3rd ed.). Baker Academic.
  • Green, G. L. (2008). Jude and 2 Peter (Baker Exegetical Commentary on the New Testament). Baker Academic.
  • Grudem, W. (1994). Systematic theology: An introduction to biblical doctrine. Zondervan.
  • Horton, M. (2011). The Christian faith: A systematic theology for pilgrims on the way. Zondervan.
  • Kelly, J. N. D. (1978). Early Christian doctrines (5th ed.). Harper & Row.
  • Neyrey, J. H. (1993). 2 Peter, Jude: A new translation with introduction and commentary (Anchor Bible). Doubleday.
  • Schreiner, T. R. (2003). 1, 2 Peter, Jude (The New American Commentary). Broadman & Holman.
  • Wallace, D. B. (1996). Greek grammar beyond the basics: An exegetical syntax of the New Testament. Zondervan.

Otras fuentes consultadas:

  • Carson, D. A. (1998). The inclusive language debate: A plea for realism. Baker Books.
  • Harris, M. J. (1992). Jesus as God: The New Testament use of Theos in reference to Jesus. Baker Academic.
  • Metzger, B. M. (1994). A textual commentary on the Greek New Testament (2ª ed.). Deutsche Bibelgesellschaft.
  • Mounce, W. D. (2009). Basics of Biblical Greek grammar (3ª ed.). Zondervan.
  • Robertson, A. T. (1934). A grammar of the Greek New Testament in the light of historical research. Broadman Press.

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