Por Fernando E. Alvarado
¿Han sido algunos predeterminados a salvación sin que puedan perderse bajo ninguna circunstancia? O por el contrario ¿Han sido algunos irremediablemente predeterminados a la condenación eterna sin tengan alguna oportunidad de salvación? La verdad es clara a través de las Escrituras.

Dios quiere que todos los seres humanos sean salvos, verdad que la Biblia presenta repetidas veces (Lucas 19:10; Juan 3:16; Romanos 10:11–13; Hebreos 2:9; 2 Pedro 3:9; Apocalipsis 22:17). El propósito salvador eterno de Dios fue expresado por el propio Jesús: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10); es decir, que Él quiere salvar a todos los seres humanos. Al principio del evangelio de Juan, Jesús es presentado como «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Más adelante encontramos el gran tema del Evangelio: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
De igual manera, las epístolas paulinas insisten en el plan de Dios para una redención universal: «Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1Timoteo 2:3–4). «Dios… es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» (1 Timoteo 4:10). «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres» (Tito 2:11). Esta gracia es la llamada preventiva, la gracia que nos proporciona Dios antes de la salvación, atrayendo a todos los seres humanos a la salvación y capacitándolos para aceptar o rechazar su ofrecimiento. Después de hacer numerosas expresiones de este tipo acerca del ofrecimiento universal de la salvación por parte de Dios, la Biblia termina de una manera muy adecuada con una invitación final dirigida a toda la humanidad: «Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Apocalipsis 22:17).

MALINTERPRETANDO LA BIBLIA
Lamentablemente, algunas tradiciones cristianas han llegado a un concepto tal de la soberanía de Dios, que afirma que solo un número limitado de seres humanos pueden responder al ofrecimiento hecho por Dios en cuanto a la salvación. Estas tradiciones sostienen además que el sacrificio expiatorio de Cristo no está destinado a todos. Dan por sentado que la soberanía de Dios decretó desde la eternidad pasada la elección exclusiva de un número limitado de personas para la salvación. Esta creencia tiene sus raíces en varios pasajes bíblicos que ciertamente ponen de relieve la soberanía de Dios en su actividad salvadora. Por ejemplo, las palabras de Jesús en el evangelio de Juan señalan con claridad que el Padre debe actuar para atraer a los humanos a sus propósitos en cuanto a la elección (6:37, 44, 65). Otro texto que se menciona con frecuencia es Romanos 9:11–18, que habla de la visión previa de Dios en las vidas de Jacob y Esaú, y destaca su soberana elección de Jacob, y no de Esaú. La metáfora bíblica del control soberano del alfarero sobre el barro sigue a este pasaje, y suele ser citada para apoyar el concepto de la absoluta soberanía de Dios en la realización de la salvación humana (9:20–21).
No obstante, aunque estos pasajes enseñan ciertamente que Dios es soberano en todo lo que hace, no constituyen una negación de la libertad humana para responder al Evangelio. La elección de Jacob sobre Esaú indicaba que Dios sabía de antemano lo que haría cada uno de ellos. La historia sagrada del Génesis relata vivamente la historia de las decisiones personales del propio Jacob mientras luchaba con Dios y le respondía con una fe vacilante. La imagen del alfarero es una elocuente y poderosa descripción de la soberanía de Dios, pero los singulares esfuerzos del alfarero para crear una vasija de calidad no llevan en absoluto la intención de enseñar que Dios pase por alto de forma deliberada a ciertas personas, con lo cual las estaría dejando perdidas para toda la eternidad. Pasajes como estos no contradicen el «todo aquel que en él cree» de Juan 3:16, ni la provisión de Dios para todos, tal como se expresa con tanta frecuencia a lo largo de toda la Biblia.

El apóstol Pablo puso en una perspectiva divina los propósitos salvadores de Dios al escribir: «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29). En este pasaje crucial, no se muestra que Dios le esté negando a la humanidad la libertad y la capacidad para escoger. Lo que Pablo muestra es que Dios ha hecho provisión desde la eternidad para aquellos que Él ha visto de antemano que responderían al Evangelio y creerían en Cristo. El verbo griego traducido como «conocer antes» (proguinōskō) manifiesta el hecho de que Dios conoce a los seres humanos desde la eternidad. También es importante notar que el verbo «conocer» (griego, guinōskō; hebreo yadá), cuando se refiere a Dios con respecto a los seres humanos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, expresa una riqueza de amor y de misericordia que se refleja en las relaciones maritales sanas de sus criaturas humanas. Un pasaje citado con frecuencia para ilustrar esto es el siguiente: «A vosotros solamente he conocido [hebreo, yadá; griego de la Septuaginta, guinōskō] de todas las familias de la tierra» (Amós 3:2), en el cual se expresa el amoroso conocimiento previo de Israel por Dios y su elección. Pedro, inspirado por el Espíritu, usó el nombre correspondiente a este verbo proguinōskō, amorosamente selectivo, cuando se dirigió a los creyentes dispersos por el vasto Imperio Romano como «elegidos según la presciencia [prognosis] de Dios Padre» (1 Pedro 1:1–2).

LA PRESCIENCIA DE DIOS NO IMPLICA PREDETERMINISMO
La presciencia de Dios es un ejercicio de su omnisciencia (el conocimiento de todo), más que de su omnipotencia (poderlo todo). El conocimiento por parte de Dios de todo lo que va a suceder no equivale a hacerlo suceder sin tener en cuenta el libre albedrío de una persona. El hecho de suponer que si Dios tiene el derecho de hacer algo, esto exige que Él ejercite ese derecho (pasar por alto a ciertas personas, y de esa manera condenarlas, como enseñan algunos), en lugar de resaltar su soberanía, la disminuye. Esta creencia errónea limita la santidad y la justicia de Dios. No refleja su bondadoso amor y su misericordia hacia todas sus criaturas humanas.
Por consiguiente, es importante que comprendamos la diferencia entre la predestinación, que es un concepto bíblico, y el predeterminismo, que no lo es. La predestinación le da la seguridad en cuanto a su destino eterno al pueblo de Dios (el cuerpo corporativo de Cristo), del cual Él sabía de antemano desde la eternidad que respondería a la convicción de su Espíritu y aceptaría su provisión redentora en Cristo (Juan 14:2). En cambio, el predeterminismo afirma que Dios ha decidido previamente las acciones y el destino individuales de todos los seres humanos, sin tener en cuenta su decisión de creer. Esta distinción entre ambos términos queda ilustrada en Ester 4:13–14, cuando Mardoqueo le advierte a Ester: «No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» Dios había predestinado la supervivencia (corporativa) de Israel, pero no había predeterminado el destino (personal) de Ester: ese estaba en manos de ella misma. Proveería un plan de salvación o escape para el pueblo corporativo de Dios, pero la participación individual era cuestión de decisión personal.

LA SALVACIÓN ESTÁ AL ALCANCE DE TODOS
En su bondadosa y misericordiosa soberanía, Dios determinó desde la eternidad pasada las condiciones para mostrar su misericordia, y nos proveyó un plan de salvación por medio del cual todos podemos ser salvos (Hebreos 2:9). En este plan son tomadas en consideración las decisiones libres de los seres humanos, capacitados por el Espíritu Santo, de manera que los creyentes son escogidos en Cristo teniendo como base su conocimiento previo (Romanos 8:29; Efesios 1:4). La salvación se halla al alcance de todo aquel que decida responder en fe al Evangelio, y a la provisión universal de la gracia preventiva por Dios.
