Por Fernando E. Alvarado.
El metodismo, como movimiento religioso, surgió en el siglo XVIII en el contexto de la Inglaterra anglicana, liderado principalmente por John Wesley y, en menor medida, por su hermano Charles Wesley y George Whitefield. Sin embargo, dentro del metodismo existieron corrientes teológicas divergentes, particularmente en lo que respecta a la soteriología. Mientras que John Wesley abrazó una soteriología arminiana, George Whitefield defendió una perspectiva calvinista. Esta aparente convivencia entre dos corrientes distintas dentro del metodismo, ha dado lugar al fantaseo, en ciertos círculos pentecostales (comprometidos más bien con el calvinismo que con su propia identidad pentecostal), a la promoción de la quimera teológica que denominan “pentecostalismo reformado”
Para los pentecostales enteramente comprometidos con su tradición pentecostal y arminiana, la idea de utilizar la existencia histórica de los metodistas calvinistas como pretexto para abolir la soteriología arminiana del pentecostalismo y promover una supuesta compatibilidad entre el calvinismo y el pentecostalismo es, en pocas palabras, un adefesio teológico. Los metodistas calvinistas, como George Whitefield, representan una excepción minoritaria dentro de un movimiento mayoritariamente arminiano, y su existencia no justifica la fusión de dos tradiciones teológicas profundamente divergentes. El pentecostalismo, heredero del arminianismo wesleyano, se fundamenta en la libertad humana, la responsabilidad personal y la experiencia dinámica del Espíritu Santo, elementos que chocan frontalmente con la soteriología calvinista de la elección incondicional y la gracia irresistible. Y eso es apenas el principio. Pretender que estas tradiciones son compatibles es ignorar sus raíces históricas, sus principios teológicos y sus implicaciones prácticas, resultando en una mezcla incoherente que diluye la identidad distintiva del pentecostalismo y desvirtúa su esencia espiritual y misionera.
En una época de eclecticismo insano, en donde se sacrifica la integridad teológica en nombre de la falsa unidad y la tolerancia que busca fusionar movimientos divergentes, se vuelve necesario explorar el origen y desarrollo del metodismo calvinista, los elementos que lo separaron del metodismo wesleyano, y por qué su existencia no sirve como argumento para defender la unión de la soteriología calvinista con la teología y el movimiento pentecostal. Además, se vuelve necesario analizar por qué la soteriología y la teología reformada son incompatibles con el pentecostalismo, y cómo, a largo plazo, la identidad pentecostal se diluye cuando se fusiona con tradiciones teológicas ajenas a su esencia.

ORIGEN Y DESARROLLO DEL METODISMO CALVINISTA
El metodismo calvinista tiene sus raíces en la figura de George Whitefield, quien, a diferencia de John Wesley, abrazó la doctrina de la elección incondicional y la gracia irresistible, pilares de la teología reformada. Whitefield y Wesley colaboraron inicialmente en el avivamiento evangélico del siglo XVIII, pero sus diferencias teológicas los llevaron a separarse. Whitefield creía que la salvación era obra exclusiva de Dios, mientras que Wesley enfatizaba la cooperación humana mediante la gracia preveniente (Heitzenrater, 2013). Esta divergencia no solo fue teológica, sino también pastoral, ya que Whitefield consideraba que el énfasis wesleyano en la libre voluntad podía llevar a una comprensión errónea de la gracia divina (Dallimore, 1970).
El metodismo calvinista se desarrolló principalmente en círculos evangélicos que valoraban la predestinación y la soberanía divina, pero que también adoptaban el fervor evangelístico y el énfasis en la santificación propios del metodismo. Sin embargo, a diferencia del metodismo wesleyano, el metodismo calvinista nunca llegó a ser un movimiento masivo, sino que permaneció como una corriente minoritaria dentro del protestantismo (Hammett, 2005).
ELEMENTOS QUE SEPARARON AL METODISMO CALVINISTA DEL WESLEYANO
La principal diferencia entre el metodismo calvinista y el wesleyano radica en su soteriología. Mientras que el metodismo wesleyano se basa en el arminianismo, que enfatiza la gracia preveniente y la capacidad humana de responder al llamado de Dios, el metodismo calvinista sostiene que la salvación es enteramente obra de Dios, sin participación humana (Wesley, 1872). ¿Cómo afectó tal diferencia a ambas ramas del metodismo? ¿Acaso no es esta una diferencia menor que podría dejarse de lado? Me temo que no es tan sencillo. A menudo, las doctrinas que muchos consideran secundarias tienden, a largo plazo, a determinar el éxito o fracaso de un movimiento, así como vitalidad e impacto en la sociedad y en la vida de sus adherentes. ¿A qué me refiero con esto? Pues bien… basta con considerar el impacto de tales diferencias en 5 áreas clave: doctrina, praxis cristiana, espiritualidad, evangelismo y misiones.
En el metodismo wesleyano (abuelo espiritual del pentecostalismo), la santidad activa y progresiva implica que la salvación no es solo un evento inicial, sino un proceso continuo de transformación moral y espiritual. Wesley enseñó la perfección cristiana, entendida como un amor perfecto hacia Dios y el prójimo, que se alcanza mediante la obra del Espíritu Santo y la cooperación humana con la gracia divina (Collins, 2007). Esto lleva a una teología dinámica, centrada en la posibilidad de vivir una vida victoriosa sobre el pecado. En el metodismo calvinista, por otro lado, al enfatizar la seguridad de la salvación basada en la elección divina, el foco teológico se desplaza hacia la soberanía de Dios y la perseverancia de los santos. La santificación se entiende más como un resultado inevitable de la elección divina que como un proceso activo de cooperación humana (Hammett, 2005). Esto puede llevar a una teología más estática, donde la seguridad de la salvación es el centro, y la santificación se ve como un fruto automático de la gracia.
En la práctica, la idea de una santidad progresiva impulsa a los creyentes a buscar constantemente una mayor consagración y madurez espiritual. Esto se refleja en prácticas como las reuniones de clases, los cultos de santidad y el énfasis en la disciplina espiritual (Heitzenrater, 2013). Además, el metodismo wesleyano promueve un activismo social y evangelístico, ya que la gracia preveniente permite creer en la posibilidad de que todos respondan al evangelio. Por otro lado, al enfatizar la seguridad de la salvación, el metodismo calvinista tiende a centrarse más en la predicación de la soberanía de Dios y la elección. Esto puede llevar a una praxis menos enfocada en el perfeccionamiento personal y más en la afirmación de la fe como garantía de salvación. Además, el calvinismo puede generar un enfoque más pasivo en la evangelización, ya que la elección divina parece limitar la responsabilidad humana en la conversión de los no creyentes (Olson, 1999).

La espiritualidad wesleyana también difiere sustancialmente de la espiritualidad calvinista. La espiritualidad wesleyana es experiencial y transformadora. Los creyentes buscan una relación viva con Dios, manifestada en una vida de santidad y servicio. Esto incluye un énfasis en la oración ferviente, el estudio bíblico y la participación activa en la comunidad de fe (Synan, 1997). La espiritualidad calvinista, por otro lado, tiende a ser más intelectual y doctrinal, enfocada en la seguridad de la salvación y la gratitud por la gracia divina. Aunque también valora la oración y la lectura bíblica, el énfasis en la elección puede llevar a una espiritualidad menos enfocada en la transformación personal y más en la aceptación de la voluntad soberana de Dios (Horton, 2011).
El metodismo wesleyano, al ser puramente arminiano, impulsa un evangelismo activo, ya que cree que todos pueden responder al llamado de Dios. Esto llevó a los metodistas wesleyanos a ser pioneros en misiones y en la predicación al aire libre, con un fuerte compromiso social (Dallimore, 1970). El calvinismo, al enfatizar la elección, puede generar un enfoque más fatalista en la misión. Aunque algunos calvinistas han sido grandes misioneros, un vistazo a la realidad global de las iglesias calvinistas ha demostrado que existe el riesgo real y enorme de que la doctrina de la elección desincentive el evangelismo activo, al asumir que solo los elegidos responderán (McGrath, 2007).
Estas diferencias teológicas y prácticas terminaron por separar a ambos movimientos. El metodismo wesleyano se consolidó como un movimiento dinámico, centrado en la santidad y el activismo misionero, mientras que el metodismo calvinista, aunque influyente, nunca alcanzó la misma expansión, al estar más enfocado en la seguridad de la salvación y la soberanía divina. Estas divergencias no solo reflejan diferencias doctrinales, sino también visiones opuestas sobre la naturaleza de la gracia, la responsabilidad humana y el propósito de la vida cristiana (Pinson, 2003).
Además, el metodismo wesleyano desarrolló una pneumatología distintiva, enfocada en la obra del Espíritu Santo en la santificación y la perfección cristiana, algo que el metodismo calvinista no adoptó con el mismo énfasis (Collins, 2007). ¿Casualidad? ¡No lo creo! Es más bien un patrón que se ha repetido una y otra vez en grupos que, a pesar de su herencia pentecostal, transigen con el calvinismo: la pneumatología termina en la hoguera de Calvino.
John Wesley enfatizó la obra del Espíritu Santo no solo en la conversión inicial, sino también en el proceso de santificación, entendido como una transformación progresiva del creyente hacia la perfección cristiana. Para Wesley, la perfección no significaba impecabilidad, sino un corazón lleno de amor perfecto hacia Dios y el prójimo, alcanzable mediante la gracia y la cooperación humana (Collins, 2007). Esta pneumatología es experiencial y transformadora, ya que el Espíritu Santo actúa en el creyente para purificar su corazón y capacitarlo para una vida de santidad.
Wesley también experimentó momentos de intensa manifestación del Espíritu Santo, como su famosa experiencia en la reunión de la calle Aldersgate, donde sintió su corazón «extrañamente calentado» al escuchar la lectura de Lutero sobre la justificación por la fe (Heitzenrater, 2013). Estas experiencias pneumáticas moldearon su teología y práctica, llevándolo a valorar la dimensión emocional y experiencial de la fe.
En contraste, el calvinismo tradicional tiende a enfatizar una teología más intelectual y doctrinal. Aunque el calvinismo reconoce la obra del Espíritu Santo, su enfoque está más en aspectos teológicos y filosóficos que en la experiencia personal y emocional de la fe (Horton, 2011). Esto ha llevado a muchas iglesias reformadas a mostrar cierto desprecio por las emociones y la adoración libre, considerándolas como potencialmente subjetivas o desordenadas.
Por ejemplo, en la tradición reformada, la liturgia tiende a ser más estructurada y centrada en la predicación, con poco espacio para manifestaciones espontáneas del Espíritu Santo. Además, el calvinismo ha sido históricamente escéptico hacia los avivamientos y las experiencias carismáticas, viéndolos como peligrosamente emocionales o contrarios a la soberanía de Dios (Olson, 1999). Esta actitud contrasta marcadamente con el metodismo wesleyano, que abrazó los avivamientos como una expresión legítima de la obra del Espíritu.
Para fortuna nuestra, los herederos de Wesley, con su ya conocido cuadrilátero wesleyano (Escritura, tradición, razón y experiencia) nos proporcionaron un marco teológico que permitió al metodismo wesleyano integrar la experiencia espiritual como una fuente válida de conocimiento teológico (Outler, 1985). Esto abrió la puerta a una fe dinámica y experiencial, donde las emociones y las manifestaciones del Espíritu Santo eran valoradas como parte integral de la vida cristiana. Sobre dicha base, el pentecostalismo actual se edificó como movimiento vivo y dinámico.
En cambio, el calvinismo, al priorizar la Escritura y la razón, tiende a minimizar el papel de la experiencia, especialmente si esta parece contradecir las doctrinas establecidas. Esta diferencia explica por qué el metodismo wesleyano pudo dar lugar a movimientos espirituales como el pentecostalismo, mientras que el calvinismo no.
Simplemente no podemos encontrar las raíces pentecostales en el metodismo calvinista. George Whitefield, aunque fue un poderoso predicador y un defensor del avivamiento, no desarrolló una pneumatología tan distintiva como la de Wesley. Su enfoque estaba más en la predicación de la elección divina y la justificación por la fe que en la santificación progresiva o las experiencias pneumáticas (Dallimore, 1970). Whitefield no tuvo una experiencia equivalente al «corazón calentado» de Wesley, y su teología no dejó espacio para la perfección cristiana o la adoración emocional.
Además, Whitefield, como cualquier otro calvinista en general, tendía a ver las manifestaciones emocionales en los avivamientos con escepticismo, temiendo que pudieran llevar al fanatismo o al desorden (Hammett, 2005). Esta actitud contrastaba con la apertura de Wesley hacia las expresiones emocionales de fe, siempre que estuvieran basadas en una experiencia genuina del Espíritu Santo. No nos extraña que ambos predicadores separaran sus movimiento pese a considerarse hermanos en la fe. Y esto es exactamente lo mismo que deberíamos hacer nosotros: Mantener la hermandad a la vez que marcamos distancia entre dos movimientos que, de intentar fusionarse, terminan en el aniquilamiento de una de las dos.
Decir que somos pentecostales y a la vez reformados es un oxímoron. Una contradicción de términos. El movimiento espiritual que dio origen al pentecostalismo solo podía surgir del metodismo wesleyano, con su énfasis en la experiencia pneumática, la santificación y la adoración libre. El metodismo wesleyano proporcionó el terreno fértil para un avivamiento que valoraba las emociones, las manifestaciones del Espíritu y la transformación personal, elementos que son centrales en el pentecostalismo (Synan, 1997).
En cambio, el calvinismo, con su enfoque en la soberanía divina y su desconfianza hacia la experiencia emocional, no podía generar un movimiento similar. Aunque el calvinismo ha producido grandes teólogos y misioneros, su énfasis en la doctrina y la estructura ha limitado su capacidad para fomentar un avivamiento dinámico y experiencial. Los hechos hablan por sí mismos: La experiencia de John Wesley y su cuadrilátero teológico permitieron una fe dinámica y transformadora, mientras que el enfoque de Whitefield y el calvinismo en la elección y la soberanía divina limitaron su capacidad para abrazar la dimensión experiencial de la fe. Por esta razón, el movimiento pentecostal solo podía ser hijo del metodismo wesleyano, y no del calvinismo.

LA INCOMPATIBILIDAD ENTRE EL METODISMO CALVINISTA Y EL PENTECOSTALISMO
Aunque el metodismo calvinista existe, su presencia no justifica la unión de la soteriología calvinista con el pentecostalismo. El pentecostalismo, como movimiento, heredó del metodismo wesleyano su soteriología arminiana, que enfatiza la libertad humana y la responsabilidad personal en la respuesta al evangelio (Arrington, 1994). Esta soteriología es incompatible con el calvinismo, que niega la capacidad humana de elegir a Dios sin la intervención previa de la gracia irresistible (Olson, 1999).
Además, la teología reformada y la praxis pentecostal difieren en aspectos fundamentales. La teología reformada enfatiza desmedidamente la soberanía de Dios en todos los aspectos de la vida, incluyendo la salvación y el desarrollo mismo de la historia humana, mientras que el pentecostalismo enfatiza la experiencia personal del Espíritu Santo y la manifestación de los dones espirituales (Horton, 2011). La tradición calvinista ha sido, en la mayoría de los casos, promotora del cesacionismo. Nuestras diferencias no son meramente académicas, sino que tienen implicaciones prácticas en áreas como la liturgia, la eclesiología y la misión.
Cuando el pentecostalismo adopta elementos de la teología reformada, su identidad distintiva se diluye. El pentecostalismo se caracteriza por su énfasis en la experiencia del Espíritu Santo, la sanidad divina, y la expectativa de un avivamiento continuo (Synan, 1997). Sin embargo, al adoptar una soteriología calvinista, el pentecostalismo pierde su énfasis en la responsabilidad humana y la posibilidad de un avivamiento espontáneo, lo que debilita su mensaje y su práctica.
A largo plazo, esta dilución puede llevar a la muerte del pentecostalismo, tal como ocurrió con el protestantismo en países europeos donde la tradición reformada prevaleció. En esos contextos, el énfasis en la soberanía divina y la predestinación llevó a una disminución del fervor evangelístico y misionero, lo que resultó en un cristianismo más institucionalizado y menos dinámico (McGrath, 2007). El pentecostalismo, si abandona su soteriología arminiana y su énfasis en la obra del Espíritu Santo, corre el riesgo de seguir el mismo camino.
EVITEMOS LA DILUCIÓN DE LA IDENTIDAD PENTECOSTAL
Si bien el metodismo calvinista compartió en sus orígenes algunos elementos con el metodismo wesleyano, siempre se distinguió por su soteriología reformada. Su existencia en un período determinado de la historia no justifica la unión de la soteriología calvinista con el pentecostalismo, ya que este último heredó del metodismo wesleyano una soteriología arminiana que es incompatible con el calvinismo. Pero esto no se limita exclusivamente a la soteriología. La teología y la praxis reformada, en general, son incompatibles con el pentecostalismo, y su adopción diluye la identidad pentecostal, debilitando su énfasis en la experiencia del Espíritu Santo y su fervor evangelístico. Para preservar su vitalidad y relevancia, el pentecostalismo debe mantener su distintiva soteriología arminiana y su énfasis en la obra dinámica del Espíritu Santo.
Hay, sin embargo, algo que sí merece ser destacado de la historia de los metodistas calvinistas. Y es que lo que le ocurrió a ellos puede muy bien repetirse hoy en aquellas iglesias pentecostales que diluyan su fe en las aguas del calvinismo. ¿A qué me refiero? Los metodistas calvinistas, al no formar un movimiento independiente y organizado como el metodismo wesleyano, terminaron integrándose en otras tradiciones reformadas. Muchos de ellos se unieron a iglesias presbiterianas, congregacionalistas o bautistas reformadas, donde su énfasis en la elección divina y la gracia irresistible encajaba mejor (Hammett, 2005). En América, por ejemplo, muchos metodistas calvinistas se unieron a iglesias reformadas que compartían su teología, como los presbiterianos y los bautistas particulares (Horton, 2011). Esto significó que, aunque sus ideas sobre la elección y la gracia continuaron influyendo, su identidad como metodistas desapareció.
Las consecuencias de tal pérdida de identidad no se hicieron esperar. Mientras que el metodismo wesleyano dio lugar al movimiento de santidad y, posteriormente, al pentecostalismo, el metodismo calvinista no desarrolló un movimiento similar (Synan, 1997). Esto se debe a que su teología, centrada en la elección y la gracia irresistible, no dejaba espacio para el énfasis wesleyano en la cooperación humana con la gracia divina.
Es justo preguntarnos: Si el metodismo calvinista se diluyó en el calvinismo más amplio, perdiendo su identidad original, ¿Creemos acaso que será diferente en nuestro caso? ¿podrá preservarse la identidad pentecostal al fusionarla con la tradición reformada? La experiencia nos ha demostrado que no. Y hay algo más que decir al respecto en contra de los intentos de crear un “pentecostalismo reformado” apelando al metodismo calvinista.

FALACIAS HISTÓRICAS Y TEOLÓGICAS
El argumento de que el pentecostalismo puede ser calvinista porque el metodismo, su «abuelo espiritual», tuvo una rama calvinista, es una falacia histórica y teológica que ignora las diferencias esenciales entre ambas tradiciones. Este razonamiento equivale a afirmar que el calvinismo podría venerar a María y a los santos porque tiene su origen en el catolicismo, o que podría aceptar al papa como líder universal porque tanto católicos como protestantes reconocen el apostolado de Pedro. Ambos ejemplos ilustran la debilidad de este argumento, ya que parten de una conexión histórica superficial para justificar una compatibilidad teológica que no existe. Es necesario considerar aquí lo siguiente:
1. El origen no determina la identidad actual:
El hecho de que el metodismo tuviera una rama calvinista no implica que el pentecostalismo, heredero del metodismo wesleyano, pueda ser calvinista. Esto sería similar a decir que, porque el calvinismo surgió del catolicismo, podría adoptar prácticas como la veneración de María o la aceptación del papado. Sin embargo, el calvinismo rechazó explícitamente estas prácticas al separarse del catolicismo, desarrollando una identidad teológica y práctica distinta (McGrath, 2007). Del mismo modo, el pentecostalismo, aunque surgió del metodismo, desarrolló una identidad única basada en su énfasis en la experiencia del Espíritu Santo, la sanidad divina y la santificación, elementos que son ajenos al calvinismo (Synan, 1997).
2. El contexto histórico no justifica la fusión:
El argumento de que el pentecostalismo puede ser calvinista porque el metodismo tuvo una rama calvinista ignora el contexto histórico y teológico de ambos movimientos. El metodismo calvinista, liderado por George Whitefield, fue una corriente minoritaria que nunca logró consolidarse como un movimiento independiente (Dallimore, 1970). Además, el pentecostalismo surgió específicamente del metodismo wesleyano y del movimiento de santidad, que rechazaban explícitamente el calvinismo (Synan, 1997). Por lo tanto, pretender que el pentecostalismo puede ser calvinista es ignorar las raíces históricas y teológicas que lo definen.
4. Analogía con el catolicismo y el calvinismo
Decir que el pentecostalismo puede ser calvinista porque el metodismo tuvo una rama calvinista es tan absurdo como afirmar que el calvinismo podría venerar a María y a los santos porque surgió del catolicismo. Aunque el calvinismo tiene sus raíces en el catolicismo, rechazó explícitamente prácticas como la veneración de María y la autoridad del papa, desarrollando una teología y una práctica distintivas (McGrath, 2007). Del mismo modo, el pentecostalismo, aunque surgió del metodismo, rechazó el calvinismo y desarrolló una identidad única basada en su énfasis en la experiencia del Espíritu Santo y la santificación.
5. La identidad distintiva del pentecostalismo:
El pentecostalismo no es simplemente una extensión del metodismo, sino un movimiento con una identidad teológica y práctica distintiva. Su énfasis en la experiencia pneumática, la sanidad divina y la expectativa del avivamiento lo separan tanto del metodismo calvinista como del calvinismo en general (Arrington, 1994). Pretender que el pentecostalismo puede ser calvinista es ignorar estas características esenciales que lo definen.
Así pues, el argumento de que el pentecostalismo puede ser calvinista porque el metodismo tuvo una rama calvinista es una mera falacia. El pentecostalismo, heredero del metodismo wesleyano, desarrolló una identidad única basada en su énfasis en la experiencia del Espíritu Santo y la santificación, elementos que son incompatibles con el calvinismo. Por lo tanto, pretender fusionar ambas tradiciones es un error histórico, teológico y práctico.

WOKISMO TEOLÓGICO Y TRAVESTISMO ESPIRITUAL
Hermano que te dices pentecostal pero tienes una agenda calvinista y apoyas la creación de un “pentecostalismo reformado”, permíteme decirte algo: En tu mente puedes ser lo que quieras, ¡Pero no intentes reescribir la historia o manipularla a tu antojo! La idea de pretender ser pentecostales reformados es, en esencia, un caso de lo que podría llamarse «wokismo teológico», donde las identidades y tradiciones se diluyen en favor de una supuesta flexibilidad que permite ser «lo que uno quiera ser» o «lo que uno siente que es», incluso a costa de reescribir la historia y violar los principios fundamentales de las tradiciones involucradas. Este enfoque no solo es anacrónico, sino también peligroso, ya que desdibuja las líneas teológicas y prácticas que han definido a movimientos como el pentecostalismo y el calvinismo durante siglos.
Y por favor, ¡no se ofendan por el término «wokismo teológico». Con él me refiero nada más a la tendencia que manifiestan algunos “falsos pentecostales” de reinterpretar o reescribir las tradiciones religiosas para adaptarlas a preferencias personales o culturales, sin considerar su coherencia histórica o teológica. Lo dije ya, y lo repito de nuevo: Pretender ser pentecostales reformados implica tomar dos tradiciones con raíces, teologías y prácticas diametralmente opuestas y fusionarlas de manera artificial. Esto es similar a decir que uno puede ser «católico protestante» o «budista cristiano», ignorando las contradicciones inherentes a estas identidades (McGrath, 2007). Por decirle de una manera jocosa, si esto fuere posible, quienes anhelan llamarse pentecostales reformados sufren nomás de un caso lamentable de pérdida de identidad, disforia espiritual y travestismo teológico.
El problema no es la evolución teológica, sino la manipulación histórica y la falta de respeto hacia las identidades distintivas de cada movimiento. El pentecostalismo y el calvinismo no son meras etiquetas que pueden mezclarse a voluntad, sino tradiciones profundamente arraigadas en contextos históricos y teológicos específicos.
REFERENCIAS:
- Arrington, F. L. (1994). Christian Doctrine: A Pentecostal Perspective. Logion Press.
- Collins, K. J. (2007). The Theology of John Wesley: Holy Love and the Shape of Grace. Abingdon Press.
- Dallimore, A. (1970). George Whitefield: The Life and Times of the Great Evangelist of the Eighteenth-Century Revival. Banner of Truth Trust.
- Hammett, J. S. (2005). Biblical Foundations for Baptist Churches: A Contemporary Ecclesiology. Kregel Publications.
- Heitzenrater, R. P. (2013). Wesley and the People Called Methodists. Abingdon Press.
- Horton, M. (2011). The Christian Faith: A Systematic Theology for Pilgrims on the Way. Zondervan.
- McGrath, A. E. (2007). Christianity’s Dangerous Idea: The Protestant Revolution—A History from the Sixteenth Century to the Twenty-First. HarperOne.
- Nettles, T. J. (2013). Living by Revealed Truth: The Life and Pastoral Theology of Charles Haddon Spurgeon. Christian Focus Publications.
- Olson, R. E. (1999). The Story of Christian Theology: Twenty Centuries of Tradition & Reform. InterVarsity Press.
- Outler, A. C. (1985). The Wesleyan Quadrilateral in John Wesley. Wesleyan Theological Journal.
- Pinson, J. M. (2003). A Wesleyan-Holiness Theology. Beacon Hill Press.
- Synan, V. (1997). The Holiness-Pentecostal Tradition: Charismatic Movements in the Twentieth Century. Eerdmans.
- Wesley, J. (1872). The Works of John Wesley. Wesleyan Methodist Book Room.