Por Fernando E. Alvarado.
La danza ha desempeñado un papel significativo en la religión y cultura judía desde tiempos antiguos, reflejando la alegría, el agradecimiento y la comunión con Dios. A diferencia de muchos grupos cristianos actuales que rechazan la danza como expresión válida de adoración en el culto público, para los hebreos (antiguos y modernos) la danza es una parte inseparable de numerosas celebraciones religiosas y culturales. Por ejemplo, festividades judías tradicionales, como Sucot y Simjat Torá, a menudo incluyen la danza como parte integral de sus celebraciones. Durante Simjat Torá, que celebra la conclusión y el reinicio del ciclo anual de lecturas de la Torá, es común que los participantes bailen con los rollos de la Torá, expresando su alegría y amor por la palabra de Dios (Cohen, 1995).
La danza también es prominente durante las bodas judías, simbolizando el gozo y la unidad de la nueva pareja. Esta práctica tiene raíces en la tradición talmúdica, donde se alienta a los presentes a “alegrar al novio y la novia” a través de la danza y el canto (Cohen, 1995). Esta tradición muestra cómo la danza se integra en los momentos más significativos de la vida judía, reafirmando la conexión entre la práctica cultural y la expresión religiosa.

LA DANZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento proporciona numerosas referencias al uso de la danza como una forma de adoración y celebración en la cultura judía. Un ejemplo destacado se encuentra en Éxodo 15:20-21, donde Miriam y las mujeres de Israel danzan y tocan panderos en celebración de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Esta escena subraya la importancia de la danza como una expresión de gratitud y alabanza a Dios.
En el libro de los Jueces, la danza aparece en el relato de Jefté y su hija. Cuando Jefté regresa victorioso de la batalla, su hija sale a recibirlo con panderos y danzas: «Cuando Jefté llegó a su casa en Mizpa, he aquí su hija que salía a recibirle con panderos y danzas; y ella era sola, su hija única; no tenía fuera de ella hijo ni hija» (Jueces 11:34, Biblia Reina-Valera, 1960). Esta mención destaca la danza como una forma de celebración y bienvenida, aunque el contexto de la historia tiene un final trágico debido al voto de Jefté.
La danza también se menciona en el contexto de las celebraciones militares. Después de que David mata a Goliat y regresa con el ejército, las mujeres de Israel salen a recibir a los vencedores con cantos y danzas: «Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música» (1 Samuel 18:6, Biblia Reina-Valera, 1960). Este pasaje indica que la danza era una forma común de celebrar las victorias militares y honrar a los héroes.
En 2 Samuel 6:14, el rey David danza con todas sus fuerzas ante el arca del Señor cuando esta es llevada a Jerusalén Esta danza no solo es una expresión de júbilo, sino también una declaración de alabanza y adoración Dios. David, a través de su danza, expresa su devoción, sirviendo como ejemplo de cómo la expresión corporal puede ser una forma válida y divinamente aprobada de adoración y alabanza a Dios.
En el libro de los Salmos, la danza es repetidamente mencionada como una forma legítima y deseable de adoración. Salmos 149:3 declara: “Alaben su nombre con danza; Con pandero y arpa a él canten.” Este salmo aleluyático, conocido como «Cantate Domino canticum novum» (Aparicio Rodríguez, 2009, pp. 7-8) y que hace parte del Hallel final, nos invita a adorar al Señor con danza, indicándonos que la danza, junto con la música, es un medio adecuado para alabar a Dios, e implicando también que la expresión física de la devoción es tan válida como la vocal o instrumental.
De manera similar, Salmos 150:4 invita a alabar a Dios «con pandero y danza; alabadle con cuerdas y flautas» (Biblia Reina-Valera, 1960). Ambos ejemplos del libro de los salmos refuerzan la idea de que la danza es una forma aceptable y deseada de adoración, integral en la expresión de la alegría y reverencia hacia Dios.
Los profetas también hablaron sobre la danza en sus escritos. El profeta Jeremías habla de la restauración y el gozo que vendrá con el regreso del pueblo de Israel del exilio, mencionando específicamente la danza como una manifestación de ese gozo renovado: «Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor» (Jeremías 31:13, Biblia Reina-Valera, 1960). Jeremías utiliza la danza como un símbolo de la restauración divina y la renovación de la esperanza y la felicidad en el pueblo de Dios. Nunca es vista como algo pecaminoso, inapropiado en el culto a Dios, o irreverente.

LA DANZA EN LA TRADICIÓN RABÍNICA
La literatura rabínica también ofrece perspectivas sobre el papel de la danza en la adoración. El Talmud Babilónico, una de las obras más importantes del judaísmo rabínico, proporciona numerosas referencias a la danza en contextos religiosos y sociales. En el tratado Ta’anit 31a, se describe cómo las mujeres jóvenes danzaban en los viñedos durante la festividad de Tu B’Av, un día de alegría y encuentro: «No hubo días más felices para el pueblo de Israel que los 15 de Av y Yom Kipur, en los cuales las hijas de Jerusalén salían a danzar en los viñedos» (Cohen, 1995). Este pasaje destaca la danza como una expresión de celebración, alegría y encuentro (Holtz, 1984).
En otro tratado, Ketubot 16b-17a, se discute la importancia de la danza en las bodas judías. Los sabios discuten cómo alegrar a los novios, y se menciona que uno de los métodos es a través de la danza: «¿Cómo bailamos delante de la novia?» (Epstein, 1961). Esta discusión muestra que la danza es considerada una forma apropiada y respetada de traer alegría y bendición a los recién casados.
La danza también se asocia con la profecía y la inspiración divina en textos rabínicos. En el Midrash Rabbah, se relata cómo los profetas y los justos usaban la danza para alcanzar estados elevados de espiritualidad y comunión con Dios. Por ejemplo, se menciona que Miriam y las mujeres profetizaban mientras danzaban después del cruce del Mar Rojo, como una forma de expresar su gratitud y alabanza (Midrash Rabbah, Éxodo 23:4).
El uso de la danza en las festividades judías también es prominente en la literatura rabínica. En el tratado Sukkah 51a, se describe la celebración de Simchat Beit HaShoeivah, durante la festividad de Sucot, donde se realizaban grandes danzas en el Templo de Jerusalén: «Cualquiera que no haya visto la celebración de Simchat Beit HaShoeivah nunca ha visto una celebración en su vida» (Steinsaltz, 2010). Estas celebraciones involucraban danza, música y una expresión exuberante de alegría en agradecimiento a Dios por la cosecha y la provisión.
En muchos textos rabínicos, la danza es vista como una forma legítima y profunda de expresión religiosa. El Zohar, una obra fundamental de la mística judía, menciona que la danza puede elevar el alma y acercar al individuo a la divinidad: «Cuando una persona danza en alabanza al Santo, Bendito sea, su alma se eleva y se une con las fuerzas celestiales» (Zohar, Vol. 2, 98a). Esta perspectiva subraya la danza no solo como una actividad física, sino como un acto espiritual que puede facilitar una conexión más profunda con Dios.
Los rabinos modernos también han comentado sobre el valor de la danza en la tradición judía. Abraham Joshua Heschel, un destacado teólogo y filósofo judío, escribió sobre la importancia de la danza como una forma de expresión espiritual y comunitaria: «La danza en el judaísmo no es solo una forma de celebración, sino una forma de oración, un medio de alcanzar una comunión más íntima con Dios» (Heschel, 1955). Esta visión contemporánea reafirma la relevancia continua de la danza en la práctica judía.
Así pues, la danza en la cultura y religión judías, según el Talmud y otros textos rabínicos, es vista como una expresión multifacética de alegría, devoción y comunidad. Los rabinos reconocen que la danza puede ser una poderosa forma de expresar emociones profundas y de conectar a la comunidad en la adoración. Desde las festividades hasta las bodas y los éxtasis proféticos, la danza ha sido valorada por la cultura hebrea como una forma legítima y significativa de adoración y celebración. Estas tradiciones rabínicas enriquecen nuestra comprensión de la danza como una práctica profundamente espiritual y cultural en la vida judía. Sin embargo, los rabinos también advierten contra el exceso y la distracción, enfatizando que la danza debe realizarse con un corazón puro y con la intención de honrar a Dios (Cohen, 1995).

LA DANZA EN EL NUEVO TESTAMENTO
Una de las referencias más notables a la danza en el Nuevo Testamento se encuentra en la parábola del hijo pródigo. En Lucas 15:25, al describir la celebración por el regreso del hijo perdido, se menciona que el hijo mayor escuchó música y danzas al acercarse a la casa: “Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas” (Biblia Reina-Valera, 1960). Este pasaje indica que la danza era una parte aceptada y esperada de las celebraciones y festividades en la cultura del tiempo de Jesús, simbolizando el gozo y la restauración.
Ahora bien, es improbable que los cristianos cambiaran su actitud hacia la danza teniendo en cuenta que Jesús mismo participó en eventos donde el baile era practicado o se refirió a dichas celebraciones de forma positiva. En la parábola del hijo pródigo (citada arriba como ejemplo), Jesús hace una mención más que positiva de la danza. Lucas 15:25 describe sin reparo ni disculpas, ni mucho menos condenación, una celebración con música y danza para el hijo que ha regresado. Esta mención implica una aceptación cultural de la danza como una expresión de alegría y celebración. Jesús utiliza esta imagen para ilustrar la alegría del padre (Dios) por el regreso de su hijo (el pecador arrepentido), sugiriendo que la danza es una respuesta adecuada al gozo espiritual y la reconciliación (Marshall, 1978).
El episodio de las bodas de Caná de Galilea, narrado en el Evangelio de Juan, es otro contexto revelador de las prácticas culturales judías. En esta ocasión, Jesús realiza su primer milagro al convertir el agua en vino durante una fiesta de bodas (Juan 2:1-11, Biblia Reina-Valera, 1960). Las bodas judías de la época eran eventos festivos que incluían música, banquetes y danzas, elementos esenciales para la celebración. La presencia de Jesús y su participación en este evento indican su aprobación de tales festividades, donde la danza indudablemente estaba presente (Brown, 1970).
Los apóstoles, siendo judíos, habrían participado en las prácticas culturales y religiosas de su tiempo, que incluían la danza. En el Talmud y otros textos rabínicos, la danza se menciona como parte integral de las celebraciones religiosas y comunitarias, como en el caso de las festividades de Sucot y Tu B’Av (Cohen, 1995). Es razonable suponer que los primeros cristianos, especialmente los apóstoles, habrían continuado valorando estas expresiones culturales dentro de su nuevo contexto religioso (Holtz, 1984).
La oposición a la danza en algunos contextos cristianos posteriores puede haber surgido de influencias culturales externas y no de la tradición judeocristiana original. La transición del cristianismo del ámbito judío al gentil trajo consigo diversas influencias culturales y filosóficas que afectaron las prácticas religiosas. Sin embargo, en los primeros tiempos, la continuidad cultural de las prácticas judías, incluidas las expresiones festivas como la danza, probablemente fue aceptada y practicada sin objeciones (Grant, 1977).
Aunque no hay menciones directas de la danza en los contextos de adoración en el Nuevo Testamento, las exhortaciones de Pablo sobre la vida comunitaria y la expresión de gozo implican que la adoración vibrante y expresiva, que podría incluir la danza, era parte de la vida cristiana. En Efesios 5:19, Pablo insta a los creyentes a «hablar entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Biblia Reina-Valera, 1960). Esta exhortación sugiere un ambiente de adoración lleno de alegría y expresividad, donde la danza podría ser una extensión natural (Mounce, 1995).

¿PROHIBIERON LOS APÓSTOLES, O JESÚS, EL USO DE LA DANZA EN LA ADORACIÓN CRISTIANA?
Si bien en el Nuevo Testamento las menciones de la danza son menos frecuentes y a menudo se encuentran en contextos narrativos o parabólicos, dichas referencias indican que la danza continuó siendo una parte importante de la cultura y las celebraciones, tanto en contextos religiosos como sociales. La danza en el Nuevo Testamento refleja la continuidad de una práctica cultural que expresaba gozo, celebración y, en algunos casos, influencias sociales y políticas.
La evidencia bíblica y cultural sugiere que es improbable que los primeros cristianos se opusieran a la danza en contextos culturales sanos y en la adoración a Dios. En los primeros siglos del cristianismo, los creyentes, muchos de los cuales eran judíos, probablemente continuaron algunas de sus prácticas culturales y religiosas, incluida la danza. Como se ha mencionado, el Nuevo Testamento contiene referencias a la danza en contextos de celebración y alegría, como en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:25, Biblia Reina-Valera, 1960) y en la boda de Caná (Juan 2:1-11, Biblia Reina-Valera, 1960).
Estas referencias sugieren que la danza no era inherentemente problemática para los primeros cristianos (Marshall, 1978; Brown, 1970). Los apóstoles, como judíos, habrían estado familiarizados y cómodos con la danza como una forma de expresión de gozo y devoción. La aceptación de Jesús de las festividades culturales judías y sus menciones positivas de la danza apoyan la idea de que esta práctica era vista favorablemente en el contexto de la fe cristiana primitiva.

LA DANZA EN EL CRISTIANISMO DE SIGLOS POSTERIORES
A medida que el cristianismo se expandió más allá del mundo judío y se adentró en el Imperio Romano, comenzó a asimilar diversas influencias culturales y filosóficas. El pensamiento grecorromano, especialmente las ideas de los filósofos estoicos y neoplatónicos, ejerció una influencia significativa en la teología y las prácticas cristianas. Estos filósofos veían el cuerpo y sus expresiones físicas con desconfianza, promoviendo una separación entre lo espiritual y lo físico. Esta dualidad cuerpo-alma influyó en la percepción cristiana de prácticas físicas como la danza, considerándolas potencialmente distractoras de la pureza espiritual (Dodds, 1951).
Los Padres de la Iglesia, como Tertuliano, Agustín de Hipona y Juan Crisóstomo, comenzaron a formular una moralidad cristiana más estricta que incluía la condena de la danza. Tertuliano, en su obra De Spectaculis, condena los espectáculos públicos, incluidos los bailes, por su asociación con la inmoralidad y el paganismo: «No asistimos a las fiestas públicas porque tienen la misma esencia que los espectáculos que hemos condenado» (Tertuliano, De Spectaculis, capítulo 23). Agustín de Hipona también se opuso a la danza, viéndola como una distracción de la devoción a Dios y una fuente de tentación sexual (Agustín, Confesiones, libro X).
La oposición formal a la danza se consolidó en varios concilios eclesiásticos. El Concilio de Laodicea (363-364 d.C.) prohibió explícitamente las fiestas y danzas en las iglesias, reflejando un movimiento hacia una mayor regulación de la vida cristiana: «No es permitido a los cristianos realizar fiestas ni danzas en las iglesias» (Concilio de Laodicea, Canon 53). Esta prohibición subraya la creciente preocupación de la Iglesia por mantener la pureza y la solemnidad de los ritos y espacios sagrados.
Durante la Edad Media, la influencia de los monasterios y la vida monástica también contribuyó a la oposición a la danza. La vida monástica, con su énfasis en la ascética y la disciplina corporal, promovía una visión de la piedad que se alejaba de las expresiones físicas exuberantes. El famoso Regla de San Benito, por ejemplo, promovía la humildad y la contención, desalentando actividades que pudieran llevar a la frivolidad o la distracción espiritual (Benito de Nursia, Regula Benedicti, capítulo 7).
La Reforma Protestante trajo consigo una reevaluación de muchas prácticas eclesiásticas, incluida la danza. Reformadores como Martín Lutero y Juan Calvino adoptaron posturas diferentes respecto a la danza. Lutero, más tolerante hacia las expresiones culturales, no condenaba la danza per se, siempre y cuando se realizara de manera moderada y sin connotaciones inmorales (Lindberg, 2017). Por otro lado, Calvino, con su enfoque en la austeridad y la pureza de la adoración, fue más crítico de las danzas y otras formas de entretenimiento que consideraba inapropiadas para los creyentes (Calvino, Institución de la Religión Cristiana, libro II).
La oposición cristiana a la danza y su uso en la adoración a Dios no surgió inmediatamente, sino que fue el resultado de un proceso histórico y cultural complejo. La influencia del pensamiento grecorromano, las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, las regulaciones de los concilios eclesiásticos y la austeridad monástica contribuyeron a una visión más negativa de la danza. Sin embargo, esta oposición no fue universal ni uniforme, variando entre diferentes épocas y contextos cristianos.

EL USO DE LA DANZA EN EL MOVIMIENTO PENTECOSTAL Y CARISMÁTICO
El movimiento pentecostal, que comenzó a principios del siglo XX, y el movimiento carismático, que surgió en la década de 1960, enfatizan la experiencia directa del Espíritu Santo y la expresión exuberante de la adoración. En estos contextos, la danza comenzó a ser incorporada como una forma de expresión espiritual.
De todos es conocido que, en círculos pentecostales, neopentecostales y carismáticos, la danza ha emergido como una expresión significativa de adoración, otorgándosele un significado espiritual profundo. Esto es así porque el movimiento pentecostal, desde sus inicios, enfatizó una experiencia directa del Espíritu Santo y una adoración expresiva, que incluía el hablar en lenguas, las profecías y la danza. La danza, en este contexto, se entendía como una manifestación física del gozo y la libertad en el Espíritu Santo (Synan, 1997).
En el pentecostalismo, la danza se considera una forma de alabanza y adoración que permite a los creyentes expresar su devoción y gratitud hacia Dios. Dicha práctica se justifica a partir de los ejemplos de danzas de celebración y adoración en el Antiguo Testamento, como en el caso de David danzando ante el Arca de la Alianza (2 Samuel 6:14, Biblia Reina-Valera, 1960). Para los pentecostales, estas referencias se interpretan como un respaldo bíblico para la danza en la adoración (Land, 1993).
Aunque no siempre es bien visto por observadores externos (principalmente de iglesias más tradicionalistas), en los servicios de alabanza pentecostales, la danza juega un papel importante como expresión de alegría, libertad y reverencia. El gozo interior motiva al creyente pentecostal a celebrar las obras de Dios por medio de la danza durante los servicios de adoración. Las congregaciones pentecostales a menudo incluyen segmentos de adoración en los que la música y la danza están integradas, permitiendo a los fieles expresar físicamente su devoción. Este enfoque en la danza y otras formas de expresión corporal refleja una teología que valora la participación activa y entusiasta en la adoración (Albrecht, 1999).
Otra práctica común en algunas iglesias pentecostales es la denominada «danza en el Espíritu», la cual es un fenómeno pentecostal donde los creyentes sienten que son movidos a danzar por la influencia directa del Espíritu Santo. Esta danza se distingue de la danza organizada o coreografiada, ya que se considera espontánea y guiada por el Espíritu. Muchos pentecostales creen que esta forma de danza puede resultar en una conexión más profunda con Dios y una mayor manifestación de Su presencia (Poloma, 1989).
A pesar de su aceptación en muchas congregaciones pentecostales, la danza en el Espíritu y otras formas de adoración expresiva han sido objeto de críticas tanto desde dentro como fuera del movimiento. Algunos críticos argumentan que estas prácticas pueden conducir a un emocionalismo excesivo y a una desviación de la reverencia y el orden en el culto. Sin embargo, defensores de la danza en la adoración argumentan que esta práctica es una forma legítima de expresar el gozo y la libertad en Cristo (Cartledge, 2010). El caso de Miriam, hermana de Moisés, es a menudo usado como defensa de esta práctica.

¿LA DANZA EN EL ESPIRITU? ¿HABLA LA BIBLIA DE TAL COSA?
Sí y no. Al menos no con ese nombre. En Éxodo 15:20-21 se relata cómo Miriam, la hermana de Moisés, lideró a las mujeres de Israel en una danza de celebración después de la destrucción del ejército egipcio en el Mar Rojo. Miriam tomó un pandero y todas las mujeres la siguieron con panderos y danzas, mientras cantaba un cántico de triunfo: «Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete». Este evento puede ser visto como un ejemplo temprano de cómo la danza se utiliza como una expresión de gratitud y adoración a Dios, impulsada por una experiencia de salvación y liberación divina (Childs, 1974).
La danza de Miriam no solo fue una expresión de alegría, sino también una manifestación de éxtasis profético. En el contexto bíblico, el éxtasis profético a menudo se asocia con la música y la danza. Por ejemplo, en 1 Samuel 10:5-6, se describe cómo un grupo de profetas, acompañados por instrumentos musicales, profetizan en éxtasis. El Espíritu de Dios descendió sobre Saúl, quien también profetizó con ellos y fue transformado en otro hombre. Este pasaje sugiere que la música y la danza pueden facilitar una experiencia de éxtasis profético, donde el Espíritu Santo toma control y guía la adoración (Peterson, 1992).
La inspiración divina en la danza se observa en varios pasajes bíblicos donde la danza es una respuesta a la intervención de Dios. En 2 Samuel 6:14, David danza con todas sus fuerzas ante el Señor mientras el arca de Dios es llevada a Jerusalén. Este acto de adoración espontánea y apasionada es descrito como una respuesta directa a la presencia de Dios. La «danza en el Espíritu» en las iglesias pentecostales se basa en esta idea de que la danza puede ser una respuesta a la inspiración y la presencia divina, donde los creyentes sienten que el Espíritu Santo los mueve a expresar su adoración de manera física (Hurtado, 2000).
Aunque el Nuevo Testamento no ofrece ejemplos explícitos de la «danza en el Espíritu», sí enfatiza la obra del Espíritu Santo en la adoración y la vida de los creyentes. En Efesios 5:18-19, Pablo exhorta a los creyentes a ser llenos del Espíritu, hablando entre ellos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en sus corazones. Esta exhortación sugiere una adoración dinámica y espiritual, donde el Espíritu Santo guía la expresión de la adoración. La «danza en el Espíritu» se puede ver como una extensión de esta dinámica, donde la adoración no solo se expresa con palabras, sino también con el cuerpo (Fee, 1994).
Así pues, la denominada «danza en el Espíritu» (aunque nunca se mencione con dicho nombre en las Escrituras) encuentra una fundamentación bíblica en ejemplos de la historia sagrada como la danza de Miriam y otros eventos de éxtasis profético e inspiración divina en las Escrituras. Estas referencias muestran que la danza ha sido una expresión legítima de adoración y respuesta a la intervención de Dios desde tiempos antiguos. En el contexto pentecostal y carismático, la «danza en el Espíritu» es vista como una manifestación contemporánea de estas antiguas prácticas, guiada por el Espíritu Santo.

EL USO DE LA DANZA HEBREA EN LAS IGLESIAS CRISTIANAS
Las iglesias judaizantes, que buscan restaurar las prácticas del judaísmo en el cristianismo, empezaron a incorporar la danza hebrea como una forma de conectar con las raíces hebreas de la fe. A partir de las décadas de 1970 y 1980, movimientos como el Movimiento Judío Mesiánico comenzaron a usar la danza hebrea en sus servicios religiosos.
Sin embargo, a diferencia del pentecostalismo histórico, que interpreta la danza como una respuesta jubilosa, espontánea y no elaborada (es decir, no coreografiada), los grupos judaizantes (mayormente neopentecostales y carismáticos) han incluido en sus servicios de adoración una forma de danza que es más bien elaborada, memorizada y coreografiada (danza hebrea); es decir, planificada con antelación y sin el ingrediente de la espontaneidad nacida de la adoración libre propia del movimiento pentecostal.
La danza hebrea tampoco equivale a los que se conoce como “danza en el Espíritu”, ya que esta es una danza espontánea que se produce durante el influjo extático y se considerada guiada o provocada en el creyente por obra del Espíritu, mientras que la danza hebrea es, en el mejor de los casos, un espectáculo elaborado. No obstante, y a pesar de su artificialidad, estas danzas comenzaron a ser vistas como actos de adoración con significados místicos y proféticos en círculos neopentecostales y carismáticos (Kinzer, 2005).
Es así que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el movimiento neopentecostal, que surgió en la década de 1980, llevó la incorporación de la danza hebrea a un nuevo nivel. En este contexto, la danza se convirtió en una herramienta para la guerra espiritual, una forma de combatir las fuerzas malignas a través de la adoración dinámica. Líderes como Cindy Jacobs y otros defensores de la «guerra espiritual» promovieron la idea de que la danza podía tener un impacto espiritual significativo, basándose en interpretaciones modernas de textos bíblicos (Jacobs, 1991).
Sin embargo, los significados místicos, proféticos y de guerra espiritual atribuidos a la danza hebrea en estos movimientos cristianos contemporáneos no tienen precedentes en la Biblia ni en la tradición judía. En el Antiguo Testamento, la danza era una expresión de alegría y celebración, y en el Nuevo Testamento, su uso era limitado y no estaba asociado con significados místicos. La recontextualización de la danza hebrea en estos movimientos puede ser vista como una innovación moderna más que una restauración de prácticas antiguas (Heschel, 1955).

UN NUEVO SIGNIFICADO ANTIBÍBLICO DE LA DANZA
La danza en el contexto de la guerra espiritual es un tema que ha ganado atención en algunos círculos cristianos. Se cree que mediante la danza profética, los creyentes pueden interceder, liberar y romper cadenas espirituales. Sin embargo, esto es ir más allá de lo que enseñan las Escrituras. No hay evidencia bíblica que respalde la danza como una herramienta para la guerra espiritual. La Escritura enfatiza la oración, el ayuno, y la Palabra de Dios como los medios primarios para la batalla espiritual (Efesios 6:10-18).
Entre los tipos de danza profética que se mencionan frecuentemente están la danza de intercesión, la danza de liberación, y la danza de celebración. La danza de intercesión se utiliza (según sus promotores) para interceder por otros, mientras que la danza de liberación se emplea con la intención de romper ataduras espirituales. La danza de celebración, por otro lado, es vista como una forma de declarar victoria sobre las fuerzas malignas. Sin embargo, estos tipos de danza no tienen una base sólida en las Escrituras para ser considerados herramientas válidas de guerra espiritual (Grudem, 2009).
Los instrumentos comunes en la danza profética incluyen tambores, panderos, y banderas. La vestimenta suele ser fluida y colorida, a menudo con significados supuestamente espirituales atribuidos a los colores y estilos. Por ejemplo, el uso de panderos y banderas se considera una forma de alabanza y proclamación, con colores que simbolizan diferentes atributos de Dios o aspectos de la guerra espiritual (e.g., rojo para la sangre de Cristo, blanco para la pureza). No obstante, no hay respaldo bíblico explícito que apoye estos significados atribuidos a instrumentos y vestimentas en el contexto de la guerra espiritual (MacArthur, 2013).
Los defensores de la danza profética en la guerra espiritual argumentan que es una forma de liberar la atmósfera espiritual y establecer el reino de Dios en la tierra. Sin embargo, al evaluar esto bíblicamente, es importante recordar que las Escrituras no asignan poder espiritual a actos físicos específicos como la danza. Más bien, la Biblia subraya la importancia de la obediencia, la oración ferviente, y el uso de la Palabra de Dios para combatir las fuerzas del mal (2 Corintios 10:3-5, Santiago 4:7) (Piper, 2002).
Así pues, la danza, considerado como arma o instrumento en la guerra espiritual, aunque popular en algunos círculos, carece de fundamento bíblico sólido. La Biblia no apoya el uso de la danza como una herramienta para la batalla espiritual, sino que dirige a los creyentes hacia la oración, la Palabra de Dios y la obediencia como medios para enfrentar las fuerzas espirituales del mal. Es crucial que los creyentes basen sus prácticas y creencias en la verdad de las Escrituras, evitando añadir elementos no bíblicos a su vida espiritual (Grudem, 2009).

EL ELEMENTO PAGANO DETRÁS DE LA DANZA COMO INSTRUMENTO EN LA GUERRA ESPIRITUAL
Existe una conexión espiritista, mística y esotérica en la práctica de la danza como arma de guerra espiritual. Dicha conexión se vuelve evidente comparándola con el uso mágico que se le da en otras culturas paganas a la danza. Como ya se dijo, la Biblia menciona la danza en varios contextos, pero nunca como un arma de guerra espiritual. En el Antiguo Testamento, la danza se usa como una expresión de alegría y adoración (Éxodo 15:20, 2 Samuel 6:14). En ningún pasaje se sugiere que la danza tenga el poder de influir en el mundo espiritual de manera directa. La Biblia establece claramente que la guerra espiritual se libra a través de la oración, la fe y el uso de la Palabra de Dios (Efesios 6:10-18). Basar una práctica espiritual en algo que la Biblia no apoya es, en sí mismo, un acto de superstición (Wilkerson, 2009).
Muchas culturas paganas y esotéricas han utilizado la danza como un medio para invocar espíritus o manipular energías. En el espiritismo y la mística, la danza se ve como un ritual para alcanzar estados alterados de conciencia o conectarse con fuerzas sobrenaturales. Esto sugiere que el uso de la danza como arma espiritual en el cristianismo es una práctica sincrética, es decir, una amalgama de creencias y prácticas de diferentes tradiciones que no son bíblicas (Frazer, 1922).
En muchas culturas paganas, la danza es utilizada con fines mágicos y rituales. Por ejemplo, en algunas tradiciones africanas, la danza es una parte integral de los rituales de sanación y protección. En las culturas nativas americanas, la danza del sol y otras ceremonias implican movimientos específicos para atraer la atención de los espíritus. Estas prácticas son claramente esotéricas y no tienen fundamento bíblico. La adopción de tales prácticas en un contexto cristiano muestra una influencia pagana que es inconsistente con la fe cristiana (Eliade, 1964).
En el caso de la danza como arma de guerra espiritual, se observa una clara mezcla de elementos bíblicos con prácticas paganas y esotéricas. Esto se conoce como sincretismo; es decir, la combinación de diferentes creencias y prácticas religiosas en una sola. Esto no solo es antibíblico, sino también peligroso, ya que introduce superstición y confusión en la práctica cristiana. El cristianismo debe basarse exclusivamente en la Escritura y evitar prácticas que no estén claramente respaldadas por la Palabra de Dios (Stark, 1996).

LA DANZA HEBREA NO ES UN ARMA ESPIRITUAL, ES SINCRETISMO, APROPIACIÓN CULTURAL INNECESARIA Y VENERACIÓN ENFERMIZA HACIA TODO LO JUDÍO
Incorporar la danza hebrea en la adoración cristiana puede reflejar una tendencia judaizante, es decir, una inclinación hacia la adopción de prácticas judías en el cristianismo. El Nuevo Testamento advierte contra la imposición de costumbres judías a los gentiles, como se ve en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15:1-29). Pablo también aborda este tema en su epístola a los Gálatas, advirtiendo contra el regreso a las costumbres débiles y pobres del judaísmo (Gálatas 4:9-10). La adopción de la danza hebrea puede ser vista como un retorno a prácticas que no son necesarias para la fe cristiana (Bruce, 1988).
En el Antiguo Testamento, la danza es una expresión de alegría y adoración (Éxodo 15:20; 2 Samuel 6:14). En el Nuevo Testamento, la adoración se centra en el Espíritu y en la verdad (Juan 4:24), y si bien la danza no es prohibida, sí lo es judaizar. La reinterpretación de la danza hebrea como un elemento central de la adoración cristiana distorsiona su propósito bíblico original y añade elementos culturales ajenos al mensaje del Evangelio, el cual es universal, no tribal ni exclusivo de una etnia en particular (Peterson, 2002).
La adopción de la danza hebrea es también una falta de respeto a las culturas no judías, implicando que las formas de adoración de otras culturas son inferiores. El cristianismo es una fe universal que debe expresar la diversidad de sus seguidores. Pablo enfatiza que en Cristo no hay distinción entre judío y gentil (Gálatas 3:28). Imponer una forma específica de adoración basada en una cultura particular (aunque esta la cultura hebrea) contradice este principio de inclusión y diversidad en la iglesia (Johnson, 2009).
La música y la danza en la iglesia deben reflejar la cultura local para que la adoración sea auténtica y significativa para la congregación. Dios creó y valora la diversidad cultural (Hechos 17:26). Cuando las formas de adoración reflejan la cultura local, la adoración se vuelve más accesible y relevante para la comunidad. Además, Dios no favorece una cultura sobre otra; todas las culturas tienen valor a Sus ojos (Kraft, 2005).

ADOREMOS A DIOS CON LA MÚSICA Y LA DANZA, PERO HAGÁMOSLO SEGÚN NUESTRA PROPIA CULTURA
La diversidad cultural en la adoración es un tema relevante en el contexto contemporáneo del cristianismo global. Cada cultura debe expresar su adoración a Dios de acuerdo con su propia idiosincrasia, incluyendo géneros musicales, danza y otras formas de expresión cultural.
La Biblia presenta el evangelio como un mensaje universal destinado a todas las naciones. Jesús ordenó a sus discípulos ir y hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19), lo que implica la inclusión de diversas culturas en la fe cristiana. En Pentecostés, el Espíritu Santo capacitó a los discípulos para hablar en diferentes lenguas, permitiendo que personas de múltiples culturas escucharan el evangelio en su idioma nativo (Hechos 2:1-12). Este evento subraya la intención de Dios de alcanzar a todas las culturas y lenguas, respetando sus contextos culturales (Wright, 2010).
En el Antiguo Testamento, la adoración a Dios se presenta en formas variadas y contextualizadas. Los Salmos, por ejemplo, incluyen expresiones de adoración que reflejan la cultura hebrea, con instrumentos específicos como el arpa y la lira (Salmos 150:3-5). Sin embargo, también hay indicios de que Dios acepta la adoración de otros pueblos cuando se realiza con un corazón sincero. Por ejemplo, la historia de Melquisedec, rey de Salem, que era sacerdote del Dios Altísimo, muestra una figura fuera del linaje de Israel que adoraba a Dios (Génesis 14:18-20). Este reconocimiento de la adoración fuera del contexto israelita sugiere que Dios valora la diversidad cultural en la adoración (Smith, 1997).
La encarnación de Cristo es un ejemplo de cómo Dios se contextualiza en una cultura específica para redimirla. Jesús vivió y ministró dentro de la cultura judía del primer siglo, adoptando sus costumbres y prácticas sin menospreciar otras culturas. Esta encarnación modela cómo el evangelio puede ser encarnado en diversas culturas sin necesidad de adoptar una cultura específica como superior (Sanneh, 2003). De esta manera, el evangelio puede ser «enculturado» en diferentes contextos, permitiendo que cada cultura exprese su adoración de manera auténtica y contextual.
En el Nuevo Testamento, Pablo aborda la cuestión de la diversidad cultural en la adoración en varias de sus epístolas. En Gálatas 3:28, afirma que en Cristo «no hay judío ni griego», sugiriendo que las divisiones culturales no deben ser una barrera en la comunidad cristiana. Además, en 1 Corintios 9:22, Pablo declara que se ha hecho «todo a todos» para ganar a algunos, indicando su disposición a adaptarse culturalmente para comunicar el evangelio. Estas enseñanzas de Pablo respaldan la idea de que la adoración puede y debe reflejar la diversidad cultural de los creyentes (Hiebert, 1987).
El propósito de redimir la cultura no es anularla, sino transformarla para la gloria de Dios. La Biblia enseña que toda la creación será redimida (Romanos 8:21), lo que incluye las culturas humanas. La visión del Apocalipsis presenta una imagen de la adoración en la nueva Jerusalén donde participan personas de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas (Apocalipsis 7:9). Esta imagen escatológica resalta la diversidad cultural como parte integral de la adoración celestial, validando la expresión culturalmente contextualizada en la adoración presente (Beale, 1999).
En síntesis, la Biblia apoya la expresión de la adoración a Dios de acuerdo con las diversas culturas e idiosincrasias humanas. Desde la universalidad del evangelio y la inclusión de diferentes lenguas en Pentecostés, hasta la contextualización del ministerio de Pablo y la visión escatológica de Apocalipsis, la Escritura valida la diversidad cultural en la adoración. Dios no desea que imitemos una cultura específica, como la judía, para ser aceptos. En cambio, Él busca que redimamos nuestras culturas, utilizándolas para su gloria en una expresión auténtica y contextualizada de nuestra fe. Y esto incluye la danza y los diversos géneros musicales.

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