Por Fernando E. Alvarado*
La Palabra de Dios nos invita a poner la mirada en las cosas de arriba:
«Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues ustedes han muerto a esta vida, y su verdadera vida está escondida con Cristo en Dios.» (Colosenses 3:1-3, NTV)

¿Qué significa eso? ¿Cómo ponemos la mirada en las cosas de arriba? ¿Qué tiene de malo poner la mirada en las cosas de esta tierra? ¿Acaso no somos también parte de este mundo? Déjame ilustrártelo a través de una historia:
Se cuenta que un piloto sobrevolaba el desierto de Arabia, cuando se dio cuenta que su avión necesitaba combustible, por lo que decidió aterrizar en un oasis en el cual había una estación de servicio, y allí llenó el tanque de su avioneta. De nuevo despegó, y al poco tiempo se encontraba sobrevolando un área montañosa. De pronto escuchó un ruido detrás de él como si algo, o alguien, estuviera arañando algo en el avión. Parecía que un animal se había introducido en el fuselaje del pequeño avión. Esto alarmó grandemente al piloto, pues sabía que si un animal se mordía y cortaba los cables eléctricos del avión podía provocar un grave accidente. Sin embargo, era imposible aterrizar en aquel terreno tan escarpado. Entonces el piloto tuvo una idea: Puso el avión en dirección de ascenso y aceleró al máximo, elevándose más y más hacia el cielo hasta que cesaron los ruidos dentro del fuselaje del avión.
Más tarde, cuando aterrizó en un aeropuerto cercano, el piloto encontró una enorme rata del desierto que se había colado en el avión sin que él se diera cuenta cuando se detuvo a echar combustible. Al introducirse en el avión la rata comenzó a arañar y roer los cables eléctricos del avión. Acostumbrada a la poca altura del desierto, la rata no pudo sobrevivir cuando el avión se elevó a una altura mucho mayor. Ante la falta de oxígeno y la baja temperatura de las alturas, la rata perdió el aliento, se desmayó y murió.
Esto mismo sucede en nuestra vida espiritual. Cuando bajas al nivel del mundo, cuando pones la mirada en las cosas de la tierra te arriesgas a contaminarte con sus ideologías, sus prácticas pecaminosas, sus costumbres y, en general, su cosmovisión anticristiana. Una vez adentro de tu «fuselaje» tales cosas comenzarán a «arañar y roer» tu espiritualidad, tu cosmovisión y tus valores cristianos. Si no haces nada al respecto y te deshaces de ese «huésped indeseable» corres el riesgo de estrellarte contra el suelo de forma estrepitosa.

Por otro lado, cuando eliges poner la mira en las cosas «de arriba» y trazas tu ruta hacia las alturas, las cosas comienzan a cambiar. A medida que “nos elevamos” espiritualmente, y nos acercamos más a Dios, nuestra naturaleza pecaminosa y los malos hábitos del pasado van debilitándose y dejan de existir. Los viejos patrones de vida no pueden sobrevivir en el nuevo nivel espiritual. La Biblia nos exhorta a mortificar el pecado, hacerlo morir en nosotros:
«Así que hagan morir las cosas pecaminosas y terrenales que acechan dentro de ustedes. No tengan nada que ver con la inmoralidad sexual, la impureza, las bajas pasiones y los malos deseos. No sean avaros, pues la persona avara es idólatra porque adora las cosas de este mundo. A causa de esos pecados, viene la furia de Dios.» (Colosenses 3:5-6, NTV)
Muchos de nosotros fuimos todo eso en nuestra vida pasada sin Cristo: «Ustedes solían hacer esas cosas cuando su vida aún formaba parte de este mundo — nos dice Pablo —; pero ahora es el momento de eliminar [también] el enojo, la furia, el comportamiento malicioso, la calumnia y el lenguaje sucio. No se mientan unos a otros, porque ustedes ya se han quitado la vieja naturaleza pecaminosa y todos sus actos perversos.» (Colosenses 3:7-9, NTV)
¿Cómo podemos dejar atrás todas esas cosas? Pues «poniendo la mira en las cosas de arriba», es decir, mirando a Cristo y vistiéndonos de Él:
«Vístanse con la nueva naturaleza y se renovarán a medida que aprendan a conocer a su Creador y se parezcan más a él.» (Colosenses 3:7-10, NTV)

Lamentablemente, muchos cristianos olvidan que su ciudadanía no está en este mundo, sino en los cielos, y que aspiramos a una ciudad mejor, una celestial:
«Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.» (Juan 17:16, LBLA)
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo.» (Filipenses 3:20, LBLA)
«Pero la Jerusalén celestial es libre, y nosotros somos hijos suyos.» (Galat 4:26, DHH)
«Queridos amigos, ya que son «extranjeros y residentes temporales», les advierto que se alejen de los deseos mundanos, que luchan contra el alma. Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue al mundo.» (1 Pedro 2:11-12, NTV)
Hermano que te has conformado a mirar «hacia abajo», hacia las cosas de este mundo. ¡Mira hacia arriba! ¡No vivas una vida rastrera atado al pecado, viviendo para seguir ideologías, los sistemas políticos de este mundo y su torcida cosmovisión puramente terrenal!
«Ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente. Se han acercado a millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección; a Jesús, el mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada, que habla con más fuerza que la de Abel.» (Hebreos 12:22–24, NVI)
¡Pon la mira en las cosas de arriba!
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