LA CONFESIÓN ARMINIANA DE 1621
Por Fernando E. Alvarado
Los primeros arminianos, conocidos históricamente como remonstrantes, redactaron una Confesión de Fe en 1621, en los breves años que siguieron a la conclusión del Sínodo de Dort. La Confesión Arminiana de 1621 fue pensada como una declaración de fe concisa y fácilmente comprensible y un correctivo a lo que vieron como las tergiversaciones publicadas en las Actas del Sínodo de Dort. A continuación, presentamos el tercer capítulo de dicha Confesión de Fe.

CAPÍTULO 3: SOBRE LA SANTA Y SAGRADA TRINIDAD
1. Dios es considerado distintiva y relativamente bajo una triple hipóstasis, o bajo tres personas, bajo las cuales Él mismo ha dado a conocer Su propia deidad en Su Palabra. Y esta trinidad es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Una hipóstasis de la deidad no ha sido creada ni engendrada [el Padre]. Otro es producto del Padre por generación, por lo cual se le conoce como el unigénito del Padre [el Hijo]. Finalmente, otro procede de manera peculiar del Padre y del Hijo, o emana del Padre por el Hijo [el Espíritu Santo].
2. Porque sólo el Padre carece de todo origen, o es enteramente no engendrado por nadie ni procede de otro, pero que, sin embargo, desde la eternidad ha comunicado Su propia deidad, ya sea a Su Hijo unigénito, más no por creación (con respecto a lo cual los ángeles son llamados hijos de Dios) ni por adopción misericordiosa (por la cual los creyentes somos también hijos de Dios) ni solo por la comunicación graciosa del poder divino (o autoridad) y la gloria suprema, por la cual Él es el mediador, sino también por una verdadero generación aún secreta e inefable; y también al Espíritu Santo, procedente de ambos por una misteriosa emanación o espiración. Y así, el Padre es considerado con toda justicia la fuente y el origen de toda la deidad.

3. Por tanto, el Hijo y el Espíritu Santo, aunque ambos son divinos en cuanto a su hipóstasis, modo y orden, son verdaderamente distintos del Padre; sin embargo, son verdaderamente partícipes con el Padre de la misma deidad o esencia divina y naturaleza considerada absoluta y comúnmente, tal como se prueba ciertamente por los nombres o títulos divinos, así como por las propiedades y operaciones divinas que se les atribuyen claramente a ambos a lo largo de las Sagradas Escrituras, entre otras cosas. Y aquí está la suma total del Credo de los Apóstoles, por el cual profesamos que «creemos en un Dios Padre Todopoderoso», etc., «Y en su Hijo unigénito», etc. Y, por último, «en el Espíritu Santo».
4. Y estos [aspectos] son suficientes para este misterio, que en verdad es absolutamente necesario tratar con sobriedad, prudencia y devoción, y en la medida de lo posible, enunciarlo en las frases propias y expresas del Espíritu Santo, que juzgamos más serias y seguras, ya que el Espíritu de Dios mismo conoce mejor y es más correctamente capaz de expresar Su propia naturaleza. De hecho, en la medida en que es necesario y suficiente, quiso expresarnos esto en su palabra, la cual conviene seguir reverente y piadosamente, hasta que veamos a Dios mismo en persona y lo conozcamos perfectamente. Entonces, en verdad, en ese mundo glorioso, Él concederá que podamos conocerlo más claramente. Por el momento [Dios ha considerado que], este conocimiento es suficiente [para nosotros] con respecto a Dios mismo.

BIBLIOGRAFÍA:
The Arminian Confession of 1621 (Eugene: Pickwick Publications, 2005).