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Las Epístolas Joaninas, evidencia en contra de la unicidad

Por Fernando E. Alvarado

La doctrina de la unicidad de Dios, conocida como unicitarismo o pentecostalismo unicitario, plantea que Dios es un ser único e indivisible que se manifiesta en diferentes modos (Padre, Hijo y Espíritu Santo), rechazando la distinción de personas en la Trinidad. Esta perspectiva se opone a la doctrina trinitaria tradicional, que sostiene la existencia de un solo Dios en tres personas distintas, coeternas y consustanciales. En este contexto, las epístolas joaninas (1, 2 y 3 Juan) emergen como textos clave en la teología cristiana, ya que abordan cuestiones cristológicas y teológicas fundamentales que han sido objeto de debate entre estas posturas. Las cartas joaninas no solo combaten las herejías cristológicas de su tiempo, como el docetismo y el gnosticismo, sino que también ofrecen una defensa robusta de una sana cristología y del trinitarismo, enfatizando la deidad y humanidad de Cristo, así como la relación dinámica entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La distinción entre el Padre y el Hijo en 1 Juan

La primera epístola de Juan enfatiza la relación entre el Padre y el Hijo, presentándolos como entidades distintas dentro de la deidad. En 1 Juan 2:22-23, se declara: «Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo, tiene también al Padre». Este pasaje refuta directamente la doctrina unicitaria, que niega la distinción personal entre el Padre y el Hijo, afirmando que Jesús es únicamente una manifestación del Padre. La distinción explícita entre «el Padre» y «el Hijo» implica una relación interpersonal, incompatible con la idea de un Dios que se manifiesta en modos sin distinción de personas. Como señala Brown (1982), «Juan insiste en la confesión de Jesús como el Hijo, lo que implica una relación distinta con el Padre, no una identidad absoluta» (p. 356). Esta distinción es fundamental para contrarrestar las herejías gnósticas y unicitarias que reducían a Jesús a un modo o apariencia del Padre. (Brown, 1982, p. 356)

Otro argumento contra la unicidad se encuentra en 1 Juan 4:2-3: «En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios». Juan enfatiza la encarnación como un evento real, donde el Hijo divino asume una naturaleza humana auténtica. Según Smalley (2007), «la confesión de la encarnación en 1 Juan apunta a una cristología que distingue al Hijo como una persona divina que entra en la historia humana, no como una mera manifestación del Padre» (p. 215). Esta enseñanza refuta el modalismo unicitario, que no reconoce la distinción ontológica entre el Hijo y el Padre en la encarnación. (Smalley, 2007, p. 215)

1 Juan 2:1 presenta a Jesús como «abogado para con el Padre«: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo». Este versículo implica una relación funcional y personal entre el Hijo y el Padre, donde el Hijo actúa como mediador. La doctrina unicitaria, al negar la distinción de personas, no puede explicar cómo Dios, siendo una sola persona, actúa como su propio abogado. Como argumenta Kruse (2000), «la imagen de Jesús como abogado presupone una relación interpersonal con el Padre, lo que es inconsistente con la idea de que el Padre y el Hijo son la misma persona» (p. 76). Este rol de intercesión refuerza la distinción de personas dentro de la deidad, un concepto central en la teología trinitaria que las epístolas joaninas sostienen frente a interpretaciones modalistas. (Kruse, 2000, p. 76)

En 1 Juan 1:3, Juan escribe: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo». Este versículo destaca la comunión con dos personas distintas: el Padre y el Hijo. La unicidad, al rechazar la distinción de personas, no puede dar cuenta de esta comunión dual. Según Strecker (1996), «la mención explícita del Padre y del Hijo como objetos de comunión en 1 Juan 1:3 subraya la distinción relacional dentro de la deidad, un tema que atraviesa las epístolas joaninas» (p. 24). Esta comunión interpersonal desafía la noción unicitaria de un Dios único que se manifiesta en diferentes roles sin distinción personal. (Strecker, 1996, p. 24)

Evidencia en 2 y 3 Juan

Aunque 2 y 3 Juan son más breves y de carácter más personal, también contienen indicios que apoyan la distinción trinitaria. En 2 Juan 9, se advierte: «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ese sí tiene al Padre y al Hijo». Este versículo reitera la necesidad de confesar tanto al Padre como al Hijo, lo que implica una distinción entre ambos. Marshall (1978) observa que «2 Juan refuerza la enseñanza de 1 Juan al enfatizar que la verdadera doctrina reconoce la relación distinta entre el Padre y el Hijo, en oposición a cualquier negación de su distinción personal» (p. 91). En 3 Juan, aunque no hay referencias explícitas a la cristología, el énfasis en la verdad y la autoridad apostólica refuerza la importancia de adherirse a la enseñanza ortodoxa, que incluye la distinción trinitaria. (Marshall, 1978, p. 91)

Las epístolas joaninas rechazan la unicidad

Las epístolas joaninas (1, 2 y 3 Juan) proporcionan una base sólida para refutar la doctrina de la unicidad de Dios. A través de su énfasis en la distinción entre el Padre y el Hijo, la realidad de la encarnación, el rol de Jesús como abogado y la comunión con el Padre y el Hijo, estas cartas desafían la noción modalista de un Dios único que se manifiesta en diferentes formas sin distinción de personas. La teología trinitaria, que afirma un solo Dios en tres personas distintas, encuentra un fuerte respaldo en estos textos, que contrarrestan las interpretaciones unicitarias al destacar la relación interpersonal dentro de la deidad. En síntesis, podemos afirmar de forma contundente que las epístolas joaninas son incompatibles con la doctrina de la unicidad y apoyan la ortodoxia trinitaria.

Bibliografía:

  • Brown, R. E. (1982). The Epistles of John. Anchor Bible Commentary. Doubleday.
  • Kruse, C. G. (2000). The Letters of John. Pillar New Testament Commentary. Eerdmans.
  • Marshall, I. H. (1978). The Epistles of John. New International Commentary on the New Testament. Eerdmans.
  • Smalley, S. S. (2007). 1, 2, 3 John. Word Biblical Commentary. Zondervan.
  • Strecker, G. (1996). The Johannine Letters. Hermeneia. Fortress Press.

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